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TO : Inés HERNÁNDEZ 75364,2170

Re : Espasa! 16/11/95 13:14

En la Gran Vía de Madrid, entre las calles Chinchilla y Salud, está Espasa Calpe: la mayor librería de la ciudad. Ocupa prácticamente toda la cuadra y en las distintas plantas del edificio almacena millares de libros. Muchos madrileños, y muchos sudamericanos de visita en Madrid, tratan de encontrar el autor y el título que les interesa o el encargo de un amigo de Lima.

De las loterías que se juegan en España la más tradicional y la que mayores premios reparte es la de Navidad. Aquí al premio más importante lo llamamos "gordo". Pues bien, hace cuatro o quizá cinco años el "gordo" fue para la mayoría de los empleados de Espasa Calpe que jugaban conjuntamente a un mismo número con suerte. Desde entonces los que no abandonaron su trabajo se desinteresaron por él, por los clientes, por atender a los visitantes, y perezosamente pasan el tiempo desde la hora de la mañana en que abre la librería hasta la hora de la tarde en que indican a los clientes retrasados que deben abandonar la instalación.

Trabajé durante muchos años en una emisora de radio que tenía sus estudios bien cerca de esta maravillosa librería, y por eso coincidía en las cafeterías vecinas con trabajadores de Espasa Calpe. Con alguno llegué a tener la ligera amistad que da compartir una cerveza hoy, un desayuno mañana y un "¡vaya día!" pasado.

A Guillermo Durán, que en muchas ocasiones me había ayudado a encontrar un título en aquel mar de letras, le propuse una vez que preparase un pequeño espacio para hablar de libros y de escritores en la radio que yo dirigía. Creí que se sintió muy halagado pero la verdad es que nunca me presentó un proyecto. Seguramente sirvió para que tuviera en mí una confianza a la que no siempre correspondo.

Guillermo, también premiado con el "gordo", era ejemplo de haraganes, descuidados e irresponsables. Ya hace tiempo que sucedió por primera vez que en última hora de la tarde y llegado el momento de que los clientes salieran de Espasa, Guillermo marchaba con el último, que lo hubiera sido si yo no me rezagara, sabiéndolo el mal custodio que me dejaba las llaves, me pedía que no organizara escándalo y que cerrara cuidadosamente cuando hubiese terminado.

Aún tengo las llaves, Inés. Ahora, de noche, a solas, vamos a entrar tú y yo. Sé prudente al caminar entre los montones de novedades apiladas y cuida al bajar escalones. Conozco los cuadros de luces pero nada más encenderemos las imprescindibles para buscar lo que me habías pedido el otro día: algunos títulos para sacar a patadas la tristeza de tu casa. Vamos a seguir moviéndonos con sólo la iluminación de emergencia para no llamar la atención de los transeúntes que atraviesan la Gran Vía.

Mira, éste es uno de los libros que quiero que lleves a Joliet. Diría que nunca he leído una historia de amor tan amarga como la que escribió Albert Cohen para Solal y Ariane. Un alto funcionario de la Sociedad de Naciones, en Ginebra, enamora a la maravillosa Ariane que aún es la mujer de un subordinado de confianza del enamorador. ¡Pobre, Ariane, tanto amor y tanta amargura! Qué hijo de la gran puta es Solal con su BELLA DEL SEÑOR. Léelo, Inés.

Ven por aquí. ¡Si supieras lo que estoy pensando hacer con tu pañuelo! Creo que es en aquella zona donde debe andar la novela de un americano hijo de cubanos que escribe en inglés, en Nueva York, y contó cojonudamente la historia de dos hermanos que llegan a la Manzana desde la sierra de Cuba para quitar el hambre, tocar la trompeta, follar todas las americanas que lo permitan, morir uno, y vivir muerto el otro recordando con melancolía el amor de la bella María para la que cantan todas las páginas de THE MAMBO KINGS PLAY SONGS OF LOVE. El cuento es de Óscar Hijuelos. Recuerdo que a veces leyéndolo me ponía caliente con la piel de las mujeres que llegaban a la cama del músico. Déjame cogerte la mano y tócame aquí. Sé que soy loco pero no voy a poder seguir sin desnudarte. No te enfades, por favor.

En esta estantería, y también en inglés, están las cosas de John Irving. Garp me entretiene pero no me arrebata. Me gustó mucho mucho, y me pareció sentida y bonita la historia de un ginecólogo proabortista que cuenta lo que piensa y lo que hace por los demás en THE CIDER HOUSE RULES. ¡Lo encontré! Toma.

La novela de Irving tiene un desarrollo hermoso, comparto lo que defiende y el final es inesperado. Me gustó.

Aquella zona donde están los sofás y el suelo tiene alfombra es donde se colocan los vendedores de enciclopedias en CD Rom. Los asientos tienen aspecto de confortables. En ellos esperan los padres que aguardan por una demostración de cómo corre la Enciclopedia Britannica en un PC parecido al que envejece en la habitación de estudio de sus hijos. Vale la pena que esperen con comodidad; los que la compran pagan más de dos mil dólares por el capricho. ¡Seguro que los niños aprenderán mucho... de la vida!

Déjate llevar. Estoy vendándote los ojos con el pañuelo que tenías hace un momento anudado a la correa del bolso, que dejo aquí al lado junto a esta mesa. Te quito el impermeable y lo extiendo en el suelo. Siéntate aquí; yo te ayudo. Desde detrás de ti suelto cada botón de la camisa y te acaricio los pechos pasando las manos sobre la tela de tu sujetador. Te beso dos veces en los hombros y me afano en que baje la cremallera que hay en un costado de tu falda, pero nunca se me han dado bien. Ayúdame.

No te apures. Nadie nos va a ver. Ni tú con los ojos vendados con tu pañuelo que no te voy a quitar hasta que me lo pidas.

Necesito que te incorpores un poco. Sólo para dejar caer la falda hasta el suelo y poder bajar las medias y las bragas. Apóyate otra vez en el asiento, separa las rodillas y déjame que juegue suave con los dedos dentro de tu coño.

En Europa es muy conocido un tipo checoslovaco (que no sé si es checo o eslovaco) llamado Milan Kundera. Tuvo algunos problemas con el gobierno comunista de su país y terminó viviendo en Francia. Tiene habilidad para mirar dentro de la gente. Sus libros no son como para morirse; te dejan malherido. A mí me encantan sus títulos y el que más EL LIBRO DE LA RISA Y EL OLVIDO.

No podría ser mejor. Ni siquiera se me había ocurrido que pudiera pasarme. Es la una y media de la madrugada, estoy arrodillado con la cabeza entre tus muslos y hurgo con la lengua dentro de los labios de la mujer que me obsesiona, que no sé en quién piensa con los ojos tapados por un pañuelo de moda que compramos durante el vuelo hacia Madrid. Te recuestas ligeramente para que el coño que beso esté aún más accesible, y algún viandante trasnochador camina por las aceras mojadas de la Gran Vía de Madrid.

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