El hallazgo inesperado

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Una vez liberado de tan prolongada intrusión, continué disfrutando de aquel placentero masaje durante unos instantes, mientras los dedos de mi Ama iban visitando, cada vez con más frecuencia, la zona de mí esfínter. Para cuando me quise dar cuenta, ya había introducido uno de ellos en el interior de mi recto agitándolo con saña con la intención de dilatarlo.

- Quieto, potrillo. -- dijo divertida al percibir mí reacción ante aquel estímulo. -- Reserva tus energías.

Una vez dio por concluida aquella especie de precalentamiento, me introdujo un objeto alargado de superficie lisa y no muy ancho que, con sorprendente facilidad, quedó incrustado en mi culo. Aquella nueva muestra de mí condición servil, provocó en mí una extraña satisfacción que no fui capaz de explicarme pero que, probablemente, fuera debida a que comenzaba a disfrutar con las enseñanzas de mi Ama. Sentir el modo en que me humillaba y poseía, despertaba en mi un irracional sentimiento de abandono que me impulsaba a complacer todos y cada uno de sus deseos. Y; aunque sabía que aquel era el objeto del adiestramiento al que estaba siendo sometido; en aquellos momentos, mi mayor anhelo era someterme por completo a los mandatos de mi dueña. Qué gran placer sentirme vejado de aquel modo y verme indefenso ante sus caprichos.

- Bien. -- concedió. -- Va siendo hora de que demuestres tú valía. Espero que no me decepciones.

Y, diciendo esto, se recostó en el diván y se desprendió del tanga con un sensual y elegante movimiento mientras mantenía las piernas en alto. Su jugosa vulva quedó al descubierto despertando mis apetitos y disparando mi deseo, aún a sabiendas de que no me estaba permitido hacer nada. Después, mi Ama colocó su rasurado sexo frente a mi cara y dijo con aire de superioridad:

- Quiero que lo limpies con tú lengua hasta dejarlo reluciente. Si lo haces bien, dejaré que me proporciones un poco de placer.

Los pliegues de aquellos labios estaban empapados en fluido vaginal, lo cual constituía una prueba inequívoca del grado de excitación de mi señora y, sin demorarme un instante, comencé a lamer el delicioso néctar que emanaba de sus entrañas. Dejé que aquel sabor agreste me inundara mientras era animado con frases de estilo tan diferente como: <<Así, muy bien>> ó <<No te dejes nada, guarra>>. Me esmeré en cumplir aquel mandato al pie de la letra y, puedo asegurar, que no quedó ni una sola arruga, ni un solo recoveco, que no fuera inspeccionado por mi lengua con la máxima diligencia.

- Ahora, cómeme el clítoris, perro. -- ordenó mi Ama cuando consideró finalizado su aseo íntimo. -- Quiero correrme de forma espectacular. Así que, procura esmerarte.

Con los dedos de una mano separó los pliegues de su coño, mostrando con claridad el pequeño y sonrosado bulto sobre el cual debería centrarme. Humedecí a conciencia aquella zona con mi saliva antes de pasar a realizar el cunnilingüis propiamente de dicho, mientras mi verga hacía lo imposible por mantenerse relajada.

- Buen comienzo. Sigue así. -- expresó con agrado mí señora.

A continuación, empecé a pasar mi lengua sobre aquel brillante apéndice con un suave movimiento de abajo a arriba. Noté como aumentaba un poco de tamaño y fui incrementando la presión que ejercía sobre él con cada nueva pasada. En cuanto comenzó a palpitar, aceleré un poco el ritmo y los jugos de mi Ama volvieron a hacer acto de presencia entre débiles jadeos.

- Ahora quiero que me lo chupes un poco. ¡Vamos! -- demandó visiblemente inquieta.

Cerré mis labios sobre aquella pequeña y temblorosa porción de su cuerpo y comencé a succionarla delicadamente, gozoso por haber sido premiado con la oportunidad de probar el dulce sabor de mí dueña. Mi lengua jugueteó con avidez moviéndose en todas direcciones, provocando que la respiración de mí señora se fuera entrecortando cada vez más. Su vientre se contraía esporádicamente y la expresión de su rostro se tornó distraída, distante, abandonada como estaba a su propio placer.

- Vuelve a..., pasarme la lengua. -- dijo apenas con un hilo de voz.

