Deseo Anal

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Por fin su mujer le permite usar la entrada trasera.
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¡Dios, cómo me gusta el sexo anal! Las mujeres no parecen entender que un hombre puede encontrar tanto placer en los cálidos confines de un musculoso culo como en el suave abrazo de un húmedo coño. Quizás nosotros los hombres las hemos acostumbrado demasiado a ignorar un orificio en beneficio del otro; sin embargo, he hablado con varios amigos, tanto hombres como mujeres, sobre el tema, y ellos coinciden en que les encanta la idea, aunque ellas dicen ser bastante reticentes a hacerlo. Así que, imaginad mi sorpresa cuando este último fin de semana Sonia me obsequió los placeres del sexo anal en lo que era la primera vez en cinco o seis años.

La noche comenzó de forma algo extraña. Eran las diez, Sonia acababa de reordenar su enorme biblioteca y estaba exhausta, así que, justo cuando más despierto estaba yo ella decidió irse a dormir. Me pidió que me fuese a la cama con ella, pero yo me negué educadamente; estaba tan cachondo como de costumbre y le dije que la mantendría despierta. Después de pedírmelo dos o tres veces más, al final me desnudé y me metí a su lado en la cama. A Sonia le encanta acurrucarse conmigo y no perdió el tiempo enroscando su cuerpo junto al mío. Me di la vuelta y la besé. Por extraño que parezca, a pesar de su cansancio estaba bastante receptiva y me excitó con la punta de la lengua en sus besos. Bajé la mano para sentir su coño y lo noté acelerándose a marchas forzadas, al tiempo que su mano derecha se deslizaba por su vientre hasta llegar al clítoris.

Adopté la que se ha convertido en mi posición habitual, arrodillado entre sus piernas y usando mi polla como un juguete sexual para hacer cosquillas en sus labios vaginales y en la entrada de su coño. Pero, esta vez dirigí mi punto de mira hacia la maravillosa curva donde se unen el culo, el coño y las piernas. Acaricié con mi miembro esa suave medialuna y acabé extendiendo esas caricias al oscuro orificio de su culo. Me di cuenta de que, cada vez que mi polla tocaba esa estrecha entrada, las caricias sobre su clítoris se aceleraban. No paso mucho tiempo antes de que empezase a presionar ese agujero con la punta de mi verga.

¡Increíble! Mi polla se deslizó con total facilidad en su culo hasta que todo el glande quedó enterrado en él, y cuando estaba a punto de sacarla y pedirle perdón, Sonia me pasó una botella de lubricante sexual.

- ¿Por qué no? -me dijo simplemente.

La saqué del todo y extendí el lubricante por mi duro miembro, viendo cómo su coño estaba hinchado y muy húmedo. Luego volví a descender y la penetré de nuevo por el mismo sitio. Fue tan fácil, sentí los músculos de su culo relajándose y abriéndose para mí. Seguí entrando lenta y cuidadosamente cada vez más hondo. ¡Era la gloria! Sentía como si una cálida y húmeda mano me apretase la polla con fuerza aunque con dulzura. Era mucho más estrecho que su coño y delicioso de una manera completamente diferente. Noté que empujaba sus caderas contra mí, al tiempo que los últimos de mis 18 centímetros de polla entraban en su interior. De repente me di cuenta de dónde la tenía metida y del largo tiempo que había transcurrido desde la última vez que sentí aquel placer. Tuve que esforzarme para no correrme en ese mismo instante.

Parecía como si lo hubiéramos hecho toda la vida. Sacaba lentamente de su culo casi toda la longitud de mi miembro antes de volver a meterlo con suavidad, hasta que mis huevos descansaban contra sus firmes nalgas. Su mano derecha masajeaba furiosamente su clítoris, mientras que la izquierda jugaba en la entrada de su coño, haciendo presión sobre toda la extensión de sus labios vaginales. Y todo ese rato, mi polla estuvo envuelta en una firme red de presionantes músculos que se esforzaban por extraer el semen de mí.

- Es una sensación tan rara -dijo entre gemidos.

Enseguida empezó a mecerse, buscando su propio orgasmo. Me di cuenta de que iba a llegarle de repente, sin previo aviso. Noté que su culo se abría como una boca que va a hinchar un globo.

- ¿Te falta poco? -dijo entre dientes. - No -gruñí.

Y era verdad, aunque a ella sí le faltaba poco, demasiado poco para poder parar. Sentí cómo su cuerpo se ponía rígido y empezaba a agitarse debajo de mí.

- ¡MMmmmm! ¡Vamos, cabrón! ¡Llena mi culo! -gritó fuera de sí y clavándome las uñas en la espalda.

Es asombroso lo que unas cuantas palabrotas pueden hacer. Desde ese lugar especial que nadie sabe dónde está y en el que los hombres aguantamos los orgasmos hasta que nuestras amantes están listas, sentí como si mi semen saliese disparado de mi entrepierna hasta mi cerebro y luego bajase como un rayo de vuelta hasta mis sonrojados huevos. Mordí la almohada con mis dientes y empecé a echar la cabeza atrás y adelante, intentando no dejar sorda a Sonia con mis gritos al sentir cómo mi semen salía disparado de mi polla como el agua de una manguera. Notaba la sensación de mi leche corriendo por el interior de mi miembro en dirección al culo de Sonia en cada embestida y parecía que no acabaría nunca. Por fin me detuve, exhausto, y Sonia, empapada en sudor y jadeante, me hizo bajar de encima suyo. Como no era la primera vez que experimentaba aquello, sabía la repentina sensación de incomodidad que siente una mujer al tener algo metido en el culo después de haberse corrido, así que saqué mi polla consideradamente de allí, a pesar de no haber quedado satisfecho por no haber alcanzado el orgasmo.

La besé y le di las gracias por aquel regalo tan especial, pues así lo consideraba yo, pero ella me apartó de un empujón.

- Anda, lávate y fóllame el coño -dijo sonriendo- Creo que aún queda algo por hacer...

Así que después de una rápida y minuciosa ducha volví a la cama, donde el hinchado y chorreante coño de Sonia yacía esperando a mi todavía no recuperada polla.

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