En la Universidad es Diferente

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Una calientapollas quiere aprobar, pero...
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Hay personas que despiertan una imagen nada más verlas. Es cierto que las primeras impresiones suelen equivocarse, pero Susana G. parecía una calientapollas, y, como pude ver más tarde, lo era.

Doy clase en una universidad pública de la capital, y ella estaba en mi grupo de primero. Acababa de cumplir los diecinueve, pero su cuerpo aún no había alcanzado la madurez. El primer día, entró en la clase vestida con una camiseta blanca de tirantes, que habían sido convenientemente apartados para mostrar las cintas del sujetador. Complementaba el conjunto unos pantalones negros muy ceñidos, que mostraba el movimiento de su tierno y vacilante trasero. Llegó con retraso, por lo que se llevó la primera bronca del día. Y del curso.

Conforme fueron pasando los días, la veía cada vez menos en clase. Eso sí, presentaba puntualmente sus trabajos con una factura extrañamente impecable...hasta que el primer parcial reveló la realidad. Sea quien fuese quien hiciera esos trabajos, definitivamente no era el ladrillo mental andante que me entregó ese examen. Me extrañé que hubiera podido llegar hasta aquí; unas sutiles consultas vieron que Susana había sacado notas curiosamente altas en el colegio privado al que había ido, notas que habían bastado para hacer la media y permitirle entrar.

Empecé a sospechar bastante del origen de esas notas...Yo soy un profesor novato (sólo tengo 32 años) y tengo el sentido de la ética medianamente intacto, pero estaba claro que esas calificaciones no eran resultado de su esfuerzo académico, sino de otra clase de esfuerzos menos legales. Por otra parte, nunca había pensado en follarme a una estudiante, pero estaba teniendo un mal momento con Judith, así que la imagen de ese cuerpo sensual empezó a tener un espacio en mis fantasías.

Después de los exámenes de febrero dejé de lado mis pensamientos con Susana; Judith había vuelto y disfrutábamos intensamente el uno del otro. De vez en cuándo Susana se pasaba por clase a entregar sus trabajos hechos por otro; dado que no podía reconocer al culpable, tuve que dejarlos pasar.

Y en junio, vino la debacle. Judith se tuvo que ir a Barcelona a cuidar a su madre, que estaba en una cama de hospital con una de esas enfermedades que no matan pero que requieren atenciones extremas. Abandonado justamente por la suegra, mi mente calenturienta empezó a recorrer otros derroteros.

Los exámenes fueron bien. No puedo decir que mi asignatura es un hueso, pero la lista de aprobados que pude poner en el tablón eran muestra de que mis alumnos me habían hecho caso: había conseguido enseñar. Eso me llenó de satisfacción. Pero entre los siete u ocho suspensos, estaba Susana.

La revisión de exámenes fue dos semanas después. Mis horarios de tutoría son extrañísimos: los miércoles a las 6:30 de la tarde, lo que era un alivio para mí, dado que en general tenía el departamento para mí sólo. De hecho, sólo vinieron tres chicos a la revisión: los tres eran absolutos mastuerzos a los que tuve que convencer para que volviesen a hacer el examen en septiembre.

Cuándo me estaba yendo del departamento, casi a las 7:30, Susana no había venido. Mientras le pedía un cigarrillo clandestino al bedel, que también se iba, entró Susana por la puerta del departamento. Llevaba un polo Lacoste azul claro y unos pantalones vaqueros, también ceñidísimos. Al verme, me miró con unos ojos azules heladísimos.

- ¿Como es que me has suspendido? - me dijo con una voz que no podía ocultar el caricaturesco deje pijo - ¿Acaso los trabajos no cuentan?

- Con un examen así, no, Susana...- la miré. Era muy guapa, muy bien proporcionada, sólo afeada por un maquillaje en mi opinión excesivo. El pelo rubio le caía a jirones sobre la cara - con un examen así no.

- Quiero ver el examen - dijo decidida. Miré mi reloj. Aun no eran las 7:30; legalmente tenía que enseñárselo. Miré al bedel. Éste, que sabía como se guisaba el asunto y que tenía una oportunidad con aquél bomboncito, se encogió de hombros.

- Le dejo la llave. Pida al portero que les abra después. - Y fue saliendo por la puerta, dejándome a mí sólo con ella en ese enorme edificio, salvo por un portero que estaría viendo la copa de Europa y un guardia de seguridad que no llegaría al 7º piso hasta las once o así.

Entramos en mi despacho. Las luces fluorescentes dejaban un ambiente tembloroso en el despacho. Mientras yo me dirigía a la mesa donde estaban los exámenes, ella vaciló y se quedó en la puerta. Busqué su examen en la pila, y al encontrarlo, me giré para mostrárselo, pero lo que vi me marcó.