Yo sabía que se encontraba muy próxima al momento del clímax. Así que, sin perder un segundo, volví a lamerla con gran empeño y rápidos movimientos que apenas constituían un roce. Fusta en mano, mi Ama fue marcando el ritmo que yo debía seguir a base de azotes en una de mis nalgas y, en un momento concreto, con un tono que se iba elevando con cada nueva palabra, me indicó:

- ¡Vamos! ¡Con más brío! ¡No pareees!

Mí lengua no daba más de sí. Traté de que, al menos, no perdiera la velocidad que ya había alcanzado, pero lo único que conseguí fue perderme. Mi Ama se revolvió incómoda en el diván y, tras unos momentos de indecisión, se levantó malhumorada tirando de mí correa sin miramientos.

- ¡Condenado inútil! -- protestó furiosa. - ¡No sirves para nada!

Y, casi a rastras, me llevó hasta la jaula, donde me introdujo a empujones, dejándome allí encerrado.

- ¡Estúpido bastardo! ¡Has conseguido desconcentrarme! -- añadió desde el exterior. -- Pero, ya te ajustaré las cuentas. Ahora voy a concluir lo que tú no has querido terminar. ¡Presta atención, a ver si aprendes algo!

Tras haberme hecho objeto de tan enorme reprimenda, volvió a tumbarse en el diván y comenzó a masturbarse, esta vez sin mi ayuda. Yo me sentí profundamente dolido por haber recibido aquella crítica tan dura, pero lo cierto era que mi excesivo ímpetu me había hecho perder una oportunidad de oro para ganarme el favor de mi Ama. Ahora, solo podía quedarme allí mirando sin intervenir. Ignorado, excluido, apartado de su lado por mí falta de empeño. De todos los martirios a los cuales me había sometido hasta el momento, aquel era el más difícil de soportar. No obstante, no me fue posible dedicar demasiado tiempo a ese tipo de pensamientos, ya que, hizo su aparición un nuevo problema que reclamó toda mí atención de forma inmediata.

El verme menospreciado de aquella manera había provocado que mí excitación, ya de por sí elevada, alcanzara cotas inimaginables y, al poco rato de permanecer allí encerrado, mi pene se empeñó en demostrarlo. El contemplar como mi Ama toqueteaba su sexo presa de su desenfreno, no ayudó a mejorar la situación. Sentí como las púas de aquel objeto que me aprisionaba se clavaban en mis carnes con una presión que iba en aumento a cada momento que pasaba. Por todos los medios traté de relajarme pero, por el contrario, lo único que conseguí fue que mis músculos anales comenzaran a contraerse con súbitos y sorpresivos espasmos. Debido a esta circunstancia, aquel objeto que mi señora me había insertado en el recto como símbolo de mí condicionamiento comenzó a escurrirse hacia el exterior y, aunque hice todo lo posible por retenerlo, en cuanto su parte más ancha estuvo fuera, se deslizó con rapidez hasta que cayó suavemente sobre mis tobillos. Ni cien cilindros colocados alrededor de mi polla hubieran conseguido el mismo efecto pues, al instante, aquel inminente intento de erección se esfumó sin más.

No sabía muy bien que hacer. Desde luego, no debía de interrumpir a mi Ama, sobre todo ahora que parecía haberle encontrado el punto a su personal disfrute, y menos teniendo en cuenta que me estaba totalmente prohibido hablar sin su consentimiento. Pero, por otro lado, tal vez se disgustaría cuando comprobase que había sido incapaz de permanecer tal y como ella me había dejado. Así que, intenté recoger aquel pequeño dildo para volver a introducírmelo yo mismo y poder aparentar que no había pasado nada. Con los dedos traté de alcanzarlo y llegué a rozarlo en un par de ocasiones, pero me resultó imposible agarrarlo con firmeza. Al final, terminó cayéndose al suelo, alejándose definitivamente de mi alcance. Ahora, solo podía esperar los acontecimientos y aguardar con serenidad la reacción de mi señora.

Entre tanto, mí Ama había continuado tocándose lascivamente hasta alcanzar un impresionante orgasmo, a juzgar por la violencia de sus estremecimientos y el volumen de sus gemidos. Permaneció un rato tumbada mientras se relajaba de tan sublime experiencia y disfrutaba de las sutiles ondas de placer que todavía recorrían su cuerpo. Para cuando, por fin, volvió a ser dueña de sí misma, se incorporó levemente y me lanzó una mirada llena de enojo.

