Doble Infernal

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Les busqué infructuosamente por el centro de Londres. Tras cuatro días y sin una libra en el bolsillo, sabiendo que en España y Francia me buscaba la policía, decidí volver a contactar con Lorna. Contaba con lo que pensaba que sería una pequeña prueba del engaño de mi gemelo.

En Florida, en una visita a los cayos, Mónica y yo habíamos salido por casualidad en una foto de un periódico local y me la había guardado. Si él no me había mentido, cuando hablamos esos días por teléfono, estaba en Salou con ella y con Lily. Estaba claro que podía seguir todos mis movimientos, pero no sabía si alcanzaba a leer mis pensamientos, así que procuré centrarlos en mi desánimo cuando me dirigía a la casa de ella.

Algo, no sé exactamente qué, me llamó la atención cuando me acercaba. Noté un escalofrío en la nuca y deteniéndome, me di cuenta de que la casa estaba vigilada.

Me alejé y la llamé por teléfono con mis últimas monedas. Le pregunté si me había denunciado a la policía y me dijo que no.

"Entonces ha sido él. Te pido perdón por habértelo ocultado pero somos dos hermanos gemelos y el que te ha robado y hecho daño no soy yo. Puedo demostrarlo, pero no puedo ir a tu casa porque está vigilada, creo que por la policía".

"Ya te he dicho que no te he denunciado, aunque debería".

"Creo que ha sido él. Tiene la capacidad de saber siempre donde estoy, aunque espero que ahora la haya bloqueado para no sentir la misma angustia que yo. Si quieres darme la oportunidad de explicarme, encuéntrate conmigo junto al kiosko de la música en el parque cercano a tu casa".

Nos vimos allí diez minutos después. Le enseñé el recorte del periódico y le conté la historia y mi situación.

"Si es como pienso, no estará ya en Inglaterra. Yo tengo que salir del país como pueda". Lorna me creyó, o al menos me dio el beneficio de la duda, pero no me perdonó el engaño inicial. Me dio unas pocas libras y se despidió friamente de mí.

Vagué sin rumbo por las calles londinenses. Cuanto más perdido estuviera menos posibilidades había de que me encontraran. Ya de noche, pasé frente a un cochambroso club nocturno, en el Soho. Tenía un cartel ofreciendo trabajo para un camarero. Entré y me propusieron trabajar de inmediato.

Aún estaba el encargado explicándome los precios y esas cosas, cuando vi a María, medio en pelotas, con un cliente. Ella me vio y vino inmediátamente a encararse conmigo.

"¿Eres el que conocí en Hawaii o el hijoputa que me sacó del hotel y me trajo aquí?".

"El que conociste en Hawaii", dije.

"Enséñame tu pie izquierdo". Sabía a lo que se refería e ignorando al encolerizado gerente de aquel antro, me descalcé.

El día que llegamos a Madrid, una señora gorda me había pegado un tremendo pisotón. Me había destrozado la uña del dedo gordo, que estaba ahora de dos colores, blanca en la base y morada de sangre coagulada en la parte delantera. Nada más verla, María me echó los brazos al cuello y me besó.

"Tenemos que irnos de aquí. Ahora él sabe donde estoy. La policía llegará pronto".

"Lo sé", dijo ella, "pero tengo que coger algo de ropa".

"One moment", intervino el encargado.

"The police is comming for us. If you dont let me go, I will tell them about the two hungarian slave girls in the cellar". El tío se asustó y nos urgió a que nos largáramos lo antes posible.

Salió en dos minutos en vaqueros. Ya en la calle, los polis no me vieron de milagro. María me empujó a un portal oscuro y se dirigió a ellos. Oí como les decía que no iban a encontrar al que buscaban, pero que si entraban en el sótano del club, encontrarían a dos chicas húngaras de quince años obligadas a ejercer la prostitución. Quisieron que les acompañara pero ella les convenció de que su miedo a las represalias era atroz.

Salimos disparados, perdiéndonos por las calles sin rumbo fijo, sin mirar los rótulos. María incluso me guió un rato como lazarillo mientras yo mantenía los ojos cerrados bajo unas gafas oscuras. No los abrí hasta encontrarnos en el dormitorio de una pensión.

"Sospeché desde el primer momento pero no lo supe hasta que te descalzaste". María sí sabía, desde antes de nuestra llegada a Europa toda la historia.

"Me resistí pero me noqueó y me ha tenido retenida y drogada varios días. Luego me ha dejado en el club hace dos nochess. Aún estoy terminando de pasar el síndrome de abstinencia. Supongo que creía que no me enteraba de nada cuando me contó sus planes".

"¿Qué vamos a hacer?".

"Es mejor que me lo dejes a mí. Cuanto menos sepas tú, mejor".

"Me pongo en tus manos".

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Pasé tres días encerrado allí. María salía durante el día, traía comida y hacíamos el amor, ahora con preservativo. Por fin un día, vino muy alegre con un periódico.

"¡Ya está!".

Una noticia en el interior daba cuenta de la detención de Julio Medina, un español buscado en varios países por estafa y en Inglaterra por trata de blancas. Estaba pendiente de aclararse si había dos gemelos utilizando el mismo nombre.

Él mismo se había denunciado esperando que me capturasen a mí.

"Estaba en Amterdam. Vi una nota con una dirección y conseguí copiarla. Ahora tenemos que hacer algo que te dolerá un poco, porque pasarán meses hasta que le extraditen y tu uña ya estará bien para entonces".

Me llevó, otra vez ciego, a un local de tatuajes. Sobre los riñones me dibujaron algo que no vi hasta mucho tiempo después.

Aunque encarcelado, todavía le temíamos, de modo que seguí desplazándome siempre dirigido por María, que se ocupó entre otras cosas de contactar con Lorna, que convencida ya del todo, vino a visitarnos un día con su bebé. Quería saber quien de los dos había estado con ella en una fecha determinada y se puso muy contenta al saber que era yo.

"Los genes son los mismos y puede que él no sea tan responsable como parece. Durante muchos años experimentaron con él de una manera terrible".

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Por fin se celebró el juicio. La foto del periódico, el tatuaje y sobre todo, las huellas dactilares que tuve que dejar en América, acabaron de despejar las dudas.

María me ayudó a reconciliarme con todas. Volvimos a España y rehice mi vida. Por si acaso, por sí escapaba de la cárcel o para cuando saliera, me hice algún otro tatuaje en la espalda. Pero no hubiera sido necesario porque murió acuchillado en una reyerta.

FIN

FINAL ALTERNATIVO:

"¿o quien murió fue el auténtico Julio Medina y os he engañado a todos al escribir su historia?"

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