Taking Control Ch. 01

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José descubre la infidelidad de su esposa y decide cambiar.
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Los tímidos rayos de un sol de primavera se filtraban a través de la ventana de la cocina y bañaban la mesa de madera sobre la que descansaba mi café. Llevaba cuatro meses viviendo solo en aquella casa y todo en ella me seguía pareciendo impersonal. Mi empresa me había ofrecido mucho dinero y un puesto directivo en España si accedía a pasar un año en una de sus filiales mexicanas. Era mi gran oportunidad y mi esposa, Sandra, me había animado a aceptar. Por supuesto ella no se vendría conmigo, su vida en Madrid era muy cómoda y no tenía ninguna intención de que eso cambiara. Sandra y yo nos habíamos conocido en la Facultad. Ella y sus amigas se relacionaban con mi grupo de amigos. Sandra era una joven atractiva, esbelta, con una bonita melena negra, ojos grandes, labios gruesos, un busto abundante y un culito prieto y respingón. Su bonita apariencia era ensombrecida por una forma de ser altiva y prepotente, que sin embargo contribuía a acrecentar su morbo. Sandra era ambiciosa, sabía lo que quería y supongo que en algún momento yo entré en sus planes. El caso es que nos hicimos novios al final de la carrera y nos casamos poco después. Sandra no había consentido en tener relaciones sexuales antes del matrimonio, pero después no fue mucho mejor. Me confesó que siendo su padre militar, su educación había sido muy estricta y conservadora y que no esperaba que el sexo jugase un papel importante dentro de nuestra relación. Yo sabía que era muy puritana, pero había pensado que tras el matrimonio estaría más tentada a disfrutar del sexo. Me equivoqué. La primera vez que hicimos el amor fue en nuestra luna de miel. Sandra no hacía más que quejarse de que mi pene era muy grande y le estaba haciendo daño. Tuve que sacárselo y ahí quedó todo. Después de ese episodio las cosas mejoraron un poco aunque Sandra seguía insistiendo en hacerlo con la luz apagada y tomaba una actitud totalmente pasiva. Fue cuando decidimos tener un hijo cuando Sandra puso más interés en el sexo, pero pasaban los meses y no se quedaba embarazada. Acudimos a un especialista y nos hicimos infinitas pruebas que determinaron que Sandra era estéril. Eso hizo que mi mujer perdiese el poco interés que tenía por el sexo y se refugiase en lo que más le interesaba, el trabajo y su ajetreada vida social. Yo también me volqué en el trabajo y pronto llegó esta oportunidad en México. Sandra se puso muy contenta, sus papás también y yo me sentí como si lo único que les interesara de mi era que me convirtiese en un próspero hombre de negocios.

Abandoné estos pensamientos, y sorbí el resto del café. Era hora de ir al trabajo. Dejé la taza sucia en el fregadero y cogiendo mi maletín, me dirigí hacia el garaje. Alli me esperaba la minivan negra que había comprado nada más llegar a México. Me subí a ella, arranqué y suavemente me incorporé a la tranquila calle de la urbanización. Diez minutos después avanzaba lentamente entre el intenso tráfico de la zona financiera de la ciudad.

Mi empresa ocupaba cinco plantas de un edificio de oficinas. La matriz española había creado esta filial para operar en el mercado méxicano y yo me encargaba ahora de la dirección de una de las secciones. Tenía a mi cargo un equipo de cinco personas compuesto por Isabel, que era la subdirectora y por cuatro ejecutivos: Jorge, Sara, Mónica y Raquel. Además estaban Susana y Lydia, que eran las secretarias de dirección y subdirección. Isabel era quien trabajaba más en contacto conmigo y a la vez era con quien mejor relación tenia. Era una mujer atractiva, alta, con el pelo negro azabache y los ojos oscuros. Tenía 32 años y estaba casada y sin hijos. Creo que ambos nos caímos bien desde el principio e Isabel me había ayudado mucho a integrarme con el resto del equipo. A los demás los veía menos, a excepción por supuesto de Susana, mi secretaria. Susana no había sido elección mia sino que la había heredado del director previo. Era la típica secretaria de película, 23 años, guapa, alta, rubia, sexy y con un cuerpo escultural que no dudaba en resaltar. Era inhumano tratar de concentrarse en el trabajo cuando ella entraba en el despacho y para colmo era una calientapollas de mucho cuidado. Aprovechaba la menor oportunidad que se le presentaba para dejarme entrever su sostén, el encaje de sus medias o en más de una ocasión sus braguitas. Al parecer, el hecho de que estuviese prometida y a punto de casarse con el hijo de un acaudalado empresario mexicano no era inconveniente para que nos tentase al resto de los mortales.

