Historia de Una Mujer Fácil (13)

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Clara se emputece poco a poco por sus deseos de vida lujosa.
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Parte 13 de la serie de 16 partes

Actualizado 06/22/2024
Creado 05/07/2024
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LA TARDE EN LA BUHARDILLA

[Clara]

A las ocho y cuarto de la tarde del sábado, un Uber me dejaba a las puertas de la casona. Una vibración me indicó que la puerta de entrada de peatones había sido abierta electrónicamente antes de que yo llegara a pulsar el timbre del videoportero. Señal de que Ramón esperaba mi llegada con expectación.

Mientras caminaba hacia la puerta del antiguo edificio, pensé en cómo Carlos había sido manipulado para ausentarse de Barcelona durante el fin de semana. Tío Ramón había cumplido su palabra. Había pedido a Laura que le convenciese para viajar con ella y con su amiga Elena, a punto de casarse, para visitar a un modisto en el sur de Francia íntimo amigo de mi prometido.

El pretexto era elegir y encargar el vestido de boda de Elena. La perfecta excusa para un narcisista como mi novio. Carlos, por supuesto, había aceptado de buen grado. Hacer los honores a Laura y a su amiga era un orgullo para él, teniendo en cuenta su baja autoestima dentro del entorno familiar. El plan era salir por la mañana del sábado y volver el domingo por la tarde. Temí que Laura aprovechara para acostarse con su primo político durante la noche que pasarían en un hotel de Niza.

Esta sospecha no era suficiente justificación para lo que podría ocurrir entre tío Ramón y yo, pero me servía de apoyo. De todas formas, no tenía muy claro que llegara a aceptar su propuesta, por lo que en ese aspecto aún no me sentía culpable. Cuando subía las escaleras hasta la buhardilla mi decisión se encontraba con un sesenta por ciento de probabilidades en contra.

Ramón me abrió la puerta y me recibió en su atuendo favorito: pantalón Adidas, polo Ralph Lauren y zapatillas caseras Brownie. Una música suave llenaba el ambiente y un mueble bar con ruedas había sido estratégicamente situado junto a los sillones de la zona de estar.

—¿Qué quieres beber? —me preguntó el viejo donjuán a modo de saludo.

—No quiero nada —respondí veloz—. No voy a quedarme mucho tiempo.

—¿Qué te pasa, querida? —odiaba cuando me llamaba «querida» y quizá por ello lo hacía constantemente—. ¿Acaso no te quedó claro nuestro acuerdo?

—Sí... bueno... —titubeé—. «Tú» acuerdo... lo entendí perfectamente. Pero no sé si puedo hacer lo que me pides. Ya te he dicho que no soy de esas...

Me sirvió una copa de Baileys con mucho hielo y me la puso entre las manos a pesar de mi negativa. Me quitó el bolso del hombro y lo dejó sobre el escritorio.

—Está bien... —dijo con dulzura—. Si no quieres quedarte, puedes irte cuando quieras. Pero no vas a negarle a este anciano un único baile.

Sin esperar mi respuesta, me tomó por la cintura y me apretó contra él. Sentí por primera vez el bulto entre sus piernas rozando mi cadera. Con la holgura del pantalón deportivo apenas se le notaba, quizá se lo había puesto justo para no espantarme antes de comenzar su tonteo.

Bailamos tres canciones románticas, elegidas a propósito con toda seguridad. Cuando comenzó a sonar Je t'aime, mois non plus —la misma canción que se escuchaba la tarde en que Carlos y Laura se afanaban en procrear sobre nuestro sofá— comprendí que aquella familia estaba sincronizada en todo. Y en ese momento supe que la misma Laura había sido follada en aquel escenario por el mismo viejo que me manoseaba las nalgas sin disimulo. Y con el mismo tema musical de fondo.

—Espera... —le dije separándome de él—. Necesito respirar.

Me alejé de él cuanto pude. Bebí un trago del dulce licor y me sentí mejor. Era la falsa seguridad que proporciona el alcohol. Me senté y cerré las piernas al ver que me miraba por debajo de la falda sin pudor. Sentía que el mal estaba hecho. Que me iba a ser muy difícil escapar de aquella encerrona. ¿Cómo había podido ser tan estúpida para enfrentarme a un vividor de libro? Con solo unos magreos y un poco de música me había puesto cachonda como una perra.

