Un día de "compras".

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Como un día de compras se volvió un día de sumisión y sexo.
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-¡Decidido! ¡Me voy de compras!

Midori, la compañera de habitación de Atsuko, se volvió hacia ella con cara de sorpresa.

-¿Seguro? ¿De verdad no te apetece esquiar hoy?

-Seguro. Ayer en Kicking Horse disfrute como una loca y hoy estoy un poco cansada, así que voy a tomarme el día de relax y compras.

-Tu misma-. Contestó Midori acabando de ponerse los pantalones de esquiar. - Al menos bajarás a desayunar conmigo, ¿no?

-Claro, que si-. Respondió mientras se quitaba la ropa de esquiar y se ponía un chandal.- Dame un segundo nada más.

Unos minutos después, aún parloteando, tomaron el ascensor para bajar al restaurante del hotel en el que estaban hospedadas. Aquel viaje de esquí a Banff había sido el regalo que Atsuko y Midori se habían hecho tras varios años sin vacaciones. Dos semanas en una de las más famosas zonas de esquí de las Rocosas... que ya llegaban a su fin.

Al salir del ascensor, Atsuko lo vió, estaba hablando con la recepcionista del hotel, una chica alta y rubia de intensos ojos azules, que le sonreía, a Atsuko le caía muy bien porque era muy simpática, pero en aquel instante la odió.

Era un hombre alto, fuerte, siempre sonriendo, pelo negro y rizado, tan diferente de un japonés... Un gaijín (diablo extranjero en japonés) que siempre las saludaba amablemente aunque nunca habían llegado a coincidir más que unos segundos... lo suficiente como para que Atsuko pensase que era una pena marcharse sin haberlo conocido un poco más. Siempre que se cruzaban, él les cedía el paso, algo que a ellas les hacía mucha gracia, ya que en Japón son las mujeres quienes ceden el paso a los varones.

-Me lo comería-. Dijo Midori con una risita.

-Lo dejaría que me comiese-. Contestó Atsuko, tapándose la boca al reírse.

Las dos amigas se identificaron a la recepcionista del restaurante y se sirvieron un buen desayuno del buffet.

Tras desayunar, subieron de nuevo a la habitación, se limpiaron los dientes y Midori se puso las botas de esquí, el anorak y colgándose la mochila de un hombro se despidió de su amiga.

-¡No hagas nada que yo no haría!

¡-Desde luego que... no te prometo nada!-Se rió Atsuko-. Creo que voy a bajar al gimnasio y a meterme un ratito en el jacuzzi hasta que abran las tiendas.

-OK, hasta las siete entonces.

Atsuko, recogió un poco la habitación, se puso el bikini (ya les habían avisado en la agencia de viaje que en el hotel había jacuzzy, gimnasio y sauna a disposición de los clientes), volvió a ponerse el chandal, agarró una toalla y tras echarse una ojeada en el espejo salió de la habitación.

A sus treinta y pocos años, Atsuko parecía mucho más joven. Estaba en buena forma física, ya que iba al gimnasio tres veces a la semana y salía a caminar cada fin de semana que podía. Se cuidaba en las comidas, casi no bebía alcohol y no fumaba y eso se reflejaba en su cuerpo, fibroso pero con curvas, medía poco más del metro cincuenta y pesaba unos cuarenta y dos o cuarenta y tres kilos. Además tenía una cara preciosa. Dedicada totalmente a su trabajo para una multinacional americana desde que había acabado la universidad, no se había casado aunque no le habían faltado pretendientes. Pero el hombre de su vida aún no había aparecido.

El gimnasio estaba vacío a esa hora y Atsuko se puso los auriculares de su MP3, subió a la bicicleta y se puso a pedalear. Al poco, rompió a sudar y se quitó la chaqueta del chandal, al posarla en el banco junto a la pared, la puerta se abrió. Una ligera corriente de aire hizo que se le erizase la piel. El entró. Y la respiración de Atsuko se volvió entrecortada. No se lo esperaba allí, se suponía que tenía que estar esquiando... Bueno, también ella. El sonrió y la saludo inclinándose como un japonés a la vez que decía con un aceptable acento "konichi-wa".

-Konichi wa-. respondió Atsuko, inclinándose también y dándose cuenta de que le estaba mostrando sus pechos, solo cubiertos por un minúsculo bikini, más de lo decentemente correcto.