Pensando aún en Susana enfilé la rampa que conducía al parking privado de la empresa, en el subsuelo del edificio. Tenía mi propia plaza, asi que aparqué en ella la miniván y me dirigí hacia el ascensor. Una vez dentro pulsé el número 14 y miré mi reloj. Eran las 7:55 de la mañana. Me gustaba llegar alrededor de las 8 pues así tenía una hora antes de que llegasen el resto de los empleados y comenzase el bullicio. La única, a parte de mi que tenía libertad de horario era Isabel y de hecho solía llegar antes que yo con lo que muchas mañanas tomábamos una taza de café juntos antes de que llegasen los demás. Al salir del ascensor en el piso 14, había un rellano con una puerta de seguridad. Pulsé mi código y la puerta se abrió dejándome el paso libre. Las luces estaban encendidas lo que significaba que Isabel ya estaba allí, en su despacho. Ella y yo éramos los únicos que teníamos despacho. El resto trabajaban en cubículos, separados entre sí por paneles de madera y cristal. Me dirigí directamente a mi despacho, lo abrí, encendí las luces y colgué cuidadosamente mi abrigo en la percha que había junto a la puerta. Era un despacho amplio, con una mesa de trabajo grande y una mesita accesoria que soportaba el ordenador. Tras la mesa estaba mi cómoda silla y en frente había dos butacas para mis visitas. Un poco alejado, junto a una de las paredes había un sofá, muy adeacuado para echarse una siesta en días de intenso trabajo. Mientras conectaba el ordenador, eché una ojeada a través del ventanal que quedaba a mi espalda. Desde el piso 14 se dominaba buena parte de la ciudad y se evitaba el bullicio de las calles. Tenía varios correos electrónicos, uno de mi mujer, tres de negocios y otro de una tal Yoli. ¿Yoli? Cuando vi el “subject” el corazón me dio un vuelco. Decía “Tu mujer te engaña”. Piqué el mensaje lo más rápido que pude y comencé a leer, nervioso:

“Hola José. Soy Yoli, la compañera de trabajo de Sandra. Supongo que no es asunto mío pero siempre me has parecido un tio muy majo, además de un bombón y por otro lado, no aguanto a la pija prepotente de tu esposa. Así que supongo que te interesará saber que Sandra se lo monta con Germán. Ayer les pillé besándose dentro del coche de Germán, aunque ellos no me vieron. No creo que nadie en la oficina esté enterado pues estos cotilleos vuelan. Yo por mi parte no voy a comentarlo por respeto a ti, pero seguramente no tarde en descubrirse. Muchos besos. Yoli”.

Tardé en recuperarme del shock. No podía creerlo. Germán era el jefe de mi mujer. Tenía 42 años y estaba casado y con 3 hijos. Paloma, su esposa, era una mujer hermosa con la que yo había fantaseado en más de una ocasión, pero sus 40 años no podían competir con los 27 añitos de Sandra. Ahora entendía el reciente ascenso de Sandra. Se lo había ganado a base de polvos, los polvos que la muy puta no me echaba a mi. Me sentí tan mal que casi corrí al despacho de Isabel. Necesitaba desahogarme.

Isabel se sobresaltó al ver mi cara y salió de detrás de su mesa a mi encuentro.

-¿Qué te pasa José?

-Mi mujer me engaña, Isabel –solté a bocajarro.

Mi subdirectora se llevó la mano a la boca en un gesto de sorpresa, pero antes de decir nada me acomodó en el sofá y se sentó cerca de mi, en una butaca que hacia esquina con el sofá. Entonces dijo:

-Tranquilizate, estás muy alterado. Cuentame qué pasa. ¿Qué es eso de que tu mujer te engaña?.

Le conté lo que acababa de recibir. Ella se mostró condolida pero cauta.

-Vaya putada. Lo siento mucho. ¿Estás seguro de que la tal Yoli no te está mintiendo?

-Pudiera ser, aunque no lo creo.

