Gabriela

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Fue la mejor experiencia. Absolutamente inolvidable.
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Nunca olvidaré mi viaje de fin de carrera. Después de cinco años de noches sin dormir y fines de semana encerrado en casa por fin había acabado la carrera de Arquitectura y en cuanto supe que la facultad había organizado un viaje de despedida a Argentina, no lo dude y me apunté. Por fin iba a tener tiempo de relajarme con mis compañeros y sin tener que hablar de clases, prácticas y trabajos. Está de más decir que también esperaba que el viaje se convirtiera en un infierno sexual. Ya se sabe, más de cincuenta personas de ambos sexos, de entre 23 y 26 años... El final estaba cantado.

Desde un principio me tomé la universidad como un trámite necesario para cumplir con la sociedad, pero pensé que, ya que iba a estar allí un mínimo de cinco años lo mejor sería tomármelo de la mejor manera posible. Siempre he sido un chico bastante común, físicamente no me destacaba ni para bien, ni para mal. Pero, mi arma secreta estaba en la facilidad que tengo para hablar. Sabía que si durante el viaje me dejaban abrir la boca no habría quien se resistiese.

Así que allí estaba yo en el aeropuerto, con las maletas repletas de ganas e ilusiones (además de un par de cajas de condones, por si acaso)... Y entonces la vi. Gabriela estaba despidiéndose de sus padres y poniéndose a la cola de facturación de equipaje. No sabía que también venía al viaje, algo normal pues hacía algún tiempo que no hablaba con ella. Gabriela había sido siempre mi amor imposible. Durante los años de facultad nos habíamos hecho grandes amigos y confidentes, incluso me atrevería a decir que había algo especial entre los dos que nunca habíamos llegado a concretar. Era muy atractiva, de estatura algo baja, carita angelical y unas enormes tetas que había imaginado mías cientos de veces. Nos saludamos antes de entrar al avión y luego nos sentamos en nuestros respectivos asientos.

Aterrizamos en Buenos Aires una eternidad después y enseguida cogimos un autobús que nos llevó a nuestro destino final, Bariloche, una bellísima ciudad al pie de la cordillera de los andes, en la cual se puede disfrutar de la nieve. El hotel era alucinante y había muchísimos turistas por todas partes.

Inconscientemente había pensado que entre Gabriela y yo pasaría algo durante aquel viaje, pero el tiempo pasaba quitándome la razón. Los días transcurrían rápidamente y Gabriela parecía estar más ocupada en relacionarse con todos los demás chicos que en prestarme atención a mí.

Nos habían comentado que había una tradición en los viajes de fin de carrera en Argentina, la fiesta de los pijamas, así que decidimos que sería divertido hacerla nosotros también. Mis compañeros de habitación empezaron a prepararse desde bien temprano, todos ridículamente ataviados con sus pijamas. Yo no tenía otra cosa en la mente que cumplir con el objetivo que me había fijado, pero la ilusión de que Gabriela fuera mi pareja se alejaba a cada momento.

Estaba junto a mis amigos esperando la hora de salir, cuando Gabriela entró en nuestra habitación. El aliento se nos cortó a todos, estaba preciosa y sexy como nunca, enfundada en un camisón con encaje y transparencias que dejaban adivinar su magnífica figura. A pesar de eso se le veía mala cara, parecía estar algo enferma. Le pregunté si se encontraba bien, pero con un gesto de su mano me indicó que no me preocupara. Aprovechando la ocasión, comencé a cambiarme para estar a tono con todos en la fiesta, teniendo especial interés en que Gabriela viera mi bien moldeado torso al desnudo.

Por fin llegó la hora de salir hacia la fiesta y todos salieron de la habitación... Todos menos Gabriela.

- ¡Vamos! -le dije dándole un suave empujón a modo de broma. - No, no me siento bien, me voy a quedar... -me dijo con verdadera mala cara- Quédate conmigo, por favor. No quiero quedarme sola.

Como imaginareis no me pude negar, iba a estar solo con la chica de mis sueños y en mi habitación. ¿Qué más podía pedir?

Gabriela se recostó en una de las camas, yo me eché en otra y empezamos a charlar de cómo nos había ido el viaje, de lo bien que nos lo estábamos pasando. La charla fue subiendo de tono conforme llegamos a los temas de ex-novias, ex-novios, rollos de una noche... Mientras hablábamos, sus enormes tetas escapaban cada vez más del escote de su camisón y ella no se preocupaba demasiado por evitarlo. Yo todavía seguía echado en la cama de al lado, pero hubiera dado mi brazo derecho por estar junto a ella en la misma cama. Como si algo o alguien me hubiese oído, Gabriela empezó a hablar.

- Acuéstate aquí, a mi lado -me dijo y yo, ni corto ni perezoso, salté de mi cama y me instalé en la suya. Acercó su boca a mi oído- Abrázame...