-No hablo japonés,- continuó el hombre- solo se saludar y cuatro palabras más. ¿Te importa si seguimos hablando en inglés?

<< Hmmm. ¿Qué contesto ahora? >> Se preguntó Atsuko. << Si hago como que no le entiendo, es un adiós definitivo, pero si le contesto que si, igual estoy dándole pie a ir más lejos...>> -Desde luego. Podemos hablar en inglés. - dijo nerviosa.

-Me llamo Daniel. Encantado de conocerte.

-Me llamo Atsuko. Es un placer-. Gracias Dios, el trabajar en una empresa americana la había acostumbrado al trato directo de los occidentales, que muchas veces para los japoneses rayaba en la descortesía. Sin embargo Daniel no había hecho el ademán de darle la mano y había vuelto a inclinarse. Ella lo imitó. -Saludas como un japonés.

-Hace años practique artes marciales japonesas y ahí aprendí a saludar a la japonesa. ¿No esquías hoy? - Dijo Daniel mientras se dirigía a la bicicleta que estaba junto a la de ella.

-No, estoy pensando en ir de compras. ¿Y tú?

-Más o menos lo mismo. Hoy es mi último día en Banff y quiero comprar algún detalle para la familia y algún recuerdo para mí. Si te apetece, podríamos ir juntos.

-Hmmm. No se...

-Seguro que lo pasamos bien, piénsalo un poco... y dime que si, por favor.- Su sonrisa podía derretir las nieves invernales del Fujiyama.

Ver a Daniel pedaleando a su lado con solo una camiseta de atletismo y un pantalón corto, hizo a Atsuko sentir más intensamente su masculinidad aunque disimuló acelerando el ritmo de las pedaladas.

-Ya es bastante para hoy,- comentó mientras se quitaba el pantalón y se acercaba a la ducha junto al jacuzzy- una ducha me sentará bien.

-Enseguida te acompaño. Solo quería soltar las piernas, estaban un poco agarrotadas tras casi dos semanas de esquí.

Daniel no perdía detalle de los movimientos de Atsuko. Su bikini de color marfíl casi no se destacaba de su piel y la sensación de desnudez era intensa. Al contacto con el agua de la ducha, esa sensación se incrementó y se le endurecieron los pezones, marcándose en la fina licra. Daniel se quitó la camiseta y entró en la ducha.

Atsuko sonrió nerviosa y el le dijo suavemente:

-¿Quieres que te enjabone la espalda?

-Por favor- dijo con voz entrecortada bajando la mirada.

Era un hombre muy fuerte, medía cerca de un metro ochenta, de músculos trabajados y aunque ya no era joven, ya que rondaría los cuarenta, se movía con gracia y elasticidad felina. Masculino, era la palabra que mejor lo definía.

-No será una molestia, al contrario, será un placer.-Contestó aceptando la repuesta por donde más le interesaba. Tomó un poco de jabón del dispensador y comenzando a frotarle la espalda suavemente.

Atsuko sintió las manos de Daniel recorriendo su espalda y se dio cuenta de que estaba deseándolo desde que se habían cruzado en el ascensor. Ronroneando como una gatita, se dejó hacer y cuando vio que las manos de Daniel no se salían de los límites de su espalda comenzó a darse la vuelta despacio, tomó un poco de jabón ella también y aún con la mirada baja, le puso las manos en el pecho. La reacción fue instantánea. El pantalón de deporte de Daniel se tensó de forma inequívoca y Atsuko se dio cuenta de que ya no había vuelta atrás... ni quería que la hubiese.

Daniel tomó sus pequeñas manos en una de las suyas y se las levantó por encima de la cabeza, haciendo que sus pechos se destacaran aún más, y con la otra mano le subió la barbilla y comenzó a besarle los labios suavemente, sin prisa, sin dejarla moverse, como si estuviese atada.

-Te deseo desde el primer momento en que te vi. Y llevo esperando encontrarte a solas desde entonces-. Le susurro al oído.- Voy a hacerte el amor aquí y ahora.

-Si.

Las manos de Daniel acariciaban puntos cada vez más sensibles del cuerpo de Atsuko y su lengua se adentraba cada vez más en su boca entreabierta. Estaba totalmente entregada a ese hombre. Su naturaleza sumisa y su educación en una sociedad en la que el hombre es dominante, la estaba llevando mucho más allá de lo que creía sus límites, pero se estaba dando cuenta de que en realidad era a donde ella quería ir.