-¿Y qué vas a hacer?

-Aún no lo sé, me ha pillado por sorpresa. Jamás lo hubiese esperado de Sandra.

-Tienes un concepto demasiado alto de las mujeres, José. Nos respetas mucho. Mira por ejemplo, sé que Susana no hace más que provocarte y tu no haces nada. Cualquiera en tu lugar ya le habría dicho algo. Ayer le oi burlándose con Mónica sobre la posibilidad de que fueses maricón.

-Pero yo soy un hombre casado y ella está a punto de casarse ¿Qué quieres que le diga?- dije visiblemente molesto con la sugerencia de mi homosexualidad- además tu sabes que Susana es una calientapollas, pero no me extrañaría que luego rechazase cualquier proposición. Al fin y al cabo tiene que cuidar su imagen. Faltan dos meses para su boda.

-¿Ves a lo que me refiero cuando digo que eres demasiado legal? A Susana no le importó mucho su imagen con tu predecesor

-¿Qué?¿Quieres decir que Susana se lo montaba con el anterior director? Pero ella ya salía con Octavio Fuentes...

-Pues claro, tonto. Pero el Sr. Gómez era un hombre muy atractivo, persuasivo y con pocos escrúpulos y muchas...

Isabel hizo una pausa, como arrepintiendose de lo que iba a decir, pero no me había pasado desapercibido cómo se había estremecido al hablar del antiguo director. ¿Habría caido también ella en sus garras? Decidí jugármela.

- Tu también caíste en sus redes ¿verdad?

Isabel enrojeció. Se dio cuenta de que había hablado más de la cuenta y trató de enmendarlo.

-¡Cómo se te ocurre pensar eso! Yo soy una mujer casada.

Pero ahora no iba a dejar que se escapase sin sacarle la verdad

-Venga Isabel, no te molestes en negarlo. Además ya lo sabía. Susana me lo dijo -mentí.

-¿Susana te lo dijo? –noté como Isabel se ponía nerviosa. Quizá había calculado mal. Quizá yo no era tan bueno e ingenuo como ella había pensado- La muy zorra, habíamos quedado que nos guardaríamos mutuamente el secreto

-Bueno, tu tampoco parece que lo has guardado muy bien. Pero dime Isabel, por qué. Por qué mujeres casadas como tu, como mi mujer engañan a sus maridos con sus jefes.

Isabel suspiró. Lo que se suponía era una conversación sobre la infidelidad de mi esposa se había convertido en una sobre la infidelidad de mi subdirectora. Y una vez desenmascarada Isabel parecía ansiosa por hablar, como si el secreto le quemase dentro.

-Te juro que yo no lo provoqué. Yo amaba a mi marido y a pesar de que el sexo entre nosotros era de lo más trivial, yo no conocía otra cosa y me sentía conforme con ello. Entonces llegó Luis, el Sr. Gómez y empezó a alagarme. Cada vez que entraba en su despacho a tratar con él no hacía más que decirme lo guapa que era, el cuerpazo que tenía. Yo le pedía que guardase las formas que eramos personas casadas. Pero el me contestaba que si su mujer tuviese mi cuerpo se la estaría follando todo el día. Yo le pedía que por favor no dijese esas cosas, pero el no me hacía caso y seguía haciendo comentarios sobre mis tetas, mi culo, mis piernas. Pero lo peor de todo es que sus palabras tenían un efecto en mi.

-¿Quieres decir que te excitabas con todo aquello?

Isabel enrojeció

-Cuando salía de su despacho tenía las bragas empapadas y corría al mío a masturbarme. Comencé a masturbarme como cuando era adolescente. Y lo peor no era eso, sino que no podía sacármelo de la cabeza. Cuando me masturbaba pensaba en él, cuando hacía el amor con mi marido pensaba en él y en cómo sería hacerlo con él. Entonces tenía orgasmos que nunca había tenido antes. Comencé a vestir más sexy para él, para que me admirase y me adulase....

Era obvio que el recordar aquellos sucesos estaba teniendo un efecto en Isabel. Su respiración estaba agitada y yo no estaba menos excitado que ella. Mi candidez me había hecho perder a mi esposa, pero ya era hora de espabilar. Con voz firme le dije:

-Espera Isabel, antes de que sigas quiero que te quites la falda. Quiero ver lo mojada que te has puesto recordando lo que pasó.