Miré con sospechas al vaso que me había servido. Improbable que hubiera echado alguna droga dentro. Había visto salir el cremoso licor de una botella que abrió delante de mí y con un dosificador imposible de reponer si hubiera sido extraído con anterioridad.

—No es el Baileys, querida —se pavoneó al observar cómo miraba el vaso—. No hay nada en su interior. Es tu cuerpo que pide que sea acariciado. Estás caliente porque eres así. Y porque estás deseando que este viejo te meta la polla que tanto te gustó la última vez que nos vimos aquí. Pero no te preocupes, soy un caballero, y voy a follarte con tal dedicación que vas a alegrarte de haber venido.

Sus groseras palabras en otro momento podrían haberme causado asco y repulsa. Ahora, muy al contrario, me excitaban asquerosamente. No podía entenderlo. Hasta no hacía mucho yo no era así. Por mi mente circularon los últimos acontecimientos.

El demencial orgasmo con Ramiro en los lavabos del restaurante, el polvo de Carlos a Laura, la mamada a Andrés, la encerrona de Juan en el baño de mi cuarto un piso más abajo de la buhardilla. Todo aquello me hubiera producido ganas de vomitar no mucho tiempo atrás. Ahora, sin embargo, lo único que me producía recordarlo era una fuerte subida de temperatura, un palpitar del corazón desbocado y una humedad en mis bragas que me impelían a ir más allá. A seguir explorando.

Y esos sentimientos los estaba leyendo Ramón en mis ojos con su sonrisa de viejo taimado, que sin saber por qué estaba deseando probar para descubrir su sabor.

Aprovechó mi desconcierto para intentar abrazarme, pero me zafé de él poniéndome en pie. Empecé a pasearme alrededor de la sala mirando y acariciando los lomos de los libros que se apilaban sin orden en las estanterías. Llevaba conmigo el vaso de licor y lo bebía de vez en cuando para infundirme valor.

Ramón se había cruzado de piernas y me miraba recostado en el respaldo del sofá.

—Dime, tío Ramón... —le dije para romper el paréntesis que se había creado entre los dos—. ¿Siempre has sido así?

Me temblaba la voz por la excitación, pero me controlaba como podía.

—¿Así, cómo...?

—Pues así... como eres... un donjuán empedernido, un buscavidas... un asalta mujeres... Ya sabes a lo que me refiero...

—¿Quieres conocer mi vida...?

—¿Tan raro te parece...? —me volví y la falda revoloteó sobre mis muslos haciendo que sus pupilas brillaran—. Al fin y al cabo, se supone que voy a acostarme contigo. Además, será la primera vez que le ponga los cuernos a tu sobrino —mentí—. ¿No merezco saber más sobre el hombre que va a hacerme gozar...? ¿Por qué cumplirás tu promesa de hacerme gozar, no?

—Por supuesto, querida... Te aseguro que no tendrás queja... —replicó—. Pero, dime, ¿por dónde quieres que empiece?

—No sé... puedes comenzar por contarme las chicas de esta familia con las que te has acostado... Si es que no lo has hecho con todas... A ver... déjame pensar... Con Aurora lo hiciste en su momento, si no, no habrías tenido hijos...

Ramón me miraba pasmado. Ya no debía de parecerle tan mojigata como al principio. Eso le gustaba, estaba segura, iba a disfrutar más del doble de lo que había imaginado llevándome a la cama.

—Pero, sigamos... —continué—. A Sofía te la has follado bien porque ella me lo ha confesado... ¿Sabes que está encoñada contigo...? Bueno, seguro que sí, tú eres el que la maneja a su antojo. Después está... Rocío... Otra víctima más. Esta se ha abierto de piernas ante ti hasta hace poco... Sí, no me mires con esa cara... lo sé porque Sofía me lo ha confesado... Ella cree que han sido solo un par de polvos, pero yo adivino que te la has follado a lo grande, durante mucho tiempo... ¿me equivoco?

Ramón se descruzó de piernas y apoyó los codos en sus rodillas.

—Dime, querida... ¿te pone cachonda pensar en las mujeres que me he follado? —sonrió malévolo—. Pues ahora déjame adivinar a mí... Seguro que te gusta masturbarte pensando en sus caras de placer mientras se corren bajo mis embestidas, ¿me equivoco? ¿Será quizá para imaginar la cara que pondrás tú misma cuando te la meta hasta el fondo? Por cierto, ¿quieres que te pegue en el culo mientras te follo? ¿Y en las tetas? A una de tus primas le gusta que le abofetee la cara mientras se corre... ¿adivinas quién es...?

