Atada Tocas El Cielo

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Una pareja explora el bondage por primera vez
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— ¿Por qué las sex shops están siempre tan oscuras y tan... repugnantes? Es como si aún estuviésemos en los 70 o algo. Me hacen sentir sucia nada más entrar — dije mientras cruzábamos por la puerta de una de ellas.

— Supongo que la gente aún cree que tiene que esconder lo que le gusta. Por suerte hay algunos propietarios que empiezan a darse cuenta de que eso es de otra época y se van adaptando. A mí me da igual, yo entro a coger lo que necesito y luego me piro, sea como sea la tienda — me respondió mi pareja.

Dimos unas cuantas vueltas a la primera sala, explorando. Queríamos introducir algún juguete en nuestra vida sexual para volverla un poco más emocionante. O, más bien, yo había accedido a experimentar un poco; Elisa era prácticamente una experta en juguetes. No es que nuestras aventuras en la cama fuesen inexistentes o aburridas, al menos para mi. Pero supongo que nunca viene mal un poco de variedad.

Tal y como me esperaba, no había mucho con lo que me sintiese identificada: mujeres en portadas de pelis porno que parecían estar sufriendo más que disfrutando, dildos gigantescos que no iban a caberme ni de coña, muñecas hinchables... ya tenía un vibrador en casa que me servía perfectamente, pero Elisa siempre andaba a la busca de algo nuevo que probar y quería algo distinto que pudiésemos usar las dos, así que aquí estábamos.

Nos fuimos alejando dentro de la tienda. Yo me dirigí a la sección de disfraces mientras ella seguía buscando un vibrador de última tendencia. Seguía sin ver nada para mí. Ya tengo lencería sexy y los juegos de rol... como que no. Me siento ridícula haciendo de enfermera o policía "sexy", pero para gustos, colores, ¿no? Mis ojos se paseaban sin una idea fija de lo que buscaban, viéndolo todo pero sin registrar nada.

¡Uy, un momento! Volví unos pasos más atrás. Unas tiras de color granate había llamado mi atención. Las acaricié con la punta de mis dedos; tengo una debilidad por la tela de la cual estaban hechas; mi armario está lleno de blusas, vestidos y pañuelos de seda. Introduje mi mano por el agujero que formaban al final y tiré hacia mí. La seda se apretó alrededor de mi muñeca. Ah, ahora entendía para qué servía. Lo estudié con más detalle. Las fotos y vídeos que había visto con mujeres atadas me habían parecido muy violentos, con posturas incómodas que parecían hasta dolorosas. Pero la suavidad de estas tiras parecía indicarme todo lo contrario, y me picaba la curiosidad. Me lo llevaba a casa. Había notado una humedad incipiente entre las piernas ante la imagen de mi misma con las piernas bien abiertas en nuestra cama y con todas mis extremidades atadas con los suaves pañuelos escarlata.

Me da vergüenza admitir lo que pagué por este juguetito, así que no lo mencionaré. Solo diré que mereció la pena al 100%. Cuando me vio en la caja, pagando, Elisa se acercó sorprendida e intentó mirar dentro de la bolsa para ver lo que había comprado. No la dejé ver y mantuve la bolsa cerrada durante todo el camino a casa simplemente por fastidiar. Le cogí de la mano y salimos de la tienda. Nos íbamos a casa inmediatamente; necesitaba estrenar nuestra nueva adquisición.

El metro estaba llenísimo así que nos tuvimos que apretujar en el vagón. Según iba subiendo más gente, se iba reduciendo el espacio entre nosotras. Yo que sabía lo que había en la bolsa y tenía muy claro lo que iba a pasar cuando llegásemos a casa, me estaba poniendo nerviosa teniendo a Elisa cada vez más pegada. Elisa seguía intentando mirar dentro de la bolsa de una forma que ella pensaba que era discreta, pero que distaba mucho de conseguir el sigilo que pretendía. Yo quería que fuese una sorpresa, así que la distraía con besos cada vez que la veía desviar la mirada o estirar la mano. Tapaba sus labios con los míos y buscaba su lengua en el interior de su boca. La gente se intentaba alejar de nosotros, incomodada por el despliegue de erotismo, pero no había espacio para ello: más divertido para nosotras.