-¿Cómo? –dijo Isabel abriendo los ojos como platos.

-Ya me has oido. Quitate la falda.

-Oye José, no sé por quién me tomas. El hecho de que le haya sido infiel a mi marido no quiere decir que sea una puta, ni que me acueste con el primero que me lo pida. Te estoy contando esto como un amigo, pero veo que lo has malinterpretado. Ahora te pido que te vayas de mi despacho. Quiero pensar que esto se debe al shock que te ha supuesto lo de tu mujer.

Yo no me moví. En vez de eso dije:

-Mira Isabel, creo que no entiendes la situación. Te la voy a explicar de forma muy sencilla. O haces lo que te pido o tu marido se entera de tu aventurilla.

-No puedo creer que hables en serio. ¿Vas a delatarme? Creí que eras una buena persona.

-Bueno, tu misma me has dicho que no se puede ser tan bueno. Así que ahora voy a seguir tu consejo. Tu decides, o haces lo que te digo o te atienes a las consecuencias –dije lentamente mientras miraba fijamente a los ojos de Isabel.

Hubo un momento de silencio. Isabel mantuvo mi mirada. No vio duda en ella, sino determinación. Podía adivinar su lucha interna. Contuve la respiración esperando el desenlace. Entonces Isabel se levantó y con las manos temblorosas bajó la cremallera de su falda. La prenda cayó rápidamente sobre sus tobillos. No me había equivocado, sus bragas azul celeste estaban empapadas por la excitación. Admiré también sus perfectas piernas, enfundadas en medias de nylon negras desde sus muslos hasta sus hermosos pies, que descansaban sobre unas sandalias de tirillas negras y tacón bajo. Isabel se tapó rápidamente la entrepierna con sus manos y se quedó de pie, como hipnotizada, esperando mi reacción. Esta no se hizo esperar. Tenía que actuar con rapidez y seguridad.

-Aparta tus manos, quiero ver lo mojaditas que están tus bragas.

-No me humilles de esta forma José, te lo pido como amiga....

-No te lo voy a repetir Isabel. ¡Obedece!

Con lágrimas en los ojos, Isabel movio sus manos a ambos lados de su cuerpo.

-Vaya, Vaya, mira como te has puesto las braguitas. Eres una niña muy cochina y sucia. Qué pensaría tu marido si supiese cómo te mojas pensando en otro hombre. Pero después de todo, quizá le excite. Incluso puede que se masturbe pensando en cómo su ejemplar esposa se muestra desnuda ante su jefe.

Isabel seguía de pie, en silencio, delante de mi. Podía sentir su humillación, pero también sabía que estaba excitada.

-Sientate –le pedí-

-Por favor, José, acabemos con esto. Te lo suplico –dijo mientras se sentaba de nuevo en su butaca, justo a mi lado.

Yo no le hice caso.

-Sigue contándome lo que pasó con el Sr. Gómez.

Isabel suspiró pero siguió narrando, sus ojos perdidos, como reviviendo las escenas.

-Un fin de semana que mi marido estaba de viaje Luis se presentó en mi casa. No sé como consiguió la dirección. Yo me quedé helada al abrir la puerta y verle allí, con una sonrisa de oreja a oreja. Antes de que pudiese reaccionar me dijo que venía a follarme como la puta que era. Mi coño comenzó a chorrear al instante. Sabía que no iba a resistirme.

Isabel se reclinó en la butaca. Sus ojos estaban cerrados. Vi como la mancha de humedad en sus braguitas había crecido. Tomé su pierna derecha y la puse sobre mi regazo. Isabel abrió los ojos y me miró. Yo le indiqué que siguiese con la narración, mientras desabrochaba su sandalia y comenzaba a acariciar su pie, a través de las medias. Ella cerró de nuevo los ojos y continuó su relato.

-Luis se echó sobre mi allí mismo, con la puerta aún abierta y comenzó a besarme y sobarme por todo el cuerpo. Yo me dejaba hacer y colaboraba respondiendo a sus besos. Entonces, no sé cómo me encontré de rodillas ante él. Me pidió que le besase el paquete y yo lo hice. Besé su bulto a través de los pantalones. El acariciaba mi pelo y me llamaba “su perrilla” mientrás yo besaba y besaba su paquete. Me preguntó si quería ver su polla, acariciarla, mimarla...yo asentí. Entonces quiso saber si se la mamaba a mi marido. Le dije la verdad, que no, que siempre me había negado. Entonces me preguntó si quería mamarsela a él. Completamente humillada moví mi cabeza de arriba abajo asintiendo. El se rió y me dijo que era una verdadera zorra y que me iba a convertir en una experta chupapollas. Yo podía sentir mi entrepierna completamente empapada, mi coño ardía y mis pezones estaban tan duros que me dolían.

