El Abogado. Cap. 04

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Vislumbrando un futuro.
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Parte 4 de la serie de 6 partes

Actualizado 06/09/2023
Creado 08/31/2018
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Esta es la continuación de la historia iniciada este mes y previo a leerla, al contrario de lo que se suele decir, requiere que se lean los capítulos anteriores para poder seguir la trama de lo que sigue a continuación.

****

Vislumbrando un futuro

Habían pasado ya dos meses y medio desde que Romina se había ido a Europa con su esposo Leandro Vizcaya y yo, sentado en mi oficina, revisaba unos documentos de una familia que había recurrido a mis servicios profesionales para resolver un litigio de herencia. Finalmente, parecía que el aviso en el diario había comenzado a redituar. Este era el tercer cliente que se había puesto con contacto conmigo en el lapso de esta semana. Aunque los trabajos que me estaban llegando eran bastante triviales, por lo que no podía cobrar altos honorarios, sentía que era un buen augurio.

Todos esos nuevos trabajos y los meses transcurrido desde que ella se había alejado de mi existencia, habían logrado desviar un tanto de mi mente de la imagen de Romina. De pronto, al abrir un cajón de mi escritorio para buscar unos sobres oficio para colocar parte de la documentación revisada, me encontré con una foto que ella me había enviado por correo hacía un mes atrás la que evidentemente había sido tomada por su marido. Aparecía en una playa de Saint Tropez - Francia-, luciendo un diminuto bikini blanco que parecía que en cualquier momento reventaría soltando sus hermosos pechos, los mismos que yo había acariciado tantas veces. Atrás de la foto decía "Para que no me olvides".

Como si eso pudiera ser posible.

Regresé la foto al cajón, saqué un par de sobres y guardé el primer borrador del caso de herencia que había terminado de revisar en uno y estaba por colocar el resto de la documentación en el otro, cuando sentí sonar el timbre de la puerta de mi oficina. Me sorprendió mucho, ya que desde que me había instalado aquí, nunca nadie había llegado hasta mi oficina en busca de mis servicios, de lo cual me felicitaba, ya que habría sido bochornoso tener que atender a un probable cliente, con la silla de la secretaria vacía. Claro, previendo un evento de esa naturaleza, sobre el escritorio de la eventual secretaria que podría contratar en el futuro, siempre mantenía un block de notas, lo que me permitiría dar como excusa razonable de su ausencia, el que había salido por un encargo mío, estaba con licencia, o lo que fuera que se me ocurriera ese día, si se daba la situación.

Me dirigí para abrir la puerta preparando el adecuado discurso de excusa por ser yo el que abría la puerta de la oficina y no una secretaria.

Cuando la abrí me quedé aún más sorprendido al ver quien estaba allí frente a mí.

Era Romina, luciendo un hermoso rostro tostado por el sol y que me sonreía de oreja a oreja, al tiempo que me decía "¡Sorpresa!" y se echaba en mis brazos para darme un largo beso que detuvo los latidos de mi corazón por unos segundos, antes de poder sacar el habla.

"¡Romina! ¡Que sorpresa verte aquí!" Dije después, recuperando el aliento.

"Supe por Leandro que te habías instalado aquí y vine a verte tan pronto llegue a Chile" y haciendo un puchero agregó: "No pude creer que no me lo hubieras comunicado tú."

Me empujó hacia el interior de la oficina, sin soltar sus brazos alrededor de mi cuello, y con el taco de su zapato, cerró la puerta de mi oficina.

Yo la miraba sin atinar a decir nada. Bebía en sus ojos verdes, recorría el entorno de su rostro y no tenía palabras para expresar la emoción que me embargaba en ese momento de tenerla allí, en mis brazos después de tanto tiempo sin verla.

"¿Y mi 'sobrino ' Luciano no me va a decir nada?" Me dijo sin dejar de sonreír.

"¡Que estás más hermosa que nunca, 'tía' ¡" Le dije un poco más tranquilo.

La tomé de la mano y la conduje hasta mi oficina. Romina miraba todo con detención la misma de la misma manera con que yo recorría su cuerpo.

