Historia de Una Mujer Fácil (09)

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Clara se emputece poco a poco por sus deseos de vida lujosa.
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Parte 9 de la serie de 16 partes

Actualizado 06/22/2024
Creado 05/07/2024
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CLARA Y EL MOTERO

Unos minutos más tarde, Carlos salía con su coche por la rampa del garaje. Había quedado con Clara a esa hora para recogerla y volver a casa juntos como hacían habitualmente. Cuando el enorme todoterreno afrontaba la barrera de salida del parking, Carlos se detuvo ante ella para abrirla con la tarjeta de la empresa. Desde su posición divisaba la calle con total claridad. Y lo que allí se encontró no le gustó en absoluto.

Clara no se hallaba a solas. Un tipo disfrazado de motero de los pies a la cabeza se apoyaba en su enorme Harley mientras hablaba con ella. El hielo que atravesó a Carlos fue como una espada afilada. Conocía a aquel tipo, y no le gustaba nada la cercanía con la que hablaba con su novia.

Porque el motero era el mismísimo tío Ramón.

De pronto, el hombre le dijo algo a la joven y ella volvió la cabeza hacia Carlos. Le habían descubierto. El novio de Clara arrancó, pero el motero ya se había subido en la Harley y salía de allí a toda velocidad.

*

Una vez en el coche, Carlos no se atrevía a preguntar. Clara, consciente del silencio denso que se había generado entre los dos, se decidió a hablar.

—Que majo tu tío... ¿no?

—Oh, sí... muy majo —respondió su novio, tenso.

Clara le miraba de reojo y no replicó. Había notado un obvio mosqueo en el comentario de Carlos.

—¿Y qué es lo que quería? —indagó su prometido.

—Eh... nada en realidad —mintió—. Solo que pasaba por aquí, me ha visto esperándote y se ha parado a saludarme.

—Ah, vaya, sí que parece un tipo majo, sí...

—¿Estás enfadado con él? —intentó quitar hierro al asunto Clara—. No deberías estarlo. Al fin y al cabo, te va a hacer una donación de un montón de pasta.

Carlos se mordió el labio.

—Ya veremos...

El resto del camino lo hicieron en silencio. Clara se temía que Carlos conocía a su tío mucho más de lo que quería hacerle creer a ella. ¿Sabría lo del affaire entre Ramón y Sofía? Pudiera ser. Y tal vez sabía también lo que estaba intentando hacer con ella misma y que estaba pendiente de decisión por su parte. No obstante, decidiera lo que decidiese, ella nunca le confesaría nada. Sería su secreto.

Una hora más tarde, mientras veían una película ñoña en la televisión, Clara se atrevió a preguntar:

—Oye, Carlos...

—¿Sí?

—¿Es cierto que esta casa no es tuya, sino de tu tío?

La expresión de amargura de Carlos fue indisimulable.

—Vaya, parece que mi tío el «majo» te ha contado algunas cosas sobre mí.

—No, no me lo ha contado él —mintió—. Me lo dijo Sofía hace unos días y Ramón solo me lo ha confirmado.

—¿No te llevabas mal con Sofía? —replicó sarcástico.

—Bah, cosas de chicas, no nos hagas caso...

—¿Y qué más te ha dicho el tío? ¿Te ha contado que me la prestó de forma indefinida? ¿No te habrá pedido que se la devuelva?

—¡Pues claro que no...! —se quejó ella—. Esas cosas las hablaría contigo, supongo... A mí no me las contaría, sería como un desprecio hacia ti, ¿no crees?

—Está bien, no hablemos más del asunto...

Charlaban sin mirarse. Clara decidió templar gaitas de nuevo.

—Bueno, no es tan malo... —replicó—. Si te ha prestado una casa para que vivas es una señal de que te aprecia. Además, ¿quién te dice que no la incluye en la donación que piensa adjudicarte?

Carlos no respondió. Su gesto era duro, aunque más preocupado que enfadado.

Lo que Clara no se atrevió a mencionar fue las otras revelaciones de tío Ramón. Y ésas eran las que más temor le habían generado a Clara.

Porque Ramón le había confesado que Carlos no tenía ni un euro. Su economía estaba prácticamente en quiebra. Peor aún, sus deudas de juego le tenían entrampado —debía una cantidad ingente de dinero—, y podía terminar en la cárcel.

¿Y este era el tipo con quien ella se iba a casar? El rico hombre que presumía de casa, cochazo y nivel de vida de escándalo. Dios santo, ¿dónde se había metido?