Mientras Isabel hablaba yo había comenzado a recorrer su pierna con mis manos, jugando con el borde superior de su media y masajeando deliberadamente el interior de sus muslos para volver suavemente a descender hasta su pie. Isabel no sólo no había protestado, sino que cada vez separaba más sus piernas, mostrandome ahora abiertamente sus mojadas bragas.

-Entonces Luis me pidió que se la sacara. Con un deseo que jamás había tenido bajé la cremallera de su pantalón y temblando por la excitación introduje mi mano y extraje su polla erecta. Era un poco más larga y gruesa que la de mi esposo y ardía en mi mano. Luis me agarró de los pelos y dirigió mi boca hacia ella ordenandome besarla. Yo obedecí y la besé hasta que él me mandó abrir la boca y comenzó a introducírmela. Yo nunca lo había hecho y le rocé con los dientes. El la sacó enseguida y me soltó un bofetón en la mejilla mientras me llamaba “puta inútil” y me advertía que como le volviese a morder me iba a azotar hasta dejarme las nalgas coloradas. No sé por qué pero eso me excitó muchísimo y sin que él me dijese nada comencé a chupar su polla como una posesa.

La respiración de Isabel era rápida y entrecortada. No cabía duda de que estaba cachondísima recordando su infidelidad. Delicadamente acaricié sus muslos y dejé que mi mano vagase por su ingle. Ella suspiró y siguió con su narración. Mi mano comenzó a moverse lentamente hacia su entrepierna, llevando con ella la mojada telilla de sus braguitas y dejando al descubierto su precioso sexo. Isabel estaba empapada, sus labios estaban abiertos e hinchados por la excitación y toda la longitud de su raja estaba cubierta por un espeso flujo. Su clítoris, engrosadísimo sobresalía entre sus labios y pedía a gritos que lo estimulasen. Su bello púbico no estaba rasurado, pero si bien cuidado y recortado. Delicadamente recorrí toda su raja con mis dedos. Isabel soltó un gemido de placer y se extremeció en el sillón mientras seguía relatándome los acontecimientos de hacía pocos meses.

-Luis me agarró del pelo y comenzó a forzar su polla dentro de mi garganta. Yo di varias arcadas y me asusté. Creí que me ahogaba. El me dijo que relajase la garganta que de una forma u otra me la iba a meter toda. Finalmente lo consiguió y me folló la cara como un loco. Yo estaba supercachonda sintiendo todo su rabo entrar y salir de mi boca. Me tuvo así durante varios minutos y entonces me anunció que se iba a correr pero que no quería que me tragase su semen sino que debía mantenerlo en la boca. Segundos después sacó su polla de mi garganta y comenzó a masturbarse junto a mi cara. Cuando estaba a punto de correrse me ordenó abrir la boca y descargó toda su leche dentro mientras me llamaba “puta chupapollas”. Yo retuve todo su semen como pude, pues era mucho y tuve que inflar los carrillos para no tragarlo. Entonces me pidió que me quitase la ropa. Ooooh! Siiii! Aggggg!

Mis manos acababan de tomar posesión del coño de Isabel. Al tiempo que acariciaba su clítoris habia insertado un dedo dentro de su mojado agujero. Mi excitada subdirectora no había podido reprimir un grito de placer. Rápidamente metí otros dos dedos dentro de su concha y comencé a follarla vigorosamente. Isabel interrumpió su narración y comenzó a animarme.

-¡Oh Dios!!Si!!Sí! Asi, así. No pares, no pares....necesito esto.

-Calla zorra y sigue contándome lo que pasó con Luis.

-Me...desnudé y él se burló viendo lo húmeda que estaba mi concha ....y lo tiesos que estaban mis pezones. Entonces comenzó a pellizcármelos y estirármelos causándome dolor pero también mucho placer. ¡Aaaaah! ¡Dios José, no puedo más me voy a correr!

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