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- ¡Bésame!

Y me levantó para arropar su boca con la mía. Encontró su propio sabor, y aunque noté una mueca de desagrado en su rostro, no se separó de mi boca. Entrejugó nuestros labios y lenguas vehementemente, y solamente se separó para suplicarme:

- Déjame devolverte el favor.

Le suspiré mi consentimiento a Juan y él procedió a besar mis mamas, aprovechando para derramar los fluidos corporales que sustrajo de mi boca; recorrió mi pecho y abdomen con besos y lamidas y no se dejó llegar a mi vulva hasta que en su boca no quedara rastro de mi babosidad. Entonces sí hizo contacto con mis labios vulvares, delineándolos con sus labios, lengua y hasta usó su nariz cuando lamió mi perineo hasta bordear mi ano. Yo chillé de placer, con voz apenas audible:

- ¡Qué perra soy!

Cuando mi clítoris tuvo su erección, me lo chupó y lengueteó como yo le hice a su pene, hurgando un poco con su lengua hacia mi uretra para exponer más de mi vestigio de miembro viril, y así circundarlo con sus labios. Me demostró que lo disfrutaba casi tanto como yo al recibir sus mimos carnales. Mis caderas se sacudían ante tanto placer y él hizo mucho esfuerzo para sostenerme, y la tensión muscular amplificaba mi orgasmo. Gemí:

- ¡Aaaaaaayyyyyyyyyyy!

Lo próximo que hizo me llevó al paroxismo: ¡metió sus dedos y en mi vagina y tocó mi punto G! Grité y gruñí como una fiera mientras eyaculaba y luego desfallecí. En mi semi-inconsciencia, él me envolvió en sus brazos, buscando la humedad que depositó sobre mí; yo, débilmente, coloqué los míos junto a los suyos y él se recostó contra mi espalda, en la posición de las cucharas, y me arrulló, diciendo:

- Esto tenía que pasar: Yo te amo y sé que me amas también. Eres muy buena, bella en cuerpo y alma. Te garantizo que seremos felices.

Yo le dije, exánime:

- Sí, yo también te amo mucho. Me esforzaré por agradarte...

- No tendrás que esforzarte, solamente ser tú misma. ¡Ya me haces tan feliz! No te preocupes...

Sucumbimos bajo la somnolencia...
Parte III

...Para despertar abrazados, ¡un contraste alentador a mi depresión de hacía un par de días atrás! El y yo nos sinceramos:

Juan - No pretendo que olvides a tu Marilyn, aceptaré que siga siendo un hermoso recuerdo en tu vida.

Nelly (yo) - ¡Pero ahora, tú eres mi presente y mi futuro!

- ¡Me haces sentir tanto orgullo! ¡Soy yo quien no merece un ángel como tú!

Tuve que besarlo, para silenciar su adulación. Nos movimos a la posición 69 y él también tuvo el suficiente vigor para no despegarse de mi vulva al eyacular, también asiéndose firmemente de mis nalgas; lo único raro fue que me atragantó su pene hacia mi garganta. Permití que pasara el primer chorro de semen, que me calentó mi estómago, y me zafé de él un poco, para conservar el resto en mi lengua, mientras aprisionaba su glande entre mis labios, como el pacificador para un bebé. Cuando por fin llegó mi orgasmo, envolví mis dientes con mis labios para morderle la cabeza y así enmascarar un quejido de éxtasis. Así sellamos nuestro amor. Desde entonces, ya somos una pareja estable.

En el trabajo, el jefe también me recompensó, aunque solamente con un bono por productividad. Pero me ofreció un puesto de asistente ejecutiva, trabajando hombro con hombro con mi amado Juan. Aunque la oferta era tentadora, le dije que me gustaba seguir siendo recepcionista. El me dijo que la oferta permanecería abierta, porque en su momento, ambos sabíamos que yo la aceptaré. También llegué a sentir un cariño especial por él, pero no para tener sexo, sino para trabajar fielmente para la compañía.