La parte de arriba del bikini ya estaba totalmente abierta, y en los nacarados pechos de Atsuko, duros como piedras, se marcaban los pezones rosáceos, invitantes, deliciosos, hechos para ser chupados. Las parte de abajo del bikini cayó al suelo un instante después, junto al pantalón de Daniel. Un miembro grande, duro, venoso, casi delante de su cara, asustó un poco a Atsuko, pero las caricias de Daniel la ponían tan caliente que ya estaba deseando sentirlo dentro. El se agachó y metiendo la cabeza entre sus piernas comenzó a pasarle la lengua por la rajita, rosada, salada, húmeda... hasta que tocó el punto central del placer, tomando el clítoris entre los labios, acariciándolo suavemente con la lengua hasta que ella comenzó a arquearse de placer y a hacer ruiditos como si estuviese sollozando cada vez más rápido hasta que se convirtió en un gemido de placer.

Cuando notó que ella se había corrido, Daniel, que ya no podía esperar más, se levantó y la penetró, puso sus fuertes manos en su turgente culo y levantándola con facilidad la folló contra la pared de la ducha mientras ella gemía y volvía a correrse una vez más sintiendo la leche de él saliendo a borbotones dentro de su dilatado coñito. Unos cuantos envites más y la lánguida relajación que sobreviene al coito se apoderó de ambos. Daniel se salió despacio de la húmeda gruta, la besó en los labios y le dijo:

-Vamos a mi habitación a seguir con la fiesta.

Dócilmente, Atsuko, le dejó que le pusiera la toalla alrededor de la cadera, que le colocara el sujetador del bikini y lo miró cuando él se cubrió también con una toalla y recogió del suelo de la ducha los pantalones y las braguitas.

Volvió a besarla suavemente y haciéndola juntar las palmas de las manos frente a ella, la tomó con el puño por ambos pulgares, como si fuese una prisionera o el trofeo de un conquistador.

-Aún nos queda un rato hasta que abran las tiendas y quiero aprovecharlo.

Sintiendo como la esencia de Daniel le corría por entre los muslos, lo siguió con la sensación de que nunca en su vida había estado más indefensa y más segura que ahora.

-Si, Daniel-san.

Con la ropa de ambos en una mano y las manos de Atsuko en la otra, Daniel se dirigió al ascensor. Hacían una extraña pareja. Una hermosa japonesita y un atlético occidental una cabeza más alto que ella ambos casi desnudos. Atsuko parecía la delicada prisionera de un guerrero bárbaro. Y aunque llevaba baja la cabeza por el miedo a cruzarse con alguien en los pasillos, se sentía felíz. Había soñado muchas veces con algo así y ahora veía sus más íntimos sueños cumplidos con creces.

Salieron del ascensor y se dirigieron a la habitación de Daniel. Al llegar, se cruzaron con la camarera de piso que acababa de limpiarla y se quedó mirándolos con la boca abierta. Daniel le sonrió, Atsuko se sonrojó y bajó aún más la cabeza y ambos entraron.

Era una habitación individual, un poco más espaciosa que la de Atsuko y Midori.

Daniel la dirigió al centro de la habitación, a los pies de la cama y volviendo a levantarle le barbilla, la beso levemente en los labios. Sin soltarle las manos, le quitó la toalla y el bikini, soltó su toalla y ambos quedaron desnudos. El dominándola con su estatura y corpulencia, mirándola arrobado ante la fresca hermosura de la mujer que tenía delante.

-Atsuko-san, ahora tienes que tomar una decisión: sexo estandar o ser mi escalava sexual por un día.

Atsuko solo dudó un segundo antes de responder:

-Hoy seré tu esclava sexual.

-¿Atsuko-san, vas a entregarte a mi sin restricciones?

-Si, Daniel-san.

-Serás mi esclava por un día. ¿Estás segura?

-Hai!

-Hoy te haré sentirte más mujer que nunca! Cierra los ojos...