Estaba en la puerta. Pude ver como en el polo se marcaban sus incipientes pezones. La muy guarra había venido sin sujetador. Me estaba mirando con esos ojos profundos, enmarcados en ese pelo largo y rubio que le fluía hasta la espalda. Se acercó a mi y me dijo:

- Necesito aprobar en junio. - Se acercó más y me cogió de la mano. - NECESITO aprobar en junio.

Normalmente éstas cosas me dejan indignado y caliente. Normalmente la indignación supera al deseo. Normalmente. Pero llevaba ocho días sin echar un polvo. Judith estaba en Barcelona. Nosotros estábamos sólos, y aquellos vaqueros apretaban una carne que me gritaba ayuda para su liberación. No pude. De ésta vez, no pude.

Mi turbación hizo que una sonrisa maligna aflorase en su cara. Lo había vuelto a conseguir. Cerró la puerta y me miró. Después, se puso de rodillas delante mío y empezó a juguetear con mis pantalones. Mi polla estaba dura como una piedra, y mis calzoncillos se habían vuelto pequeños de repente. Sus manos hábiles empezaron a abrirme la cremallera, y pronto revelaron mi nabo sanguinolento y fuerte.

Iba deprisa; demasiado deprisa. Su boca fina rodeó mi pene y empezó a chuparlo. Mis manos se deslizaron hacia la cabeza de Susana y la ayudaron a contener mis embestidas, suaves primero, fuertes después. Era una experta, la niña. No me lo podía creer. Empecé a gemir suavemente. De repente, ella retiró la boca, me cogió la polla con la mano y empezó a hacerme una paja. Me corrí casi instantáneamente, gruñendo mientras mi semen se esparcía sobre el suelo de porcelanato. Se levantó y me dijo con una sonrisa de satisfacción:

- ¡Bueno! Espero que ahora sí esté aprobada.

¿Qué? ¿Sólo una mamada? Esa putilla había despertado mis instintos sexuales más primarios. ¿Y ahora pretendía irse? Si se iba, tendría un dolor de huevos fabuloso que sólo podría compensar con masturbación salvaje...no, no, no. Me subí los pantalones, tomé aire y le dije:

- No, no estás aprobada. - Su sorpresa fue mayúscula. Decidí jugarme el todo por el todo. - No sé si en el colegio te bastaba con mamársela a los profesores, pero aquí, en la Universidad, es distinto.

Me miró. Empezaba a aflorar rabia y miedo, todo al mismo tiempo. Eso no era lo que esa niña bien quería. Y estaba claro que no estaba acostumbrada a que no hiciesen lo que ella quería.

- Pues no voy a hacerte nada más, hijo de puta. - Aquí se mezclaron dos sentimientos en mí. Por una parte me dije: "La has cagado, Fernando. Ya no te la follas." Y por otra parte: "Acaba de hacerte una mamada una pija de 19 años...¡y gratis!"

- Pues bien, ya sabes, el examen es el 14 de septiembre. Nos vemos entonces - la dije con toda la ironía y maldad que pude destilar de la situación.

Ella estaba a punto de llorar. Necesitaba una chispa. Una chispa. Le dije:

- ¿Nos vamos?

Ella no dijo nada. Me adelanté para salir, pero ella me agarró del brazo y me miró. Había una determinación fascinante en sus ojos. Había tomado una decisión.

- ¿Qué quieres, cabrón? ¿Eh? ¿Qué quieres?

Aun no puedo creer la naturalidad con la que lo dije:

- Quiero follarte.

Ella respiró profundamente. Se mordió el labio inferior en un encantador gesto de nerviosismo y, tras unos segundos que a mí me parecieron eternos, se acercó a la mesa, apartó la lámpara y la pila de exámenes y se sentó encima.

No me ha tocado en la vida una quiniela de 14, pero estoy seguro que es la misma sensación que tuve en aquél momento. Me daba igual la ética, me daba igual Judith, me daba igual todo. Me iba a follar a aquella niña.

Me acerqué a la mesa. Le dije:

- Ponte de pie.

El cinturón Ralph Lauren voló rápidamente. Puse la mano en los dos lados de los vaqueros para sacárselos. Estaban tan ceñidos que tardé casi medio minuto en bajárselos, lo que dio tiempo suficiente a mi polla para ponerse tanto o más erecta que antes.

Es que lo que revelaban esos pantalones no tenía nombre. Unas piernas largas y bien torneadas. Una piel lechosa con una pequeña pelusilla. Y un culito respingón, cubierto por unas deliciosas bragas estampadas de niña, que ocultaban algo que iba a conocer en verdadera profundidad.

