El Masajista 8a. Parte

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Y en ese momento ella se agarró de sus brazos, casi arañándolo mientras su cuerpo se convulsionaba sin detenerse. Había llegado el momento que había esperado toda la noche. Ella se levantó de la cama y se abrazó a él, transmitiéndole sus convulsiones, mientras él siguió penetrándola.

La pasión de los treinta y tres años de Josefa y la potencia y los veintiún años de él, se unieron en se instante.

Minutos más tarde, Josefa lo sintió tensarse e hincharse dentro de su vulva. Estaba a punto de eyacular y en esos momentos su mente afiebrada, se lo imaginaba inundando de semen su concha y al mismo tiempo tragándola dentro de su boca. No sabía cuál era más placentero. Pero sabía que para Esteban era más acabar dentro de ella, lo sentía hurgando dentro de ella, como buscando penetrarla aún más profundo, apretando su pubis contra el de ella. Sus empujes fueron más violentos contra ella, cuando comenzó a lanzarle chorro tras chorro que se escurrían a lo largo de las paredes de su concha, que había comenzado a palpitar nuevamente ante la inminencia de un nuevo orgasmo.

"¡Aaaaahhhhh!... ¡Aaaaahhhhh!... ¡Arrggggg!....¡Arrrggg!...." Gemidos y rugidos simultáneos salieron de sus gargantas cuando llegó el instante culmine, cayendo desarmados y lacios de espalda sobre la cama y la verga de Esteban dejando un reguero de semen en el vientre de Josefa, que se lo quedó palpando y esparciéndolo sobre ella, como si quisiera impregnar todo su cuerpo con su marca masculina.

En ese instante ninguno estaba preocupado que sus sonidos, quejidos y rugidos de placer fueran a alertar a alguien. Ni siquiera a Lucía. Poco después, no atinaron a nada más y tan solo se quedaron abrazados y dormidos.

***

Recostada en el sofá, sintió que su ensoñación, no hacía otra cosa que excitarla. Se daba cuenta que quería tenerlo en todo momento. Se sentía como una adolescente despertando al sexo con él. Podía ser sólo su imaginación desbordada por esos recuerdos, pero con Esteban el sexo era único, como nunca lo había sido antes. Y sentía celos de las salidas a la universidad, celos cuando iba a trabajar en las tardes al spa. Celos, como hoy, en que le había dicho que iba a la casa de una compañera y que pasaría el fin de semana allí, por un trabajo que debían terminar para la universidad. Verdad o no, ella respetaba su espacio. No quería que pensara que coartaba su juventud. Quería que él la amara libremente, sin imponerle restricciones de ningún tipo. Ese fin de semana se dedicaría a Lucía y punto.

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