El Profesor de Tenis Cap. 03

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"Dime, Julián ¿Tienes a alguien en la capital?" le preguntó ella ahora, un tanto aliviada por sus palabras, pero esta vez temiendo su respuesta, aunque dándose cuenta que cualquiera fuera ella, debía aplicarse el mismo argumento que Julián recién había dado para seguir esta tan particular relación. Sabía que era egoísta al hacerle esa pregunta; lo venía conociendo recién, pero de alguna manera, ella sentía que tenía alguna prerrogativa, después de la tórrida noche que había tenido con él. ¿La tenía verdaderamente?

Por la mente de Julián pasaron ciertos recuerdos fantasmas, pero respondió de inmediato "No, no tengo pareja".

Jeannette le apretó sus manos y su rostro volvió a iluminarse cuando le sonrió.

Cuando salieron del restaurant, iban abrazados como dos adolescentes. Cuando estuvieron en el automóvil, ella le dijo: "Quiero hacerte otra confesión"

"¿Otra más?" le dijo Julián sonriendo.

"Que me tienes muy caliente. Nunca había sentido lo que siento por ti en este momento" le dijo ella acercando su rostro hacia él.

"Somos dos" contestó y tomando su rostro entre sus manos besó esos labios sensuales entre los que apareció una lengua que se metió en su boca, haciendo que se erección fuera aún más fuerte.

Puso en marcha el vehículo y se dirigieron al motel cuya ruta ya conocía.

****

Alicia, en cuanto su amiga Verónica le pidió que la acompañara ese martes por la noche para que conociera a sus amigos, se disculpó que estaría muy ocupada con una cotización que debía preparar para un banquete que le habían solicitado que hiciera. Por supuesto no le dijo que sería en el club de tenis del Estadio Municipal de Valdivia, ya que estaba segura que su amiga comenzaría a atar cabos y hacerle preguntas si los había visto, etc., etc. Toda esta situación la tenía más que complicada y no sabía a dónde iría a parar todo. ¿El morenazo se merecía todo este esquema furtivo de ella? Después de unos segundos, se contestó afirmativamente. ¡Qué diablos, no todos los días te encuentras con tipos como él! Aunque tenía que conceder que los otros jugadores que había visto pululando por el club, no estaban nada de mal, lástima que a otro que le había echado el ojo, había perdido esa mañana y se había marchado. Este sábado tendría una caza bastante variada...Que su amiga siga culeando con Julián durante estos días, ya tendría ella su oportunidad. Después que lo pensó, se rió sola en su habitación.¡Eres muy puta! Se dijo.

****

Julián se bajó y se registró. Estaba el mismo empleado que lo había atendido la noche anterior, sin embargo el tipo, muy profesional, le pasó las llaves sin mirarlo y le señaló la misma cabaña que habían ocupado ya.

Esta vez, cuando entraron, Julián condujo a Verónica a un sofá de una pequeña salita que tenía la cabaña, enfrente de la gran cama matrimonial que había en la misma habitación. Él se sacó la chaqueta y la dejó en un costado mientras ella dejaba un echarpe de lanilla. Esta vez Verónica llevaba un traje de una sola pieza, por lo que se dio vuelta indicándole el cierre. No se dijeron palabra alguna mientras se desnudaban mutuamente. Era todo un ritual, en el que todos los movimientos parecían estar ensayados previamente. Julián se quedó en el sofá esperándola. Verónica con mucha parsimonia, aunque ardía, apoyó sus manos sobre los hombros de él, colocó una rodilla en el sofá, pasó su otra pierna al otro costado, y quedó a horcajadas sobre él. Después lentamente bajó y se acomodó sobre los muslos de él, sintiendo finalmente, su erección entre los dos, pegada a su abdomen. Se abrazaron y como si fuera un baile largamente ensayado, comenzaron a besarse lentamente mientras sus manos recorrían sus cuerpos, reconociendo cada pliegue, cada protuberancia. Después de largos minutos, Julián la tomó de sus nalgas se levantó con ella en vilo y la depositó sobre el sofá y comenzó a recorrer con su boca su cuello, el hueco de sus pechos, a succionar sus pezones, a besar su vientre, mientras Verónica tensaba su cuerpo ante la inminencia de ese placer que él le había enseñado a recibir. Ese placer que era tan nuevo para ella. Gimió y sus manos se apoyaron en su cabeza al sentir que la boca de él estaba allí, en el centro de su placer. No paró de gemir y retorcerse mientras la boca y los dedos de él hacían maravillas entre los pliegues de su vulva. Varios minutos después, nuevamente su cuerpo se crispó y sus dedos casi se incrustaron en su cabello y sus muslos casi lo sofocaron cuando tuvo un orgasmo aún más intenso que el de la noche anterior. Esta vez la sensación fue muy extraña; la memoria de su cuerpo parecía anticipar el orgasmo, pero no estaba preparada para esto. Era distinto. Era como si recién conociera sus dedos, su boca, sus manos fuertes que asían sus pechos. Sólo la laxitud que vino a continuación, era la misma. De pronto, Julián nuevamente la tomo en vilo y la condujo hacia la cama. Ella se acurrucó en su pecho ronroneando como una gata recién alimentada, hasta que la depositó en la cama. Se quedó disfrutando del cuerpo de Julián que la cubrió, al tiempo que sentía su verga erecta contra su vientre. Nuevamente la sorprendió cuando él tomando un costado de su cuerpo la giró quedando de cara a la cama, indemne, esperando la próxima movida de ese hombre que parecía despertar toda la sensualidad que existía desde siempre en ella. Se estremeció cuando sintió su verga que se deslizaba entre sus nalgas. ¡No, eso nunca. No podía meterse allí. Nunca había tenido sexo anal. Era algo que no se lo había permitido a nadie!

