En Cámara Lenta P. 07

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Celeste y yo, ¿por fin solos?
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Parte 7 de la serie de 7 partes

Actualizado 11/01/2022
Creado 12/12/2012
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Pasé una semana fantaseando con los momentos que me aguardarían estando a solas con Celeste. Recordaba lo que se sentía acariciar la intimidad de Celeste con la mía, el sentir su fuego y el mío entremezclándose en su origen, y a veces incluso lograba, por una milésima de segundo, imaginar que nuestras ropas desaparecían y ya nada nos separaba. Su humedad y la mía se encontraban, fundiéndose en un único mar de deseo; su piel se preparaba, candente, erizada, suplicante; mi dureza iba apartando las cortinas de su sexo con movimientos circulares; y de pronto--

No. Nunca llegaba a sentirlo realmente. La sensación de estar dentro de mi Celeste sobrepasaba mi imaginación. Y sin embargo, cuando llegaba tan cerca de deducir el deleite que me aguardaba, cada rincón de mi cuerpo se encendía pidiendo alivio, y la lucha por contenerme era extenuante. No obstante, estaba decidido a hacer de la ocasión algo especial. Mientras más tiempo me aguantara, mayor sería la recompensa tras la espera, e iba a aguantar tanto como fuese necesario.

* * *

Eventualmente, el día D llegó, y me encaminé a la residencia que Celeste y yo compartiríamos por una semana, el lugar donde podríamos hacer realidad nuestras fantasías íntimas. Llegué con el deseo a flor de piel, dispuesto a tomar a Celeste en mis brazos apenas la tuviera a mi alcance, y demostrarle a su cuerpo la intensidad de mi amor.

Sin embargo, me esperaban circunstancias desfavorables. La familia de Karina aún estaba en casa, empacando a último momento para sus vacaciones.

"¡Damián! Qué bueno que llegaste," exclamó Karina, "me dice Celeste que tú la vas a ayudar a cuidar la casa."

Karina se parecía a Celeste, con sus facciones menudas y su voz de niña, aunque se le notaba mucho más entusiasta y sonriente.

"Sí, cuenten conmigo" dije.

"Me deja más tranquila saber que se vaya a quedar un hombre en la casa" agregó la madre, o tía -- nunca lo supe.

"¿Celeste está por allí?" pregunté.

"Sí," contestó Karina, "la tengo guardando mis cosas. Segundo piso, a la izquierda."

"Gracias."

Encontré a Celeste en una habitación cubierta de toda clase de decoraciones color rosa y lila -- indudablemente la de Karina.

"Cuidado," le dije, "esta pieza te puede dar diabetes."

"Oh, eres tú" exclamó, sobresaltada.

"¿No me vas a abrazar?"

"Ah, sí, claro."

Celeste apenas me tocó. Se le notaba distante.

"¿Te ayudo en algo?"

"No, gracias, tú quédate abajo, yo ya casi termino."

No tuve más remedio que obedecerle.

En el primer piso, la familia de Karina estaba compartiendo una merienda improvisada.

"¿Te vas a quedar toda la semana aquí, Damián?" me preguntó la madre.

"Todavía no decido. Depende de Celeste, también."

Considerando el extraño comportamiento de Celeste, era difícil saber si aún deseaba mi compañía.

"¡Por qué tan inseguro, mi niño, si Celeste te adora! No deja de hablar de ti, de tus dibujos, tus pinturas, tus planes..."

"¡Sí!" agregó una voz. "Apuesto a que se muere por quedarse a solas contigo..."

Era la hermana menor de Karina. Debía tener no más de quince años.

"¡No digas esas cosas, pues, Mili!" le replicó la madre. "Ellos no son como los demás jóvenes, ¿cierto, Damián?"

No supe qué responder. ¿Cómo eran los demás jóvenes al respecto? Si bien a Celeste y yo nos gustaba tomarnos las cosas con calma y respeto, Celeste y yo no éramos precisamente puritanos; nos contábamos nuestras fantasías más íntimas, nos acariciábamos en rincones prohibidos, y nos dábamos placer cada vez que dormíamos juntos.

Ante mi silencio, la señora me miró extrañada. Por suerte, Celeste escogió ese momento para hacer su aparición, cargando el bolso de viaje de Karina.

"¡Ay, Celeste, querida, no debiste haberte esforzado tanto!" le dijo la mamá de Karina. "¡Todavía no nos vamos!"

"¿Por qué? ¿Pasó algo?"

"¡Es hora del té, pues! ¿No se van a quedar a tomar té con nosotros?"

