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Una experiencia en medio de una epidemia.
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Miro los anaqueles y las estanterías vacías, leo los anuncios de los gobiernos en ambos lados de la frontera, en ellos se invita a los ciudadanos a que acumulen provisiones. Aún no se ven a las personas usando mascarillas como la última vez.

Aquí es diferente, las personas siguen las recomendaciones, empiezan a escasear cereales, pastas, latas. Sigo con mi lista, ignorando las recomendaciones. No sería la primera vez que lo hago. Espero la llegada del tranvía parado en el frío del invierno que aún persiste y recuerdo la primera vez.

Llego al aeropuerto, noto la actitud relajada, pero con los rostros semicubiertos por mascarillas. Las personas esperan sus vuelos para dejar la capital y alejarse del virus magnificado por la paranoia infundida por las televisoras, el miedo ha generado un éxodo, mejor salir del lugar.

Sigo mi camino a casa, el viaje, la semana, el desgaste de una semana en un trabajo que se vuelve rutinario, poco interesante y en una ciudad estéril, me hace pensar que el virus es el menor de las calamidades. Ya mañana será otro día.

La espero afuera de su casa, un departamento en un bloque de edificios de ladrillos rojos. La epidemia ha limpiado las calles, por lo que podemos disfrutar de la ciudad a nuestro antojo. Incluso en las zonas más populares apenas se pueden ver algunas personas que ignoran las recomendaciones, a ellos se suman los despistados que hoy se adueñan de calles usualmente transitadas. En el camino un camión del ejército reparte mascarillas por decenas, los peatones se arremolinan esperando obtener algunas, que importa si sirven, si son mascarillas o servilletas, igual son gratis. Dejamos el automóvil y nos dirigimos al lugar más inapropiado para comer. Estamos en un mercado público en la zona centro de la ciudad. No es el barrio ideal para enfrentar una epidemia, pero es hogar de una las joyas gastronómicas para quienes el gozo es el mejor antídoto ante la cercanía de la muerte. Comamos y bebamos, que mañana moriremos.

Vuelvo al frío, ahora estoy forrado de pies a cabeza, cruzando las calles cargando los víveres de costumbre. Al menos en la anterior tuve la buena fortuna del buen clima, el calor de otras latitudes y del verano.

Al entrar al mercado notamos que no somos los únicos que se quieren despedir dando gusto al cuerpo. Nos siguen las miradas, o mejor dicho la siguen a ella. Su vestimenta es más para un club nocturno que para un mercado. Su vestido veraniego de mezclilla azul deja al descubierto la mayor parte de sus piernas, que terminan en unas zapatillas abiertas. Los amantes de los placeres terrenales no pueden resistir y deciden mirar.

Ella disfruta de la atención, de la respuesta que genera en el deseo de los demás. Ella va por la vida con esa naturalidad sobre su cuerpo, gozando sin ningún prejuicio, es libre y no tiene reparo en demostrarlo. Eso lo descubrí en la celebración del cumpleaños de un amigo en común. En el club había algo que saltaba a la vista. La ajustada blusa que usaba marcaba su silueta. Se podía apreciar perfectamente la forma de sus pechos, cada contorno, cada detalle. Ella disfrutaba de la sensación de la tela sobre sus pechos, su cuerpo respondía al contacto con el material y a las caricias disfrazadas de baile. Era como si ella tuviera el torso desnudo, ella lo sabía y sentía placer en la atención sobre su cuerpo.

Sentada en un banco en uno de los pasillos del mercado, su vestido, acortado por la posición, deja al descubierto casi por completo sus piernas. Nos miramos a los ojos al tiempo que sostiene en su mano un pequeño vaso con vino que pinta de color rojo sus labios. Me acerco para decir algo a su oído y mi pierna se coloca entre las suyas, separando sus piernas, gesto que ella corresponde con una sonrisa.

Sigo caminando con mi carga, recordando sensaciones, escarbando entre las imágenes que hoy se ven tan lejanas. Viene a mi mente una.

