El Diario de Mi Hermana

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Luego, durante la cena, ninguno hizo la menor intención de referirse al incidente. Uno más, provocado por la convivencia. Nada extraño, entre hermanos que comparten el mismo techo. Pero después, mientras charlábamos ante el televisor encendido, al que ninguno hacia el menor caso, mi vista no cesaba de dirigirse hacia el escote de Cari, por el que de vez en cuando podía vislumbrar algo más de la mitad de sus pechos, en algún movimiento fortuito. O a sus muslos, descubiertos hasta la mitad por la postura. O a su entrepierna, fugazmente mostrada en dos ocasiones. Pretexté sueño, y me fui a mi habitación, tremendamente excitado.

Son las 2 a.m. y el sueño se resiste a aliviar mis enfebrecidos pensamientos. Se ha levantado viento, y huele a humedad. Me levanto, y cierro la persiana, no del todo, lo suficiente para que el viento no haga ondear la cortina casi horizontalmente.

Suena un trueno lejano, seguido de otro. La luz de un relámpago pasa a través de las ranuras de la persiana entreabierta, llenando la habitación de fugaces líneas luminosas. Escucho las primeras gotas de lluvia golpear contra el alféizar.

El siguiente trueno es como la explosión de una bomba sobre el tejado. Recuerdo que hay que evitar las corrientes de aire en una tormenta, de modo que me levanto, con intención de comprobar si todas las ventanas están cerradas. Abro la puerta, y me sobresalta la figura blanca parada en el pasillo:

- ¡Por Dios Cari, vaya susto me has dado!.

- No soporto los truenos. Ya sé que es una chiquillada, pero no puedo evitarlo, me asustan. Y hoy no está mamá para acostarme con ella...

Me estoy poniendo enfermo. Imagino a mi hermana en la cama junto a mí, y el deseo vuelve, insidioso, casi irresistible. No puedo ni moverme, estoy paralizado. Siento el ansia de estrecharla entre mis brazos, de acariciar su pelo, de besar sus labios...

El cielo se desagarra de nuevo encima de nuestras cabezas. Cari grita mi nombre, y se me abraza fuertemente. Y ya no pienso en nada. La acompaño a mi cama, y abro el embozo. Ella se introduce entre las sábanas.

- Por favor, Alex, acuéstate a mi lado y abrázame, como antes, cuando éramos niños.

Pero ya no lo somos. Cari se abraza a mi cintura, estrechando su hermoso cuerpo contra el mío. Tengo conciencia de sus senos en contacto con mi pecho desnudo, a través de la liviana tela de su prenda de dormir, de su vientre oprimiendo mi erección, que no puedo evitar de modo alguno, de la piel de sus muslos como una caricia en los míos. Paso una mano bajo su cuello, y la dejo abierta, acariciando levemente su espalda. Mi otra mano, como dotada de voluntad propia, se desliza más abajo de su camisón, subido hasta la cintura, y se posa sobre la parte superior de sus nalgas. Advierto que el camisón es su única prenda, y mi excitación alcanza cotas insoportables.

La indistinta claridad del alumbrado exterior tamizado por la persiana entreabierta, basta para distinguir que Cari me mira muy fijamente, con su rostro casi en contacto con el mío. Percibo su dulce aliento, entrecortado, sobre mi boca. Y algo explota dentro de mí. No pienso, no mido las consecuencias, estoy más allá de todo ello. Ahora solo la beso, intensamente, con la boca entreabierta. Y Cari se aprieta aún más fuertemente contra mi pecho, y responde al beso, permitiendo a mi lengua probar la suavidad del interior de su boca. Y su pierna desnuda pasa sobre las mías, completando un doble abrazo del que no quisiera desprenderme nunca.

Poco a poco, la cordura se impone a mi instinto. La conciencia de la enormidad de lo que acabo de hacer, me abruma como un peso insoportable.

- Cari, yo... lo siento.

Ella pone uno de sus dedos sobre mis labios.

- ¡Sssssssss!, no hables, cariño. Limítate a abrazarme.

Y entonces, como un mazazo, la revelación se abre paso en mi mente afiebrada: ¡no hay "príncipe azul", nunca lo hubo!. ¡Soy yo quién llena por las noches los pensamientos de mi hermana!. ¡Es mi cuerpo el que ella ansía tener entre sus brazos, mi pecho, el objeto de deseo para sus labios!.