"Claro, señora Marlene, cómo no."

¿Hora del té? Eran sólo las cuatro, y toda la familia parecía lista para irse. Era algo extraño que la señora Marlene hubiera convocado esta pequeña comida familiar a última hora.

Pronto me di cuenta que esto giraba en torno a mí y a Celeste. Durante la comida, la señora Marlene nos inundó de preguntas.

"Y, dime, Celeste, ¿cómo se conocieron tú y Damián? ¿Cuánto llevan juntos?"

"¿Cuáles son sus expectativas para el futuro?"

"Pero entonces, lo de ustedes va en serio, ¿no?"

Celeste no me dejó contestar una sola pregunta. Respondió a todas de la forma más neutral posible, y dejando en claro que nos amábamos de verdad y nuestras vidas estaban unidas para nunca más separarse.

"Damián, ¿qué te gusta de Celeste?"

"Pues, todo, pero me llamó la atención su--"

"¿Te gusta su físico?"

"¿Perdón?"

"Celeste es una jovencita preciosa, ¿no crees?"

"Sí, pero no era eso lo que iba a decir."

La señora asintió satisfecha. Me estaba poniendo a prueba.

"¿No se van a aburrir estando solos aquí una semana entera? ¿Cuáles son sus planes?"

"Tengo mucho que estudiar para la universidad" interrumpió Celeste. "Y Damián está trabajando en unos dibujos para una empresa."

Era cierto, pero no tenía pensado trabajar en ellos mientras acompañaba a Celeste.

"Ah, entonces van a estar muy ocupados" observó la señora Marlene. "Tú, Celeste, ¿no estabas de vacaciones?"

"Mis clases comienzan en dos semanas más."

"Ah, muy bien. Estoy orgullosa de que estés empezando tu carrera. Tú, Damián, ¿también entras a estudiar este año, o...?"

"Sí, voy a estudiar Arquitectura."

La señora Marlene suspiró aliviada.

* * *

Karina y su familia no se fueron hasta el atardecer. Pese a todo, fue una tarde agradable, y llegué a llevarme bien con la señora Marlene. En el fondo, lo que ella temía era que usáramos su casa como un motel. Creo que la dejamos convencida de que éramos jóvenes serios y responsables, incapaces de hacer tal cosa. Y, a juzgar por la frialdad de Celeste, tal vez era verdad que no usaríamos la casa como un motel...

"Damián," me dijo al despedirse, "me tienes que disculpar por haber sido tan preguntona, pero tú sabes que he conocido a Celeste de toda su vida. Su mamá y yo somos amigas del alma. Para mí, Celeste es como una hija más, así que tengo que pedirte que la cuides mucho."

"No hay problema."

La familia de Karina se alejó en un auto cargado con todo el equipaje que alcanzaron a llevar. Celeste y yo nos quedamos en la puerta del patio, en silencio, siguiendo al auto con la mirada hasta que se perdió en la distancia. Al cabo de un largo rato, Celeste me dijo:

"Ven, te voy a mostrar nuestra pieza."

La seguí hasta llegar a un amplio dormitorio, decorado sobriamente, con una cama de dos plazas. Todo allí era primtiivo y rústico, a diferencia de la habitación de Karina, pero dentro de todo, era acogedor.

Guardamos nuestra ropa en el clóset, y luego nos paseamos junto a la cama, mirándola de reojo.

"La mamá de Karina es muy conservadora" me dijo, rompiendo el pesado silencio.

"Ya lo noté. Pero tiene buena impresión de nosotros."

"Ojalá."

Le tomé la mano a Celeste.

"¿Te pasa algo?"

Ella permaneció en silencio.

"Se suponía que este día iba a ser especial" le dije.

Soltó un largo suspiro de resignación.

"Ven, siéntate" me indicó. "Lo que pasa es que... Karina sabe lo que vamos a hacer aquí."

"¿Por qué le contaste?"

"Ay, Damián, no le conté... Estábamos hablando por teléfono, y ella me dijo que su mamá tenía miedo de dejarme sola en la casa. Yo le conté que tú me ibas a acompañar, y ella me preguntó si íbamos a hacer... cosas. No quise responderle, pero ella adivinó todo. Ya sabía que yo era... virgen, y que ésta iba a ser nuestra primera vez. Me empezó a dar consejos y a felicitarme, y yo le tuve que cortar."

Quedé sorprendido. Aterrado, incluso.

"Yo sé cómo es esta Kari..." continuó Celeste. "Tarde o temprano todos se van a enterar, incluso mis papás."

