La Agente de Valores Cap. 02

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Cuando la pasión es lo único que te mueve.
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Parte 1 de la serie de 6 partes

Actualizado 06/08/2023
Creado 02/24/2017
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Cap.2

Cuando la pasión es lo único que te mueve

*****

1

Cuando Terese le dijo a Leonid: "¡Tendrás que explicarme todo de nuevo en mi departamento!", lo hizo a menos de veinte centímetros de él, en donde sus cabezas casi se tocaban en el centro de la mesa. Si bien Leonid se había acercado hacia ella, buscando cierta privacidad por lo que había comenzado a decirle, la mesa en la que estaban instalados, había ido quedando aislada, debido a que las parejas circundantes se habían retirado del lugar; no obstante, ella, a medida de que él había comenzado a hablarle, se había ido acercando más hacia él, no con el propósito de escuchar lo que decía, sino atraída por el timbre de su voz. Su reacción era en ese momento, la de la serpiente que se siente atraída por la música de la flauta de su encantador. El rostro delicado de Terese lo miraba arrobada, pendiente sólo del sonido de su voz, del modular los gruesos labios de él, mientras hablaba, ajena a su significado.

La maitre y la muchacha encargada de recibir en la entrada a los clientes, no habían dejado de mirar a la pareja. Esperando a la retirada de los clientes que quedaban en el recinto. Ambas habían cuchicheado su impresión respecto de la relación que esa parecía tener, y habían hecho una apuesta: la maitre era de la opinión que se irían separados y la otra que lo harían juntos. Siendo amigas, ya que compartían un departamento, era un juego que acostumbraban realizar. La maitre, creía que era una cena de negocios, ya que los había escuchado hablar un tanto distante; en cambio la muchacha de la puerta, que había observado el comportamiento de la acompañante, ya que estaba a pocos metros de ellos, juraba que ella estaba siendo atraída por él. La maitre suspiró molesta cuando vio cómo la muchacha se acercaba hacia él y veía sus cabezas casi tocándose: "Esta vez ganaste," le dijo a su compañera, mientras se dirigía hacia el bar por una copa.

Leonid, después de pagar la cuenta que había pedido, se levantó de su asiento y se acercó al de Terese, para retirar su silla cuando ella se levantó también. Ambos se dirigieron a la guardarropía. Leonid ayudó a Terese a colocarse su abrigo y la siguió hasta la puerta, ambos saludaron a la muchacha de la puerta, y salieron del restaurant. El portero ya les había pedido un taxi. Teresa se quedó frente a él, parándose en un pie y otro, un tanto nerviosa, sin saber qué decir, hasta que a los pocos minutos apareció el taxi. El portero se apresuró a abrirle la puerta y la sostuvo para que Terese ingresara y Leonid le pasó una generosa propina e ingresó al lado de la muchacha.

Cuando se sentó, Terese le señaló la dirección de su departamento al taxista.

"Veo que iba en serio" Le dijo sonriendo Leonid.

"Yo siempre hablo en serio" Contesto Terese, sosteniendo su mirada inquisitiva.

"¿Qué parte no te quedó claro?"Preguntó Leonid, mientras se arrellenaba en el asiento.

"Todo. Las razones de querer reclutarme para tu agencia, el propósito. Todo" Dijo ella.

"En primer lugar, necesitamos tu conocimiento en el manejo de las inversiones financieros, por lo que quiero que trabajes para mi agencia" Comenzó, Leonid

"Bien. Dime desde cuándo"

"Yo seré tu enlace, para todos los efectos de tu trabajo"

"¿Qué significa eso?"

"Que estaremos en permanente contacto, para organizarte tus tareas."

"Eso me parece bien"

"Inicialmente, seguirás trabajando en tu Agencia de Valores"

"Lo que tú digas"

A medida que él hablaba, Terese había pegado su cabeza a su hombro, hasta que en un momento dado, Leonid la tomó de los hombros con su mano derecha y alzando su rostro con su mano izquierda, se inclinó hacia ella y se la quedó mirando. Terese le devolvió la mirada, con sus serenos ojos grises.

"¿Qué me quieres preguntar?" Le dijo.