Juan y yo comenzamos a salir juntos, y al principio, alardeábamos de nuestra mutua conquista con un poco de recato. Ibamos al cine, a restaurantes, museos y parques públicos; hasta lo llevé al lugar de bailes, ya que nos quedaba cerca. El bailaba muy mal, aunque yo no lo hacía tan bien, pero disfutábamos la oportunidad de abrazarnos, besarnos y acariciarnos eróticamente en público sin que la gente nos viese mal. Pero secretamente, mi verdadero propósito era buscar a Marilyn, saber de ella, si estaba bien, si sufría, si logró olvidarme... No me atreví a preguntar, pero me dediqué a averiguar disimuladamente. Muy de vez en cuando, Juan me permitía bailar con otros chicos, también evitando que me involucrara en algún torbellino de pasión adúltera. Mi principal misión era oír comentarios acerca de Marilyn, porque recordé que ella bailaba con hombres cuando no podía disimular al hacerlo conmigo. Entonces supe que ya se conocía su lesbianismo, y se rumoraba que salía con chicas para tener encuentros de una sola noche. Les satisfacía su curiosidad bisexual y ella ahogaba en ellas su dolor por mi ausencia. ¡Una de las veces, sí la vi! Luché demasiado para no llamarla, y luego, tuve que pedir un trago fuerte y amargo para no ponerme a llorar. Pero Juan, mi fiel Juan, mi eterno Juan, leyó lo que yo estaba sintiendo en ese momento. El estaba muy consciente de que él, menos que yo, debía dejarse ver por mi ex. Me sacó de la barra y me llevó a nuestro nido de amor, pero ya yo no tenía ganas, sino de vomitar y luego llorar. Fue la peor noche que he pasado a su lado, solamente la superó aquella fatídica madrugada en que yo perdí a Marilyn. Al otro día, Juan me confrontó con el hecho de que ni siquiera podría ser yo una amiga para mi ex-compañera consensual. El es todo un hombre, porque sabe ser directo y al punto cuando es preciso, pero aunque fuese más débil de carácter, yo lo amaría igual.

Dejamos de ir a bailar allí, porque además, él se sentía incómodo al tener "dos pies zurdos." Nuestra vida social fue menguando, porque al madurar nuestro amor, preferimos dedicar nuestro tiempo libre para experimentar con más placeres sexuales. Así que, una tarde de fin de semana, lo llevé a aquella misma tienda sexual a donde me llevó Marilyn. Todavía necesitaba exorcizar el recuerdo de ella un poco más para sentirme libre otra vez. Allí compramos las cremas y aceites que ella y yo usamos para aquel masaje corporal tan inolvidable, además de condones, porque él insistía en protegerme de una preñez, que al fin y al cabo, sería el único daño que él sería capaz de causarme.

Al llegar al apartamento, dejamos descongelando lo que cenaríamos después, y nos desnudamos para prepararnos, pues nos dimos una ducha rápida y nos recortamos nuestras uñas; a ambos nos dio pesar que yo cercenara las mías, que ya llegaron a ser muy largas y estilizadas. Como yo ya tenía práctica en el "arte" del masaje, lo acosté primero y recorrí su cuerpo con las cremas, así descubrí sus músculos y sus otros puntos erógenos. Con él boca abajo, amasé sus sienes, mejillas, nuca, hombros, axilas, tríceps, codos, antebrazos, muñecas, palmas y dedos, para regresar en orden inverso, a los hombros, y seguir por sus omóplatos, su columna vertebral, sus costillas, su cintura, sus caderas y nalgas, éstas, las sobé rápidamente y le prometí:

- Volveré aquí muy pronto...

A lo que respondió simpáticamente:

- Te estaré esperando.

Froté sus muslos con cierta firmeza, y seguí por sus rodillas, pantorrillas, tobillos, plantas y dedos de los pies. Tracé mi regreso a su pelvis con apenas mis dedos y entonces sí le manipulé sus nalgas desvergonzadamente, como si me propasara con una mujer. Me senté sobre sus rodillas, para aprisionarlo, y surqué su perineo para sacarle un pequeño orgasmo, cuando lo logré, me volví sádica y empecé a acariciarle el ano, haciendo presión con la yema del dedo índice o el que se saca al insultar. El se alarmó, porque es virgen por ahí y ello representaba una amenaza a lo único que le quedaba de machismo y homofobia. Yo me recliné, haciéndole sentir mis pezones erizados en su espalda y nalgas, y lo tranquilicé, diciéndole:

- Papito, no quiero menospreciar tu hombría, pero en el masaje erótico, todo vale, mientras no se cause dolor. Además, todo lo mío es tuyo, así que todo lo tuyo debe ser mío. ¡Anda, ábrete para Mamita!

