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Parte 1 de la serie de 2 partes

Actualizado 03/23/2022
Creado 04/29/2005
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Soy Kristen. Tras graduarme, me comprometí con un compañero de la universidad mientras entraba a trabajar para una revista de noticias. Comencé como correctora bajo la tutela de Laura, una redactora de sociales, y poco a poco, fui ganándome el respeto de los compañeros, en especial, de mi joven "mentora". No era difícil corregirle a ella ni a los otros redactores, por el contrario, me ayudaron mucho a desarrollar mi propio estilo cuando me tocó escribir mi primer artículo acerca de modelos y sus dietas. Aunque fue otro reportero el que me encaminó en las entrevistas e investigaciones, Laura me mantuvo fiel al lado humano, para que no pareciera una colección de chismes sobre mujeres anoréxicas.

A las pocas semanas de realizar mi primer reportaje importante, mi prometido Yamil envió un mensaje de texto a mi teléfono celular:

- HOLA, KRISTEN. ¿PODRIAS VERME EN LA CAFETERIA DE ABAJO? NECESITO CONTARTE ALGO IMPORTANTE...

Lo llamé de inmediato para preguntarle:

- Bueno, Yamil, ¿De qué se trata?

- Por favor, por teléfono no...

- Está bien.

Al bajar, él ya me esperaba con un par de vasos de café. Tras el consabido besito en los labios, me invitó a sentarme. Probé mi café, exactamente como me gusta. Aprendimos nuestros mutuos gustos en comida y bebida tras largas noches de estudio en la universidad y algunas veladas en esta misma cuidad.

- ¿Y qué era eso tan urgente que tenías que verme en persona?

- Que salgo de nuevo a Chicago esta noche.

- Pero hace apenas dos meses que cubriste un reportaje allí.

- Por eso volveré. Hice muy buenos amigos allí y me ayudarán a establecerme.

- ¿Establecerte? ¿Y qué hay de nuestro compromiso?

- Aquí no me va bien en la agencia para la cual trabajo.

- No has contestado mi pregunta.

- Lo siento, pero esta oportunidad se me ha presentado y no la quiero desperdiciar.

- ¡Yamil!

- ¡Está bien, tendremos que separarnos! No esperarás que rompiera mi compromiso sin verte cara a cara.

- Tienes razón; no habría sido decente de tu parte. Ahora lo comprendo, pero dime, ¿acaso es que tienes a otra?

- Eso no es de lo que se trata. Ya te lo dije: por allá tengo algo seguro, pero necesito moverme pronto. Espero que no me guardes rencor.

- En lo absoluto. Te amo.

- Y yo a ti, pero es mejor así. Lo nuestro no iba a durar. Y ahora, me voy; mi vuelo sale en pocas horas.

Hubo un último beso, un poco más largo, y un adiós. Le devolví el anillo de compromiso en ese instante, y eso nos apesadumbró aún más. Lo lloré mucho esa noche, pero a la mañana siguiente, lo perdoné y todavía lo considero un buen amigo.

Laura también quiso explorar nuevos horizontes, y pasó a otra revista especializada en modas, sin más calificaciones que su impecable gusto en el vestir. Eso abrió una plaza envidiable en mi trabajo ¡y cuál no fue mi sorpresa cuando el editor me citó a su despacho para ofrecérmela! Por poco me desmayo. El jefe anunció que Laura me recomendó insistentemente antes de renunciar. Yo acepté la oportunidad, y por fin comprendí las decisiones que habían tomado mis dos amigos.

Varios meses después, me invitó a cubrir, junto a ella, un desfile de modas en un centro comercial a las afueras de la ciudad. Aunque la línea era casual, como para adolescentes y clientes de clase media, hubo algunas creaciones de gran gala y hasta transparencias. Preferí omitir esto último de mi nota para la revista, para no llamar demasiada atención a una cadena de tiendas familiar. Tras la rueda de prensa y el agasajo que vinieron a continuación, nos apartamos un momento para hacer los últimos apuntes en nuestras computadoras portátiles y enviar adelantos de las reseñas a redacción. Al terminar, vi a mi ex-compañera y la elogié:

- La actividad estuvo genial. Gracias por pensar en mí.