Instintivamente apretó sus nalgas aprisionando al intruso. Sin embargo, no contaba con la gran cantidad de lubricación que estaba emitiendo su pene, porque apretado y todo su pico se deslizó igual a todo lo largo entre sus apretadas nalgas. La excitación y el calor que sentía, hizo que se relajara ante esta nueva sensación. De pronto, él había abierto sus piernas y la punta de su pene se deslizaba ahora a lo largo de su vulva y esta vez las manos de él se apoderaron de sus caderas y la levantó haciendo que quedara apoyada sobre sus rodillas y sus manos. Con su cabeza apoyada sobre la cama, su trasero levantado, le pareció que se convertía en una ofrenda carnal para él, como una virgen preparada para el sacrificio. En ese instante no importaba por donde entrara. Lo quería dentro de ella; lo necesitaba, quería sentir que la poseía. Que le pertenecía sólo a él. Y allí estaba él ahora, hurgando su raja caliente y mojada con la punta de su verga y esta vez su gemido fue más fuerte que antes, cuando sintió que lentamente su concha se llenaba con su pico. Sus manos, apoyadas en sus caderas, la presionaron hacia él, haciendo más profunda la penetración. Sintió que los músculos de su vagina palpitaban enloquecidos apretándose alrededor de su gruesa y dura erección.

Durante todo lo que duró el movimiento de entrar y salir de su verga dentro de su concha, ella no cesó de gemir. En su vida había sentido la excitación que experimentaba en esa posición, la que nunca había probado, ni siquiera con su novio. Enterraba sus dedos como garfios contra el cobertor cada vez que él se deslizaba profundo, sintiendo cada vena y cada protuberancia de su gorda erección. Sentía cómo sus manos acariciaban sus flancos, se sentía como las yeguas que había visto aparearse en el campo de su novio y se imaginaba que la larga y ancha verga de esos potros, era la que entraba una y otra vez dentro de su vulva, y se estremecía ante esa imagen. Deseaba que esto durara, quería pedirle que le diera más duro, más rápido, que le apretara sus tetas, que la besara. Con la boca seca pegada al cobertor, ya no sabía que pensar o decir. Sólo quería disfrutar y sólo se atrevía a gemir. Que él la escuchara cómo disfrutaba. De pronto sintió que él golpeaba más rápido sus caderas contra sus nalgas y como una orden, su cuerpo reaccionó y sintió que la sangre se agolpaba en su cabeza y sentía la crispación que nacía desde lo profundo de su vientre y comenzaba a desplazarse hacia sus caderas, hacia sus muslos. Esta vez gritó cuando sintió los chorros de semen calientes que comenzaron a inundar su concha, sintiendo que las manos de él se crispaban contra sus caderas. Y un sopor la cubrió como un velo y apoyando sus antebrazos y sus pechos en la cama, se quedó inmóvil. Los músculos de su vagina se habían encargada de rechazar esa verga que la había penetrado hacía segundos, haciéndola salir de su interior. Había quedado sola, disfrutando los últimos espasmos de placer.

Y se recordó del adagio griego: 'después del placer viene la tristeza.

****

Esta historia continua y como siempre, no olvide votar y enviarme sus comentarios, será como la moneda en el sombrero del músico callejero.

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