—A ver... pensemos... —seguía en movimiento, no me atrevía a detenerme ni un segundo. Temía que si lo hacía saltaría sobre mí y la realidad me aplastaría, junto con su peso, sobre el sofá—. Yo creo que debe de ser Laura. La muy pendón parece una mosquita muerta, pero me juego lo que quieras a que se ha cepillado a todos los hombres de la casa, al igual que tú has hecho con todas las chicas... Menos yo, claro...

—Menos tú, de momento... —sonrió burlón—. Esta noche dormiré sabiendo que he batido mi propio record... que tú ya no eres una oveja negra...

Me atraganté al oír sus palabras... Porque me temía que lo iba a conseguir. Noté una gota de flujo recorrerme una pierna, pero la ignoré porque me hubiera avergonzado limpiármela ante él. Permitirle comprobar que me conocía mejor que yo misma y que mi calentura le facilitaría las cosas era, además de bochornoso, humillante hasta decir basta.

—Pero no hablemos de mí, querido tío... —le interrumpí—. Hablemos de otras chicas que ya no están en la familia. Por ejemplo, la exmujer de tu sobrino Carlos. ¿Cómo se llamaba...?

—¿África...?

—Eso, África... ¿También te la follabas?

El viejo se echó a reír excitado.

—¿Qué si me la follaba...? —replicó—. No, querida, no... África era la más puta de la casona... Era ella quien se me follaba a mí. Sabes que aparte de que su nombre suena a ébano, su piel era tostada y maravillosa, no?

—Sí, querido, Carlos me ha contado que África era mulata.

—Pues entonces te lo puedes imaginar. ¿Has conocido a alguna mulata a la que no le guste que la follen duro? Tu pobre novio no daba la talla y ella venía a verme por las noches y a veces me la follaba a ella y a la de turno. La de tríos que hemos montado en aquella época... Fue la mejor, sin duda alguna...

—Vale, creo que lo he entendido... Pero ahora me gustaría hablar de tu pobre hermano y de su mujer...

El viejo pareció turbarse.

—¿Qué coños quieres saber de ellos?

—Mira, hasta ahora solo era una sospecha, pero creo que con esa cara de mosqueo que has puesto me lo has dejado claro. Te follabas a la mujer de tu hermano igual que al resto, ¿me equivoco?

La cara de enfado de Ramón iba in crescendo.

—Incluso diría que alguno de tus sobrinos, a los que con tanto amor acogiste al morir sus progenitores, no es hijo de su presunto padre, sino tuyo...

Ramón tragaba saliva y yo me sentía cada vez mejor. Joder al viejo era un deporte de riesgo, pero al mismo tiempo hacía correr ríos de adrenalina por mis venas.

—Dime... ¿Cuál de los dos es hijo tuyo...? ¿Carlos...? No, espera, ya lo sé...

Ramón me enseñó los dientes. Su expresión decía a las claras: no sigas por ahí...

—Ya lo sé... —repetí—. ¡Es Sofía...!

Me eché las manos a la cara y el cerró los ojos para evitar que leyera en ellos la verdad que ya no podía negar.

—¡No me jodas! —exclamé—. ¿¡Te estás follando a tu propia hija!?

—Hostia puta... —se quejó—. Vale, está bien, lo confieso... Me he estado follando a Sofía sin saber que era mi hija... Me acabo de enterar... Tú crees que soy un monstruo, pero no es así... Si lo hubiera sabido antes, jamás se me habría ocurrido hacerlo.

—¡Y una mierda! —le solté cabreada—. Si no fueras un monstruo, no estarías intentando follarte a la mujer de tu sobrino...

—Aún no estáis casados... —se defendió.

—Vete a tomar por culo...

Aún paseé unos segundos más alrededor de la estancia. Luego, tras darle el último trago a mi copa, me acerqué a él para que me la rellenara. Me sentía flotar, y eso me abstraía de la realidad, que era lo que necesitaba en ese momento. Tenía que emborracharme antes de entregarme al puto viejo a cambio de una riqueza que no valía ni la mitad que mi angustia.

—Ven... —dijo él tras servirme la copa y dejarme tiempo para que la apurara y así dejar de sentir.

Le obedecí como un corderito y volví a sentarme como unos minutos antes.