Había conseguido distraer a Elisa definitivamente cuando llegamos a nuestra estación. Aunque nos habíamos estado abrazando en el metro, aún necesitaba las caricias de Elisa, más concretamente debajo de mi ropa, pero aún quedaba un trecho bastante largo hasta nuestra casa. Sabía que no aguantaría hasta llegar al portal sin una larga sesión de petting. Afortunadamente, estaba atardeciendo, el momento ideal para los amantes. Cuando salimos del metro metí mi mano en el bolsillo trasero de los pantalones de Elisa y caminé a buen paso. Llegadas a una callejuela que conocíamos muy bien, la empujé hacia las sombras y la besé de nuevo. No se puede decir que la callejuela estuviese mucho más oscura que la calle principal, pero al menos parecía más privada. Ávidamente, metí mis manos por debajo de su camiseta y me encontré con una grata sorpresa: no llevaba sujetador. Se rió y susurró pegada a mí:

— ¿Qué hay en esa bolsa? Parece que hace mil años que no estabas tan ansiosa

Con un suspiro se separó y me acarició la cara. Su dedo guió mis labios de nuevo a los suyos y me dejó colgando, trazando el borde de mi boca con su lengua.

Nos besamos más tiempo de lo que nos hubiese llevado llegar hasta casa, pero el premio instantáneo de disfrutar del cuerpo de Elisa me tiraba más que tener que esperar hasta poder quitarle toda la ropa. Me sentía de nuevo como una adolescente hormonada, con el pelo enmarañado y los labios escocidos de tanto deseo. Igual Elisa tenía razón y había pasado mucho tiempo desde la última vez que me había puesto así. Igual debería haberle dado una oportunidad antes a las sex shops y sus cachivaches.

Finalmente, mis partes bajas me dijeron que era hora de seguir nuestro camino para llegar a la cama cuanto antes, así que salimos del callejón y emprendimos la marcha a medio correr. Cuando llegamos, Elisa corrió al baño; siempre insiste en mear antes de hacerlo y aunque normalmente me irrita esta costumbre cuando estamos a punto de ponernos al lío, ese día me fue de gran ayuda. Me desnudé completamente y até los pañuelos alrededor de mis muñecas y tobillos. Me coloqué en posición justo a tiempo. Cuando Elisa entró en la habitación me encontró desplegada encima de la cama con las ataduras señalando hacia los cuatro postes. Aunque pueda parecer por nuestras distracciones en la callejuela que normalmente soy yo la que lidera nuestros encuentros sexuales, Elisa es la que prefiere tener el control cuando lo hacemos. Y he de admitir que por mi parte no hay queja alguna.

Así que, básicamente, le había dado luz verde para mandar. Podía ver que ya estaba excitada por lo que prometía la noche. Rápidamente, ató mis muñecas a la cama y me dio la vuelta de forma que me quedé a cuatro patas sobre el colchón. Así las tiras que salían de mis muñecas quedaban tirantes. Se dio la vuelta para atarme los tobillos, mientras yo disfrutaba tranquilamente de la posición en la que me encontraba. Me encantaba estar indefensa ante ella. Tiró de los pañuelos lo suficiente para que mis piernas quedasen estiradas, dejando que apoyase la parte baja de la tripa sobre la mano que tenía libre para que no me cayese sobre la cama. Mi capacidad de movimiento había quedado muy limitada: solo alcanzaba a levantar mi coño de la cama con un movimiento de cadera; lo mínimo para que ella pudiese deslizar sus manos por debajo de mi y pudiese levantarme desde detrás.

Saltó sobre la cama y se colocó entre mis piernas. Con cuidado, las acarició arriba y abajo desde mis pantorrillas hasta mis nalgas, donde se detenía a agarrar mis amplias posaderas. Me podía imaginar la mueca de placer que se estaba dibujando en su cara. Me subió las caderas empujándome del culo, que aún tenía bien agarrado. La verdad es que tener la cabeza contra el cojín y el cuello doblado casi 90 grados no era la posición más cómoda, pero me daba igual.

Mi entrada estaba plenamente expuesta. Saberme a su entera disposición me estaba empapando, fue cuestión de segundos. Deseaba que me tocase ahí. Podía notar su mirada fija en mi abertura, hambrienta. Ahora que me tenía dónde quería soltó mis nalgas para bajar acariciándome con la punta de los dedos hasta mis labios. Me recorrió un escalofrío. Elevé mi cintura aún más, lo más arriba que podía, ofreciéndome ante ella. Vagabundeó alrededor de mi entrada con el dedo índice. Con cada círculo aumentaba la presión hasta que no pude soportarlo más y tuve que empujar hacia atrás rápidamente para meter su dedo dentro de mí. Las ataduras en mis muñecas se tensaron al máximo y oí nuestro cabezal de metal crujir. Era la primera vez que probábamos esto, y Elisa había cometido el error de dejarme las muñecas ligeramente libres, con movilidad suficiente para que pudiese maniobrar, aunque fuese mínimamente. Sabía que ese error no se volvería a cometer así que tenía que aprovechar al máximo hoy para salirme con la mía y jugar con la idea de irritarla.