Me apoyé sobre el borde del escritorio y la tomé nuevamente en mis brazos y fui yo el que comenzó a besarla nuevamente, que ella retribuía con la misma pasión que había puesto segundos antes.

De pronto la solté y le pregunté mientras mantenía mis brazos alrededor de su cintura y ella alrededor de mi cuello. "No te esperaba que llegaras antes de octubre de este año. Me dijiste que estarías en Europa todo el verano ¿qué pasó?"

"No os lo diré, porque inflaríais el pecho como un pato" Me dijo, dándome un piquito en la nariz. "Que os baste saber que he regresado y que estoy aquí para complacer a mi 'sobrino ' , al que he echado mucho de menos"

Tener nuevamente en tus brazos a la mujer que has poseído tantas veces, te produce una sensación de novedad y de expectativa difícil de explicar, especialmente si te ves enfrentado a un cuerpo como el de Romina.

Ella había entrado a mi oficina luciendo un vestido de seda el que en su parte superior, parecía estar cosido a cada curva de su cuerpo, especialmente sus caderas debido a su increíblemente estrecha cintura, eso hacía que las pompas de sus nalgas parecieran más amplias de lo que realmente eran; yo las había acariciado muchas veces y mis manos lo sabían.

Bajé mis manos que aprisionaban su espalda hasta encontrarme con la suave curva de sus caderas, para finalmente con sus nalgas, que la suavidad de la tela sedosa de su vestido, hacían más apetecibles. Acaricié y apreté esas duras carnes, como si fuera un ciego que leyera braille en las curvas de su trasero para fijarla nuevamente en la memoria. Ella me colmaba de besos mientras lo hacía, jugando con su lengua dentro de mi boca, mientras frotaba su vientre contra mi pene, el que había despertado tan pronto la vi.

Romina se estremeció al sentir mis caricias y cerró los ojos por unos segundos, disfrutando de este momento de intimidad, porque mis manos hacía rato, habían subido la falda y mis dedos vagaban incisivos entre la protuberancia de sus nalgas. De pronto bajé mis manos y tomándola por el culo, la senté sobre el escritorio, posicionándome entre sus piernas. Cuando mis manos se posaron en su entrepierna, confirmé lo que me había parecido imposible cuando segundos antes tocaba su trasero: ¡Romina había llegado a mí sin calzones"

Bajé mi cara y la hundí en el valle de sus pechos cálidos, y esta vez con ambos pulgares busqué el centro de sus muslos, fijando allí una caricia precisa, entreabriendo los labios de su vulva, apreciando el calor y la humedad que comenzaba a desprenderse desde allí y comenzando a inundar mi olfato sensible, con los aromas de su cuerpo.

Romina había bajado su mano para acariciar el bulto de mi erección y con suma destreza hacía lo suyo; había desabrochado el cinturón, el botón de la pretina, descorrido el cierre de mis pantalones y bajado el cierre, todo en uno, para que yo después con un leve movimiento de caderas permitiera que mis pantalones junto con mis boxers, se deslizaran por mis piernas para caer en un bulto alrededor de mis tobillos.

Ahora Romina también hacía caricias precisas a lo largo de mi erección que sostenía con ambas manos. Yo por mi parte, había levantado su falda hacia los costados de sus muslos, como descorriendo una cortina para dar paso a la protagonista de esa tarde para que hiciera sus gracias ante el público, que este caso particular estaba constituido por un único asistente: mi verga, la que estaba preparada, húmeda de excitación para aplaudirla con todo el entusiasmo posible.

Romina después de deslizar mi verga a la largo de la estrecha abertura de su sexo, ahora había acercado mi bulbo húmedo y lo apuntaba hacia la entrada de su vulva. Sentí que me ponía más tenso por la ansiedad y la expectativa de lo que iba a ocurrir, y en el preciso momento en que el glande traspasaba los labios húmedos de deseo y la protagonista de esa tarde se iba hacer cargo de la acción, sonó el teléfono que había a un costado sobre el escritorio.

