El Abogado. Cap. 02

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Enfrentándose a nuevas realidades.
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Parte 2 de la serie de 6 partes

Actualizado 06/09/2023
Creado 08/31/2018
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Enfrentándose a nuevas realidades

****

Leandro Vizcaya

Gracias a una amnistía que decretara Francisco Franco, dictador de España, debido a las presiones internacionales que se ejercían en contra de su gobierno, de un modo u otro, Leandro Vizcaya había sido liberado de la prisión en la que había permanecido durante casi 10 años, por haber pertenecido a las juventudes del Partido Republicano en los años 50. Eso le permitió que pudiera volver a su ciudad natal, Barcelona, en donde esperaba encontrarse con su familia.

En los últimos años de prisión, no había podido comunicarse ni con sus padres ni con sus hermanos. Y cuando llego se encontró con la triste noticia que sus padres habían muerto poco después de su encarcelamiento; ninguno de ellos pudo soportar la angustia de no saber nade de él. Sus hermanos se habían desperdigado por toda España.

Todo esto le informo su tío Alberto Vizcaya quien, por suerte para él, se había hecho cargo de los bienes de sus padres. Este tío, con mucha astucia, se había mantenido siempre en una postura política ambivalente, lo que le había permitido desarrollarse como comerciante sin enfrentar las zozobras de todos los que habían tomado partido por uno u otro bando. Fue así, como bajo el alero de su tío, Leandro en corto tiempo se vio convertido en un hombre de negocios exitoso.

Sin embargo, los largos años de prisión habían dejado serias secuelas en él; lo habían convertido en un hombre a medias. Las torturas a las que había sido sometido, habían dejado sus órganos sexuales totalmente atrofiados debido a los golpes eléctricos que recibió a los inicios de su encarcelamiento, a través de los cuales se intentaba que entregara nombres de otros camaradas. Leandro nunca los delató y soportó estoicamente hasta perder el conocimiento del dolor que le generaron esas torturas, y que terminaron con ese resultado.

Leandro había sido siempre un hombre fogoso, a quien nunca le faltaron oportunidades. Ahora, cuando visitaba lugares nocturnos de espectáculos, debía complacer su libido solo mirando. Leandro siempre había tenido una actitud muy pragmática, por lo que aceptaba sin quejarse, lo que en este momento la vida le ofrecía.

Una mañana mientras revisaba su correspondencia, se encontró con una carta de un antiguo camarada de armas, Juan Alonso. En ella, Juan lo felicitaba ya que, a través de otros compañeros había sabido de su liberación. Le contaba que se encontraba exiliado en Francia en un campo de refugiados y habiendo sabido que estaba libre en España, le pedía el favor si podía reunirse con él en cuanto le fuera posible.

Sin pensarlo uno instante, le avisó a su tío respecto de las razones de su viaje, y esa misma mañana voló hasta el aeropuerto Charles De Gaulle para desde allí dirigirse por tierra hasta la pequeña localidad de Puillac, en donde lo esperaba su amigo.

Llegó como a las 8 de la noche y se dirigió a un bar restaurant que quedaba cerca del puerto.

Leandro al entrar, reconoció de inmediato a Juan Alonso con quien habían vivido largas y penosos acontecimientos durante la resistencia, que terminó con Juan huyendo hacia la frontera de Francia y a él, confinado en unas mazmorras.

Se dieron un largo y apretado abrazo, mientras lo hacía, observó a una pequeña niña rubia de unos seis años, que los miraba sonriente.

"Leandro, te presento a mi pequeño tesoro, Romina. Romina, saluda al tío Leandro"

"Hola titi" Dijo la pequeña niña con una vocecita cálida.

"Hola, hermosa princesa" Dijo Leandro, mientras se agachaba para apretar la pequeña manita de la niña.

Se sentaron, y de inmediato observó el rostro sombrío de su amigo.

"¿Qué pasa Juan?" Preguntó Leandro.