Con suavidad, la rodeé con mis brazos y nos fundimos en un beso apasionado que jamás olvidaré. Metió su mano debajo de mi camisa y acarició mi pecho bajando luego hasta mi ya enorme bulto. Yo le bajé los tirantes de su camisón y aquel par de tetas se descubrió en su totalidad. Eran tan preciosas y enormes como yo había imaginado, con pezones grandes y oscuros.

Primero tracé el contorno de sus pechos con mis manos, cosa que la excitó sobremanera, y luego me dediqué a chupárselos con fuerza. Mi lengua pegaba latigazos a sus pezones y sentía en mi boca cómo se ponían cada vez más duros. Sus tetas eran tan grandes que apenas podía meterme en la boca aquellos montículos que las coronaban. Mientras tanto ella se dedicaba a quitarme hasta la última prenda de ropa y a jugar con mi aparato, ya deseoso de su cuerpo. Sus manos expertas amasaban mi polla y mi erección crecía a cada momento. Yo, sentado en la cama, terminé de desvestirla y le quité sus diminutas braguitas dejando al descubierto el frondoso agujero de amor que ocultaban. Hábilmente, se deslizó hacia abajo, quedando su cara a la altura de mi ya enorme polla y comenzó a besarla, primero suavemente y luego su lengua comenzó a recorrerla en su totalidad.

El placer que me invadía era enorme, el sueño de mi vida se estaba haciendo realidad y mi objetivo se estaba cumpliendo. Entretanto, Gabriela se dedicaba a lubricarme la polla con su caliente saliva y a engullirla luego entera. Creía correrme a cada arremetida y sentía su garganta alrededor de mi glande y su lengua como una pequeña serpiente lamiendo mi tronco. Mis manos se dirigieron a su ya mojado coño, lo que evidenciaba que estaba tan excitada como yo. Encontré su clítoris con facilidad y empecé a masajearlo con fuerza. Sus jugos bañaban mis manos y su excitación iba en aumento ya que cada vez me chupaba el miembro con mas pasión. De repente, se detuvo y se puso en pie. Yo hice ademán de levantarme también, pero ella me lo impidió.

- No, tú quédate sentado -me dijo sensualmente.

Tomó mi polla con una mano y se sentó en ella. Gabriela estaba tan lubricada que mi verga entró hasta el fondo de un solo movimiento. Yo creí que me moría, había imaginado tantas veces aquel caliente y húmedo coño abrazando mi miembro... Pero el placer era aún mayor de lo que había pensado, se movía como una gata en celo, y subía y bajaba frenéticamente por mi mástil ardiente. Sus tetas acompañaban rítmicamente sus movimientos y yo jugaba con ellas manoseándolas y pellizcando sus pezones enormes y erectos. Mi polla parecía explotar con cada embestida de mi experimentada amante. Pero mi excitación aumentó todavía más cuando, después de levantarse se dio la vuelta mostrándome su hermoso y redondo culo. No me lo podía creer, pero me estaba invitando a llenar su agujero trasero.

Se puso a cuatro patas sobre la cama e intenté torpemente introducir mi duro pene en su culo. Viendo que tenía problemas, ella me la cogió con una mano y la dirigió expertamente hasta su abertura. Empujé con fuerza y le arranqué un grito de placer. Tomando sus caderas empecé a presionar hasta que mis huevos golpearon en sus nalgas. Luego saqué la polla hasta dejar dentro solo el glande y volví a empujar con fuerza hasta el fondo. Repetí este movimiento sin cesar, arrancándole a Gabriela fuertes gemidos de placer en los que me pedía que no parase, que llegase hasta el final.

A esta altura yo ya estaba a punto de explotar dentro de su culo, así que saqué mi aparato y dándole la vuelta a Gabriela lo puse entre sus tetas. Mientras ella se apretaba los pechos dejando en medio mi polla a la que daba lengüetazos en cada arremetida, yo tenía los brazos hacia atrás y la masturbaba salvajemente con mis dos manos. Por fin, el clímax llegó y sentí cómo ella temblaba y se retorcía, explotando en un interminable orgasmo que mojó todas las sábanas. Yo tampoco pude resistir más y estallé entre sus tetas, saliendo el semen disparado hacia su cara. Parecía que aquellos chorros de leche no iban a terminar de salir nunca y ella disfrutaba viendo el espectáculo mientras trataba de capturar todo el semen que podía con su lengua. Cuando terminé, limpió cuidadosamente con la lengua hasta la última gota de mi fluido, me dio un beso y se fue.

Nunca más hablamos de esa noche y luego dejamos de vernos definitivamente. Pero, a pesar de que han pasado ya muchos años, yo sigo recordando esa experiencia como la mejor de mi vida y a Gabriela como lo que siempre fue para mí, mi amor imposible. Aunque siempre sabré que fue mía una noche.

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