Romina fue la primera en reaccionar, típico de las mujeres, que a distinción del hombre que con dos cabezas no es capaz de manejar ninguna cuando se enfrenta a este tipo de situaciones. Ella, sin soltarme y manteniendo con una mano la presión de la cabeza de mi pico que había comenzaba a entreabrir los labios de su vulva, con la otra tomó el auricular y lo llevó a su oído y contestó la llamada. Para mi sorpresa, su voz no reflejó en absoluto la excitación que segundos antes la embargaba cuando estaba a punto de ser penetrada. Una prueba más de la frialdad con que las mujeres pueden pasar de un estado emocional a otro sin pausa. A mí se me habría hecho un nudo en la garganta antes de poder reaccionar como ella lo hacía con tanta naturalidad.

"Oficina legal Salvatierra, buenas tardes. ¿Cuál es el motivo de su consulta para transferir su llamada?" Lo dijo de forma muy profesional, de corrido total, como si esa contestación la hubiera ensayado miles de veces y la hubiera empleado otras tantas.

"Por favor, dígale a Luciano que soy Ernesto Mardones, su compañero de universidad" Se escuchó decir al otro lado de la línea.

"De inmediato le comunico con el Sr. Salvatierra" Dijo Romina, y tapando el auricular repitió quedo, lo que ella había escuchado por la línea.

Levanté las cejas en señal de perplejidad, dándole a entender a Romina que no sabía lo que esta llamada implicaba. Tomé el auricular, demoré unos cuatro segundos antes de contestar.

En ese instante, la escena en la oficina era por demás bastante singular, yo diría casi surrealista: Allí estaba yo de pie, desnudo de la cintura hacia abajo, con los pantalones y calzoncillos en el piso alrededor de mis tobillos, con el pene rígido en la mano de Romina con el cual ella jugueteaba con toda tranquilidad en ese momento, deslizando la cabeza brillante de líquido pre seminal por la abertura de su vulva, como si fuera lo más natural del mundo.

"¡Hey. Ernesto. Qué gusto oírte. ¿Y a qué se debe que me estés llamando después de tantos años?"

De hecho, no nos habíamos comunicado hacía más de tres años, específicamente desde que yo me había graduado, lo mismo que Ernesto y desde entonces muy poco, por no decir nada, había sabido de él, excepto que había entrado a trabajar en un pool de abogados de una firma internacional.

"Sí. Es cierto. He sido muy ingrato. Pero tengo una justificación. A los pocos meses de haber recibido el título de abogado, me ofrecieron este trabajo en el que estoy, y tuve que salir del país para especializarme en derecho internacional. Acabo de volver hace sólo un par de meses."

"Y cuéntame, ¿qué te motivó a llamarme?" . Pregunté, mientras miraba a Romina, con cara de pregunta, la que había mantenido alejada mi mano impidiendo que me agachara para recoger mis pantalones, con la intención de hacer un cambio en la situación para llevarla a cierta normalidad mientras hablaba por teléfono.

Pero eso, no estaba en los planes de Romina, ya que mientras yo hablaba, no había dejado de acariciar de arriba abajo la entrada de su vulva con la punta de mi pene, el que seguía sosteniendo firme en su mano. La otra la tenía alrededor de mi cuello mientras apoyaba su cabeza en mi hombro para así poder escuchar la conversación que tenía yo con Ernesto.

"Verás, lo que tengo que contarte es largo. Solo te lo resumiré en una frase: deseo contratar tus servicios profesionales para gestionar mi divorcio."

"¿Quieres que sea tu abogado?"

"No Luciano, lo serás de la que ahora es mi esposa. Lo sé, lo sé que eso te puede parecer muy extraño. Por eso necesito encontrarme contigo a la brevedad y explicártelo todo con más detalle y así puedas entender mejor la situación. ¿Te parece que nos juntemos mañana en tu oficina? Dime la hora y me acomodaré a lo que me digas."