"¿Y si no lo hacemos?"

"¿Y quién nos va a creer que no lo hicimos? Una pareja joven, completamente solos en una casa, por una semana..."

Abracé a Celeste; era lo menos que podía hacer.

"¿Sería muy grave si se enteran todos?"

"¡Sí!" exclamó ella. "Tú sabes que las familias de por aquí somos muy tradicionales."

"¿Qué es lo peor que podría pasar?"

"Imagínate, pues, Damián. ¿Acaso a ti te gustaría que todos en el barrio supieran el día y el lugar exacto en que perdiste la virginidad?"

Acaricié a Celeste por varios minutos, sin saber qué decir. Se le notaba muy preocupada; en esas condiciones, no tenía sentido seguir con lo planeado. Además, yo también comenzaba a preocuparme.

* * *

Tras una cena rápida, Celeste y yo nos instalamos en el sofá, frente al home theater de la familia de Karina, dispuestos a ver una película. Parecía increíble, pero en ese momento, la idea de hacerle el amor por primera vez había dejado de entusiasmarme, debido a las complicaciones.

"¿Me perdonas?" me preguntó Celeste.

"No es tu culpa."

"Sí, porque yo no supe cómo reaccionar cuando Karina lo descubrió. Podría haberlo negado o haber inventado alguna excusa..."

"Hubiera resultado peor."

"Tienes razón."

Puse mi brazo en sus hombros, y ella respondió apretándose contra mi cuerpo.

"Y no es que yo piense que es algo malo lo que íbamos a hacer" continuó Celeste.

"Te entiendo. Pero tiene que ser algo sólo nuestro, de nadie más."

"¡Sí!" exclamó ella.

Al menos nos entendíamos. Al menos aún teníamos eso.

* * *

No recuerdo qué película vimos -- casi me quedé dormido a la mitad. Subí a nuestra habitación apenas se nos hizo tarde, y me puse mi pijama, mientras Celeste se ponía el suyo en el baño de abajo. Ni siquiera teníamos ganas de vestirnos en la misma habitación -- nuestros cuerpos nos ofrecerían tentaciones que no estábamos dispuestos a satisfacer. Sin embargo, yo aún tenía planes para esa noche.

"Y... bueno, aquí estamos" musitó Celeste, desganada, al volver. "¿Por qué estás a oscuras?"

Nunca olvidaré la silueta de Celeste contra la luz del pasillo, tan pequeña, humilde, hermosa.

"Ven aquí" le dije.

La habitación tenía una gran ventana que ofrecía una buena visa del cielo estrellado.

"Esta noche es especial" anuncié.

"Mi amor, creo que no es buen momento..."

Escarbé en mi bolso, y saqué una tableta de nuestro chocolate relleno favorito. Unas cuantas veces, incluso había hecho su aparición en nuestros jugueteos íntimos.

"¿Quieres un trozo?"

"Damián... Lo de Karina me dejó muy preocupada, entiende."

"Sólo es chocolate."

"Así no me vas a quitar lo preocupada."

"¿Qué hora es?" le pregunté, ignorando su rechazo.

"Déjame buscar mi celular... Son las doce diez. ¿Por qué?"

"¿Y qué día es?"

"Viernes."

"No."

Hice una pausa, esperando a que Celeste se diera cuenta.

"Bueno, Sábado."

"No me refiero a eso."

"Entonces, a qué... ¡Oh! Es... ¡Es diez de Marzo!"

El rostro de Celeste se iluminó al instante, y corrió a abrazarme. Misión cumplida.

"Feliz aniversario" le dije, a centímetros de su rostro.

"¡Cómo se me pudo olvidar!"

Y me besó, por primera vez en todo el día.

"¿No fue idea tuya hacer coincidir nuestro día D con nuestro aniversario?" le pregunté.

"Más o menos... La familia de Karina se iba el próximo Lunes pero la convencí para que adelantara el viaje, porque el Lunes va a llover."

"No me imaginaba que eras tan astuta..." murmuré pegado a sus labios.

"Pues ya ves."

"Te tengo un regalo" le dije. "Enciende la luz. El interruptor está en el muro, por encima de la cama."

Al iluminarse la habitación, Celeste descubrió el lienzo que descansaba sobre la cama: un retrato de ella en óleo, copia exacta de su fotografía de graduación.

"¡Mi amor!" exclamó, impresionada. "Tú lo... Sí, tú lo hiciste, conozco tu forma de pintar. Oh... Te juro que no me esperaba esto."

