El Negocio Importante

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Presentacion de ventas lleva a arrepentimiento.
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Mi nombre es Melissa. Soy de estatura mediana y esbelta, pero mis senos son enormes, copa D. Esto me ha hecho demasiado popular entre mis compañeros en la escuela y en el mundo del trabajo, y sé que hasta mis mejores amigas me envidian, hasta el punto de aumentarse el busto tan pronto han ahorrado o se han conseguido un marido rico que se las pague. He explotado mi atractivo discretamente en el mundo de las ventas y el mercadeo.

Un día fui a solicitar en una nueva empresa de alta tecnología, y fui contratada por mi buen récord en ventas, además de mi atractivo, que debió influir en mi éxito anterior. Lo difícil fue el aprenderme tantos términos técnicos para mi primera visita a un cliente importante. Casi me sentí mareada por tantas cifras y especificaciones del producto en cuestión, pero valió la pena. El jefe quedó tan impresionado que me nombró subgerente. En la reunión, explicó:

- Estos clientes nos tomaron más de seis meses desde el acercamiento inicial, pero aquí Missy los tuvo comiendo de su mano en menos de una hora.

Me presentaron a mi nuevo equipo de trabajo, todos varones y casi todos muy atractivos, excepto Ramiro, el asesor técnico, un "nerd" súper inteligente para aprender los datos complicadísimos de los productos, después de todo, él ayudó a diseñar algunos de ellos. El prácticamente vivía en un pequeño cubículo apartado de los nuestros, revisando planos y programas de computadora, y de vez en cuando, atendía llamadas que le transferíamos cuando a alguno de nosotros se nos ponía difícil una explicación o nos faltaban detalles. Pudo haber sido un gran vendedor, y me imagino que para eso la alta gerencia nos lo envió, porque se desenvolvía bien con los clientes, pero es muy tímido. Las pocas veces que salía, los demás compañeros se burlaban de él, y a mí se me hacía difícil controlarlos, especialmente cuando ellos me hacían halagos e insinuaciones acerca de mi figura.

Una vez, él venía distraído, al parecer con unos informes que venía leyendo y tropezó conmigo, tocando mi pecho para reincorporarse. Yo me enojé y lo llevé contra una pared, y le apreté el cuello, mientras le gruñí:

- ¿Tú también te piensas pasar de listo conmigo?

Hasta golpeé su cráneo contra la pared, no con tanta fuerza, pero como para que le doliera y nunca olvidara cuál era su lugar en la oficina. Quiso disculparse, pero lo faltó el aliento y comenzó a sollozar por el dolor y el bochorno. Se encerró en su cubículo, y no se atrevió a salir hasta que los demás salimos. Solamente pudo atender llamadas técnicas una hora después, tras recobrar la compostura. Si antes sufría por su autoestima, ahora estaba casi paranoico.

Un día, una gran empresa de telecomunicaciones se interesó en un interconector que les hacía falta para integrar telefonía con Internet, y nos llamaron. Reservamos una Suite y un salón de conferencias para dar las presentaciones, y al principio, Ramiro comenzó la presentación, pero se tuvo que ir a la planta para resolver un problema con uno de los productos que nuestro potencial cliente usaría.

Al quedarnos solos con el cliente, comenzamos a explicar, a grandes rasgos, el funcionamiento de la nueva red, pero nos vimos en aprietos para explicar detalles en ciertas conexiones. Los clientes, mostrando gran paciencia, se retiraron a sus habitaciones, pero si al próximo día no lográbamos aclarar cómo se integrarían los productos que nos proponíamos venderles, se irían de la ciudad a la hora en que había que desalojar la Suite y perderíamos la venta más importante de nuestra empresa. Volví a la oficina para tomar algún folleto que me ayudara a explicar, pero no lo pude digerir para usarlo al otro día. Recordé a Ramiro, y ahora era yo quien sentí remordimiento por haberlo tratado tan mal por un malentendido. Pero no había tiempo qué perder en niñerías, y lo llamé:

- Ramiro, ¿puedes estar en el hotel mañana temprano? Los clientes nos bombardearon con preguntas difíciles y se quieren ir...