"Humm..." Por momentos Romina me hacía perder el hilo de lo que Ernesto me estaba diciendo. Poco a poco los empujones que ella le había estado imprimiendo a mi pico habían logrado tener éxito, sumergiendo toda la cabeza de mi pene entre los labios de su vulva, que ahora me acogía caliente, húmeda, y apretándose suave alrededor. "¿Te acomoda mañana a las 10?." Le pregunté casi en una exhalación. La sensación era demasiado placentera mientras luchaba para centrar mi mente en la conversación.

"Me parece perfecto. Dame la dirección, ya que me dieron solo tu teléfono cuando llamé a tu casa esta mañana. Me pareció reconocer la voz de tu padre"

Se la di, nos despedimos y Romina tomando el teléfono de mi mano, lo colocó en el aparato. Después me empujó diciendo "Luciano. Creo que ahora necesitaréis una secretaria" Sentí un sonido húmedo cuando mi pene se desprendió de su concha.

"¿Cómo sabes que no tengo una?" Le pregunté.

"Sentiría el olor de perfume de mujer" Me dijo, bajándose del escritorio y de pie corrió sus manos hacia abajo para alisar su vestido que tenía arremangado hasta la cintura.

"¿Y me vas a dejar a dejar así?"

"Te ves apetitoso, 'sobrino ' , pero lo siento, Leandro me espera abajo en el estacionamiento del edificio."

"¡Tu marido está abajo...! ¿Pero, porque todo esto?" Le dije haciendo un gesto para mostrarle lo excitado que estaba.

"Era para anunciaros que había regresado." De pronto ella se colocó en cuclillas frente a mí y tomando mi pene con ambas manos le dio un beso en la punta diciendo "Nos veremos pronto, bebé" Se levantó, me dio un beso en la mejilla, se dio media vuelta y se encaminó hacia la salida con ese movimiento tan sensual de sus nalgas tan propio de ella, haciendo que mi pene que había comenzado a perder firmeza cuando me dijo que se iba, recobrara vida nuevamente.

En el momento en que tomaba el pomo de la puerta, ella se giró me miró y me preguntó "¿No queréis que mañana me convierta en tu secretaria? Sería un nuevo juego que podríamos tener entre tú y yo"

En segundo le dije que sí.

"Entonces, te veo mañana a las 9:30 para que me digas cuáles serán mis deberes e instrucciones" Me lanzó un beso por el aire y salió de la oficina, antes de que le diera una lista de lo que a mi juicio deberían ser sus 'deberes e instrucciones' que había comenzado a dictarme mi pene que oscilaba feliz frente a mí, ante la perspectiva que se le abriría en breve.

****

A la mañana siguiente desperté con un nuevo ánimo muy distinto al que había tenido en días anteriores. Me sentía totalmente renovado, y la causa era el reencuentro con Romina.

Es cierto que lo de ayer, habían sido condiciones y circunstancias muy distintas a las que acostumbraba a tener con ella antes de su viaje a Europa. Pero no me importaba. Había llegado y era todo lo que necesitaba saber en ese momento.

Me levanté con mucho ánimo, me duché, tome el desayuno con mi padre y salí hacia la oficina.

Eran las 9:00 cuando bajé del ascensor en el piso quinto del edificio, y la vi en el pasillo. Vestía una chaquetilla corta color damasco que le llegaba hasta la mitad de sus caderas y unos pantalones ajustados hasta arriba de sus tobillos con un tono haciendo juego, que realzaban su fuertes piernas tonificadas por la gimnasia que acostumbraba a realizar unas cuatro veces a la semana. Lo había comprobado cuando en una ocasión en que hicimos el amor de pie, ella se había inclinado totalmente hacia atrás, formando un arco en el piso ofreciéndose a mí como un ánfora rosada de la cual bebí de forma incansable.

En lugar de llevar su cabello desplegado sobre sus hombros como acostumbrada a usarlo, ella se había hecho un peinado alto con un moño cuya trenza caía suelta hacia atrás, rozando levemente su cuello grácil que quedaba al descubierto.

Cuando llegué a ella tratando de besarla con la pasión acostumbrada, ella colocó sus manos en mis hombros impidiéndomelo.