Mi intención era contagiarlo con la fiebre del orgasmo múltiple, y me acerqué mucho a esa meta, aunque él los lograba con algunos minutos de demora. Al fin, después de caricias, palabras de amor y mucha más crema, se relajó y le metí mi dedo hasta adentro. Fue sabroso el morbo de perderle el respeto de esa manera. Le fui dilatando poco a poco, para llegarle más profundamente con uno o dos dedos. Le susurré burlonamente:

- ¿Cómo se siente mi niña bella, mi mujercita?

Entrando de lleno en mi juego, me respondió:

- Como si fuese tu prostituta.

Le di un vaivén de mete y saca, excitada por mi poder sobre él y el calor que su cavidad me irradiaba en mi dedo. Hasta logré hallar su próstata y usé mi técnica para darle su orgasmo del punto G masculino, como el que dan los homosexuales en la sodomía. Al eyacular, su voz fluctuaba en volumen y tono, y al él calmarse, exclamé:

- ¡En verdad, tú sí eres mi hembra brava!

En cualquier otra circunstancia, esto sería para él un insulto grave, que tal vez lo motivaría a golpearme hasta matarme, pero tras tan poderoso orgasmo, él se sentía feliz de que yo lo deshonrara así.

Lo volteé y le aseguré con estas palabras:

- ¡Ahora te devolveré tu hombría, mi hombrón grande y fuerte!

Le di un fugaz beso en los labios y después de lavarme y untarme más crema limpia, le acaricié su cráneo, su frente, sus pómulos, su mandíbula, su cuello, sus hombros, clavículas, axilas, bíceps, el interior de sus codos, sus antebrazos, muñecas, palmas y dedos, para regresar en orden inverso, a los hombros, y seguir por su esternón hasta llegar a sus tetillas, las cuales acaricié hasta arrancarle otro orgasmo, otro poco de ilusión femenina. Al ver esto, me conmoví hasta las lágrimas y le repetía, como en un "mantra" hindú:

- ¡Yo te amo, te amo, te amo...!

Le seguí por las costillas, y procedí a amasar compulsivamente su barriga, llena de fascinación, surcando hacia las "llantitas" en su cintura, como para hacerlas rebajar. Le sobé su abdomen, su vejiga, y delineé su pene y testículos, otra vez prometiéndole que les daría atención especial posteriormente. Seguí con sus muslos otra vez, por sus rodillas, pantorrillas, tobillos, plantas y dedos de los pies. Tracé mi regreso a su perineo y rodeé sus testículos y pene con ambas manos. Lo vi largo y duro como nunca antes y lo masturbé frenéticamente, alternando mis manos, porque buscaba la bendición de su semen caliente.

- ¡Hombre mío, siéntelo...!

Su chorro de semen abundante me maravilló y chillé, reí y lloré, porque no cabía en mí misma de puro amor por mi gran Juan. Lo mágico del masaje erótico es que en nada le resta vigor a quien lo recibe, así que él estaba listo para reciporcarme. Me hizo todo lo que yo le había hecho, pero añadiendo su toque especial, masculino, urgente. Yo recibí con mucho beneplácito su "venganza," pues cuando metió sus dedos en mi ano, me llevó a un orgasmo que me inspiró un anhelo de su eventual penetración, y cuando me hizo todo lo del frente, mi orgasmo por los senos me dejó delirante, y sus dedos sobre mis labios vulvares, mi clítoris y luego dentro de mi vagina (recuerden, chicas y chicos, nos lavamos las manos antes de trabajar por el frente) me enloquecieron. Yo también estuve energizada y no agotada, aunque él me estimuló mi punto G y le solté una eyaculación femenina aún más lejos que la suya.

Nos dio hambre, así que nos lavamos la crema, quedando en nuestros cuerpos una sensación refrescante y tersa. Nos dispusimos a cocinar y yo me puse un rústico delantal campesino para estar ante la estufa, sin nada más puesto. El me elogió:

- Te ves más sexy en eso que con toda esa ropa erótica que tienes. Ni desnuda serías más bella. Quisiera seguir viéndote usar esa prenda en tu vejez.

Lo dijo en serio. La tela apenas cubría mis tetas y mis pezones se me escapaban por los lados, y toda mi espalda y mi culo estaba expuestos; hasta me dio una nalgadita juguetona, que lejos de ofenderme, me enorgulleció. Es más, su agresión benévola me afirmó que lo nuestro sería para siempre. Cuando él tenía que vigilar la estufa, le pasé el delantal y también noté que se veía muy sensual con eso puesto, aunque yo hubiese preferido ver su pene a través de la prenda, acepté que lo tuviese protegido, ante todo. Lo exteriorizé:

- ¡Tu también eres bello!