Usé las ataduras como apoyo para colocarme de rodillas, postura que me dejaba sin mayor posibilidad de movimiento en las extremidades. Pero ya no me iba a querer mover de ahí. Equilibrándome en esa posición, subí y bajé rítmicamente sobre su dedo, al que se le unieron un segundo y un tercero, usando solo las caderas. Junté la parte superior de las piernas para arrimar las ingles y poder restregarme contra sus dedos, estrujándoles el mayor placer posible.

Pero entonces sus dedos desaparecieron. Giré la cabeza bruscamente para mirarla. ¿Qué coño? La vi rebuscando en su cajón de la mesita de noche, donde guardaba todos sus juguetes. En mi cajón solo había un libro, pañuelos (aunque no tan divertidos como los que estábamos usando ahora), mis cascos y mi antifaz. Nuestras prioridades eran claramente distintas, pero funcionábamos juntas.

Sacó su vibrador favorito, el que tenía un saliente extra para estimular el clítoris. Volvió a su posición original y me empujó delicadamente hacia abajo, con la espalda arqueada y lista para el abordaje. Oí el zumbido sordo del vibrador reviviendo. Intenté ver lo que hacía pero estaba justo detrás de mí y yo sólo alcanzaba a ver la punta de sus pies. El sonido se silenció al mismo tiempo que Elisa suspiraba, de lo cual deduje que el pequeño artefacto estaba ahora dentro de su dueña.

Sus dedos volvieron a tocarme, pero esta vez más adelante, en mi botoncito de placer. Elisa se acercó más, hasta colocar su cabeza entre mis nalgas, y noté el tacto de su lengua contra mis labios empapados, separándolos con suavidad más allá de mi entrada. Estaba tan preparada que todos estos mimos me estaban poniendo de los nervios. Pero al fin su lengua se zambulló en mi interior. Empujaba contra mis paredes y podía sentir sus labios acaparando todo lo que podían contener de mí. Estaba desamparada ante ella y sólo podía quedarme ahí con las piernas abiertas y la espalda curvada, dejando que me saborease. Deseaba que me soltase para poder tocarla yo a ella, pero también deseaba ser atada aún más fuerte, para estar absolutamente inmovilizada como si fuese un juguete. Su juguete.

Elisa empujaba contra mi culo para poder llegar más lejos y lamer mi clítoris. Al parecer esto le resultó muy incómodo así que se dio la vuelta y, retorciéndose, se colocó justo debajo de mí. Ahora podía llegar fácilmente a todos los sitios que quería, así que estiró los brazos para acariciar mis pechos mientras seguía absorbiendo mi humedad y el vibrador seguía moviéndose como loco en su interior. Iba alternando, ávidamente devorando mis labios superiores e inferiores. Ahora podía sumergirse completamente en mí y estaba aprovechando al máximo. Yo no podía evitar gemir y moverme sobre ella todo lo que mis ataduras me lo permitían. Estaba cada vez más cerca de llegar y ella lo sabía. Me chupaba como una loca y se tocaba mientras movía el vibrador hacia dentro y hacia fuera. No alcanzaba a ver esto desde mi posición pero sus movimientos y mi vívida imaginación me ayudaban a hacerme una idea de lo que estaba pasando. Sus gemidos, aunque amortiguados por mi vulva, me servían para imaginarme su cara de placer. Rescaté de mis recuerdos la cara que ponía cuando llegaba y, aunque la había visto ya mil y una veces, consiguió el efecto que siempre tenía en mí: llegué con un gemido profundo, agarrándome a la seda para descargar el placer intenso que me recorría desde el clítoris hasta la punta de los dedos. La oí llegar pocos segundos más tarde.

Nos quedamos así un rato. Ahora que la adrenalina había bajado, los brazos me empezaban a doler por la posición a la que les forzaba la seda y sentía las piernas entumecidas. Elisa se puso de pie y acarició la curva de mi espalda hasta los hombros. Me liberó las muñecas y me ayudó a incorporarme desde mi posición, despacio. Ya erguida sobre las rodillas, agité los brazos para revivirlos. La veía devorarme con la mirada y guardarse esa imagen en la cabeza para futuros encuentros con su vibrador. Me besó apasionadamente una última vez, los rescoldos de la pasión que habíamos liberado aún ardiendo a fuego lento. Después desenredó la seda que ataba mis tobillos a la cama para que me pudiese mover libremente y me ayudó a ponerme cómoda sobre los cojines que adornaban nuestro lecho. Cogió el ordenador de la mesa y lo trajo hacia la cama. Era hora de nuestro tradicional "Netflix and chill" acurrucadas bajo las mantas.

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