"¡Señor Salvatierra! Este es mi primer día de trabajo, y no quiero verme obligada a denunciaros por acoso sexual. Le ruego que os comportéis" Y acercando su boca a la mía me besó apasionadamente, dando un paso hacia atrás, para quedarse sonriéndome, abrazando su cartera contra el pecho, aguardando a que abriera la oficina.

La abrí y ella se dirigió a su escritorio mientras yo entraba a mi oficina.

A los pocos minutos en que me había sentado para revisar algunos documentos que habían quedado dispersos el día anterior, vi entrar a Romina, trayendo una bandeja con dos tacitas de humeante café.

"Don Luciano, le coloqué dos cucharaditas de azúcar como a usted le gusta"

Después de colocar la bandeja sobre un costado del escritorio, dio la vuelta hacia el lugar en que estaba sentado, giró el sillón para enfrentarme y sentándose a horcajadas sobre mí, colocó sus manos sobre mis hombros para decirme a continuación:

"Don Luciano, me gustaría que me hablara acerca de los paquetes de beneficios y bonos extra-salariales que usted está dispuesto o en condiciones de ofrecerme."

"¿Y qué tenía en mente señorita Romina?" Dije colocando mis manos en sus caderas.

"Pues, podríamos empezar hablando de este 'paquete' ." Dijo, mientras introducía su mano por la pretina de mi pantalón cuyo cinturón había soltado previamente, y me agarraba el miembro, que en segundos se endureció entre sus dedos. "He sido informada que es interesante" Agregó bajando aún más su mano y apretando suavemente mis bolas.

"¿Usted entrega este 'paquete' de forma regular u ocasional, don Luciano?"

"Dependerá de los méritos que usted haga en su actividad diaria, Srta. Romina" Le dije, siguiendo su juego.

"Usted no tendrá quejas por mi trabajo, Don Luciano. Y para demostrarlo, iniciaré de inmediato mi actividad para hacerme merecedora de ese bono." Y diciendo eso, se bajó de mis piernas, se arrodilló frente a mí, me bajó el cierre y con cierta dificultad, porque me tenía totalmente erecto, me sacó el miembro y procedió a darme esa mamada a la que me había acostumbrado hacía poco más de dos meses. En ese momento, cerré los ojos y me dejé hacer, mientras le acariciaba sus hombros de forma descuidada. Es todo lo que me atrevía hacerle, ya que no quería desarmar su peinado.

La sensación de su boca, con su lengua agitándose alrededor de los bordes del glande era indescriptible. Miraba arrobado los suaves contornos de su rostro tostado por el sol; sus labios distendidos que recorrían con suavidad toda la dureza de mi carne, como si quisiera tragarme en la profundidad de su garganta; la larga trenza dorada que se agitaba incesante, golpeando su nuca; los costados de su cara cuando buscaba nuevas posiciones en su mamada, y ¡sus ojos!, esos ojos que miraban llenos de amor y de pasión cuando lograba contener en su boca más de la mitad de mi verga y cuando con mi mirada le daba a entender cuánto la amaba y cuánto estaba disfrutando, y por momentos vislumbraba el rictus de su boca llena de mi pico que trataba de sonreírme, para reiniciar su mamada, con más fervor que antes.

No sé cuánto tiempo pasó, pero al parecer bastante, porque había perdido la noción del tiempo y en dónde estaba; en la habitación había comenzado a escucharse nítidamente el sonido rítmico de la fuerte succión que realizaba Romina cuando sus labios se estiraban al retirar su boca que chupaba mi pene, para atacarlo a continuación con nuevos bríos.

"¿Hay alguien aquí?"

Escuchar esa voz que quedó reverberando en la habitación, fue como si me hubieran caído cien ladrillos sobre mi cabeza. Ese fue para mí la fuerza del impacto de sentir que había alguien en la pequeña recepción, en donde se suponía que estaba la secretaria.

La que hacía las veces de secretaria, estaba arrodillada bajo mi escritorio, dándome la mamada de su vida.

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