El solamente me miró y su sonrisa resplandecía. Conmovida, le soplé un beso al aire.

Cenamos alegremente, y a veces, cruzábamos la mesa para besarnos y así saborear los bocados desde las bocas el uno del otro. Hasta derramábamos salsa sobre nuestros respectivos pechos con toda la intención de lamérnoslas mutuamente. Ya habíamos dejado atrás el asco, el bochorno, el miedo y hasta el dolor... Solamente hay espacio en nuestros corazones para el amor, el aprecio, la tolerancia y la compenetración.

Al cenar, recogimos la vajilla sin mucho esmero y nos sentamos en el sofá para reposar, tomados de la mano. Después lavamos todo muy bien. Tuve que ir al inodoro y al defecar, rememoré su dedo en mi ano y me excité de nuevo, así que tomé una botellita usada de ducha vaginal, la rellené con agua en el lavamanos y me senté en el inodoro para aplicarme pequeñas enemas, para estar muy limpia y fresca para Juan. Ya él me esperaba en su cama, con la expectativa de qué más haríamos...

Yo me senté sobre sus muslos y me incliné hasta conectar mis pezones contra los suyos, y compartimos este suspiro:

- ¡Ay, Nelly, eres insaciable!

- ¿A quién le amarga un dulce?

- Aún te necesito.

- Yo también.

Arrastré mi vulva desde sus testículos hasta su pene, y al pasar de largo sobre su vientre, dejé que éste se irguiera otra vez, para sentirlo contra mis nalgas. ¡Me torturaba yo misma, incrustándolo en la raja entre mis cachas! Le logré colocar su consabido condón sin mirar hacia atrás, y lo alineé hacia mi agujero trasero. Murmuré, más para mí que para Juan:

- Estoy a punto de cumplir tu más oscuro capricho.

- ¿Cómo sabes tanto de mis caprichos oscuros?

Entonces, abrí mi esfínter y descendí hasta alojar a mi adorado intruso en mi recto. Hubo algún dolor, el cual me saboreé masoquistamente, y al éste desaparecer, comencé a mecerme para hacerme yo misma el amor anal. El me agarró mis mamas para apoyarme y reforzar mi sensación de placer, pero me sentí egoísta, así que fui girando con su miembro aún incrustado en mí hasta quedar mirando hacia sus pies para dar saltitos. El subía sus caderas a veces para mantener un ritmo sensual, y cuando él no se mantenía, por causa de los orgasmos, se limitaba a sobar mis nalgas. Yo me dejé ir hacia el clímax más morboso y perverso que haya yo experimentado. Cuando él perdió su erección debido al agotamiento, quedó desalojado de mí y me recosté a su lado, usando la irritación como recordatorio de tan explosiva experiencia.
Parte IV

Esa madrugada, nos despertó un ruido raro. Juan lo reconoció como el timbre del intercomunicador, recién instalado como consecuencia del escándalo que Marilyn provocó, y saltamos a contestar; no lo iba a dejar solo, aunque aún estábamos desnudos y un poco pegajosos. La voz parecía decir:

- ¡Nelly, Juan, ayúdenme! ¡Por favor...!

Juan comentó, un poco molesto:

- ¡No reconozco esta voz!

- ¡Pero yo sí: Es Marilyn! ¡Abrele pronto!

Mis emociones iban más rápidamente que la luz, y me pareció una eternidad mientras mi novio pulsaba el botón que destrancaba la puerta principal. Ella entró, y la vi como muerta en vida: su maquillaje estaba regado sobre su rostro, con ciertas líneas dejadas por lágrimas, y su ropa, usualmente sexy y elegante, estaba sucia y un poco desencajada. Venía descalza, porque a sus zapatos, usualmente lujosos, se les quebraron sus tacones. Se me escapó un sollozo y la abracé impulsivamente, interrogándole con una histeria apenas controlada:

- ¿Qué te pasó? ¿Quién te hizo esto?

- Hubo un motín en la "disco", y yo huí. ¡No supe a dónde acudir, para que no me pudiesen seguir hasta mi casa...!