- Me a costado un huevo volver a centrarme, cabrón. -- sentenció con enorme irritación. -- Se acabaron las buenas maneras. Prepárate para recibir una lección que nunca olvidarás.

Se levantó y, con paso firme y decidido, se aproximó a la jaula y me sacó de ella con evidente arrojo. En cuanto me tuvo fuera, no tardó ni un segundo en percatarse de la presencia, en el suelo, del objeto que ella había dejado guardado en otro sitio.

- Pero... ¿¡qué significa esto!? -- interrogó mientras recogía el dildo con a mano.

- Mi señora. Yo... - traté de explicarme.

- ¡Silencio piojoso! -- explotó encolerizada. -- Ahora si que la has hecho buena. ¡De rodillas!

Obedecí sin rechistar y adopté la posición exigida con prontitud.

- Que tú cabeza toque el suelo. ¡Vamos! -- añadió impaciente.

Así lo hice y, sin transición alguna, mi culo fue azotado sin piedad por aquella fusta que ya comenzaba a ser una vieja conocida. Cuando mi Ama se dio por saciada, colocó en mis tobillos unos arneses y fijó a ellos un listón de madera de, aproximadamente, medio metro; de tal modo que mis piernas quedaran separadas esa distancia y, a mí, me resultara imposible juntarlas. Seguidamente, cogió el extremo del cordel que mantenía aprisionados mis testículos y prendió de él una especie de goma elástica para, a continuación, pasarla por detrás del listón y atarla firmemente a la cadena que unía las pinzas de mis pezones. Cuando todo el conjunto estuvo bien tenso, comprobó su eficacia dando un tirón a mi correa y obligándome a levantar la cabeza del suelo. Sentí como mis tetillas y mis huevos se estiraban al unísono, luchando las unas contra los otros aunque salieran perdiendo a la vez.

- Ya has visto lo que ocurrirá si intentas moverte. -- expuso mí señora, no sin cierto deleite. -- Así que procura estarte quieta.

Cogiendo un enorme dildo de forma cónica y apariencia cristalina, me lo puso ante la boca y me obligó a chuparlo mientras decía:

- Creo que, en el fondo, no ha sido culpa tuya el haber perdido a su hermano pequeño. El error fue mío, al pensar que sería suficiente para tú dilatado ojete de puta. Pero eso tiene fácil solución.

Se colocó detrás de mí y, suavemente pero con firmeza, fue horadando mi esfínter con aquel instrumento. Lo fue insertando sin pausas, como si quisiera dejar clara su determinación, mientras mi ano se iba expandiendo ante su empuje. Hubo un momento en que pensé que me iba a romper el culo y, sin recurrir a la palabra de seguridad, expresé mis temores ignorando mí voto de obediencia.

- Por favor, mi señora. -- supliqué. -- Sed clemente conmigo. Prometo mostrarme más aplicado a partir de ahora.

- Demasiado tarde. -- sentenció mí Ama. -- Debes aprender a afrontar las consecuencias de tus actos.

Y con un último y triunfal envite, me lo metió hasta el fondo dejando clara su autoridad. Una vez que hubo demostrado lo inútil que resultaba negarse a cumplir con sus deseos, comenzó a sodomizarme con aquel objeto. Al principio lo hizo lentamente, mientras mi recto se fue adaptando pero, una vez que se hubo dilatado lo suficiente, inició un frenético mete y saca de intensidad creciente que me descubrió una amalgama de nuevas sensaciones. Estaba muy nervioso y excitado y, aquella situación, me descolocaba por completo. Mi polla comenzó a sublevarse de nuevo y, eran tantos los estímulos que estaba recibiendo mí cuerpo que, no tuve forma de serenarme. Así que, por segunda vez, y en esta ocasión de un modo inconsciente, volví a olvidar la regla y dije:

- Más despacio, mi señora. Os lo ruego.

Ella respondió aumentando, aún más, el ritmo con que me enculaba y, solo cuando me vio a punto de rendirme, se detuvo de golpe dejando el dildo incrustado en mi interior.

