10:30 Doña Puri

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10:30 Doña Puri dispone el pase de ropa íntima.
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Doña Purificación del Rameral, mientras tanto, prepara muy nerviosa la casa para el esperado evento del pase de lencería. Casi a la misma hora en que Ramón recoge a doña Lourdes, doña Puri se sienta a terminar de vestirse delante del espejo de su tocador. Ha habido pelea entre señoras para acudir a la susodicha sesión, y la situación es complicada.

Doña Purificación del Rameral está locamente enamorada de Ramón.

Cuando piensa en Ramón, doña Purificación se enfebrece. El pecho se le llena de una infinita sensación de nostalgia. El corazón se colma de dulce añoranza, tierno amor y apasionado deseo. Las orejas viran hacia un bermellón a juego con el carmín de los labios y los mofletes se le colorean como a una muñeca pepona. Transpira por los sobacos y por todo el perímetro de las tetas, hasta que le escurren goterones que le manchan la lencería. Tripas abajo, entre las ingles, todo se le tensa en hinchazón. No es que moje, sino que pringa las bragas de una pasta densa y espesa, tan olorosa, que habiendo varones cerca, vuelven la cabeza sin saber porqué. Y ella sufre esta transmutación con un arrobo y una mirada de loco embeleso, que cuando está entre amigas las hace temer si le pasa algo. Lo suyo es un enamoramiento romántico de corazón al estilo de las viejas novelas, y no como el de tanta vieja viciosa. Raramente evoca conscientemente su miembro viril, una imagen que quizás se queda como antorcha encendiendo la retaguardia de sus emociones, lo que alumbra en su imaginación viene satinado por el amor, la devoción y el apego.

Cuando Ramón la coge, cuando le restriega con su dura verga el interior de su vientre, le da más placer la circunstancia que el acto, lo que vive que lo que siente embestir sus entrañas. Lo que pone de verdad a la Puri es verle la cara cuando la goza a ella, la expresión de placer, esa sonrisa con un punto de canalla, cuando usa de su cuerpo, o se deja hacer todo lo que ella le hace para darle contentamiento. Esa confirmación de que está dando satisfacción a su idolatrado macho es lo que la hace sentir como mujer.

El sonido de un gemido de su hombre le hace vibrar toda la piel y la excita más que las sensaciones de la penetración en el coño. Las reverberaciones graves de un gruñido de satisfacción del macho la atraviesan el alma y el cuerpo haciéndola trepidar el bajo vientre. Verle afanarse en su cuerpo a través de algún espejo, observar el oleaje de ubres que provocan sus recios embates, y escucharle jadear en la faena, le provoca éxtasis.

Cuando le habla movido por la pasión con términos primitivos y soeces y le llama "zorra", o "puta, muévete!", esas palabras la explotan en la cabeza y la ponen salvajemente cachonda, tanto da si la folla o la mira o la estuviera abofeteando, con tal de que se dirija a ella con tal arrojo y apasionamiento.

Oírle bramar como un gorrino cuando se corre y la inunda de su leche la lleva a un paroxismo imparable de orgasmos. No digamos si la nombra por su nombre,...

"Ahh! Puri, so guarra, que bien me lo haces, ah!"

... es el no va más, alcanza el éxtasis!

Y es que para doña Purificación del Rameral, Ramón es algo así como su primer y gran amor.

De sardina, en el colegio, muy pronto se le empezaron a desarrollar esas enormes tetas, y cuando sus compañeras apenas apuntaban unas almendritas, ella ya tenía unas ubres que eran la envidia de muchas mamás. Los chicos se peleaban por tocárselas, y ella, de natural generoso, accedía a ello, y buscaba algún rincón apartado por ejemplo del parque cercano a la escuela, para que, a solas o en grupo, los chicos se pudieran dar el gusto, y como ya de niños se les ponía dura al hacerlo, la cosa terminaba muchas veces a pajas y la falda de la Puri unos zorros, y con el tiempo la Puri aprendió a meneársela y a chupársela y a tragarse todo el esperma, mucho más limpio.

Sin embargo, cuando llegó la plena adolescencia, y todos y todas empezaron a echarse novios, ningún chico quería a la Puri. Ya la habían toqueteado todos, y además, a ver quién es el guapo que se va acompañando al cine del barrio a semejante escándalo de melones, que hay que andar retando la mirada lujuriosa de los demás chicos a cada paso, amén de groserías, y no es cosa de acabar a guantazos cada sábado y un ojo a la funerala cada dos.