Es la segunda vez que la veo, estamos sentados en la iglesia. Quienes están detrás, tienen la vista de su espalda desnuda, por el frente su vestido deja entrever el inicio de sus pechos, sentado de lado se puede apreciar perfectamente su forma. La siguiente imagen es en la pista de baile. Ella mueve su cadera contra mi cuerpo, ella puede sentir mi respuesta a su movimiento. Mi mano sigue la pequeña línea de su diminuta ropa interior, que adivino apenas cubre la parte frontal de su cuerpo, dejando al descubierto el resto de su cuerpo. Le gusta sentir mi respuesta. Lo dicho, va por la vida sin ningún prejuicio. Mi inexperiencia me hace titubear sobre qué debo hacer. Ella sonríe, sabe lo que ha provocado y se marcha. En mi cabeza repaso los movimientos al bailar, la sensación de su cuerpo contra el mío. Imagino lo que quizá habría hecho. La besaría, recorrería su cuello poco a poco, sentiría su espalda desnuda. Me sentaría y esperaría que ella siguiese mi movimiento sentándose sobre mis piernas. Seguro desabotonaría su vestido y liberaría sus pechos. Los besaría, sentiría cada poro de su piel con mi boca. La imagino ahí, semi desnuda sentada sobre mí, besándome. Ella se movería al igual que lo hizo al bailar. ¿Y después qué haría? Nunca he llegado tan lejos con alguien. Lo que se me ocurre sería recorrer su cuerpo con besos, desnudarla, sentir su piel, aprenderme sus formas. ¿Realmente tendría yo el control?

La gente se muestra hostil y desconfiada en la calle, se aferran a vivir, pero más por obligación que por gusto. Son días raros.

Decidimos volver a su departamento, la mayoría de los comercios en la ciudad están cerrados. Los únicos locales que quedan abiertos son los que reparten comida a domicilio. Saca del refrigerador de su departamento un par de cervezas y me entrega una. Me muestra fotos de su viaje por España, de los Pirineos, me cuenta anécdotas. Se acerca poco a poco. Yo estoy nervioso, su mano se coloca en mi pierna y me da un beso largo y puedo sentir la suavidad de su boca, de sus labios. Nuestras bocas se exploran. Puedo sentir como me voy excitando. Trato de disimular. Ella se sienta sobre mí, mientras nos seguimos besando. Su vestido se sube. Puedo sentir su cuerpo contra el mío, el movimiento de su cadera. Siento sus piernas que están completamente expuestas. Ella nota mi nerviosismo. Le confieso que jamás he estado con alguien. Ella sonríe, no lo cree. y me dice que me relaje.

La policía disuelve los grupos de amigos que se reúnen en la calle, los dispersan. Usualmente son grupos de adolescentes solos, que deben estar fastidiados del encierro o más bien, de ese tipo de encierros. Los hay diferentes.

Se aleja y me deja sentado. Enciende una bocina y empieza a sonar la música, ella empieza a bailar, poco a poco va desabotonando su vestido azul. Uno a uno se abren los botones, juega con mi deseo, se mueve lentamente al ritmo de la música. Va revelando su figura, desata el listón al centro de su vestido, lo abre, gira, me deja verla, sus ojos están atentos a mi expresión, sonríe, sabe lo que está haciendo. Se despoja del vestido y poco a poco se acerca sin apartar su mirada, con esa sonrisa. Con movimientos elegantes, sin ninguna duda, como un gato que juega con el ratón al que tiene a su merced. Se acerca nuevamente y se sienta sobre mí, me besa, mis manos recorren su piel, puedo sentir la suavidad, me lleno de su olor. Beso sus pechos y ella aprieta mi cabeza contra su cuerpo. Recorro cada parte de ella, su espalda, sus nalgas, sus piernas. Apenas la cubre la lencería que resalta sus formas y contrasta con su tono de piel.

Empieza a desabotonar mi camisa. Una vez que ha terminado, desabrocha el cinturón y mi pantalón. Lo remueve. Poco a poco se coloca entre mis piernas, siento su mano estimularme, ella se ríe de mi cara, me recuerda que me relaje. Me toma y puedo sentir las caricias de su boca, me envuelve con su boca y el movimiento de su mano que me hace retorcer, ella no deja de mirar mi rostro y veo esa risa. La tomo por los brazos y la beso, se vuelve a colocar sobre mis piernas. Mis manos buscan desabrochar el sujetador y liberar sus pechos. Ella me besa. Puedo sentir sus pechos, besarlos, saborearlos. Mientras ella mueve su cadera sobre mí. Mis manos siguen recorriendo su cuerpo. Con mis brazos la dirijo hacia el sillón, ahora yo me coloco sobre ella. Desde su boca inicio el recorrido hacia su cuello, paso por sus pechos, beso sus pezones, su abdomen, su ombligo. Ella solamente observa, sus manos están sobre mi cabeza, como si me fuera empujando hacia donde ella quiere.

