El hallazgo inesperado

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Tan distraído estaba inmerso en mis pensamientos que, cuando me quise dar cuenta, mí señora se estaba corriendo ante mí entre ahogados jadeos y leves convulsiones.

- No pares todavía. -- dijo reteniéndome con sus manos. -- sigue un poco más. Así. Asiiií...

Alcanzó el éxtasis por segunda vez y, en esta ocasión, había sido solo gracias a mí.

Se recostó en el diván y yo me quedé observándola allí tumbada sin moverme. Mi señora, mi dueña, mi diosa. ¡Qué hermosa visión ofrecía!

Después de haber descansado un poco, giró su cabeza hacia mí y, mientras pasaba el dorso de su mano por mis mejillas, me dijo con los ojos aún vidriosos por el esfuerzo:

- Tú adiestramiento me ha dejado agotada. Pero aún hay una última cosa que debes hacer para demostrarme tú total sumisión. ¿Estás dispuesto para afrontar tú última prueba?

- Sí, mi señora.- contesté sin dudarlo.

Se levantó y me hizo una seña con el dedo para que la siguiera. Atravesó la habitación hasta colocarse al lado del cepo y, tras levantar la parte superior, me indicó que me pusiera de pie y colocara mi cuello y muñecas en los entalles que había realizados a tal efecto. Después, lo cerró sobre mí y lo aseguró con un candado para evitarme posibles tentaciones y, tras dejarme inmovilizado, se alejó un momento y regresó con un bote vaselina. Lo destapó y, tomando una generosa porción de su interior, comenzó a untarme el culo con ella. Me hizo separar un poco las piernas para que la zona fuera más accesible y, sin que ninguno de los dos pronunciáramos una sola palabra, empezó a introducirme lo dedos con gran habilidad. Fue moviéndolos, girándolos, insertándolos de diversas formas, buscando el ángulo más apropiado mientras iba aumentando su número. Dos, tres, cuatro, cinco, aquella cavidad ya había sido muy trabajada durante la noche y eso se notaba. Así que, cuando la palma de su mano se dispuso a pasar, solo hubo de vencer una leve resistencia. Mi ojete se cerró en torno a su muñeca y, entre tanto, a mí me seguía pareciendo imposible que su mano pudiera estar en mí interior.

- Muy bien. -- dijo mí Ama complacida. -- Este es el modo en que quiero que te comportes. Con docilidad. Y, para que veas que merece la pena mostrarse ante mí de ese modo, voy a ofrecerte una pequeña recompensa.

Con la mano que le quedaba libre agarró mi polla, que sorprendentemente había aprendido a permanecer flácida, y comenzó a meneármela con suavidad.

- Vamos. Haz que se empine. Quiero ordeñarte como a una vaquita.

No hizo falta que me lo repitiera, mi verga se puso tiesa en apenas unos segundos mientras su mano me la agitaba arriba y abajo. Una especie de corriente eléctrica recorrió mi espina dorsal cuando, la combinación de estímulos que mi señora me estaba aplicando, se fue entremezclando hasta constituir una única y sublime sensación. Mi corazón latía desbocado, abrumado como estaba por tantas emociones, y de mi boca empezaron a escaparse unos discretos jadeos, a pesar de permanecer con los labios bien apretados.

- No lo reprimas. -- autorizó mi dueña.- Quiero oírte gemir como la putilla que eres.

Mis gritos de placer fueron inundando la estancia mientras mi Ama aumentaba el ritmo de ambas manos, llevándome al límite del estremecimiento. Estaba al borde de un enfermizo estado de frenesí, a punto de explotar, incapaz de soportar por más tiempo tanto goce cuando, de forma súbita y abundante, eyaculé embargado por un placer indescriptible.

- Umm, sí. Eso es. -- le oí decir a mí señora como si estuviera a kilómetros de distancia. -- Muy bien. Derrámala toda. Así.

