Sombras en la Noche

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- ¿Cuál es la mujer más sensual que conoces? Porque ella está ante ti. Ahora es tuya.

A pesar del terror que el varón sentía, pudo eyacular sobre mi cara, y la mayor parte de su semen entró en una de mis órbitas. Por arte de magia, me sentí mejor y hasta mi ojo se regeneró. Vi a Sergio, el vampiro que sufrió la puñalada del pandillero, pero al mortal no lo conocía. Estaba vendado. Mi benefactor lo sacó aprisa del cuarto, y me dio tiempo de explorar mi refugio. Era una guarida de reserva que se utilizaba en contadas ocasiones, cuando temíamos ser descubiertos en nuestro lugar de costumbre. Al poco rato, vino con otro hombre en las mismas condiciones, y mi amigo se aseguró de que, esta vez, el semen llenara mi otra órbita. Poco a poco, trajo más varones para que eyacularan sobre mí, y cuando yo estuve más fuerte y presentable, no los tenía que traer vendados, ya que yo volví a ser atractiva. Pasaron a meterme sus penes en boca, vagina y ano, para que yo quedara reconstituida por dentro y por fuera. Otros vampiros nos descubrieron, pero arrepentidos de haberme hecho pasar por tal tormento, se hicieron de la vista gorda. Ivor mismo volvió a mi lado, y me dijo:

- ¡Perdonadme, mi amor! Yo no tengo derecho a juzgaros, y mucho menos, a lastimaros. ¡Os amo!

Me abrazo, me besó, y tuvo sexo conmigo, entrando en contacto con el semen que yo no logré absorber. Fue magnífico, con la belleza combinada de mortal e inmortal, y lo perdoné al volver a sentir que lo amo. Prosiguió:

- Al veros así tan demacrada, me arrepentí y di órdenes de que se os administrara vuestra "medicina".

Supe que no era del todo cierto, pero al menos, no impidió que mi hermano me ayudara. Me volví hacia él y lo mordí, invitándolo a hacerme el amor. Ivor reaccionó con celos, pero yo le dije:

- Es lo justo.

Hice que Sergio se impregnara con otro poco de semen, y se puso eufórico mientras impulsaba su pene dentro de mi ano. Pero al terminar, se sintió avergonzado, especialmente ante la mirada severa de nuestro Maestro. Pero éste sonrió y le dijo:

- Gracias por abrirme los ojos.

- No fue nada, Maestro. Vuestra merced siempre podrá contar con mi lealtad.

En lo sucesivo, la prostitución fue incluida en las labores que hacíamos para el beneficio de los mortales. Al principio, solamente las mujeres tomábamos a los clientes y los varones nos protegían, pero éstos no estaban a la altura y nosotras tuvimos que defendernos solas, hasta haciendo turnos para guardia. Al desplazar a las prostitutas mortales, caímos en el desfavor de ciertos hampones. Pero aprovechamos para aconsejar a las mujeres de vida no tan alegre que abandonaran esas vidas llenas de vicio y soledad, y hasta las atemorizamos, poniéndonos demasiado demacradas tras tomar un poco de sol al atardecer.

Presentimos que un clan poderoso de vampiros nos retaría pronto y tuvimos que activar a los varones. El papel de homosexuales lo resintieron mucho, pero era la única manera de ponernos todos en forma para enfrentar la amenaza. Era como cuando chupábamos sangre humana. De mujeres, lo más rico en hormonas, además del fluido menstrual, era la orina de las embarazadas, la cual lamimos como perritos. Teníamos que despojarnos de toda vergüenza, porque en la batalla que se avecinaba, nos iba la vida a todos.

Comenzó una ola de asesinatos que confundió a las autoridades, pero para muestro grupo, el caso fue muy claro. Hasta uno de los mortales influyentes nos lo cuestionó, porque conocía nuestro secreto. Le aseguramos que no éramos responsables, así que redoblamos la vigilancia. Hasta adiestramos a algunos hombres de confianza para que observaran señales durante el día que indicaran la presencia de los clanes rivales. Los preparamos para que hallaran sus guaridas y los exterminaran mientras durmieran. Normalmente, nuestro código de honor nos prohíbe atacarnos cuando estamos vulnerables, pero por la forma tan despiadada que la pandilla de Gorath asesinaba, no había que darles tregua.

No logramos mucho progreso así, porque el clan enemigo vigilaba muy bien sus escondites. Procedimos a reforzar a las patrullas humanas, y así las pudimos penetrar, y al principio, nuestra fortaleza superior nos permitió importantes victorias, y ya no necesitamos asistencia humana, excepto para proteger nuestros propios refugios. Pero en las noches, notamos que los vampiros de Gorath eran más poderosos. Parecería que la sangre humana, especialmente cuando la víctima muere bajo mucho estrés, les daba toda la fuerza que nosotros buscábamos en tantas fuentes diversas.

La última batalla llegó, y nosotros éramos menos, pero ellos tampoco eran tantos. Los aventajábamos en agilidad y hasta en poderes hipnóticos, y así los confundimos para que se aniquilaran mutuamente. Pero Gorath hizo un conjuro y reagrupó a sus secuaces, y tomó ventaja nuevamente. Yo volé y otros me siguieron, y con maniobras aéreas, los fui atacando por puntos vulnerables, aprovechando el conocimiento de mi territorio.