Aunque, como tío Ramón le había dicho, aquello tenía una solución. Solo una. Y esa solución era ella.

UN HIJO DE MALA MADRE

Al día siguiente, Clara se hallaba sumida en sus pensamientos a la espera de la parada matinal para el café. Lo que le había comentado tío Ramón en la puerta del garaje la había dejado tocada. Además, el no poder compartirlo con Carlos la alteraba sobremanera. Ser rica tenía un precio, se decía.

Antes de comprometerse con Carlos, su vida había sido muy tranquila, aunque financieramente no era como para tirar cohetes. Al menos en relación a los caprichos a los que tenía que renunciar.

A partir del compromiso, se iba acostumbrando poco a poco a moverse en un nivel que le era desconocido. Y le gustaba. Le gustaba demasiado. A cambio, le pedían que vendiera su alma al diablo. El día anterior, Ramón le había explicado lo extrema que era la situación de su prometido. Y la había puesto a ella en el centro de la diana. En su mano había dejado la opción de salvar su futuro matrimonio o de hundirse en la miseria con Carlos.

La elección parecía sencilla, siempre que Ramón no mintiera. Porque, ¿quién le decía a ella que todo lo que le había contado el patriarca de la familia no fuera falso? Aunque la punta del iceberg —la propiedad de la casa donde vivían y el estado de su raquítica economía— parecía coincidir con la realidad que ya percibía desde hacía un tiempo. El mismo Carlos había tenido que admitir que la casa donde vivían no era suya, sino de su tío. Y, en cuanto a su cuenta corriente, no necesitaba más confirmación que lo ocurrido cuando le había pedido dinero para comprar la ropa que necesitaba para la cena de directivos.

Las tribulaciones la estaban torturando y aún quedaba media hora para la parada del café con Paula y Lines. Necesitaba confiarse a alguien y la mañana se le estaba haciendo eterna. Su carga de trabajo en ese momento era ínfima. Se acercaban las vacaciones con Carlos y había traspasado parte de sus obligaciones a los compañeros que volverían a primeros de agosto. Podía permitirse el lujo de quedarse mirando al cielo a través de la cristalera de su despacho. Y pensar de forma relajada.

Inmersa en sus reflexiones como se hallaba, no oyó a la persona que entraba en su espacio de trabajo, cerrando la puerta tras de sí. El clic de la manilla la devolvió a la realidad. Al volverse, el corazón se le detuvo un instante al observar a Ramiro sentarse frente a ella, cruzándose de piernas y sonriendo con mueca triunfal.

—Buenos días, querida.

La respuesta de Clara no se hizo esperar.

—Si vuelves a llamarme «querida» te largas de este despacho y no vuelvo a hablar contigo si no está Carlos delante.

Ramiro se quedó cortado, pero no se arredró.

—No te quejabas tanto el sábado mientras botabas sobre la tapa del inodoro...

Clara se levantó de su mesa y lanzó un exabrupto que traspasó las vidrieras de su despacho, llegando al espacio donde se ubicaba la mesa de Rafa.

*

El becario escuchó el grito, aunque no consiguió entender la palabra que salió de la boca de su jefa. Afortunadamente no había nadie más en los alrededores, si no todos se habrían acercado a ver lo que pasaba allí dentro.

Rafa hizo exactamente eso. Se levantó de su silla y se acercó a la cristalera para olisquear. Había visto al cerdo de Ramiro entrar en el despacho unos segundos antes, pero nunca hubiera imaginado lo que iba a ocurrir. El grito furioso de Clara anunciaba que la discusión entre ella y Ramiro se enmarcaba en el ámbito de lo personal. Porque en asuntos laborales, su jefa era un dechado de mesura y templanza.

Aproximó sus ojos a la cristalera. Desde el exterior no era posible ver lo que ocurría en el despacho debido a las dos persianas de lamas que lo protegían de las miradas curiosas. Rara vez Clara subía tales persianas, solo en caso de reuniones que aconsejaran permanecer a la vista del personal. Éste no era el caso actual, por lo visto.

Sin embargo, la unión entre las dos persianas no era perfecta, por lo que, si aproximabas un ojo a la ranura entre ambas, podía ver más o menos lo que se desarrollaba dentro.