¿Me pregunto si ella recordará todo esto? ¿Será que lo recuerda así? ¿Qué diría de esta epidemia?

Beso la zona de su pubis, que aún está cubierta por un pequeño pedazo de tela. Mi timidez me impide seguir. Ella sonríe, coloca mi cabeza entre sus piernas, mientras yo sigo besándola, me acomoda y hago presión con mi boca sobre la tela, puedo sentir su humedad, mientras mis manos recorren sus piernas, su cadera. Ella toma mis manos y coloca mis dedos entre su piel y la tela. Con su movimiento me invita a que le quite sus bragas. Levanta su cadera y puedo por fin verla completamente desnuda, yo trato de memorizar la imagen. Le pido que me muestre, que se muestre toda. Ella no dice nada, su respuesta es abrir las piernas, con su mano abrir sus labios, pude ver la humedad entre sus pliegues y con un suave movimiento circular de sus dedos comenzó a masturbarse para mí. No sé qué ve en mi cara, pero ella deja escapar una risa. Toma uno de sus dedos y me da a probar su sabor. Como si fuera un pez, siguo el anzuelo de su dedo, me guía hasta sentir la suavidad de su piel húmeda, sentir ese olor a sexo y comenzar a recorrerla con mi lengua siguiendo sus instrucciones. Ella dirige mi cabeza mientras mueve su cuerpo, sus piernas me abrazan, mis manos la toman de las nalgas, quiero sentirla por completo, quiero que sentir su orgasmo en mi cara, empapar mi rostro de ella. Puedo sentir la respuesta a mis movimientos, puedo sentir como con sus manos en mi cabello me indican el ritmo, sentir el arco de su espalda, escucharla gemir, respirar cada vez más acelerado, sentir sus movimientos de su cadera al borde del sillón mientras yo estoy ahí arrodillado ante ella. Con fuerza tomó mis manos con las suyas y tras escucharla puedo sentir como con un brusco movimiento me separa de su cuerpo. Toma mi cara y me besa profundamente. Y en mi oído me ordena que la siguiera.

Ella se levantó del sillón, dio unos pasos y se colocó frente a mí, yo la seguí y al alcanzarla tomó mi mano y me condujo hacia su habitación. Yo siento como se aceleran mis latidos, el sudor en la palma de mis manos. Ella me sienta al borde de la cama. Siento como me acomoda con su mano, dirijo mi mirada a nuestros cuerpos, puedo ver como voy entrando poco a poco, como la voy penetrando. Siento su cuerpo desde su interior, ella me aprieta y me envuelve. Y entonces ella empieza a mover su cadera de forma rítmica, yo beso su cuerpo mientras mis manos recorren toda su espalda. A mi oído me dice la siguiente frase: -Yo me puedo quedar así todo el día-. Yo trato de aguantar lo más que puedo y veo en su rostro las expresiones que hace. Siento como me envuelve, como me aprieta con el interior de su cuerpo, la escucho, siento su sudor, beso sus pechos. Ella se levanta. Me quedo sorprendido y sin apartar sus ojos de los míos me dice: "Me la debes". Se arrodilla y con su boca y su mano me domina, en su mirada puedo ver que ella tiene el control, estoy a su merced. Todo mi cuerpo está siendo dominado por los movimientos de su boca y su mano, hasta que no puedo resistir más y exploto. Veo en su cara la satisfacción, ella fue quien decidió como y en qué momento yo podía sentir ese espasmo, ella dominaba mi orgasmo, ella controlaba y mi cuerpo seguía sus órdenes. Me miró y me dijo: "Te puedes quedar si quieres, pero tienes que seguir una regla. La regla es que estemos desnudos todo el tiempo en este fin de semana".

Me pregunto ¿qué hará ahora, en estos días en esta nueva epidemia? Me gusta pensar que aún es esa alma libre y desinhibida que le gusta andar desnuda y por las noches mirar la luna.

De nueva cuenta me encuentro en el supermercado, haciendo fila para entrar, todos alejados de todos, todos sospechosos de todos.

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