Al final, quedábamos Sergio, Ivor y yo contra Gorath y cinco más. Luchamos sin importarnos la desventaja y hasta el dolor, y aún en dos contra uno, recuperamos el terreno perdido. Pero Sergio pereció, como sacrificándose para que Ivor y yo emboscáramos al puñado de traidores que quedaba. Solo fuimos Ivor y yo contra Gorath, y éste lo retó a un duelo de honor, así que yo solamente podía observar. Tras una breve pero encarnizada sesión de golpes, mordiscos y empujones, Gorath sacó un puñal y mató a mi Maestro. Aún después de sacárselo, Ivor agonizaba sin remedio. Yo ataqué a Gorath mientras éste se burlaba de su ex-discípulo, le quité su cuchillo y se lo hundí en el corazón. Mi enemigo se rió más sonoramente, y yo enfurecida, lo apuñalé repetidamente. Algo se quebró en la túnica del hechicero, y por primera vez, él registró dolor. Me di cuenta de que tenía un frasco con el antídoto del vampirismo, pero al romperlo, no pude obligarlo a que lo ingiriera. Pero el daño estaba hecho, porque el arma se reimpregnó en el veneno, que por sus múltiples heridas se introdujo en su cuerpo de todos modos. Cuando el vampiro murió, su verdadera edad se reveló y se disolvió en una polvareda.

Yo quedé sola, la última vampira en la tierra, y a medida que veía de nuevo a los que habían caído, los encontré en avanzado estado de putrefacción. Por primera vez en más de medio milenio, sentí mucho asco. Cuando se me pasó la impresión, lloré a mi clan mientras enterraba o cremaba sus restos. También me encargué de hacer desaparecer los cadáveres de nuestros rivales, aunque algunos se desmembraban al contacto. Me tomó varias noches limpiar el desorden.

Consideré formar un nuevo clan, pero no me pareció justo esparcir de nuevo mi maldición, por más que creyera que haría un favor a un mortal en desgracia. Los conocimientos acerca de brebajes no me quedaban tan claros, así que tampoco supe cómo revertir el efecto de la toxina. En mi vida nocturna posterior, ya no quise trabajar en vigilancia porque ya tuve bastante violencia para toda una vida. Lo único que me quedó fue la prostitución. El semen me daba mucho placer pero no me nutría. Pero yo tampoco quise probar más la sangre, ni siquiera la de animales. Aprendí de nuevo a comer como una mortal, y si yo no fuese una vampiresa, habría engordado.

Me fui despidiendo de los influyentes de quienes tanto dependí, junto con mi clan, y aprendí a valerme por mí misma. Desempeñe diversos trabajos nocturnos, y pronto conocí a un mortal muy atractivo. Su nombre es Javier. Nos enamoramos, y una vez, después de hacerle la felación, le revelé mi secreto. El se horrorizó y se alejó por algún tiempo. Yo lo busqué, ya que la vida sin él perdió todo sentido. A veces, me esquivó y hasta me mandó al carajo, pero finalmente, decidió tener una conversación conmigo. En ese reencuentro, me dijo:

- Lo pensé bien, y sé que no ha sido tu culpa. Volveré contigo, si me prometes que no chuparás mi sangre.

- Lo juro. Es más, ya yo no la ingiero.

Me abrazó y me besó, y al llegar a su apartamento, nos hicimos el amor, la cual culminé bebiendo su semen. Le confesé:

- Tu esencia es la más sabrosa que yo haya probado. ¿Sabes por qué? Porque es la esencia de tu amor. ¡Te amo!

- Yo te amo a ti, a pesar de lo que hayas sido en el pasado.

Fuimos felices, aún a pesar de que nuestro tiempo juntos se redujo. El obtuvo un ascenso en su empleo y su horario se volvió diurno, pero yo nunca pude tolerar la luz diurna. Lo bueno fue que él se levantaba poco antes del amanecer, y eso nos daba tiempo para una breve pero intensa sesión sexual antes de que partiera hacia su oficina. Al llegar en las tardes o noches, yo lo esperaba para recibirlo, además de con su cena y un beso, con una mamada que nos revitalizaba a ambos por igual. Al menos, podíamos compartir los fines de semana, para ir juntos a fiestas, teatros, o simplemente, quedarnos en casa para una maratón sexual, durante las cuales, lo sentí como un clan de un solo hombre. Al pasar los años, yo dejé de eyacular sangre durante mis orgasmos, ni siquiera tuve menstruación, y ya no había peligro de que él se vampirizara si entraba en contacto con mis secreciones. Nunca tuvimos hijos. Javier comenzó a padecer condiciones propias de una edad avanzada. Yo envejecía a un ritmo menor, por mi naturaleza y porque comencé a experimentar con algunas pócimas. Sabía cómo reconstituir el elixir, pero no usé todos los ingredientes para no morir.

Al llegarle la edad para el retiro, poseíamos un pequeño terreno en el campo, alejados de la civilización y la tecnología. Ahora lo tenía a mi lado veinticuatro horas, pero la lucha constante contra mi instinto tenebroso me impedía ser feliz con él. Una vez, me vio cavando un gran foso en el jardín, y me preguntó:

- ¿Qué haces?

No supe responderle, para no mentirle. El se molestó, porque sospechó que yo volvería a las andadas. Me regañó y yo me sentí como una niña, pero nada dije. Sufrió un infarto fulminante y me sentí muy culpable. Lo que yo cavaba era una fosa en la cual ser enterrada, porque tomé la decisión de completar la fórmula para el veneno contra los vampiros, y suicidarme para devolverle su libertad. Ahora lo deposité en ella, preparé la poción, trabajando de noche y de día. Volví a la fosa, clavé mis dientes en su vesícula seminal, como dándome un trago para armarme de valor y apliqué el veneno en el puñal ceremonial con el cual tantos de los míos perecieron, y me lo hundí en el corazón. En mi agonía, arrastré tanta tierra sobre nuestros cuerpos como pude, y me acurruqué junto al último amor de mi vida para esperar el final.

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