Y con ella, la última barrera de mi control desaparece pulverizada. Y mis manos acarician sus hermosos pechos, sintiendo en las palmas la suave rugosidad de sus pezones erectos, y su boca se posa en mis tetillas, y las besa, suave como una pluma.

Mis manos ahora la ayudan a desprenderse de la única prenda que impide a mi piel conocer la dicha de estar en contacto con la suya. Y ella, con suaves tirones, hace descender mi pantalón corto hasta las rodillas, y yo la ayudo, deseoso como estoy de percibir la maravillosa sensación de nuestros cuerpos desnudos enlazados.

Ahora son sus manos las que recorren mi espalda, y uno de sus dedos resigue mi espina dorsal, para retirarse cuando se introduce en el canal entre mis nalgas. Mi mano ya ha descendido hasta posarse en la suavidad de la cara interior de sus muslos, sin atreverse aún a hollar su intimidad. Pero son las suyas las que apresan la mía, y la obligan a posarse sobre su vulva ya humedecida de deseo.

Luego se retiran, y tímidamente rozan mi erección, leves, solo con las yemas de sus dedos. Y yo empujo ligeramente con las caderas, para conseguir que la totalidad de mi pene tome contacto con las palmas de sus manos.

Nos besamos intensamente, durante muchos segundos, con besos que poco a poco van transformándose en ansiosos. Mis manos han comenzado a recorrer lentamente la hendidura de su sexo. Las suyas acarician mi hombría, suaves como plumas, y me desbordan las sensaciones.

Me tiendo lentamente boca arriba, arrastrando el cuerpo de Cari en mi movimiento, hasta que su leve peso descansa sobre mí. Se ha deslizado ligeramente hacia arriba, con lo que ahora mi glande está en contacto con su feminidad. Siento que mi cuerpo es recorrido por leves temblores, y una pequeña contracción involuntaria de mis nalgas, causa un gesto de dolor en su precioso rostro, rápidamente reprimido.

- Espera, cariño, despacio -susurra en mi oído-.

Un último resto de cordura me detiene por un instante.

- Cari, no debo...

- No hables, mi amor. Soy feliz de entregarme a ti por vez primera, de que seas quien me haga mujer. Nadie, nunca, podría hacerme más dichosa que tú en este momento.

Ella introduce la mano entre nuestros cuerpos, y toma mi pene excitado, marcando el ritmo de la penetración. Siento que su flor se abre ligeramente, y mi glande queda atrapado en el mismo inicio de su vagina. Yo estoy inmóvil, con mis manos acariciando sus nalgas muy abajo, casi tocando su sexo. Controlo mi instinto, que me impulsa a introducirme dentro de ella, y permito que Cari, con mucha lentitud, vaya descendiendo milímetro a milímetro sobre mi cuerpo. Ahora ya puedo sentir que su estrecho conducto ha recibido la totalidad de mi glande, y en su rostro hay una pequeña mueca de dolor.

Sus senos resbalan un poco más sobre mi pecho, y noto perfectamente la pequeña resistencia al avance. Cari se queda muy quieta, con los ojos llenos de lágrimas. No puedo hacer otra cosa que besarla, tratando de aliviar su pequeño dolor, con mis manos en torno a sus mejillas. Ella me mira dulcemente, después sonríe y desciende un poco más, y la resistencia cede.

Tiembla como una hoja. La acuno entre mis brazos.

- Cari, mi amor, no quiero causarte el más leve daño.

- Soy feliz, Alex. Nunca he sido más feliz que en este momento.

Ahora su deslizamiento es mayor, y siento como mi dureza se abre camino en su interior unos centímetros. Ella contrae ligeramente el gesto, y después empuja fuertemente. Y la totalidad de mi carne ardiente queda abrazada por la suya, mientras ella me mira intensamente, y sus labios componen una sonrisa amorosa.

Me quedo muy quieto, sin osar mover mi cuerpo durante mucho tiempo. Pero mis manos acarician su espalda, y mi boca deposita pequeños besos sobre su rostro. Ella susurra de nuevo.

- Alex, mi amor...

- ¿Estás segura? -pregunto-.

- Nunca estuve más segura de algo, ni fui más feliz ni más dichosa.

Y entonces, muy despacio, hago oscilar mis caderas. Mi pene se desliza hacia el exterior, muy lento, sólo hasta la mitad. Una nueva contracción lo vuelve a introducir profundamente, pero muy poco a poco. Seguimos así unos segundos.