Me extrajo la mano del culo y me estuvo masajeando los huevos y mí palpitante miembro durante un ratito, mientras mis piernas temblaban sumidas en una repentina debilidad. Como remate final, se puso en cuclillas detrás de mí, colocó mi polla ligeramente inclinada hacia atrás y me la chupo con deleite. No mucho tiempo, apenas unos segundos, pero fue suficiente para hacerme vibrar de pies a cabeza.

- No te acostumbres. -- dijo mientras volvía a ponerse de pie y retiraba el candado del cepo.- Esta última caricia no es normal que la otorgue y, si me he decidido a concedértela esta noche a sido, solo, como una especie de gesto de bienvenida.

Levantó el cierre que me mantenía preso y, con un suave cachete en la nalga, me indicó que me irguiera.

- ¿No habrás pensado dejar en el suelo esa porquería, verdad? -- cuestionó señalando el charco de semen que se extendía ante mí.

Me arrodillé para limpiarlo y, con mi lengua, recogí hasta la última gota, borrando así cualquier prueba que pudieran dejar mis infames fluidos. Entre tanto, mi propietaria volvió a colocarme la correa y, cuando lo estimó oportuno, me hizo levantarme.

- Tú Ama necesita descansar. Me has dejado agotada a causa de tú inicial rebeldía. -- dijo aparentando desinterés. -- Pero, como al final te has portado bien y esta es tú primera noche como esclavo, no voy a ser demasiado dura contigo y dejaré que duermas a mi lado.

Me sujetó por la correa y la seguí dócilmente por la habitación mientras ella iba apagando, una a una, las velas que habían dado luz a mi iniciación. Después, bajé tras ella las escaleras y, una vez en el dormitorio, aguardé sus instrucciones. Señaló una alfombra que había al lado de la cama y, con resuelta prontitud, me tumbé sobre ella. Cuando estuve en el suelo, ató mi correa a una de las patas del cabecero y, a continuación, entró en el baño dejando la puerta abierta. Pude ver como se desnudaba y se metía en la ducha, consciente de que esa era su intención. Oí correr el agua y sentí celos de aquel líquido que ahora acariciaba su cuerpo recorriendo su suave piel en toda su extensión. Se me hizo insoportable el tiempo que permaneció alejada de mí.

Cuando, ya fresca y aseada, volvió a salir, llevaba puesto un sensual y elegante camisón de seda negra. Abrió la cama y se sentó en ella colocando sus pies frente a mis labios. Se los besé con dulzura y ella pasó su mano por mi espalda como si fuera un mastín.

- Buenas noches, esclavo. -- dijo mientras se arropaba. -- Procura descansar.

Apagó la luz y oí como se movía, buscando la postura que le resultara más cómoda.

Allí a oscuras, a los pies de mí Ama, pasé el resto de la noche sin ser capaz de pegar ojo. Estaba terriblemente cansado y dolorido, pero la ansiedad y la excitación que me dominaban hicieron imposible que conciliara el sueño. ¿Quién me iba a decir, cuando estaba aún en mi casa preparándome para mí cita, que aquella velada terminaría de aquel modo? ¿Quién hubiera sido capaz de aventurar que iba a toparme de bruces con aquel hallazgo inesperado? <<Ten cuidado con lo que deseas...>>, dicen algunos, y que razón tienen. De todas maneras, mis expectativas se habían visto superadas en todos los sentidos, incluso transgredidas en algunos aspectos, pero me alegraba de que así hubiera sido. Estuve pensando en ello toda la madrugada y el alba me sorprendió anunciando su llegada por entre los resquicios de las persianas. No me importaba, no tenía ningún compromiso para aquel nuevo día. Ninguno, salvo complacer y servir a mi dueña, pues estaba decidido a ponerme a su servicio si ella me lo permitía. Aceptaría de buen grado todas sus órdenes y me sometería por completo a su voluntad. Ella me había demostrado que sabría ser magnánima cuando yo lo mereciera. Así que, no tuve que pensármelo dos veces a la hora de contestar con un diligente <<Sí, mi señora>> cuando mi Ama se despertó y me dijo:

- ¡De rodillas, perro!

Fin...?

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