"Te dije que esta noche era especial."

"Gracias... Gracias, muchas gracias. Te amo."

"Guárdalo y ven a dormir conmigo."

"¿Sólo dormir?"

"Sólo dormir."

Celeste me recibió en la cama con besos cada vez más profundos y húmedos. Había dejado de lado toda frialdad, toda represión. Los Beatles tenían razón: todo lo que necesitas es amor.

Apagamos la luz para dormir, pero los besos continuaron por varios minutos, haciendose cada vez más intensos.

"Me pintaste mucho más linda de lo que en verdad soy" me dijo Celeste al cabo de numerosos besos.

"Yo sólo pinto lo que veo."

Celeste rió alegremente como la niña mimada que era, y le dio un rápido y profundo chupón a mi cuello. No pude evitar estremecerme ante tan repentina sobrecarga de pasión.

"Igual podemos hacer alguna cosa, si quieres" dijo Celeste, acariciando mi pecho.

"¿Cómo qué?"

Celeste se encaramó a mi cuerpo y deslizó su rodilla entre mis piernas, acercándose poco a poco a mi miembro. Fue un alivio inmenso el volver a ver a mi novia en su faceta sensual -- pensaba que la había perdido para siempre.

"Ya que insistes... Se me ocurre una idea."

"Cuéntame.... Dímelo al oído..."

Celeste ya había comenzado a mecerse lentamente sobre mi pierna.

"Podríamos..."

"¿Sí?"

Su tono fogoso me causó escalofríos. Celeste sólo se ponía así cuando estaba extremadamente excitada.

"Podríamos..." continué, "invitar a tu familia a tomar té mañana."

Celeste se detuvo en seco, y tárdó varios segundos en reaccionar.

"¿Invitar a mi familia?" repitió, en tono decepcionado. "Bueno, sí, pero me refería a... Espera. ¡Sí!" exclamó, entusiasmada, captando finalmente la idea. "Así van a ver que no tenemos nada que ocultar."

"¡Exactamente! Me leíste la mente."

Celeste sonreía de oreja a oreja.

"¡Uy, cuánto te amo! Nunca se me hubiera ocurrido."

"Estábamos muy estresados con lo de Karina... Nos hacía falta un cambio de ánimo."

"Síp. Pero, sabes... tengo algo que decirte..."

Celeste se sonrojó al instante al pronunciar esas palabras.

"Y-yo tambíén..." continuó, "Yo también te tenía un regalo de aniversario, pero está en mi bolso."

"¿Me lo muestras mañana?"

"Hmm, pero es que... Ya, como quieras."

Celeste ocultó su rostro en mi pecho, como lo hacía siempre que se cohibía.

"¿Por qué tan nerviosa?" le pregunté. "¿Tiene que ser ahora?"

"Es que... Ah, no importa. Ya te vas a dar cuenta."

"Está bien... ¿Por casualidad no quieres un masaje esta noche?"

"¡Sí! Eso me haría bien, un masaje de mi amado novio."

Celeste se deshizo de su camiseta y sostén en un santiamén, sin un ápice de vergüenza. Alcancé incluso a percibir sus pezones erguidos antes de que se recostara sobre su abdomen.

Mis dedos recorrieron con paciencia las curvas de Celeste, saboreando el privilegio de poder tocar ese cuerpo tan hermoso. Celeste estaba más receptiva que nunca; podía relajar cualquier articulación suya con sólo un toque. Su respiración era un suspiro profundo y continuo.

"Fue un día difícil..." murmuró.

"Shh. Eso fue ayer" le susurré.

Celeste soltó la risa más relajada que alguna vez escuché.

"¿Sabes que te amo?"

"Shh..."

Y así, se quedó dormida bajo mis caricias. Abracé su torso desnudo, y cubrí nuestros cuerpos con la sábana.

"Dulces sueños, amor mío" le susurré.

* * *

"¿Te falta mucho?" le pregunté a Celeste, a través de la puerta del baño. Ella había despertado antes que yo, y la encontré dándose una ducha.

"Sí, mi amor, entré hace poco..." me contestó, alzando la voz.

"Voy a hacer desayuno, mientras tanto."

"¿Qué?"

"¡Voy a hacer desayuno!"

"No te escucho, ¿por qué no abres la puerta?"

Mis ojos se iluminaron, y una chispa de deseo surgió entre mis piernas. Abrí la puerta lentamente, consciente de que estaba sólo a unos metros del cuerpo desnudo de Celeste. Sólo la cortina de la bañera nos separaba, y su silueta era claramente visible -- cada curva, cada extremidad.