Por eso la Puri empezó a ser víctima fácil de hombres maduros libidinosos, muchos de ellos casados, que la llevaban a lugares impensables para sus compañeritas, por ejemplo a la fantástica montaña rusa que estaba en la ciudad vecina y había que ir en coche. Pero estos hombres, una vez satisfecha su ansia, su capricho por la pibita tetona, la dejaban tras un par de polvos y en algunos casos tras una mamada de urgencia en el coche aparcado en una cuneta.

En esto que conoció a su marido actual. Este hombre padecía de impotencia. La casualidad quiso que la tuviera que acompañar en coche a un mandado, y durante todo el viaje al hombre se le disparó una erección tremenda como nunca había experimentado antes. No por malicia, sino que aquel día hacía mucho calor, y la Puri se había puesto una camisa de tirantas con el escote algo pasado. Él hacía todo lo posible por mantener la vista en la carretera, y no se le fuera al par de tremendas tetas que tanto le habían impresionado al inclinarse la Puri para entrar al coche y que ahora bamboleaban alegremente a su lado. Pero con cada bache, cada curva y cada vibración del coche aquellas masas se movían de forma a cual más provocadora, y no podía evitar que le entraran por el rabillo del ojo. Y se produjo el milagro. Se le puso dura como una piedra. Salió con ella varias veces, y aunque mantuvieron unos encuentros muy formales y educados, y no pasaron más allá de un besito, se le repetía la erección. Así que ante semejante portento, al cabo del mes ya la pedía en boda.

La noche de bodas, una boda durante la cual el hombre caminaba con dificultades por la tiesura en los calzones, la erección le duró hasta el momento en que la Puri dejó caer el sujetador. Roto el misterio, roto el morbo, el pobre hombre volvió a su impotencia habitual. Y desde entonces.

Nunca cumplió con su esposa. Y ella se volvió una señora histérica, coqueta y provocadora, cuyo único placer era relamerse imaginando las fogosidades que causaba en los hombres a su paso. Después, la primera vez que se la clavaron a la señora Purificación fue cuando Ramón se la embutió en la boca durante la cena de negocios en el restaurante. Y desde aquella fecha se volvió su apasionada esclava y trabaja fervorosamente para él con sus pases comerciales de lencería y él se la tira de cuando en cuando. Así Ramón es lo más parecido a un novio que tuvo nunca y anda loquita por él y sueña con él noche y día.

Doña Puri, que es muy devota, tiene a su confesor matado a pajas. Le cuenta muy bajito estas fantasías pecaminosas que la acosan día y noche, en susurros para que nadie la oiga, pegada a la celosía del confesionario, encendiendo al cura con la voz temblorosa de lujuria con que lo cuenta, y con las hermosuras de tetas con sus carnes trémulas desbordando el escote que se pueden ver a través a la rejilla, y las demás beatas deben a veces volver al otro día, pues tras marcharse la Puri, el señor cura debe partir de urgencia a buscar alivio a solas en la sacristía, o cambiarse de pantalones si no consigue contener la corrida, o a volver con una fregona si se ha estado pajeando durante la santa confesión de doña Purificación.

No es menor la pasión que la Martirio, andaluza de pura cepa, siente por Ramón que la de Puri. Y todo lo pone en coplilla.

"Ay Puri, embrujá por su querer!" - le cuenta la Martirio Isabel a la Purificación cada vez que puede - "Ando media loca, embrujá por su querer, tengo en carne viva por su culpa el corazón. Es mi delirio y el arroyo de mi sé, cielo y pan moreno, pa mi ansia de pasión"

"Su amor con fe yo venero, por él no sé lo que haría, su amor pa mi e lo primero, ay yo le quiero, yo le quiero, vida mía"

"Por él ardo en vivo fuego"

"Por él pierdo hasta el sosiego"

"Por él vivo enamorá"

"Y por él adema yo soy capá de pedí limosna, de matarme y de matá. De pedí limosna, de matarme y de matá, fíjate lo que te digo, Puri. Lloro a cada paso, sin poderme controlar, voy y vengo ciega si se aleja él de mi. Tengo en el sentío que me va a abandona, y eso ni durmiendo yo lo puedo resistir"

"Su amor me da calentura, su amor es cruz y alegría, su amor es sol y negrura. Hay que locura"

"Qué locura vida mía"

"Qué locura, que locura vida mía."