Atsuko obedeció y cuando el le soltó las manos, tuvo una sensación de pérdida, pronto sustituida por una expectación enorme. Oyó como abría el armario, como volvía a acercarse a ella y la suave caricia de la seda en su piel cuando el le vendó los ojos y le ató las manos con un par de foulards. Esto la intrigó... ¿Pañuelos de seda? Cedió dócilmente cuando el la empujó hacia la cama y la mandó ponerse a cuatro patas sobre ella. Otros dos pañuelos ataron sus pies, separando sus piernas un poco más y dejándola totalmente expuesta. A través de la venda de los ojos, distinguió el flash de una cámara de fotos. << Oh, Dios mío... >> pensó.

- No te preocupes, serán solo para mis ojos.

Ella no se atrevió a contestar, se sentía expuesta, muy puta, muy caliente, muy deseada...

Y el comenzó a acariciarla otra vez. Explorando cada rincón de su cuerpo, enervándola aún más si cabe, haciéndola volver a desear a ese hombre dentro de ella.

-Fóllame-. Se atrevió a decir.

-Shhh-. Susurró suavemente junto a su cuello.- Déjate hacer, pequeña. Ya se lo que quieres, pero yo marcaré el ritmo.

-Daniel-san, por favor...

-Shhh- volvió a decir él.

Y la mano que en esos momentos estaba acariciando su culo, la azotó, suave pero firmemente. Atsuko se sorprendió, pero no se movió.

-Así me gusta, que seas disciplinada.- Y volvió a azotarla en la otra nalga.

Las caricias y los azotes fueron alternándose, el culito de Atsuko fue tomando un precioso color rosado, sus pechos colgaban y temblaban a cada nalgada, su coñito estaba totalmente húmedo. Atsuko gemía, esa mezcla de placer y dolor la estaba volviendo loca, quería más. Mucho más.

-Más fuerte, Daniel-san, por favor, pégale a esta indigna esclava más fuerte.

-Si mi niña. Te complaceré en eso-. Dijo él, y tomando el cinturón del armario, siguió azotando el hermoso culo que se le ofrecía completamente. Cada pocas nalgadas ella veía el resplandor del flash de la cámara.- Ya estás lista.- Dijo al cabo de un rato.- Veamos ahora que sabe hacer esa preciosa boquita.

Y poniéndose ante ella, le puso el miembro tocando los labios. Ella comenzó a introducírselo en la boca, a recorrer el enorme glande con la lengua y a succionar suavemente, haciendo que Daniel se estremeciera de placer, hasta el punto que tuvo que ejercer todo el autodominio del que era capaz para no correrse en la boquita que tan bien se lo estaba mamando.

Acariciándole el cuello, se la sacó de la boquita y besando toda su espalda volvió a ponerse tras ella, penetrándola de nuevo de un solo movimiento y haciéndola gritar. Atsuko se sintió empalada por aquel miembro que notaba hasta el fondo de su raja y cuando el comenzó a frotarle suavemente el ano con un dedo mojado en saliva, no pudo aguantarse más y como si hubiesen abierto las compuertas de un pantano, comenzó a tener orgasmo tras orgasmo a la vez que Daniel volvía a llenarla de leche y se desplomaba sobre ella ahíto de placer.

-Ha sido... maravilloso, Atsuko-san-. Dijo mientras comenzaba a desatarla.- Pero no acaba aquí. Ahora iremos de compras, a comer y luego volveremos aquí. Aún me quedan unos cuantos caprichos que satisfacer con tu hermoso cuerpo antes de que nos separemos. Vamos a darnos una ducha rápida y luego pasaremos por tu habitación. Quiero escoger la ropa que llevarás hoy.

-Si, Daniel-san.- Dijo bajando otra vez la cabeza en gesto de sumisión, y sonriendo en su interior. Había sido la sesión de sexo más intensa de toda su vida.

Tras darse una ducha, con Atsuko desnuda arrodillada al estilo japones mirándolo, Daniel se vistió. Boxer, un pantalón y una camiseta de color negro y un anorak. Unas zapatillas de treking completaron su vestimenta y en un par de minutos estuvo listo.

-Vamos preciosa. Quiero ver que ropas tienes.- dijo poniéndole el anorak por los hombros y cerrando la cremallera con los brazos de ella dentro. Le llegaba más debajo de la mitad del muslo, con lo que estaba completamente cubierta en su desnudez.

Cogió las mangas y ella le siguió así ataviada por los pasillos del hotel.

-¿Qué número de habitación?

-317 - contestó Atsuko.

-¡Vamos!