- Veo que te gusta mucho darle a la lengua. -- dijo con sorna mientras se colocaba de pie frente a mí. -- Es una lástima que no la sepas utilizar para otros menesteres. Pero, tal vez yo pueda encontrarle una ocupación más acorde a su categoría.

Y, por enésima vez, abandonó mi campo visual para disponerme, sin duda, una nueva sorpresa. Le llevó su tiempo en esta ocasión y, debido a ello, comencé a notar una cierta angustia. No sería para menos. Cuando regresó, se había colocado en la entrepierna un arnés de cuero con un enorme pollón de látex negro incorporado. Se trataba de una fiel reproducción del órgano sexual masculino con la forma del glande perfectamente definida y que contaba, incluso, con unas abultadas venas que surcaban sus laterales.

- Me parece que, en tú actual posición, le va a resultar un poco difícil a tu boca disfrutar del presente que le he preparado. -- argumentó reflexionando en voz alta. -- Deja que te ayude a ponerte más cómodo.

Y, cogiendo la correa que estaba unida a mi collar, tiró de mi cuello hacia atrás obligándome a permanecer semierguido. Mis pezones y testículos parecía que iban a salir disparados de un momento a otro y tuve que ahogar la aparición de un grito que, con toda seguridad, hubiera empeorado la situación. Mí señora, mientras tanto, permanecía muy ocupada asegurando mi correa en algún sitio a mis espaldas y, de ese modo, impedirme la posibilidad de reducir la tensión que provocaba aquella cruel ligadura que me había colocado.

- Mejor así, ¿verdad? -- se burló con maléfica sonrisa. -- Ahora solo tienes que abrir esa bocaza y degustar sin agobios el nuevo atributo de tú Ama.

Cogiendo con una mano aquel descomunal falo artificial, comenzó a golpear mi cara con el mientras me lo restregaba por los labios de vez en cuando.

- Qué, ¿no dices nada ahora? -- inquirió henchida. - ¿A qué estás esperando? ¡Cómemela, vamos! No tenemos toda la noche.

Tuve que separar mis mandíbulas hasta casi desencajarlas para poder dar cabida entre mis dientes a tan abultado artefacto. Mi señora, con una mano agarrando su recién estrenado miembro y la otra sujetándome la cabeza, me lo introducía a empellones hasta dejarlo, prácticamente, alojado en la garganta. Envistió mis mejillas desde el interior provocando que mis mofletes se abultaran hacia fuera, víctimas de tan desmesurada opresión. Comencé a segregar saliva de forma desproporcionada y pude notar como me arrollaba por la barbilla formando hilos que colgaban antes de caer al suelo. Para cuando ya llevaba un buen rato realizando aquella felación, mi Ama me introdujo su protésico pene hasta tocarme la campanilla y, taponando mí nariz con sus dedos durante un corto instante (pero que a mí me pareció eterno), me privó del ansiado aire que necesitaba para respirar. En el momento en que comencé a sentir arcadas, lo extrajo produciendo un sonido similar al de una botella al descorcharse. Mis babas impregnaban por completo la superficie de aquel juguete sexual mientras mi señora lo miraba con agrado.

- Creo que tú boca no es lo suficientemente profunda para mi gusto. -- dijo con tono perverso. -- Tendré que buscar otro agujero que sea más hondo. Y, en esta ocasión, no habrá necesidad de lubricarlo ya que, por una vez, has hecho un buen trabajo. - No, mi señora. Por favor. -- protesté conocedor de sus intenciones. -- Es demasiado grande. ¡Me desgarrareis!

- ¡Cállate, zorra! No hay nada demasiado grande para tú culo y yo me encargaré de demostrártelo. Pero antes, habrá que hacer algo para corregir esa manía tuya de hablar sin mi permiso.

Soltó la correa del collar y mi cuerpo cayó pesadamente hacia delante, proporcionando un gran alivio a mis estiradas partes. Apenas había comenzado a reponerme cuando mi Ama me colocó un bocado entre los dientes y lo sujetó a mi cabeza mediante el ceñido correaje que tenía adosado.

- Ahora no podrás hacer uso de la palabra de seguridad. -- comentó de pasada. -- Pero, si realmente eres incapaz de soportarlo, solo tienes que extender los meñiques para confirmar la pésima opinión que tengo sobre ti.