"Querido amigo, hay tantas cosas que debería contarte, pero, desgraciadamente el tiempo apremia y sólo te diré lo siguiente: Debíamos zarpar la pequeña Romina y yo dentro de una semana hacia Chile en calidad de refugiados en el barco Winnipeg, que ahora se encuentra a la espera del proceso de terminar los trámites con el Consulado de ese país, para registrar a todos los pasajeros españoles que se irán. En una inspección sanitaria que realizó la institución que patrocina este viaje, me detectaron una pulmonía fulminante, por lo que me impiden que viaje. Como tú comprenderás, no puedo enviar a mi hijita sola. Frente a esto, no me quedó otro recurso que llamar a la única persona que conozco. Realmente no sé qué hacer en este momento, amigo mío."

Leandro en este instante, pudo darse cuenta la cara demacrada de su amigo Juan, y comprendió el enorme drama que enfrentaba. Sin pensarlo dos veces, le dijo:

"¡No necesitas viajar, te vas conmigo y tu pequeña a mi casa en Barcelona!"

"Amigo, sabía que reaccionarías así. Pero tú sabes que no puedo volver a España, sería encarcelado de inmediato."

"Si lo entiendo, pero lo haremos con otra identidad. Déjame hablar con mi tío Alberto, y veamos qué hacemos"

Esa misma noche cuando se levantaron de la mesa Leandro tenía todo organizado para que Juan pudiera regresar a España bajo el apellido de García en lugar de Solano. Y al día siguiente a primera hora, los tres estaban camino a Barcelona.

Fue así como la pequeña Romina comenzó a vivir bajo el alero de Leandro Vizcaya, y gracias a sus cuidados, pudo sobreponerse a la muerte de su padre, lo que ocurrió solo dos meses después de su regreso a España. En su lecho de muerte, le había prometido a su amigo Juan, que siempre cuidaría de su hija como propia, y eso lo convirtió en su tutor y único pariente que la pequeña Romina García tendría de allí en adelante.

Leandro siempre colmó de cuidados a esa pequeña niña cuya madre había muerto al nacer ella, para después ver a su padre seguir el mismo destino. Eso hizo que Romina se pegara a él como una lapa, acompañándolo en todo momento en sus actividades diarias, cuando no estaba en el colegio. Cada noche, pocos minutos después que Leandro iba a la habitación de Romina para taparla y desearle las buenas noches, en la habitación contigua a la suya, la pequeña corría de vuelta hacia el dormitorio de éste y sin que lo pudiera impedirlo de ningún modo, la pequeña se acurrucaba junto a él hasta quedarse dormida en sus brazos. Los largos días viviendo con su padre en el refugio de asilados en Francia, en el único camastro en la que ambos dormían, generó la costumbre en la pequeña de sentirse protegida. Y era eso lo que ahora buscaba en los brazos de Leandro.

A los pocos años, cuando Romina tenía ya unos diez años, Leandro logró encontrar a su hermana en Cataluña y le pidió que se fuera a vivir con él.

Su hermana accedió de inmediato, y eso permitió a Leandro, contar con un apoyo femenino que pudiera guiar a Romina en esos momentos críticos e inevitables que surgen cuando una niña impúber se transforma en mujer.

Con el tiempo, dos sucesos comenzaron a preocupar a Leandro:

Primero, había comenzado a recibir de pronto y sin previo aviso, inspecciones sanitarias en sus panaderías que era el centro de su negocio, las que no tenían mucha justificación. Una investigación somera que pidió a unos amigos le permitió establecer que tales inspectores pertenecían a la policía secreta de Franco. El había sido excarcelado gracias a la amnistía, la que nunca quiso aceptar de buena manera por el dictador. Estaban tratando de acosarlo de un modo u otro.

Segundo, Romina estaba creciendo y haciéndose adolescente, y pronto Leandro se dio cuenta que la belleza de la muchacha causaba día a día más inquietud en él, la que podía controlar. Es que la personalidad y la belleza exuberante de Romina, generaba esa reacción en todos los hombres que la conocían y a él especialmente, que tenía que verla a diario.

Romina era extravertida en todas sus actitudes. Demostraba su simpatía o antipatía por las personas que la rodeaban, de una forma directa. Por otra parte, acostumbrada a la presencia masculina de Leandro en todo momento, ella se mostraba ante él, sin aprehensión alguna, paseándose en las mañanas cuando se preparaba para irse al colegio, con su breve pijama de algodón que ceñía sus desarrollados y enhiestos pechos, haciendo que las hormonas de Leandro despertaran violentamente al verla.

