Rosa en la Playa

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Yo la desnudé a su vez, mientras ella buscaba la mejor forma de hacer entrar mi falo en su boca. Luego, separándola con cuidado de mi miembro la hice tenderse de panza sobre las colchonetas y mantas que tenía, para frotar su cuerpo delicioso desde el cuello hasta los pies, bajando por la espalda, aflojando y relajando los músculos, liberando todo ápice de tensión.

Rosa, nueva dueña del lugar, quiso esta vez tomar la iniciativa y levantándose me hizo cambiar de lugar con ella, para sobarme a su vez, pero no tardó mucho en pedirme que me volteara, y montar sobre mis caderas.

Hallándome erecto alineó mi falo con la vertical y se acomodó arriba. Hizo coincidir mi glande con los labios de su vulva y tras un momento de ajuste dejó caer su peso sobre mi miembro, introduciéndolo por completo en ella con un movimiento fluido, soltando al tiempo un largo suspiro de satisfacción.

Su vagina suave y tibia me quedaba ahora perfecta, envolviéndome como un guante de seda, produciendo tan abundante lubricación que sentía yo correr líneas de humedad por mis testículos. Ya conmigo adentro quiso moverse, frotando su pubis con el mío, empujando sus caderas para estimular el contacto profundo de nuestros genitales.

Así empezó la primera de las varias veces que hicimos el amor esa noche.

El amanecer nos hallo aun trenzados, conmigo aún en ella, milagrosamente erecto luego de haber eyaculado ya tres veces esa noche.

Rosa se había corrido frecuente y abundantemente en cada encuentro, aunque había tenido que reservarse los gritos y gemidos que hubiera podido dar si no hubiese gente cerca. Luego de cada uno de mis orgasmos habíamos hecho una pequeña pausa, abrazándonos, dormitando un momento antes de reiniciar el encuentro.

Finalmente al segundo canto de gallo, ya clareando la aurora, Rosa quedó profundamente dormida entre mis brazos, y yo no tarde en seguirla.

Abrí los ojos ya bien entrada la mañana. Una esquina de la tienda de campaña recibía sol, y el aire adentro se empezaba a calentar. Volteé a ver a Rosa y la hallé acostada de espaldas, aun desnuda. Tenía los ojos abiertos y con sus manos sentía su vientre, tocando el espacio entre el ombligo y el pubis. Volteó a verme y me dio una sonrisa llena de cariño, pero con un asomo de tristeza.

"Mañana nos vamos," dijo, "No sé si vaya a poder verte pronto otra vez. Mis padres... Mis padres quieren que me vaya a Canadá, con gente de nuestra iglesia...Este viaje fue lo que conseguí como regalo a condición de aceptar."

"Ha sido un sueño conocerte, Rosa. Por algo nos encontramos aquí, ahora. Tal vez de alguna forma nos volveremos a hallar, aunque las cosas sean inciertas por el momento."

Rosa cerró los ojos y comenzó a sollozar. Gire para rodearla con mis brazos y estrecharla contra mi cuerpo. La deje llorar contra mi hombro, hasta que se le secaron las lágrimas. Nos vestimos en silencio. Salí de la tienda tratando de ser discreto, y Rosa me dio un rato antes de seguirme. La persona que vi ese dia era ya una mujer hecha y derecha, no quedaba rastro alguno de la muchacha virgen que había conocido hacía una semana.

La partida inminente nos arruinó el humor, y no volvimos a encontrarnos desnudos. Un largo paseo esa tarde transcurrió en un silencio doloroso. Intercambiamos algunos datos para escribirnos. Cayó la noche.

"No puedo estar contigo otra vez, o me va a matar el dolor de perderte." Dijo. Yo la abracé mudo y le besé la frente. Ella me regreso el abrazo y apretó fuerte contra mi pecho. Luego se separó. "Adios. Hasta que vuelva a verte."

No pude evitar una punzada de pena, de angustia al tener que soltarla. Rosa se dio la vuelta y se alejó, para regresar con su gente.

Yo me senté en la arena y deje que el dolor de la pérdida me corriera por el pecho, me picara en los ojos, me robara el aliento por instantes. Más tarde sustituí el calor del cuerpo al que me venía acostumbrando por el remanso de buena marihuana, aderezada con numerosas cervezas. A la mañana siguiente vi que Rosa y su grupo habían partido temprano, y solo quedaba el espacio de pronto vacío y silencioso que ella había ocupado en mí.

Le quedaba a mi grupo aún una semana, que pase célibe, descubriéndome exhausto luego de la intensa actividad de los días de Rosa. No fue sino hasta un par de meses más tarde que recibí una carta escrita a mano.

"Querido Santiago,

Ese tiempo que pasamos juntos fue para mí más que una aventura. En los últimos días entré en periodo fértil, y lograste sembrar una nueva vida en mi vientre. Lo pude sentir, esa noche que pasamos en la tienda, pero no lo supe a ciencia cierta sino hasta ahora.

Mis padres notaron algo diferente en mi, porque me hicieron adelantar el viaje a Canada, y me presionaron para que acepte comprometerme con alguien de nuestra iglesia. Pensando en mis opciones, y en el hijo que crece en mi vientre, he decidido que por el momento esta es mi mejor opción. Me ha casado hace unos días. Siento mucho darte las noticias de este modo, pero no hay otra manera. Nunca voy a olvidarte.

Rosa."

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