Se puso detrás de mí y, cogiendo el dildo que me había dejado de recuerdo, profanó un poco más con él mí orificio trasero antes de retirarlo definitivamente. Después, cogió unas largas riendas de cuero negro y las ajustó al bocado por medio de unos enganches.

- Bien. -- dijo cuando dio por concluidos los preparativos. -- Supongo que, en alguna ocasión, habrás poseído el culo de una chica como si fueras un perro salido. Ahora, voy hacerte descubrir qué es lo que se siente.

Tiró de las riendas hacia atrás y, colocándose a horcajadas, me penetró con dureza hundiendo aquel miembro artificial en mis entrañas.

- Vamos, semental. Veamos como cabalgas.

Tras decir esto, comenzó a sodomizarme con inusitada fuerza mientras mi cuerpo se balanceaba adelante y atrás. Noté como mi recto se iba dilatando con cada nueva inserción y, lo que en un principio pareció que iba a ser un insoportable suplicio, se fue trasformando en una sensación de lo más placentera en cuanto los músculos de mi esfínter cedieron al fin. Mis pezones se estiraban y mis huevos se hinchaban, estaba siendo humillado, sometido, violado y... me gustaba.

Mi Ama me folló a conciencia y, en un momento dado, tuve... ¿cómo llamarlo?, ¿una experiencia próxima al orgasmo tal vez? Como fuera, olas de placer inundaron todo mi ser y, al contrario del gozo que se siente al eyacular, aquella sensación fue más sutil, indefinida pero, a la vez, más duradera. Fue aquel el momento en que mi voluntad se vio quebrada al fin y, sin importarme lo más mínimo mis ligaduras, fui yo el que comenzó a balancearse rítmicamente para acompañar los movimientos de mi señora. Ella se dio cuenta y me enculó entonces con más dulzura mientras retiraba las esposas y soltaba el elástico que tensaba mis testículos. Apoyé mis manos en el suelo y la dejé hacer, ofreciéndole mí culo con total sumisión. Ella era MI AMA. Finalmente lo había comprendido.

Tras desacoplarnos, me quitó el bocado y colocó de nuevo aquel cipote frente a mi boca. No tuvo que decirme nada esta vez. Sin demora alguna, comencé a chuparlo con denuedo mientras observaba la mirada triunfal de mi señora. Puso su mano bajo mi barbilla y me indicó que me levantara con un delicado gesto para, a continuación, retirar todas las prendas y artilugios que me había colocado, a excepción del collar.

- ¿Ves qué sencillas pueden resultar las cosas cuando pones un poco de tú parte? -- dijo mientras acariciaba mi piel.

- Sí, mi señora. --respondí convencido.

- Comprobémoslo. -- propuso mientras señalaba el suelo con el dedo.

Me puse de rodillas y, a continuación, ella adelantó una de sus botas. Yo me incliné y empecé a lamerla recorriendo toda su superficie con mi lengua, suela incluida. Repetimos la operación con la otra hasta que mi señora se sintió conforme y se alejó de mí en dirección al diván. Se sentó en él y, mientras separaba las piernas, me lanzó una significativa mirada. A cuatro patas me aproximé a ella hasta que mi cara quedó enfrentada a su sexo. No osé ni rozarla hasta que, mirándome a los ojos, dio su beneplácito asintiendo con la cabeza. Solo entonces comencé a lamerla. Estaba dispuesto a no volver a cometer los mismos errores que antes, así que, sustituí el furor por la paciencia y la intensidad por la perseverancia. Me tomé mi tiempo y mi dedicación se vio recompensada cuando mi Ama hundió mi cabeza en su entrepierna mientras me acariciaba el pelo con suavidad.

Aquel fue un instante mágico, donde me fue revelado un nuevo significado de la palabra sumisión. Ser capaz de proporcionar a mi dueña aquella satisfacción, ser yo el motivo de su placer y su deleite, me hizo sentirme orgulloso. Tal vez, con el tiempo, llegara a convertirme en algo indispensable para ella, si ponía el empeño necesario. Tal vez, incluso, llegara a amarme como yo sentía que la amaba en aquel preciso momento. ¿Quién sabe? Una nueva senda se había abierto delante de mí aquella noche y apenas había empezado a recorrer el camino.