O cuando volvía del colegio y encontraba a Leandro sentado en su sofá favorito, Romina simplemente se sentaba en su regazo, con su falda corta de colegio remangada hasta la mitad de sus muslos, y lo colmaba de besos, contándole todas las actividades del día.

Y cuando al fin lo dejaba para ir a cambiarse de ropa, volvía luciendo chandales que parecían estar engomados a su cuerpo, lo que le permitía apreciar la firmeza de su trasero redondo y duro, el que había podido apreciar apoyado en su entrepierna, momentos antes.

Y lo peor venía por la noche. Romina a pesar de sus ya 17 años, continuaba con su costumbre de pasarse a la cama de su 'titi', y sin reparar la escasez de su vestimenta. Así en innumerables noches, Leandro al despertarse a medianoche para ir al baño, se encontraba de vuelta con el espectáculo de Romina con su pijama remangado, y sus pequeñas bragas apretando y cubriendo apenas su duro y redondo trasero que provocaba reacciones en su ingle, sin llegar a generar una erección en su miembro casi mutilado.

Esto para él, era como el suplicio de Sísifo. Verla cada día paseándose ante él, casi provocativa, haciendo que sus manos y todo su cuerpo se crispara en un gesto inútil ante la belleza incontrastable de Romina.

Romina se comportaba con Leandro, de una manera muy física. Era como si sintiera a cada momento una necesidad de tocarlo, de mimarlo. Cada vez que lo veía leyendo, se sentaba en su falda, le quitaba el libro y se abrazaba a él y le preguntaba cómo había sido su día, o que iba a hacer al día siguiente, como si fuera su pareja.

Acostumbraba a acompañar a Leandro a todos los eventos sociales, convirtiéndose en la envidia de todos los hombres que los rodeaban. Y en aquellas ocasiones en que eran eventos con baile, Leandro permitía que la invitaran a bailar, para así poder observarla con detención. Romina, con su larga cabellera rubia y su cuerpo esbelto, era el centro de atención de todos los hombres y el suyo, por supuesto.

Leandro disfrutaba recorriendo con la vista el cuerpo de esa muchacha, cuya belleza crecía día a día, lo que lo llenaba de alegría y también de tristeza de no poder poseerla. Porque ese sentimiento de posesión hacia Romina se había hecho evidente cada vez que la muchacha se abrazaba a él.

Pero, algo generó un cambio entre ambos.

Fue, cuando una noche en que Leandro se había quedado escuchando música en penumbras en el living y había visto a Romina subir, supuestamente para acostarse, sintió de pronto la tibieza del cuerpo de Romina, quién a horcajadas sobre la falda de él, había acercado su boca al oído de él y le había preguntado a boca de jarra: "Titi, ¿me amas?"

La sorpresa de la situación le dejó con las manos en el aire, sin saber dónde colocarlas.

Ella insistió:

"Titi, ¡abrázame y dime que me amas!"

Abrazó su espalda y musitó " Por supuesto que te amo, Romi. Eres lo más importante para mí."

"No. Quiero que me digas que me amas. Como un hombre ama a una mujer"

"Ooh. Si, te amo. Pero,... "

"Si, lo sé. He sido como tu hija toda la vida, pero, ahora, yo siento que te amo como una mujer debe amar a un hombre. Necesito saber si sientes lo mismo que yo siento por ti."

"Si. Es verdad. No puedo seguir negando que ya no te veo como si fueras mi hija, porque no lo eres. Durante todos estos años, te he visto crecer y convertirte en una mujer hermosa, deseable. Si. Siento la atracción que me provocas" Dijo finalmente Leandro, en una exhalación, que sonó como una confesión largamente oculta en su corazón.

"Si, titi, es lo mismo que yo siento por ti."

"Pero, Romi, así como puedo confesarte esto, debes saber algo mas..."

"Titi, no tienes que agregar nada más. Sé exactamente tu condición física y no me importa. Te amo tal como eres."

"Romi. ¿Qué es lo que sabes realmente?"