Ramón se acercó hacia mí y me rodeó con un brazo sobre el hombro. La mano libre la puso sobre mis rodillas, apretadas como si estuvieran cosidas entre sí.

—Abre las piernas, querida —me dijo—. Se acabaron los juegos. Quiero tocarte ese coñito con el que he soñado en las últimas semanas.

—No... —repliqué sujetando el vaso con las dos manos y apretándolo con tal fuerza que pensé que iba a estallar en pedazos.

—No... ¿qué? —insistió.

—No quiero que me toques... ahí abajo... No me importa si desheredas a tu sobrino...

Mentía con palabras cada vez menos seguras. Y eso no podía estar pasando desapercibido al viejo conquistador.

Acercó su boca a mi cuello y, separando el pelo con la mano comenzó a besarme con unos toques de ala de mariposa. Sabía besar el viejo cabrón. Los escalofríos que me subían por el vientre me hicieron bajar la guardia y mis rodillas se separaron. La mano de abajo entró hasta mi vulva y la agarró con un suspiro de triunfo.

Arqueé la cabeza hacia atrás y abrí los muslos para permitirle el paso. Acababa de claudicar.

—Así, putita, así... —susurró sin dejar de besarme.

En pocos instantes mi cuerpo ya no era mío y mi boca dejó de ser mi boca en cuanto su lengua se apoderó de ella. Un jadeo que nunca hubiera querido soltar salió de mi garganta y me abandoné a su voluntad. Cerré los ojos y me dejé llevar por el placer de ser tocada por un viejo que olía a decrepitud disimulada con Esencia de Loewe.

Cuando me quitó las bragas le oí gruñir con satisfacción. Dos dedos, tres tal vez, se hundieron en mi interior y se movieron como alas de colibrí a una velocidad endiablada. Sentía dolor mezclado con placer, pero no me atreví a quejarme.

Sus dedos encharcados entraron en mi boca y supe que la sustancia espesa que me daba a probar era mi propia humedad.

—Lámela y dime si no es asquerosamente deliciosa. Es tu calor, putita, y es la prueba de que me deseas. Y yo solo quiero lo que tú quieres. Voy a hacerte disfrutar. Te lo he prometido y siempre cumplo mis promesas.

La lamí con la lengua y la bebí como si me fuera la vida en ello. Mantenía los ojos cerrados, entregada a él.

Instantes después, cuando tiraba de mi pelo para que bajara la cabeza, supe lo que vendría y abrí la boca para que su hinchada verga entrara en ella. Volvieron a mí los olores de la primera vez. Orines mezclados con lefa preseminal y un toque de mi propia humedad. Olor a macho maduro, en definitiva. Si ya me encontraba encendida, aquel olor y el sabor salado de la verga en mi garganta amenazaron con consumirme por entero.

—Puta asquerosa... —dijo el viejo cerdo—. Ya no te resistes, ¿eh? Eres como todas, pedazo de guarra... Al principio dicen que no al viejo verde, pero luego se dan cuenta de que es el que tiene la polla más gorda y el que las folla mejor. Te juro por lo más sagrado que esta noche vas a saber lo que es que te follen de verdad... por primera vez en tu puta vida... Será como sentirte desvirgada de nuevo...

Yo gruñía sin poder respirar.

—A ver, dímelo... ¿Quieres que te folle?

Tiró de mi pelo y me liberó de su verga.

—Sí... —articulé casi inconsciente.

—Sí, ¿qué? Pedazo de puta...

—Sí, tío Ramón...

—¿Qué más?

Me soltó un cachete para que le dijera lo que quería oír.

—Sí, tío Ramón, quiero que me folles...

Me sentí liberada. Porque ya no tenía que decidir si quería hacer aquello o no. Lo que iba a ocurrir lo haría con mi consentimiento o sin él. Yo solo debía dejarme llevar. Abrí los ojos por un momento y escruté los suyos. Una sonrisa burlona brillaba en sus pupilas. Aparté mi mirada y seguí chupando aquella polla, ansiando sentirla dentro de mi cuerpo.

Entonces se escuchó el sonido metálico del portón de la casona.

*

[Clara]

Al principio no lo oímos ninguno de los dos. Ramón no jadeaba, pero respiraba fuerte mientras le succionaba el glande. Quizá por eso nos pasó desapercibido en un primer momento. Fui yo la primera en oír el chirrido de la puerta y el ruido del motor que la traspasaba.