Y a la Purificación, que le pasa más o menos igual, se le saltan las lágrimas cuando la Martirio le cuenta el mucho sufrir de su enamoramiento.

Cómo la Martirio Isabel tiene posibles, pues su marido, ahora en la cárcel por pertenencia al hampa, la ha dejado forrada de plata, soborna de su bolsillo a una de las empleadas de Mimí para que le sople los viajes de negocios de Ramón, y luego le sigue y persigue por los hoteles del mundo, aunque a Ramón, que nunca le falta donde mojar ni darse el gusto de catar todas las variedades de ganado femenino local allá donde va, pero al que le agrada ir más bien sobrado que falto de servicio en los viajes en lo que atañe a las necesidades de la entrepierna, dada su fogosidad inagotable, y siempre se hace acompañar cuando menos de la secretaria de Mimí, la Conchita, y a veces de alguna otra empleada, como premio por sus méritos, es decir la que le sale de la minga a Ramón, si no es que arrastra también alguna amante de turno, o pretendiente de serlo, pero aún así la Martirio Isabel les sigue también, sobre todo si se necesitan idiomas, que ella habla francés, buscando la oportunidad de compartir con ellas al menos la dicha de algún rato de juegos de cama en escabrosa bacanal, que es como terminan muchas cenas en los viajes, bien regadas de vinos, y si se tercia, ay virgensita, el señor lo quiera, ser blanco de los ardores del muchacho.

Es que Ramón, que ya se ha convertido además de un guapo mozo en un galán pollo pera, pues en casa de Mimí ha aprendido mucho de las clientas de alta clase, y ya viste y calza con mucha prestancia y garbo, disfruta ahora mucho seduciendo en ambientes inexplorados, donde no le preceda ni su fama de amante ni la de sus atributos, embaucar con la mirada, hechizarlas con la sonrisa, corromper con la conversación.

Y va para maestro, que en una noche se puede levantar a varias, y lo mejor, que acepten estar juntas y compartirlo, que se le entreguen y se le abran de piernas ofreciendo felpudo y coño, y es más, ponerlas a rivalizar por él en competencia por ver quién se lo enfunda, y todo esto sin saber idiomas, que ese cuerpazo de metro ochenta, ese pelo moreno y esos ojos negros de mirada chisposa entran por los ojos y le habla a todas directamente en el idioma que entienden sus entrepiernas.

"Ay, señor!" - la Puri se encandila cuando la Martirio Isabel le habla de estas orgías - "Ahora mismo se me pusieron los pezones duros acariciados por el nailon"

La Puri se maquilla vistiendo un picardías verde muy transparente con el que salió de la cama, y como de costumbre, de un modelo de por sí escueto y dos tallas menor de lo que sería necesario para contenerle sus monumentales ubres, que se le salen por arriba, por los lados o por donde se mire. Nadie la ve, pero cuando la fermentan los humores entre los muslos se compone como para calendario de camioneros y la imaginación le lleva hirviendo toda la noche con el evento de hoy. Exhibe unas domingas enormes, grandiosas, dos globos redondos de gran corpulencia, unas moles copiosas en demasía que caen hasta el ombligo ahora que les falta el armazón del sujetador, y que se ven adornadas por unos pitones rosa, casi bermellón, muy recios. Está pintándose en el vestidor, que ya se acerca la hora. Esas tetas le oscilan como la marea el mar, tiemblan y se menean sus volúmenes mientras hace cualquier movimiento, se peina o se acicala.

Está de los nervios y apenas se contiene para mantener calmada la voz. La Glenis, su empleada del hogar, a la que ha mandado a por pastitas, se marchó hace una hora y no ha vuelto.

Una jornada tan bien planificada, que en las últimas horas se va tornando en terriblemente embrollada. Así que se le aturullan las ideas y las palabras.

Por si fuera poca la ansiedad que tiene por ver a Ramón,

"Que lleva dos meses ignorándome, a mí, que tanto le entrego y tanto le necesito"

... por si fuera poca la zozobra que le domina por saber si hoy le cautivará y acabará con el cuerpo y el coño gozoso y el corazón contento, o al contrario, quemada por los celos en un ataque de cuernos, negra como en las últimas dos sesiones,...