- Por nada, siempre serás mi colega.

- ¿Aún ahora que soy tu competencia?

- Eso no es problema. Mientras sepas mantener tu nivel de profesionalismo...

- Me halagas.

Su semblante se iluminó, y me imagino que el mío también, para luego ruborizarnos, no sé por qué. Bajamos la vista para cerrar nuestras computadoras y fuimos por separado a buscar algunos bocadillos y refrescos y mezclarnos entre la concurrencia. Poco a poco, todos se fueron marchando, y al llegar al estacionamiento, me di cuenta de que mi fotógrafo se olvidó de mí, con la prisa por revelar su material. Laura me vio y detuvo su automóvil, para comentarme:

- Parece que somos las últimas en salir.

- Ya lo veo.

- ¿Necesitas que te lleve?

- Bueno, sí. Si no es mucha molestia, es que yo vine en autobús y ya no parece que pasen más a esta hora...

- Si vamos a la misma ciudad, móntate.

- Gracias.

Tras viajar por algunas millas, noté que Laura se estaba quedando dormida al volante, y traté de llevar una conversación para mantenerla alerta, pero yo también daba muestras de cansancio. Le dije:

- ¿Laura?

- ¿Qué?

- Mira, es tarde y aún falta mucho para llegar. Detengámonos en algún motel para pasar la noche...

Me miró extrañada, tal vez ofendida, pero luego sonrió y aceptó.

- Tienes razón, así podemos cotejar nuestros apuntes con más calma.

Estacionamos en una posada y ella pagó la habitación. Yo insistí en aportar algo pero ella ya se había encargado de la cuenta. Recogió una maletita de gimnasio de su baúl y entramos a la habitación. Me dijo que yo tomara la primera ducha, y al terminar, ella me dio una batita para que yo me sintiera más relajada. Cuando ella salió, yo cotejaba mis apuntes, pero todo parecía correcto. Al poco rato, me di cuenta de que ella me observaba, y comentamos, casi al unísono:

- Como en los viejos tiempos...

Nos reímos un poco por la ocurrencia, guardamos nuestras computadoras y nos pusimos a conversar más en confianza. Hablamos de muchos temas, como adolescentes. Al recostarme, se aflojó la solapa de mi batita y uno de mis pezones quedó a la vista de ella. Al principio, no me di cuenta, pero Laura sí. Lo que sí noté fue la expresión en su rostro que yo solía ver en el de mi ex-novio, e instintivamente, le dirigí a ella una mirada pícara, pero al recordar a quién tenía frente a mí, me avergoncé, le volví la espalda y me alejé. Ella se acercó lentamente, y me dijo:

- ¿Te pasa algo?

No le respondí. Ella colocó sus manos sobre mis hombros y me miró a los ojos y me preguntó:

- ¿Te sientes mal?

Esquivé su mirada y le contesté exasperada:

- No me pasa nada.

No respondió con palabras, pero no apartaba su mirada de la mía. Le dije:

- Debes estar pensando que soy una mala persona...

- ¡De ninguna manera! Nunca se me ocurriría pensar mal de ti...

Distraídamente, seguí hablando:

- Te estarás imaginando que soy una lesbiana descarada.

- Descarada no...

- Pero lesbiana sí...

- No soy quién para juzgar tus preferencias, al contrario, estaría dispuesta a complacerte por una noche...

- ¡Pero si yo no soy lesbiana!

- Perdóname; haz de cuentas que yo no dije nada.

Ahora fue ella quien sintió vergüenza y se alejó un poco. Me di cuenta de que la herí, así que me disculpé:

- Perdóname, no debí atacarte así, si tú solamente tratabas de ser amable conmigo.