De un salto me escabullí y corrí hacia la ventana. Me disponía a observar quien llegaba retirando dos centímetros el visillo que la cubría, cuando Ramón me asaltó por detrás y se apoderó de mis pechos y de mi vulva por debajo de la falda.

—No te preocupes, sea quien sea no subirá hasta aquí —decía en mi oído mientras me sobaba excitado—. Nadie sabe de nuestra presencia porque no he venido en coche. Además, nadie tiene llave de la puerta de la buhardilla más que yo.

Recordé las veces que habíamos estado en la buhardilla en su ausencia y comprendí que mentía. O que se mentía a sí mismo creyendo que aquel espacio era solo suyo. Quizá por eso o por lo que observé a continuación, preferí no creer nunca más ninguna de sus estupideces.

Y supe que tenía razón al desconfiar cuando vi que el vehículo que entraba en la casona era el todo terreno de Carlos y que él lo conducía en solitario. Ni Laura ni Elena, con quien se suponía que debería estar en Francia, se hallaban con él.

—Es tu sobrino —exclamé asustada mirándole a la cara—. Viene a por mí. Alguien le ha ido con el cuento. ¿No habrás sido tú? ¡Serás cabrón...!

—¡Me cago en la leche! —blasfemó—. ¿Por qué iba a pedirle que nos jodiera la fiesta? ¡Por supuesto que no he sido yo...!

Saqué de un tirón los dedos que removía en mi interior. No entendía como el muy cabronazo seguía con el juego. No se había cortado ni siquiera al ver a Carlos salir a la carrera del coche y mirar hacia arriba durante un segundo. Me agaché tan rápido como pude y vi saludar a Ramón levantando una mano. Desde abajo, mi prometido se habría detenido para saludarle y su tío le había correspondido desde detrás de la ventana.

Entonces si pareció inquietarse.

—Apresúrate —me dijo—. Coge tus cosas y enciérrate en el trastero que hay al final del corredor. Tiene seguro interior, pásalo y no salgas de ahí hasta que te avise.

Recogí el bolso y las bragas y salí a la carrera. Con la oreja pegada a la puerta del trastero escuché los pasos de Carlos en la escalera. Después oí voces de hombres discutiendo y me eché a temblar. Me temí que mi relación con mi novio estaba a punto de terminar.

Cuando las voces se suavizaron comprendí que tío Ramón había conseguido tranquilizar a su sobrino. Me atreví a salir del trastero y me acerqué a la puerta de la sala para escuchar lo que hablaban.

—¿Entonces qué debo hacer? —oí preguntar a Carlos.

—Nada —respondió Ramón—. No tienes que hacer nada en absoluto.

—Pero ella...

—Ella, nada... Tú eres tú y es lo único que debe preocuparte. Sigue tu vida como siempre. Todo estará bien, te lo aseguro.

No entendía a qué se referían tío y sobrino, aunque era claro que hablaban de mí. Ramón debía de haberle convencido de que no me encontraba en la casa y lo había calmado. Por otro lado, no entendía por qué Carlos se encontraba allí y no en Francia con Laura y su amiga.

El silencio que se había producido entre los dos tampoco parecía que fuera a revelarme mucho más, así que me resigné a no saber nada. Quizá era lo mejor.

Me volví al trastero y esperé a que Carlos se fuera.

*

[Clara]

Mi prometido salió de la buhardilla a toda velocidad y por poco no me descubrió espiando. Cuando oí que el motor se perdía tras el portón de entrada de vehículos, suspiré aliviada. Lo pensé un instante y decidí que tenía que marcharme. Aquella monstruosidad podía todavía no ocurrir. Empecé a bajar las escaleras. No quería permanecer en aquella casa ni un segundo más.

Ramón, sin embargo, intuyó lo que ocurría y me detuvo con su voz.

—¿Te vas?

—Sí, me voy —dije girando en redondo—. Lo siento, pero no puedo seguir con esto.

—Está bien —dijo comprensivo—. Haz lo que tengas que hacer. Yo haré lo mismo.

Y sin más palabras se volvió a su recinto privado.

Según llegaba al salón me detuve a pensar. Todo mi mundo se podía venir abajo. Si me iba, ¿qué conseguiría?, me preguntaba. Salvar mi orgullo y nada más, me respondía a mí misma. ¿Y de qué me serviría el orgullo sin un céntimo? De nada. La voz de mi conciencia —su lado canalla— me martilleaba sin piedad.