"Tía Consuelo me lo contó todo hace un tiempo. Lo de tus largos años de prisión con que te castigó el actual gobierno. Todos los padecimientos que sufriste. Y todo lo que le hicieron a tu cuerpo. Nada de eso me importa. Solo me importas tú. Y quisiera estar contigo. Quiero ser tu mujer, y cuidarte tal como lo hiciste tu conmigo y con mi padre."

"Mi princesa. Entiendo. Pero, no quiero que mal interpretes los sentimientos que tienes por mí."

"Titi, yo tengo claro mis sentimientos. No es solo agradecimiento lo que siento por ti. Te quiero a ti. Al hombre que tú eres. Deseo estar contigo, ser parte de tu vida. Solo siento que te amo desde siempre, te amo como mujer y ser eso para ti." Y diciendo eso, acercó sus labios a Leandro para besarlo.

Las manos de Leandro, que la sostenían levemente por la espalda, se apretaron instintivamente a sus hombros y bajaron acariciando la suave curva de sus caderas mientras besaba sus labios.

Y por primera en todos estos años, sintió ya no a la pequeña Romi, sino a la mujer que había estado creciendo frente a él. Los labios que hurgaban en su boca, buscando su lengua, atestiguaban aquello. Los duros pezones que se apretaban contra su pecho, lo confirmaban, y la suave presión de su vientre contra su ingle, generando un calor que comenzaba a recorrer su cuerpo, de una manera impensada, lo corroboraban.

Se besaron largamente. Hasta que Leandro, girándola, la depositó de espaldas sobre el amplio sofá, y comenzó a recorrer con su boca, su cuello, el valle de sus pechos que tomó entre sus manos para besar sus pezones endurecidos por el deseo.

Sin soltarlos, siguió bajando su boca hasta encontrarse con su vientre suave para posar su cara contra la colina, cuna de su sexo impoluto. Sintió gemir a Romina, cuando bajando una mano, la llevó hacia abajo para descorrer la tela que estaba incrustada entre los labios de su vulva.

La boca de Leandro rápidamente se apoderó de su hendidura, y recorriéndola con su lengua de arriba abajo, saboreó los jugos que habían comenzado a fluir generosamente. Sentía como el cuerpo de Romina se retorcía contra su boca, anhelante de esas caricias que por primera vez recibía de un hombre.

Las manos expertas de Leandro acariciaron sus caderas, se deslizaron por la redondez de sus nalgas, abriéndolas como fruta madura, para besar la fruncida rosa de su culo. Los gemidos de Romina eran cada vez más intensos, especialmente cuando Leandro comenzó a jugar con su lengua y con sus labios en el pequeño botón de su clítoris.

El despertar sexual de la muchacha frente a esas caricias fue demasiado violento para sus expectativas y de pronto Leandro sintió las manos de Romina, crisparse sobre su cabeza al tiempo que enarcaba sus caderas hacia arriba y en un largo 'Aaahhh', que se sintió nítido en la obscuridad de la habitación, acabó lanzando un chorro de líquido contra su cara.

Leandro continuó lamiendo en el centro de la vulva de la muchacha, hasta que sintió la voz de Romina que le rogaba "¡Detente, titi, detente! ¡No puedo más!".

Cuando alzó su cabeza, vio el rostro sonriente de Romina al mismo tiempo que tomando de su hombro, lo instaba a que subiera hacia ella. Cuando al fin lo hizo, ella rodeó su cuello con sus brazos y comenzó a besarlo y a lamer la humedad de su cara, mientras le decía: "¿Esa soy yo, titi? ¿Así acabé para ti?"

"Si princesa, así acabaste. Maravillosamente"

"Si, titi, eso quiero seguir siendo para ti, tu princesa, para que hagas lo que desees con ella. A partir de este momento, también soy tu mujer" Y lo siguió besando y lamiendo, saboreando todas las emisiones de su vulva que cubrían la cara de Leandro.

Esa noche después de darse una ducha juntos, en que ella sin tapujos, lo enjabonó y lo secó, durmieron juntos. Romina por primera vez cuando se abrazó a él, sintió que Leandro le pertenecía verdaderamente y ella a él.

****

Había pasado solo una semana de ese acontecimiento, cuando Leandro estando en el estudio de su casa, fue interrumpido por su hermana Consuelo.

"Hermano. Hay un tipo en la puerta que demanda hablar contigo." Le dijo. Su voz tenía un tono de preocupación.