"Que el cabrón se folló a las otras dos clientas repudiándome a mí, y haciéndome de menos"

... por si fueran pocos los nervios de organizar la casa para la sesión,...

"Con el imbécil de mi marido todavía merodeando sin largarse a la oficina, jodiendo como siempre menos donde debiera, que es en la cama, con preguntas estúpidas acerca de los preparativos para lo que se supone una partida de bridge, que si para qué el biombo, que si para qué los espejos en la sala, será estúpido"

... ahora le toca llamar a su amiga Martirio Isabel para decirle que se ha caído de la lista, soltarle el rollo de que estas sesiones exclusivas de Mimí Lencerías deben limitarse a muy poquitas amigas y ya sabes, cariño, el cupo ya va hoy lleno, y todo porque la Mimí ha llamado hace un rato para colar a la enchufada de doña Lourdes, que al parecer le ha entrado la urgente necesidad de conocer la colección de primavera en el último minuto,...

"Que no será por Ramón, que doña Lourdes le tiene de vecino y es íntima de su tía Mimí y bien fácil se lo pintan para buscar ocasiones de ponerle el culo a tiro, más quisiera yo ese privilegio"

... cuando Martirio Isabel Pendoja lleva la pobre esperando dos pases, que la desventurada anda chiflada por él.

Pero vuelve a sus cavilaciones sobre los arreglos de hoy.

"Y claro, no voy a dejar fuera a madame Babette, esa prostituta devenida en señora gracias a un golpe de suerte de la lotería, dicen, que es dueña de un local nocturno de alterne, un cabaré de mucho postín, y una red de mueblés por los pueblos de la provincia, que compra al por mayor lencería para que sus chicas presenten mejor la mercancía de sus encantos femeninos, y menos sabiendo el genio que gasta, ni a la señora Fanny, esa viuda que no se sabe exactamente qué relación tiene con la tal madame Babette, salvo que madame Babette tiene a los tres hijos de Fanny empleados, pero que en cualquier caso son íntimas."

En esto que oye pisar la gravilla del jardín, y hete que es el bruto de Manolo, el pretendiente de la Glenis, el pollero, que viene con un encargo. Llama al timbre de la puerta, pero claro, no está la Glenis para abrir, que a saber dónde se ha metido esa pelandusca que tarda tanto con los pastelitos.

Cómo va a salir la señora Remedios a salir, así como está, medio desnuda, qué digo, que el picardías no tapa nada, que las tetas se derraman por todos lados, y lo que tapa se transparenta todo, de puro sutil, y ni las braguitas ocultan el vello del potorro? Qué hacer?

Mas mire usted por dónde que el Manolo, en vez de darse la vuelta y marcharse al ver que nadie abre, deja la cesta con el mandado a la puerta de la cocina, y se desliza con mucho sigilo caminando de puntillas alrededor del parterre de la casa, no hacia la ventana el cuarto de la Glenis, cómo sería de esperar, sino hacia el cuarto de la señora, la ventana contigua al vestidor donde en este momento se encuentra doña Purificación arreglándose. La Purificación puede observar la escena bien oculta por la cortina.

El Manolo es un gañan cejijunto con cara de cateto que entre los espesos entrecejos y la base del cuero cabelludo pelo pincho apenas tiene dos escasos dedos de frente, una medida de sus escasas luces, aunque, por la Glenis, doña Puri sabe que gasta una chorra monstruosa proporcionada a su pinta de mulo de carga, que con eso la Glenis se piensa asegurar alivio de bajuras de por vida.

Se dice que el Manolo, precisamente por cateto, y por bien dotado, era muy apreciado por la clientela de señoras de postín del barrio, y se ganaba buenas propinas consolando discretamente damas menopáusicas durante los repartos, aunque las malas lenguas dicen que era tan bobo que ni para eso.

Parece cierto que una viuda le tiene de bujarrón para sujetarle un dogo enorme con un pene monstruoso al que tiene mucho vicio, que tiene una verga como un bolo de jugar a los bolos, y el Manolo se lleva buenas propinas por sujetar al animal de las patas, a las que le pone calcetines, y apuntarle la tranca al orificio correcto. En febrero y en agosto, Manolo lleva unos pañuelos con los que va restregando las vulvas de las perras en celo de las casas que visita, y con ellos fabrica para la viuda una crema con la que le unta las partes a la vieja para encender la dogo, que nada más olerlo, se pone como un animal. Otra vieja le da propinas porque le endiñe con el consolador.