Tras apartar los pantalones de un puntapié, me volví hacia su cintura para quitarle el polo. Me enfermó su ombligo, casi a punto de salirse. Sus tetas, pequeñas pero firmes, apuntaban hacia mí con dos ennegrecidos pezones a la cabeza. La hice levantar los brazos para sacarle el polo, y cuando terminé, sus ojos revelaban odio y miedo. Ahora era mi turno de sonreir.

Empecé con sus tetas. Aquella niñata no debía de estar acostumbrada a unos preliminares como Dios manda. El roce de mi lengua sobre esa piel sensible le provocó el sobresalto de la novedad. Notaba como el placer empezaba tímidamente a asomar la cabeza entre sus sentimientos.

Conforme fui deslizándome hacia arriba con la boca, me empecé a deslizar hacia abajo con las manos. Paseé con mi lengua por su cuello, mientras amasaba ese culito con las manos abiertas. Cuando la besé, ella dudó. Pero sus dudas duraron poco. Al final, cedió, y dejó que mi lengua explorase esa boca que sólo había utilizado para los penes de otros hombres...y para el mío.

De pronto, el conocido olor a almizcle empezó a inundar el despacho. La había puesto cachonda...lo que me llevó hasta mi propia excitación. Era la hora.

Empecé a deslizarle las bragas. Conforme descendía, descendía mi lengua. Ella gimió. Una vez. Y otra. Y otra. Y por fin, cuando el trozo de tela hubo desaparecido por completo de su cuerpo, me incorporé y me aparté. Las luces fluorescentes me mostraban ese cuerpo, excitado, sorprendido, asustado y magnífico. Ella me miraba expectante. El olor a almizcle era fortísimo.

Me bajé los pantalones y me quité la camisa. En la cartera, llevaba un condón, que me puse sin dejar de mirarla - en eso ella se sorprendió, supuse que porque nunca debía haber visto a alguien ponerse un condón sin mirar.

Pero ella me miró y me dijo:

- Nunca lo he hecho antes.

Mi respuesta fue inmediata y sincera:

. Ni de coña.

Ella me miró a los ojos. Joder. Joder, joder. Una virgen. La madre que me parió. No me había follado a una virgen nunca; nunca, ni siquiera a Judith.

Respiré profundamente. Ahora el sorprendido era yo; estaba a punto de desvirgar a una tía por un miserable examen...¡de junio! Pero mi polla me devolvió a la realidad. Me gritaba: "¡Hola! Me has llamado...y quiero trabajar!"

Lo hecho, hecho está, me dije. Avancé hacia ella y le dije:

- Siéntate.

De inmediato, se sentó sobre la mesa. Me acerqué, desnudo. La besé. Acerqué su cuerpo al mío. Mi verga erecta encontró su camino de forma instintiva. Una última reflexión racional sobre lo que iba a hacer pasó por mi mente, antes de guiar sutilmente su cuerpo al mío. Sentí en la punta de mi pene la humedad vaporosa característica. Respiré profundamente y, con un pequeño empujón, entré delicadamente en ella. Susana, nuestros cuerpos pegados al calor suave de una noche de junio, dio un gritito, y se acomodó como pudo ante el cuerpo ajeno que penetraba en su interior. Ella gritó, de sorpresa y dolor. Empujé con mis manos su culito hacia mi abdomen, mientras mi polla iba encontrando una firme pero blanda resistencia. No encontré un himen, pero en realidad me daba igual; mejor, ya me bastaba tener lefa por todo el despacho, la sangre iba a ser otro problema. Cuando llegué hasta el fondo, me aparté para mirarla a los ojos. Ella me miró. En su rostro había agradecimiento. Satisfecho, seguí aferrándome a ella, entrando y saliendo de aquella delicia con forma de mujer. Crecía en ambos la excitación. Ella gemía y susurraba, dando gritos cada vez menos ahogados cuando mi pene descubría un espacio nuevo en su interior. Estaba tan emocionado que cuando me di cuenta, ella lanzó un grito potente, que debió hacer saltar las alarmas; se había corrido. Y yo la seguí unos segundos después. Había sido el segundo mejor polvo de mi vida. Sonreí. La miré, y ella también sonreía.

Vestidos, nos preparamos para irnos. Yo la dije, satisfecho y feliz:

- Bien...ahora sí que estás aprobada.

Ella me miró y me dijo coqueta:

- ¿Con mi examen?

Y sí, vino a septiembre. Y gracias a la generosa financiación de sus padres, ya va por la cuarta convocatoria, no dejando de faltar a ninguna de sus revisiones. Y ésta es la historia de como Susana G. y yo aprendimos algo aquella noche. Susana aprendió como se las gastan los profesores de universidad. Y yo, aprendí a no ser un buen chico.

¿Qué? ¿Y Judith? Pues nos casamos en abril, gracias.

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