Rafa se sentía como un espía, pero se veía en la obligación moral de ayudar a su jefa en el caso de que le necesitara. Lo que distinguió no le pareció muy normal. Clara se hallaba de pie tras su escritorio, las manos apoyadas sobre él y hablando en tono airado. Ramiro, acomodado en una silla ante la mesa, parecía mucho más calmado e intentaba apaciguar a Clara con gestos amistosos.

Por fin pareció que lo lograba. Clara se sentó en su butaca y se echó hacia atrás en el respaldo. No obstante, apuntaba con una mano hacia la puerta y parecía pedirle a Ramiro que saliera del despacho. El hombre, por el contrario, se hacía el remolón y por su mímica parecía negar que fuera a obedecerla.

Rafa no se lo pensó dos veces. Había que actuar y él era hombre de acción. Aunque estaba seguro de que tendría que pagar por su osadía. Abrió la puerta tras dos golpes rápidos sobre la madera y asomó medio cuerpo al interior.

—Una cosa, jefa... —simuló cortarse en lo que iba a decir y se corrigió—. Uy, perdón... pensé que no había nadie más en el despacho. Ya me voy...

Clara lo detuvo.

—Espera, Rafa —dijo—. El señor González ya se iba. Y tengo algo urgente que tratar contigo.

El chico entró y se quedó de pie dejando libre el paso hacia la puerta. Ramiro se levantó de la silla de muy malas pulgas y se dirigió hacia la salida.

—Seguiremos hablando del tema —le dijo a Clara en lo que pareció una amenaza.

Al pasar junto a Rafa le echó una mirada que podría haberlo fulminado. Las piernas del becario apenas le sostenían.

Una vez se hubo marchado el tipejo, Clara suspiró aliviada. Rafa se acercó hacia su mesa y se ofreció a su jefa.

—Dime... ¿qué era eso urgente que necesitabas de mí?

—Ufff, gracias Rafa... —suspiró Clara—. No, no era nada. Lo he dicho solo para que ese cerdo se marchara. Te agradezco en el alma tu ayuda, me has librado de nuevo de él. Te debo otra, y ya son un montón...

—Tranquila, jefa...

—Joder, Rafa, no me llames jefa —le increpó, aunque con una sonrisa de oreja a oreja—. Yo no soy jefa de nadie.

—De acuerdo, jefa... digo, Clara...

Los dos rieron al unísono. La joven se despidió del chico y salió corriendo para buscar a Paula, necesitaba el café de media mañana como un drogadicto su dosis diaria.

*

A la hora de la comida, Paula y Clara volvieron a coincidir. Lines, sin embargo, no pudo unirse al grupo. Volvió a excusarse y no apareció por la cantina. Durante el desayuno, Clara no había podido sincerarse con Paula al comprender que hacer partícipe a Lines de sus problemas con Ramiro estaba fuera de lugar. Paula no le había contado nada y ella no era quién para traspasar esa línea.

Una vez más, Rafa comía a solas en una mesa apartada de ellas con su túper habitual.

—¿Te importa si invito a Rafa a sentarse con nosotras? —preguntó Clara.

—No, espera —replicó Paula— tengo que contarte algo que no quiero que él oiga. Luego le llamamos si quieres.

—Me asustas, Paula... ¿Pasa algo? ¿Es con tu novio?

—No... —bajó la voz su amiga—. Es con Ramiro...

—No me jodas... —susurró Clara—. ¿A ti también te está acosando?

—¿Cómo que «también»? —se extrañó Paula—. ¿A quién más acosa?

Clara se dio cuenta del resbalón que acababa de cometer y se salió por la tangente. No era el momento aún de abrirse ante su amiga.

—No... nada... —desvió la mirada para que Paula no detectara su mentira—. Es Rafa, una bobada, ya te contaré.

La expresión de Paula era de agobio y Clara intuyó por donde iban los tiros.

—¿Qué quiere de ti? —insistió para que Paula se explicara.

—Joder, Clara... —gimoteó su amiga—. Que si creía que la había cagado, ahora sé que estoy de mierda hasta el cuello.

—¿Pero qué ha pasado? No me asustes aún más...

—Pues ha pasado que el muy hijo de su madre grabó la faena del otro día en su despacho...

—¡Ostras! —exclamó Clara—. No me digas que tiene cámaras en su...

—No... no es eso... —la cortó Paula—, grabó solo la voz... con el móvil.

—Ufff, menos mal —Pareció relajarse, pero por dentro se sentía fatal. Porque no estaba segura de que no la hubiera grabado también a ella en los lavabos del restaurante.