- Allí estaré.

- Por favor, ven con gabán y corbata.

- Está bien.

Al otro día, nos reunimos muy temprano, pero Ramiro no llegaba. Pasaron veinte minutos, pero por fin apareció. Vino con un traje ejecutivo, muy elegante para como luce usualmente. Se excusó por la tardanza, achacándosela al tráfico, y comenzó a tomar las preguntas de los clientes. Dibujó diagramas y escribió frases claves en un pizarrón, y hasta nos proyectó un simulacro que había desarrollado en la fábrica. Los dejó más que complacidos, que hasta ordenaron otra unidad, no sé con cuáles modificaciones. El les aseguró que estaría completada a tiempo con la orden regular.

Los clientes se marcharon temprano para tomar su avión de regreso a su ciudad, y todo el equipo de ventas suspiró aliviado. Todos felicitamos a Ramiro y hasta le pedimos perdón por todos los momentos desagradables que le hicimos pasar. Los muchachos se marcharon a celebrar al restaurante, pero se nos puso tímido otra vez y no quiso bajar. Le dije a los demás que se adelantaran porque yo me quedaría a convencerlo. Pero se me ocurrió una idea descabellada: no había que desalojar la Suite hasta dentro de una hora, y lo llevé allí para hablar con él:

- Ramiro, de todos los de ventas, yo he sido quien te ha tratado peor. ¿Todavía te duele el golpe que te di aquella vez?

- No, si ya ha pasado tanto tiempo...

- ¿Ni un poquito?

Y como queriendo sanar su golpe, lo tomé entre mis brazos mientras pasaba mi mano por su cabeza y su cuello. Hasta lo incliné sobre mi pecho, como para ahogarlo contra mis impresionantes tetas. Al tratar de enderezarse, colocó sus manos alrededor de mis costillas, evitando meterlas en mi busto. Le levanté el rostro y lo besé apasionadamente en la boca, y busqué su lengua con la mía, ya que no se atrevía a iniciar el contacto. El ya tenía un poco de erección, pero el entrelazar mi lengua con al suya, su pene se puso más duro y candente. Lo empujé pícaramente sobre la cama, mientras nos despojábamos de nuestras ropas. Le felicité:

- ¡Estás tan apuesto hoy!

Tras alinear mis pezones sobre su rostro, él tomó la iniciativa y los mamó con lujuria. El placer fue muy intenso y mi vagina casi chorreaba. Me moví sobre su pene impulsivamente, y lo cabalgué hasta alcanzar el orgasmo. El me volteó boca arriba y me bombeó mientras buscaba mis labios. Luego se acomodó para empujarme el pene con más fuerza y eyacular dentro de mí abundantemente. Lo empujé con un poco de brusquedad, pero se quedó tranquilo y satisfecho sobre la cama mientras yo corrí a bañarme para sacarme el semen. Lo hice pasar para que se aseara, y nos vestimos aprisa para salir de la habitación y entregar la llave sin que se acumulara tiempo extra. Los amigos ya habían comenzado a celebrar sin nosotros cuando nos reunimos con ellos, y si sospecharon algo, estaban demasiado ebrios para darse cuenta.

Pasaron algunos días, mientras Ramiro y yo luchábamos contra nuestros respectivos temores, para finalmente declararnos nuestro amor, primero entre nosotros, para luego divulgar nuestro secreto al grupo. Esperábamos que reaccionaran con envidia y rencor, pero se dieron cuenta de que lo que sentíamos era genuino, y lo tomaron con alegría y resignación. Hasta uno comentó:

- ¡Por eso se tardaron tanto en entregar la Suite!

Todos reímos, porque ya la broma no nos hizo sentir mal.

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