Tomaron el ascensor sin encontrarse con nadie y bajaron en la planta tercera. Daniel, sin dudar, siguió pasillo adelante hasta llegar a la puerta de la habitación. Sacó la llave-tarjeta del bolsillo del pantalón de la chica, abrió y le cedió el paso con una sonrisa.

-Como si fuese tu casa- le dijo.

Entró tras ella, cerró la puerta y le abrió la cremallera del anorak.

-Preciosa. Eres preciosa. Abre el armario. Prefiero falda si tienes, blusa que se abra por delante. Sin ropa interior en cualquier caso.

- Si, Daniel-san.- <<¡Dios mío! ¡Estoy comportándome como una verdadera esclava suya y estoy disfrutando locamente de ser su zorra!>>

Una blusa blanca bastante transparente, una faldita negra que tomo prestada a Midori, una par de medias de lana que llegaban justo por debajo de la faldita y un anorak. Se puso un par de botas de descanso y estuvo lista.

-Estoy lista mi Señor.

-Preciosa-. Insistió.- Vamos.

Agarrados de la mano salieron del hotel haciendo caso omiso de los cuchicheos de los empleados de recepción (-Creo que la camarera de piso ya ha pasado por aquí- susurró Daniel) y tomaron el camino hacia la calle principal.

Recorrieron todas las tiendas de la ciudad, compraron sombreros de cowboy, hachas y pipas de la paz hechas a mano por los indios, osos pescando salmones tallados en el hermoso marmol blanco de Las Rocosas, sirope de arce, Daniel compró un libro de recetas de cocinas de los principales restaurantes de las rocosas... paseando como una pareja de enamorados cualquiera y cuando ya se acercaban a la una, decidieron que era hora de ir a comer.

Fueron a The Keg y Daniel pidió una mesa para dos, encargó Champiñones Neptuno para compartir, un Solomillo Teriyaki poco hecho para el y al decir ella que prefería pescado, encargó un Seafood Club Wrap para Atsuko y pidió un par de copas de vino mientras esperaban en el bar. Atsuko se dejo llevar...

Comieron cada uno del tenedor del otro, rieron y se tocaron bajo la mesa, haciendo sonreir a los pocos clientes que había al medio día.

Cuando acabaron, fueron al hotel, dejaron las cosas que habían comprado en recepción y salieron otra vez a comprar.

-Ahora toca comprar algo de ropa, preciosa.

Y se dirigieron otra vez a Banff Avenue.

La primera tienda en la que entraron fue una de lencería y fue él quien pidió a la dependienta un juego de sujetador y tanga negros casi transparentes, unas medias y un liguero. Tomándola de la mano, Daniel se metió en el probador con ella, y tras cerrar la cortina, comenzó a desvestirla. Una vez completamente desnuda, le puso una a una todas las prendas, se recreó mirándola y volviendo a desnudarla entreabrió la cortina y pidió a la dependienta otro juego más. Esta vez rojo. Volvió a probárselo tras decidir que también le gustaba, comenzó a desnudarla de nuevo. Cuando estaba bajandole las braguitas, comenzó a lamerle la rajita mientras acariciaba sus piernas, culito y pechos hasta que la hizo correrse. Luego la vistió de nuevo, salieron del probador, pagó y salieron riendo de la tienda dejando a la dependienta con cara de asombro.

La siguiente parada fue en una tienda de ropa de esquí. Daniel llevó al probador un par de pantalones y por supuesto le pidió a Atsuko que entrase con él.

-Quiero que me la chupes, aquí y ahora.

Sin dudar, ella se arrodilló ante él y comenzó a quitarle el pantalón y el boxer. Tomó en la boca otra vez el aparato de Daniel y empezó a chupar, lamer, mordisquear... hasta que Daniel se derramó en su boca, siguió chupando hasta que lo dejó perfectamente limpio, lo miró a los ojos y sonrió.

-¡Sabes muy bien! Le dijo mientras lo ayudaba a probarse los pantalones.

Daniel pago los pantalones, ya que se llevó ambos, y salieron de la tienda de la mano.

El resto de las compras fueron un poco más convencionales, aunque en cada una de las tiendas Daniel entró en el probador con Atsuko o la hizo entrar con él.

-Ya son las cinco, preciosa. Hora de volver al hotel.

Solo de oirlo, Atsuko sintió que las piernas le flaqueaban, que su coñito se ponía húmedo y que sus pezones se ponían erectos y duros como piedras.

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