Ahora me tocó a mí abrazarla, y ella me sujetó con fuerza. Sentí su cuerpo vibrar contra el mío. Entonces comprendí que había tocado una fibra sensible en ella. Saqué ternura que hasta la fecha no había tenido oportunidad de expresar y acaricié sus manos y rostro, y sobreponiéndome al prejuicio, le comenté en tono de broma:

- ¿Te gustó lo que viste?

- ¿Cuándo te diste cuenta de que soy...?

- Recién ahora me doy cuenta, pero comienzo a comprender algunos gestos y atenciones que tenías hacia mí.

Como impelida por un magnetismo incontrolable, Laura presionó su rostro contra el mío, deteniéndose a milímetros de mis labios, y murmuró:

- ¡Eres tan bella!

- ¡Tú también!

Me sorprendieron las palabras que salían de mi ser, pero ya era tarde. Me besó con pasión y yo no me resistí. Hacía tanto tiempo desde que Yamil se marchó que le dije:

- Esta noche, soy tuya...

Bajaron sus labios por mi cuello, dándome besitos que erizaban los vellos de mi nuca y mis pezones, mientras mi vagina se comenzaba a humedecer. Desató mi bata y movió su cabeza para atrapar un pezón entre su boca para chuparlo, mientras murmuraba:

- Ven con mamá, so picarón.

La caricia me electrizó a tal grado que empujé su bata por los hombros y se la dejé caer antes de que la mía tocara el suelo. Cuando se pasó hacia mi otra teta, yo levanté su rostro, lo besé y tomé una de las suyas, un tamaño de copa mayor que las mías, en mi mano para mamarla aprisa. Ella dirigió mi cabeza para asegurarse de que yo no dejara punto alguno de su busto sin besar y acariciar. Luego, me presionó para que me recostara sobre una de las camas y ella besó de nuevo mis pechos, para recorrer desde ahí por mi vientre hasta posar sus labios frente a mi vulva ardiente. Exclamó:

- No te imaginas desde cuándo anhelaba tenerte así...

Acaricié su mejilla con mis dedos, y tras un breve contacto de nuestras miradas, ella lengüeteó mis labios vulvares hasta que mi clítoris se asomó y ella se apresuró a mamármelo. De vez en cuando, lo soltaba para jugar con mis labios menores, creando suspenso en mí. Gruñí entre dientes:

- No me tortures así, llévame al clímax...

Me ignoró por un minuto, acariciando mis muslos y dejando escapar su aliento sobre mis húmedas partes. Yo gemí:

- ¡Uuuhh, por favor!

Y ella me metió un dedo por el canal mientras daba los últimos asaltos a mi clítoris con su lengua. Mi orgasmo brotó como un tsunami, haciendo que mis muslos y caderas saltaran descontroladamente. Aún excitada, me levanté y la llevé a la posición en la cual yo yacía, y sin más preámbulo, me puse a lamer su vulva. La imité lo mejor que pude, en especial, la parte en que la atormentaba espaciando los besos sobre el clítoris, y cuando le tenía mis dedos metidos en su vagina, sentí tentación de meterle uno por el ano. Al acercarme a su orificio prohibido, ella se estimuló más que lo que yo había anticipado, y desistí, para volver a mamarle el clítoris porque ya le faltaba poco. Le agarré sus nalgas y alcé sus caderas para no desperdiciar sus fluidos mientras ella se agarraba sus tetas y pellizcaba los pezones sin compasión. Gritó:

- ¡Aah, aah, ahh!

Y me descargó todo el torrente de sexo que había acumulado hasta el momento. De pronto, se levantó de la cama, metió la mano en el bolso de viaje y sacó un enorme consolador con correas, se lo ató a sus caderas y se acostó sobre mí. Antes de penetrarme, me besó los labios, intercambiando nuestros propios fluidos vaginales, y hasta hizo que nuestros pezones se tocaran, y me preguntó:

- ¿Estás lista para esto?