"Dije que voy a hacer desayuno."

"¿No me quieres acompañar?" me preguntó.

"¿Mientras te duchas?"

"Síp. ¿O es... demasiado atrevido de mi parte?"

Me quedé pasmado. Nunca hubiera imaginado que Celeste me propondría algo así.

"Está bien, perdóname... Anda a hacer desayuno, ya vengo."

"Abre la cortina" le dije.

Me había deshecho de mi pantalón y mi ropa interior en cuestión de segundos, y me hallaba desnudo ante Celeste, con mi inevitable erección apuntando hacia el techo.

"¿Seguro?"

"Si quieres. Sino, me voy."

"Ay, es que me da vergüenza."

"Ya, nos vemos en el desayuno."

"¡No, no!" exclamó Celeste, abriendo la cortina en un solo movimiento. "Quédate."

Presencié en ese momento la imagen más hermosa del universo: el cuerpo escultural de mi amada, en todo su esplendor, acariciado por la luz dorada del amanecer que se filtraba por la ventanilla, y atravesado por incontables riachuelos que no hacían sino resaltar su voluptuosidad.

Celeste se cubrió un pecho con el brazo, posando de forma muy sugerente, y me lanzó una mirada coqueta.

"Hay espacio para ti..."

Era una de esas duchas sin bañera; sólo un cubículo en una esquina del baño. La verdad es que no había mucho espacio allí, pero no importó. Celeste me recibió con un apretado abrazo, comprimiendo su cuerpo contra el mío tanto como le fue posible. Sus pezones se incrustaron en mi piel, y tardaron menos de un segundo en endurecerse. Mi miembro debía sentirse muy molesto en el bajo vientre de Celeste, pero ella no dudó en frotarse contra él una y otra vez.

Nuestras lenguas nadaron frenéticamente en nuestras bocas, saboreando la mezcla de nuestra saliva con el agua tibia que nos bañaba a ambos. Nos tocamos en cada trozo de piel que tuvimos a nuestro alcance, masajes en la espalda, apretones en los glúteos, caricias en el rostro... Éramos completamente resbaladizos y nuestras manos no lograban detenerse.

Finalmente, nos separamos sólo lo suficiente para que Celeste pudiera tomar mi pene en su mano. Me acarició primero con lentitud, luego más y más rápido, aprovechando el efecto lubricante del agua.

"Mmm... Estás siendo muy traviesa hoy... Casi no te reconozco."

"Perdón."

"No me pidas perdón."

"¿Qué hago entonces?"

La miré a los ojos y sólo se me ocurrió una cosa.

"Date vuelta."

Ella sonrió, ansiosa de averiguar qué le esperaba, y se volteó, mostrándome las armoniosas curvas de su espalda, y la excitante redondez de su trasero. La abracé por la cintura, apoyando mi erección en la base de su espalda, y besando su nuca. Mis manos comenzaron a patinar por su cuerpo. Pronto llegaron a deslizarse por sus pechos, trazando cientos de caminos sobre la piel mojada, acariciando, amasando, apretando, soltando, con suavidad, con firmeza, con amor, con pasión.

Celeste no dudó en llevarse una mano a su entrepierna, pero se lo impedí.

"¿Tienes muchas ganas?" le pregunté.

"Hmm."

"Contesta, dime lo que sientes."

Celeste dudó un poco, avergonzada, pero finalmente lo admitió, en voz baja.

"Sí, tengo muchas ganas...Te deseo mucho, mi amor."

Tenía el corazón de Celeste en la palma de mi mano, tanto literalmente como figurativamente.

"¿Tienes ganas de qué?" le pregunté, retorciendo sus pezones.

"¡Uy! Tengo ganas de... ya sabes."

"Dímelo."

"No me atrevo a decir esas cosas..."

Mis manos comenzaron a aventurarse hacia su entrepierna, bajando por sus muslos, lejos de su sexo.

"Dímelo muy despacio" le insistí, acercando mi oído a sus labios para que no tuviera que alzar la voz.

Ella me tomó la mano derecha y comenzó a acariciarla cariñosamente. Era un gesto solemne; le daba a este momento una apariencia de declaración de amor, de promesa inquebrantable.

"Tengo ganas de ti..." me susurró, casi sin articular las palabras. "Quiero que hagamos el amor. Mi cuerpo te necesita."

"¿Quieres... sentirme dentro?"

"S--"

Celeste dudó. Su cuerpo quería una cosa, pero su corazón quería otra.

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