—Y el muy cabrón me ha dicho que si no vuelvo a enrollarme con él, la grabación le llegará a mi novio de forma anónima.

Clara lo pensó un segundo.

—No entiendo... Si la grabación le llega a tu novio, la voz de Ramiro también se oirá y él también se pondrá en evidencia. Podrías acusarle de acoso.

—Ay, amiga, ojala... —el sollozo de Paula fue inevitable—. Lo que pasa es que el muy cerdo lo tenía planeado y durante todo el tiempo solo se le oye jadear y poco más. No hay forma de saber quién es el hombre que está conmigo.

—¿Y... tú...? —preguntó Clara sabiendo la respuesta.

—Joder, ya sabes cómo soy... A mí me gusta hablar mientras lo hago. No solo jadeo... ya lo sabes... pido cosas... explico que ya me viene... le digo que no pare... Ay, chica, que me quiero morir...

Clara tuvo que disimular para que no se le notara su suspiro de alivio. Durante el polvo en los lavabos, Ramiro había hablado tanto como ella o más. En su caso, si hubiera grabado la escena, haciéndola pública quedaría en tan mal lugar como ella misma.

—Tranquila, Paula, te prometo que todo va a ir bien... —le dijo sin mucha convicción.

Paula ya no disimulaba sus lágrimas, aunque las limpiaba nada más salir de sus ojos para que nadie alrededor las observara. Por suerte, la cantina estaba prácticamente vacía.

—Sí, claro... Ya sé que me lo dices para que me calme, pero no sé qué harías si estuvieras en mi lugar...

Quizá fue por esa frase o quizá porque necesitaba confiarse a alguien. El caso fue que Clara no pudo contenerse.

—Sí, amiga, te entiendo perfectamente... Porque yo estoy pasando también por ese trance.

*

—¿Qué...?

El llanto de Paula se cortó de raíz. Su mirada en los ojos de Clara la apremiaba para que no se detuviera ahora que se había arrancado en confesión.

—Pues eso, Paula... Que yo también soy gilipollas...

—No te pares... sigue o te juro...

Clara le hizo un resumen de lo que había ocurrido el sábado por la noche, haciendo hincapié en el burdo engaño del asqueroso Ramiro.

—¡No... me... jodas...! —susurró Paula cuando su amiga terminó de contar—. Con la charla que me diste cuando te conté lo mío... ¿vas tú y te dejas follar también por ese cabronazo...?

—Basta, Paula... no hace falta que tú también me martirices. Ya lo hago yo sola perfectamente —se quejó—. Además, técnicamente no fue un polvo. Se la chupé y nada más... Aunque antes fue él el que me comió el... el... eso...

—No te puedo creer... —se lamentó—. ¿Y ahora qué somos? ¿El club de las folladas?

Clara sujetó una carcajada. No era momento para bromas.

—Bueno, en realidad, no... —replicó con una mueca de sonrisa—. Para poder fundar ese club faltaría Lines.

—¡Ostrás! —Paula se llevó una mano a la boca—. ¿No pensarás que Ramiro pueda estar detrás de ella?

—Ni idea... Tratándose de ese cabrón, cualquier cosa es posible...

—Joder, Clara, que Lines es una mujer casada, que tiene dos hijos...

—Bastante le preocupa eso al muy cerdo...

—No, esto no puede quedar así. Ese canalla me va a oír —frunció el ceño Paula.

—Calla, no seas loca... —temporizó Clara—. Hay que pensar muy bien lo que vayamos a hacer. Además, Lines ya es mayorcita, los cuarenta no los cumple. Debería saber defenderse sola. Si quiere dejarse... allá ella...

—Por dios, Clara, que con lo desatendida que la tiene su marido... que esta también cae... que te lo digo yo...

Clara estaba seguro de ello. Pero estaba segura de que en ese caso no podían hacer nada. Era un futurible, cosa que no lo eran sus problemas. Mejor centrarse en lo ya acontecido.

—A ver, pensemos en ti y en mí... —reflexionó en voz alta—. Quizá podríamos denunciarle por acoso a Recursos Humanos. Al menos en tu caso. Lo mío tiene peor defensa.

—¡Ni de coña! —exclamó Paula en susurros—. ¿No te das cuenta de que llegaría a oídos de mi novio? Pobrecito mío, con lo que me quiere... Menudo disgusto se llevaría. Al fin y al cabo él no tiene la culpa de tenerla tan pequeñita y que a mí me obnubilara ver el... el... monstruo... de Ramiro.

