Estudios en el Extranjero

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Una chica con mucho morbo.
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Mis padres me habían enviado a estudiar a una de las mejores aunque menos conocidas universidades del mundo, la de Montreal en Canadá. Fue allí donde conocí a una chica polaca llamada Mainón, la protagonista de este relato.

Mainón era una mujer fuera de lo común, opuesta en muchos aspectos al modelo occidental de tía buena, aunque a mí me resultaba de lo más atractiva. Era descomunal en tamaño (1,92 de estatura y 83 Kgs de peso), tenía unas tetas enormes y a pesar de eso equilibradas, lo que las hacía preciosas a la vista, y unos pezones siempre duros que se marcaban a través de cualquier tejido por grueso que fuese y que te daban ganas de comérselos con solo verlos. Tenía un cuerpo bastante velludo y el pelo de un exótico color plateado. Los ojos azules como el cielo y una sonrisa que echaba de espaldas. En cuanto a carácter, lo primero que llamaba la atención de ella era que era una mujer extremadamente fogosa. Solíamos juntarnos en el descanso entre clase y clase, y hablábamos de todo lo que os podáis imaginar.

Un día me pidió que la acompañara al apartamento en el que vivía. Era una de las pocas estudiantes que podía permitirse una vivienda para ella sola, pues la mayoría vivíamos en residencias de estudiantes o en pisos compartidos con dos o tres estudiantes más. Tomamos el tren hasta una parada llamada Berri de Montini, salimos y caminamos unas cuantas manzanas. Ya en su apartamento, me invitó a tomar una cerveza y comenzamos a escuchar música. Me contó su vida y milagros, prácticamente desde que nació en su Polonia natal hasta las circunstancias que la habían hecho llegar a Montreal. Al cabo de un rato se disculpó, se metió en su cuarto y poco después salió con una bata transparente y unas diminutas braguitas. Advertí sin ninguna dificultad que no llevaba sujetador. Aquellas tremendas tetas sin la sujeción del sujetador eran aún más espectaculares. Los pezones taladraban la fina tela de forma que parecía que asomaría la punta en cualquier momento. Quedé visiblemente deslumbrado ante el monumento de mujer que tenía enfrente y ella sonrió pues se había dado cuenta del efecto que había causado en mí.

- No te molesta que me haya puesto cómoda, ¿verdad Max? -me preguntó en prefecto inglés. - No, para nada -le respondí a duras penas.

Continuamos bebiendo alcohol, pasando de la simple cerveza a una potente bebida que imaginé sería whisky. Aunque de una gradación mayor a cualquiera de los que yo había probado antes. Seguimos hablando hasta que de pronto se detuvo en mitad de una frase.


- Quiero enseñarte una cosa -me dijo.

Se levantó, se arrodilló delante del televisor y puso en el vídeo una cinta sin etiqueta que había sacado de un pequeño cajón. La pantalla se iluminó y en ella aparecieron un hombre y una mujer jugando a los médicos... En una palabra, aquellos dos se lo estaban pasando bomba practicando el deporte más antiguo de la humanidad: follar. La excitación alcanzaba ya cotas increíbles y mi cuerpo empezaba a reaccionar.

- ¿Te gusta el sexo, Mainón? -le pregunté tomando la iniciativa, pues adivinaba que allí estaba mi oportunidad con ella. - Me fascina... -contestó ella- Pero últimamente tengo que conformarme con ver este tipo de películas. Hace mucho que no siento el placer de un buen miembro en mi coño...

Como os he comentado, la chica dominaba la lengua a la perfección.

- Es una pena -le contesté cada vez más nervioso- De todas formas, me parece que hoy se va a acabar eso.

Continuamos viendo la película en la que la pareja adoptaba las posiciones más inverosímiles. Mi excitación era cada vez más evidente, hasta que se hizo completamente visible. Mis 17 centímetros de polla empezaron a pugnar por salir de los pantalones y ella notó mi tremenda erección. Se incorporó y me giró la cara hacia la suya con la mano. La miré pero vi que no me miraba a los ojos sino directamente a mi paquete. Por fin levantó la mirada.

- Bésame -dijo sin más.

Me acerqué aún más a ella y comencé a besarla. Como no tenía suficiente con eso, pronto empecé a acariciarle las tetas, a chupárselas... Mis caricias estaban empezando a hacerla reaccionar...

- ¡¡Ahhhhh!! ¡¡¡Ahhhhhhh!!! Ummmmmm... -gemía sin cesar.

Yo continuaba mi dulce ataque de besos y caricias. Deslizaba mi lengua por sus oídos, acariciaba su suave cuello... Por fin logré quitarle la bata, lo único que llevaba puesto aparte de las braguitas, y empecé a acariciar y besar su ya desnuda piel. Era suave y aromática como la de ninguna otra chica con la que yo hubiese estado antes. El suave vello que la recubría no hacía más que aumentar la sensación de placer que me llenaba al recorrer aquel dulce cuerpo. Descendí hasta su ombligo y me dispuse a lanzar el definitivo ataque sobre su sexo. Aparté suavemente las diminutas braguitas de Mainón y comencé a lamer su duro clítoris, a chuparlo como un loco. Metí mi lengua en su coño todo lo profundamente que fui capaz, al tiempo que introducía el dedo medio por su culo. Sus quejidos cada vez eran más fuertes y rápidos.

- ¡¡¡Ahhhhhh!!! ¡¡¡Cariño!!! ¡¡¡Qué bien lo haces!!! ¡¡¡Qué bien...!!! ¡¡¡Ahhhhh!!! Ahhhhhhh... Ummmmmmmm... Sigueeeee... ¡¡¡Sigueeeee...!!!

Yo comenzaba a sentir ese fuego en lo más profundo de mi ser que solo podía significar una cosa. Le di la vuelta y comencé a chuparle el clítoris de nuevo, al tiempo que apretaba sus tetas con la mano izquierda. Mainón estaba totalmente mojada y sus líquidos vaginales comenzaban a resbalar por sus muslos. Un instante después explotó en un orgasmo increíble que la hizo cerrar los ojos y echar la cabeza atrás con fuerza. Se recuperó instantáneamente y miró mi dura polla con lujuria. A pesar de que todavía no me había hecho nada, yo estaba a punto de correrme. Sus gemidos y la excitación de haberle comido el coño me habían hecho llegar al borde del orgasmo. Por eso, no es de extrañar que, nada más aplicar sus suaves labios sobre la punta de mi miembro, un tremendo chorro de cálido semen saliese disparado contra sus preciosos dientes. El segundo entró directamente en su boca y el último alcanzó de lleno su mejilla derecha. Mainón aguantó estoicamente todas y cada una de mis descargas, y acabó lamiendo silenciosamente mi cansado miembro, limpiando de su superficie cualquier rastro de leche que hubiese quedado adherido.

Así, a mis 22 años tuve mi mejor experiencia sexual. Mainón me confesó que para ella también había sido lo más fabuloso hasta entonces. Por eso decidimos reunirnos todos los fines de semana en su apartamento para hacer el amor y darle rienda suelta a la imaginación.

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