Nuestras bocas han vuelto a encontrarse, y Cari ahora atrapa mis labios entre los suyos, para luego soltarlos, y permitir que mi lengua juegue con la suya. Poco a poco nos va invadiendo la pasión. Ella pasa los brazos tras mi espalda, y se aprieta convulsivamente contra mi cuerpo. Su respiración es cada vez más acelerada, y pequeños gemidos empiezan a escapar de sus labios.

No sé si es mi deseo o el suyo el que ha impreso un ritmo mayor a mis penetraciones, que ahora son más rápidas. Cari abre aún más las piernas, apretando mis costados entre sus rodillas. Siento, imparable, mi eyaculación, y me detengo, pero ella también está ya más allá de cualquier posibilidad de controlarse. Comienza a moverse sobre mí, empujando y relajando su pelvis, y ahora ya no puedo evitar que mi semen fluya a borbotones, y cada una de las contracciones de mi pene es acompañada como por una corriente eléctrica que recorre todo mi cuerpo. Cari no se detiene, y yo reinicio mis movimientos.

Su pelvis ahora se mueve espasmódicamente sobre mi cuerpo.

- Alex, ¡¡por favor!!. ¡Cariño, no te detengas!.

Me muerde los labios, en el paroxismo de su excitación, y su voz se torna gutural, casi un chillido:

- ¡¡¡Aleeeeeeex!!!. ¡¡Me viene, siento que me viene!!. ¡¡Sí, síiiiiiii!!.

Mis movimientos ahora son más lentos, pero cada vez la introducción es más profunda. Cari incrementa aún más la oscilación de sus caderas.

- ¡¡¡¡Mi amor!!!. ¡¡Mmmmmm!!. ¡¡¡Yaaaaaa!!!. ¡¡Ah!!, ¡¡Ah!!, ¡¡¡Ahhhhhhhhhhh!!!.

Con un último gemido, se desploma sobre mí, con los ojos anegados en lágrimas. Apoya la cara en mi pecho, y se queda muy quieta, mientras sus temblores van desapareciendo lentamente.

Estamos así, inmóviles, durante muchos minutos. Por fin, ella levanta la cabeza, me mira con dulzura, y besa suavemente mis labios. Luego se desliza por mi costado, y yo no tengo más remedio que girar, para poder quedar de nuevo abrazados, frente a frente.

No dejo de pensar en qué vamos a hacer a partir de ahora. ¿Cómo enfrentar a nuestra madre, y hacerla partícipe de aquello?. O, por el contrario, ¿cómo poder vivir ocultándolo, comportándonos únicamente como hermanos ante los ojos de los demás?. Pienso en las noches solitarias, sabiendo que el objeto de nuestro amor está al otro lado de la pared, pero sin poder satisfacer nuestro anhelo. La tensa espera por las mañanas, hasta que mi madre cierre la puerta tras de sí, para lanzarnos uno en brazos del otro...

Pero aún quedan tres noches más, noches en que de nuevo dormiremos abrazados. Tres tardes en las que la sentaré sobre mis rodillas, y le diré al oído todo el amor que siento por ella... Tres días y tres noches que serán una eternidad, y al mismo tiempo demasiado cortos para satisfacer por completo nuestra ansia.

Le estoy acariciando las sienes con la yema de los dedos. No puedo apartar mi vista ni por un segundo de su precioso rostro, que me sonríe con amor. Soy el primero en romper el silencio:

- ¡Si supieras, cariño!. Los días interminables en que te he deseado. Las noches en blanco suspirando por tu cuerpo, tan cercano y al mismo tiempo tan inalcanzable...

Ella me muerde ligeramente la barbilla.

- Pues has tardado demasiado en decidirte. No sabía ya que hacer para que me miraras como mujer...

- ¡Qué estúpidos podemos ser!. Ambos soñando con el otro, y ninguno daba el primer paso.

- Yo sí.

Me mira con cara de malicia.

- ¿O crees que dejé el diario a tu alcance por casualidad, y con una clave que sabía que no tardarías ni dos segundos en descubrir?...

Decididamente, los hombres somos más simples que el asa de un cubo, pero me da igual. Nada importa su argucia, ni mi ingenuidad. Nos queremos, y eso basta. Al menos hasta dentro de cuatro días, en que habremos de volver a la dura realidad.

F I N

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Anonymous
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2 Comentarios
AnonymousAnónimohace más de 6 años
Enhorabuena. Gran relato.

Elegante, sutil.

AnonymousAnónimohace más de 7 años

Nada se compara con una historia escrita en castellano, lejos del traductor. Gracias.

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