Pero en general, como queda dicho, Manolo no se come una rosca, y está acostumbrado a que las criadas le reciban en casa tal cómo les pille, si es temprano muchas veces en ropa interior, que no es cosa de interrumpir para adecentarse cada vez que hay que recibir un pedido.

Aún es más, disfrutan de verle cómo se pone de cachondo, que el hombre es noblote como un animal, y con vislumbrarles un muslo ya se pone como torito bravo. Antes bien se aligeraran la ropa antes de abrir, y le engatusarán con posturas provocadoras, que a toda mujer siempre le gustó comprobar el efecto de sus encantos con algún inofensivo, para luego guasearse del infeliz cuando le descubren la calentura, y el Manolo empalma con mirarlo.

Eso sí, si le pillan un par o tres criadas en grupo, en viéndole tan alterado, muchas veces le invitan entre mucha guasa a que les enseñe el enorme chirimbolo que le abulta el pantalón, y el Manolo acaba enseñándolo con mucha vergüenza, y ellas lo celebran con gran alboroto, como colegialas cuando atienden por primera vez el empalme de un jamelgo.

Ni que decir que pasadas las risas, ya a solas, las chavalas repasan una y otra vez la turbadora visión, pero en presencia de Manolo todo son risas, y Manolo se queda muy corrido cuando se la vuelve a guardar. Pero desde que anda de novios con la Glenis, ha retirado de servicio a su ya afamado chirimbolo, y ya no se lo enseña a nadie, de lo que se han resentido de la pollería, sin que el dueño sepa por qué ha dejado de acudir tanta muchacha.

No es que la Glenis conozca la mentada herramienta por haber hecho uso de ella, no, que se guarda virginal para después de firmar, y de momento al Manolo lo mantiene ardiendo en ascuas con la ilusión de la boda, que la Glenis ya se le está pasando el arroz y ya se sabe que los novios, en cuanto mojan, parece que gastan en ello la tinta de rubricar en vicaría, y este se ha jurado que ya no se le escapa, y si la quiere hacer el amor, será vestida con un anillo en el dedo. Pero vérsela, sí se la ha visto, que, pongamos por caso, cuando andan de marrullerías en la cocina como tórtolos, con las zalemas el hombre al poco se enciende y se le pone la tranca cómo viga de apuntalar, y se debe retirar al servicio dice que a hacer aguas menores pero en realidad a meneársela, so pena de romper los pantalones, y la Glenis lo puede espiar por un ventanuco como se machaca el enorme y tieso trabuco a dos manos hasta que derrama un par de lechadas y doblega la petulancia del instrumento, y con esa visión la Glenis, que se enciende fácil, se pone en ebullición, pero no cae en la tentación ni sale de su escondite, sino que la goza batiéndose más tarde la nata muy calladita y a solas con un par de deditos pensando con qué amigote va a desquitarse finalmente la calentura.

Esta virtud no la mantiene por santa, sino por cálculo, pues de natural la Glenis es más puta que las gallinas y es ver unos pantalones y caérsele las bragas al suelo, y la conocen perniabierta la mitad de los mozos del barrio, desde el fontanero al guarda municipal, incluidos algunos amigos del Manolo, por no hablar de los mozalbetes del Colegio de Calycanto, dos manzanas más allá, que muchos sardinos pasan camino de la escuela justo por delante de la verja de la casa donde el seto calvea, enfrente de la ventana del cuarto de la Glenis, y mucho le debe el colegio en cuanto a la puntualidad de sus muchachos, porque la Glenis facilita espectáculo diario faltando un cuarto para las ocho, mientras se viste y se acicala para llevar a las ocho el desayuno a la señora, y de cada quinta que llega a los quince la Glenis desvirga, escogiendo entre los mirones, a los más guapitos, y a lo largo del curso son casi todos, que el año es muy largo, y a esa edad todos están monísimos y empalman que es un gusto. Ella les deja notitas bajo una piedra suelta que hay debajo del claro, muy femenina, diciendo algo así:

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