—A ver, Paula, que tampoco es para tanto... —se enfadó Clara—. Que la cosa de Ramiro es muy normal, lo que pasa es que sabe usarla. Tampoco se la pongas por las nubes.

—Ah, ¿sí? —reflexionó Paula—. Pues, hija, a mí me pareció un buen rabo...

Las carcajadas de las dos chicas resonaron en el salón restaurante.

Desde su mesa, Rafa elevó una mano y las saludó. Clara le pidió a su amiga por segunda vez que le permitiera acompañarlas. Esta vez, Paula aceptó.

—Pero ni palabra de mis líos...

—No te preocupes, tus líos serán nuestro secreto... —concedió Clara—. Aunque me temo que vamos a hablar de los míos...

—¿Qué...? —Paula abrió los ojos alucinada—. No me digas que el becario...

Clara asintió con la cabeza, una mueca de disgusto pintada en su rostro.

—Sí, amiga, Rafa lo sabe... De hecho, fue testigo directo de la sesión...

*

Minutos después los tres compañeros engullían el postre mientras hablaban del tema del día: el cerdo de Ramiro. Clara tomó la palabra y rellenó los huecos que sus dos amigos tenían aún de la historia al completo.

—Verás, Paula... —comenzó a hablar mirándola a ella—. Rafa también tiene un problema con Ramiro...

Paula hizo la señal de la cruz sobre su rostro.

—Ostras, no me digas que Ramiro es bisex y que a él...

—No, espera... —Clara cortó su retahíla—. No es un tema sexual. El asunto que tiene con Rafa viene por haberle tirado el café el día que se intentó propasar conmigo en la reunión.

Rafa asintió con la cabeza. Paula no se atrevía a pestañear para no perder detalle.

—A él le ha amenazado con despedirle —concluyó.

—¡Jo-der! —Paula no perdía la capacidad de sorpresa en lo que se refería a Ramiro.

—¿Y lo que ha pasado esta mañana en tu despacho? —apuntó Rafa—. Porque por lo poco que he visto te estaba amenazando.

Clara tomó aire antes de responder.

—Sí, estás en lo cierto —repuso—. Me estaba amenazando...

—¿Qué coño ha pasado esta mañana? —preguntó Paula—. Esa parte aún no me la has contado.

Clara hizo un resumen de la escena que Rafa había interrumpido unas horas antes. Al llegar a la amenaza lanzada por Ramiro, se quedó callada. Su expresión lo decía todo.

—Sigue, por dios, Clara... —la apremió su amiga—. Nos vas a matar de la tensión.

—Me ha amenazado con denunciar a mi novio ante Hacienda... si no me vuelvo a enrollar con él... —dijo y se cubrió la cara con las manos.

Paula tragó saliva. Rafa no entendía nada.

—¿Denunciar? —preguntó el chico—. ¿Denunciar por qué?

—Eso... —remachó Paula—. ¿Por qué?

—Es... complicado... —Clara intentaba contener una lágrima—. Ni siquiera yo lo entiendo bien. Por lo visto hay un lío en la contabilidad de la empresa y todos los directores se echan la culpa entre sí de un posible desfalco. Ramiro dice tener la prueba de que Carlos es el autor. ¿No lo entendéis? Podría ir a la cárcel.

Paula acarició el brazo de su amiga.

—Bah, ni caso, no seas tonta... —la tranquilizó—. Viniendo de ese tipo seguro que es falso... Lo único que quiere es ponerte a cuatro patas y...

Clara abrió mucho los ojos y le hizo una seña a su amiga recordándole que Rafa estaba con ellas.

—Uy, joder... perdona... No quería decir eso... —se cortó Paula.

—Tranquilas... —musitó Rafa—. Ya me voy haciendo una idea de por dónde va ese pedazo de...

Todos sonrieron, pero nadie se atrevió a terminar la frase.

—¿Y qué podemos hacer? —dijo Paula al cabo—. Oye, Clara, ¿no podrías pedirle ayuda a tu primo Andrés?

—¿Qué Andrés? —exclamó Rafa—. ¿El presidente... Andrés?

—El mismo... —confirmó Paula.

—Hostias, Clara...

La joven les cortó en seco a los dos.

—A ver... dejaros de tonterías. Contarle algo a Andrés sería como contárselo a mi novio. Y de eso nada... Carlos no se puede enterar...

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