"Hazlo pasar. No te preocupes" Le dijo.

A los pocos minutos apareció un tipo en la entrada de su estudio. Era un hombre de mediana estatura, de rostro serio que lucía un arrugado y gastado traje que claramente lo delataba como funcionario de gobierno.

"Tome asiento. ¿Quién es usted y a qué se debe su visita?" Pregunto Leandro secamente.

Y el tipo sin mayor preámbulo se sentó y abriendo el portafolio que llevaba, sacó de él unos papeles y dijo: "Mi nombre no importa, por encargo del Ministerios del Interior se me ha encomendado hacerle algunas preguntas respecto del señor Juan García a quien usted albergó en su casa."

"¡Pero eso ocurrió hace catorce años!" Dijo con asombro Leandro.

El tipo, impertérrito simplemente continuo: "¿O sea, es cierto que usted lo albergó?"

"Bueno, sí. Por otra parte, yo puedo recibir a quien quiera, ¿o no?" Contestó molesto Leandro.

"¿Y se puede explicar a qué viene todo esto?"

"Sí. Usted puede alojar a quien desee en su casa, siempre que no sea un prófugo de la justicia, Sr. Vizcaya" Dijo el tipo mirándolo de hito en hito.

"Para su conocimiento, el Sr. García ingresó al país con pasaportes falsos desde Francia."

"Pero, ¡Juan está muerto!" Espetó Leandro, sin poder creer lo que estaba escuchando.

"El Sr. García, cuyo verdadero apellido es Solano, cometió un delito y para este gobierno, este no ha prescrito. Por otra parte, tenemos información que él viajó con su hija, por lo que necesitamos saber de su paradero, ya que deberá ser deportada al no contar con pasaportes válidos."

El rostro de Leandro se demudó, ante la gravedad de esta noticia.

"Ahora, necesitamos saber qué pasó con la hija del Sr. Solano, por lo que agradeceríamos que usted nos proporcionara esa información." Inquirió el funcionario, mientras guardaba el papel en el portafolio.

"Solo puedo prometer que voy a averiguar a través de amigos, qué fue de su hija" Contestó Leadro, levantándose, indicándole así que la reunión había terminado.

"Gracias. Así esperamos. Conozco la salida." Dijo y el funcionario se retiró del estudio, dejando a Leandro sumido en un mar de pensamientos.

De inmediato buscó a su hermana y le contó lo que había pasado. Su hermana no daba crédito a lo que le contaba.

"Hermano, tendrás que esconder a Romina."

"No. Consuelo. Al parecer, el destino de Romina estaba realmente en ese país llamado Chile. Allí iban a viajar cuando me junté con Juan. No puedo seguir escondiéndola, haré todos los preparativos necesarios para viajar allí en la calidad en que lo iba a hacer con su padre. Emigraré a ese país." Dijo Leandro, dirigiendo sus palabras más hacia sí mismo, que hacia su hermana que lo escuchaba sin comprender.

"Consuelo, a partir de hoy, te quedas a cargo del negocio. Venderé una parte y tú te quedas con el resto, lo suficiente para que puedas seguir viviendo en esta casa. Retiraré todos los fondos que requiero para instalarme en ese país. Ahora saldré para comenzar los arreglos de inmediato"

"Si. Comprendo. Tan pronto llegue Romina, hablaré con ella y le explicaré todo. Anda hermano, tienes todo mi apoyo."

Los buenos contactos de Leandro, le permitieron en unos pocos días realizar las negociaciones necesarias para juntar el dinero que requería para los planes de éxodo hacia ese lejano país sudamericano.

Romina era la más exultante respecto de esa idea de viajar lejos. Así interpretó el relato que Consuelo le hizo de los últimos acontecimientos aquella tarde cuando volvió del colegio. Para ella, eso le permitiría iniciar una nueva vida con Leandro. Lejos de todos los que los conocían, de todos aquellos que podrían mirarla con reproche por su decisión de vivir con un hombre varias décadas mayor que ella.

****

A los pocos días de su llegada a Chile, Leandro Viszcaya y Romina García, se unieron en matrimonio en una pequeña ceremonia en la que fue testigo el cónsul de la ciudad de Santiago.

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