- Lista como nunca antes lo he estado.

Y entonces, sentí esa cosa tan enorme atravesar mi vulva y vagina, hasta que se detuvo contra mi cuello uterino. Definitivamente, era mayor que lo que llevaba Yamil entre sus piernas. El placer de ser llenada por esa verga artificial superaba el dolor a medida que ella bombeaba, hasta que llegué a otro intensísimo orgasmo, que se repetía una y otra vez. De pronto, ella se detuvo, se lo desabrochó, y dejándolo incrustado en mí, me pidió:

- Ahora, házmelo tú.

Al sacármelo, hizo un sonido cómico, como una botella descorchada, y echamos una risita que en nada disipó nuestra lujuria. Me ayudó a atármelo a mi cintura, y se colocó en posición. Mientras me recibió en sus brazos, yo metí el instrumento en su tierna vagina. Al principio, todo el placer lo sentía ella sola, y lo único que yo disfrutaba era el morbo casi sádico de someter a una hembra a mi dominio. La embestí hasta con más fuerza, sabiendo que le atravesaba la cerviz repetidamente, pero ella no dio muestras de incomodidad, al contrario, me animaba:

- ¡Así, así! ¡Dame, perra! ¡Dame más! ¡Aaahh!

Dejándome llevar por mi papel masculino, le decía:

- ¿Quién es tu hombre, eh? ¡Quién es tu macho!

- ¡Tú, Kristen, tú eres mi dueña!

Lo más increíble sucedió: con el último y más intenso orgasmo que ella sintió esa noche, yo alcancé uno igual o mejor, aunque ese consolador no tenía parte alguna que me penetrara mientras yo lo usaba en ella. Nos quedamos dormidas, o tal vez, desmayadas tras tan tremenda liberación de energía y placer, con mi "pene" aún en la vagina de mi ex-jefa...

Al despertar, me separé un poco aprisa y pasé a la otra cama, y al ver tan grotesco aparato aún atado a mi cintura, me sentí extraña, y a la vez, fascinada. La sacudida despertó también a Laura, en el momento en que yo trataba de desabrocharme el consolador. Ella se cruzó a mi lado y me ayudó, y tomándome de mi mano, me condujo al baño. Nos turnamos en el inodoro y pasamos a la ducha para asearnos y ella se excitó otra vez, pero yo no pude sentir lo mismo. Me preguntó:

- ¿Qué pasó? ¿Ya no te gusta? Hasta hace poco no te parecía tan repugnante...

- No es eso...

Pero ella podía ver a través de mi falsa modestia, y contestó:

- Puedo ver que tú no sientes lo mismo que yo.

Yo traté de congraciarme con ella, pero solamente logré tartamudear algo ininteligible. Ella salió de la ducha, y como dramatizando nuestra ruptura, se puso a lavar su juguete en el lavamanos, mientras prosiguió:

- Yo comprendo perfectamente. Debió ser una reacción involuntaria de tu parte, motivada por tu soledad. Está bien...

Yo me ruboricé y hasta se me salieron las lágrimas, porque sabía que ella tenía razón. Yo no iba a tener el valor de llevar un estilo de vida lésbico, y lo que más me dolía era que no me salían las palabras. Ella me abrazó, no para más sexo, sino para consolarme, diciéndome:

- No te pongas así. Me hiciste feliz mientras duró. No te sientas como que me traicionas. Sencillamente, no está en ti, aunque anoche, habría creído que sí...

- Hasta me defiendes, eres demasiado gentil.

- Soy tu amiga, y tú también lo eres para mí. Ahora, sécate esas lágrimas y vistámonos, para regresar a casa.

Cuando nos vestimos y salimos, aún era de madrugada, así que tuvimos tiempo de sobra para regresar a nuestros respectivos apartamentos, refrescarnos, ponernos ropa limpia, desayunar algo ligero e ir a nuestros trabajos para empezar a redactar los reportajes que traíamos del desfile de modas.

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