Su cuerpo temblaba violentamente y se deshizo en llanto. Yo la apreté contra mi cuerpo, tratando de transmitirle fuerza y serenidad. Pero mis propias rodillas me traicionaban, y hasta tuve deseos de orinar, ya sea por el frío de la noche o el horror que ella me infundía. La tomé por los hombros y la conduje al baño, invitándole así:

- Vente a que te laves y refresques.

Miré a Juan y le dije como si fuese por telepatía:

- Tengo asuntos pendientes con ella.

Encendí la luz y notó mi desnudez, pero ella estaba preocupada por otras cosas, así que me permitió quitarle su ropa, ya inservible, y se metió en la ducha. Marilyn no entendía bien cuál clavija abrir para ajustarse el chorro de agua, así que me metí con ella, con el pretexto de ayudarla. Comencé yo misma a enjabonarla, para ver si estaba lastimada y sentí alivio de que estaba bien. Al contacto con el agua, no pude contenerme más y me oriné contra sus piernas. Ella me miró sorprendida, pero yo la ataqué con un beso de lleno en la boca. Ella luchó por apartarse y le insistí, también telepáticamente:

- ¡No te escaparás tan fácilmente de mí!

Ella pasó a enjabonarme a mí también, porque extrañaba sentir mi cuerpo, después lavé su hermoso cabello, porque hedía a alcohol y cigarrillos; y mientras nos enjuagábamos, nos seguimos abrazando y acariciando. Cerré la ducha y la deposité delicadamente sobre el frío piso del baño, y me coloqué sobre ella en la ya famosa posición 69, donde nos devorábamos con lujuria. No nos permitimos pensar en Juan, del mismo modo que yo la había apartado a ella de mi mente cuando yo me justificaba como que él necesitó mi cariño después de aquel día tan difícil en la oficina. Tras dos o tres orgasmos rapiditos, la levanté y le dije:

- Ahora quiero que conozcas a Juan, el verdadero Juan.

Salimos del baño ya en otro plano mental y le hice señas a mi hombre para que se preparara. Abrieron ambos sus bocas para balbucear algún reproche pero yo me les impuse con mi aire de dominadora, y dándose cuenta de una erección inesperada, Juan se forró mientras esperaba a que ambas diéramos los pocos pasos hasta la cama. Yo les presenté, con una excitación burlona:

- Marilyn, te presento a Juan; Juan, te presento a Marilyn.

Musitaron "mucho gusto" casi a coro.

Ella me miró perpleja y yo la animé a besarlo. Ella rozó su mejilla contra la de él y yo la reprendí juguetonamente:

- ¡Así no! ¡Así!

Y me besuqueé con él, e inmediatamente con ella, desvergonzadamente. Luego tomé sus cabezas y las alineé; la proximidad de sus alientos hizo el resto y ella se derritió ante él. Yo no sentí celos, al contrario, deseaba con toda mi alma que se diese este encuentro entre mis dos grandes amores. La sostuve por sus tetas y timoneé su cuerpo para que ella misma se insertase el miembro viril en su vagina. Le recordé:

- ¿Recuerdas que te pregunté alguna vez acerca de consoladores? Ahora quiero que pruebes el que yo tengo; lo único que éste está vivo.

Prensé sus cuerpos con el mío para que la penetración llegara a ser más profunda y ellos se pudiesen separar. Froté mi torso contra su espalda para imprimirle ritmo a su reencuentro con la heterosexualidad. Ella tomó la iniciativa y comenzó a sacudirse, hallando el orgasmo para ella misma y para él, mientras su fricción contra mi cuerpo me devolvió aquel orgasmo de cuerpo entero... Los tres nos derrumbamos exhaustos y yo les confesé, emocionada:

- ¡Los amo a los dos! ¡Nunca los dejaré ir de mi vida, jamás!

Lloré de felicidad, sin dejar de acariciarlos y besarlos. Ellos me devolvieron las caricias condescendientemente, mientras se quedaban dormidos. Yo los contemplé juntos un rato antes de dormirme yo también...
Epílogo

Al despertar, todos nos sorprendimos de encontrarnos en esa situación tan comprometedora, pero yo me puse firme y les dije:

- Está decidido. Yo los amo mucho a los dos. Nadie puede cambiar eso. Yo quise que tú, Juan...

Viré mi rostro desde Juan hacia Marilyn, y proseguí:

- ...te lo metiera a ti, Marilyn. Quedan irrevocablemente unidos a través de mí.