Jugando con Fuego

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Una muchacha coquetea con un extraño en una dicoteca.
937 palabras
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Antes de nada, quisiera advertir de que el contenido de esta historia, así como el lenguaje, es muy fuerte, y puede resultar ofensivo para algunas personas. Agradecería recibir todo tipo de comentarios, opiniones y sugerencias en la dirección

La veía cada viernes, bailando en el bar de copas al que solía ir con mis amigos. Aquel día, decidí ir solo, aprovechando que los demás tenían una fiesta en casa de no sé que rubia impresionante detrás de la cual todos babeaban. Llamé diciendo que no me encontraba bien, y que me quedaría en casa, que quería acostarme pronto. Esa era mi gran noche.

Llegué al bar, y allí estaba ella, como siempre, en mitad de la pista. Me miró directamente a los ojos, antes de apartar los suyos. Cómo le gustaba provocar, a la muy zorra... ¡y cómo se movía! Calculé que debía tener unos 19 años, frente a mis 27, morena, delgadita, y con un cuerpo de impresión. Llevaba una falda corta, muy corta. Tan corta, que con sus movimientos dejaba entrever sus bragas blancas. Un top ceñido con un escote de vértigo, que dejaba poco a la imaginación, y unas sandalias de plataforma. El pelo rizado recogido en un moño informal, con mechones de pelo sueltos danzando alrededor de su cara.

Me lancé a la pista, y me puse a bailar cerca suyo, sin dejar de taladrarla con la mirada, recorriendo todo su cuerpo sin ningún disimulo. Poco a poco fuimos acercándonos, ajenos al resto del mundo, hasta que acabamos bailando tan juntos que nuestros cuerpos se tocaban a cada paso. Ella se arrimaba a mí, y yo sólo podía pensar en las ganas que tenía de arrancarle la ropa a aquella putita, de clavarle mi polla y follarla hasta reventar. Comencé a sobarla por encima de la ropa, sin preocuparme quien pudiera estar mirando. Tenía unas tetas enormes, firmes, y notaba sus pezones duros debajo de la tela. Ella estaba de espaldas a mí, la agarré por la cintura, y pegué su culo a mi polla, para que sintiera lo dura y enorme que estaba.

Entonces, ella se apartó de mí, y se dirigió a la barra. La seguí, y, sin cruzar palabra entre nosotros pedimos una copa. Las bebimos, mirándonos a los ojos, y no pude resistir más. Me coloqué detrás suyo, apretándome contra ella, y le susurré al oído

- Vamos a mi casa.

Ella sólo asintió con la cabeza, y salimos de allí. Ninguno dijo nada en el rato que duró el trayecto en mi coche. Llegamos a mi casa, aparqué el coche en el garaje, y, sin más preámbulos, subimos a mi habitación.

Sin ninguna delicadeza, la arrojé sobre la cama, y me lancé sobre ella, como poseído. Comencé a besarla, un beso profundo y salvaje, sin dejar de sobar todo su cuerpo, sus tetas, su entrepierna...

Me aparté de ella el tiempo justo para arrancarle violentamente la ropa. Ella dejó escapar un gritito, creo que le hice daño, pero, la verdad, no me importaba en absoluto. Ni siquiera llegué a desnudarme. Sólo me saqué la polla, y de un solo movimiento brusco, se la clavé hasta los huevos. Ella gritó, y trató de librarse de mí, pero yo contaba con ello, y estaba preparado. La sujeté con firmeza, y comencé a follármela sin piedad, con una violencia animal. Sacaba la polla del todo de su coñito, antes de embestir de nuevo y hundirla hasta el fondo. Ella había empezado a llorar, y a suplicarme que parara. Yo sabía que no estaba disfrutando de nuestro encuentro, pero eso me la ponía aun más dura. Estaba disfrutando a tope de la sensación de tenerla totalmente sometida, indefensa bajo mi ataque, suplicando piedad... una piedad que no tenía pensado concederle.

La saqué de su coñito, y me incorporé a medias. Ella aprovechó la oportunidad para tratar de escabullirse, pero yo aproveché la inercia de su movimiento para darle la vuelta sobre la cama, inmovilizádola de nuevo. Inmediatamente, me leyó el pensamiento, y redobló sus esfuerzos por escapar, así como sus ruegos

- No, por favor, no!!! Lo que quieras, menos eso, por favor!!!

Su grito cuando se la metí de golpe fue increíble... música a mis oídos. Seguí sodomizándola con todas mis fuerzas, gozando de sus lágrimas, mientras lamía y mordía su cuello, su nuca, sus orejas. En la habitación resonaba su llanto y sus gritos, así como mis jadeos, y mis gruñidos casi animales, acompañado todo ello del crujido del somier de la cama, y del sonido inconfundible de mi polla entrando y saliendo de su culito. Casi lamenté que no hubiera nadie allí para escucharnos.

Estaba tan excitado que no pude aguantar mucho más rato. Ella ya estaba exhausta, y no ofrecía apenas resistencia. Me situé sobre ella, y la obligué a tragarse toda mi polla, hasta que su naricita se hundió en mi pelo rizado. El primer chorro de lefa, ardiente y viscosa, fue a parar directamente a su garganta. Luego la saqué, y el resto aterrizó sobre su cara y su precioso pelo. Después, la restregué por todo su rostro, utilizando para ello mi propio miembro, hasta que quedó embadurnada en ella, y me limpié en su pelo

Cuando me levanté, ella se quedó llorando, hecha un ovillo en la cama, cubierta de mi leche, mientras yo, totalmente satisfecho, me disponía a darme una ducha, soñando ya con nuevas conquistas.

Bueno, espero que hayáis disfrutado de la historia tanto como he disfrutado yo escribiéndola. Espero vuestros comentarios en la dirección. Quisiera aclarar que, aunque la historia esté escrita desde una perspectiva masculina, yo soy una mujer. Muchas gracias.

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