"Si puedo besarte" Dijo Leonid

"Puedes" Y cerró los ojos cuando él acercó sus labios y presionó suave los de ella. Ese beso duró unos segundos y pronto ella entreabrió sus labios le dio un beso francés, que él retribuyó de inmediato. Pronto sus bocas fueron más precisas, más incisivas, y los brazos de Terese rodearon el cuello de Leonid, transmitiéndole parte de la pasión que la consumía.

Mantuvieron su abrazo y sus besos hasta el momento en que el taxi se detuvo frente al departamento de Terese.

Frente a la mampara de cristal, Terese hizo un gesto con la mano al conserje, quien se apresuró a darle acceso. Ambos saludaron al conserje y se dirigieron hacia los ascensores. Ya en el ascensor, Leonid le tomó ambas manos y nuevamente la quedó mirando, como si tratara de memorizar cada detalle de ese rostro, que lo miraba sonriente. Cuando finalmente se detuvo, Terese lo guió por el pasillo iluminado hasta la puerta de su departamento. Abrió, dejó caer sus llaves y su pequeña cartera de mano sobre la mesa de entrada y sacándose el abrigo lo colgó a la entrada, cosa que imitó Leonid. A continuación, Terese lo guió hasta el living, en donde había un confortable sofá de cuero blanco y le ofreció un trago.

Leonid se sentó y cuando Terese se acercó con sendos vasos, los tomó de sus manos, los dejó sobre la mesa de centro y tomándola de las muñecas hizo que se colocara frente a él. Presionó sus rodillas entre las piernas de ella, y al atraerla hacia él, la obligó a colocarse a horcajadas sobre él. Terese no opuso ninguna resistencia, y colocó sus rodillas a los costados de las piernas de él, haciendo que su corto vestido de noche se recogiera por lo que sus muslos quedaron totalmente al descubierto. Ella quedó sentada sobre sus piernas y apoyándose en el respaldar del sofá, se quedó esperando los siguientes movimientos de Leonid.

Terese nunca se había sentido tan indemne, desde un punto de vista sentimental, frente a un hombre. Leonid representaba en ese instante, todo lo que ella había buscado en un hombre. Sabía que lo venía recién conociendo. Pero sentía que debía confiar en su intuición femenina. Había algo en él que lo atraía como la mariposa a la llama. No podía definir qué era. De lo único que sí estaba segura Terese en estos momentos, era, que si Leonid le hubiera dicho que quería reclutarla para ingresar al cuerpo de paz e irse a la China con él, o que se iría a trabajar con él a un kibutz a Israel, le habría dicho que sí. Estaba dispuesta a decirle que sí a todo lo que le propusiera: 'dime que lave tu ropa, que te corte el cabello, que te baile desnuda; pídeme lo que quieras, pero, hazme el amor'. Eso decía su mente, mientras sentía que las manos de él, habían comenzado a recorrer su espalda, bajaban dibujando su cintura y rodeando sus caderas, se deslizaban hacia los firmes globos de sus nalgas. Ella lo ayudó en ese momento, tomando su vestido semi elasticado, lo subió por su cuerpo y lo dejó caer a la alfombra, en donde también estaba la chaqueta de Leonid, que se había sacado segundos antes de tomarle los vasos con bebida. De ese modo, él pudo regodearse mirando los globos tersos de sus pechos, que su sostén de media copa sostenían desde abajo, dejando libre a la vista sus pezones, ahora rígidos.

Él la miró y le sonrió. No eran ya necesarias las palabras. Estaba todo dicho, ahora eran sus miradas las que mandaban. Terese así lo comprendió y rodeando sin prisa su cuello con sus brazos, acercó su boca a la de él, para comenzar a besarlo con toda la pasión que ella estaba dispuesta a entregarle. Sus rodillas, apoyadas a los costados de los muslos de él, se hundieron hasta el fondo del sofá y esta vez pudo sentir contra su vientre, aquello que su cuerpo sensual buscaba: la dureza de su miembro viril.

Terese veía ahora, la inminencia del comienzo del camino que estaba a punto de recorrer con él, y su mente se sentía libre de ataduras o de miedos, sospechas, dudas o aprehensiones de cualquier tipo. Sólo sabía que ÉL estaba allí y que lo había encontrado. Gimió contra su boca, cuando sintió que sus manos se apoderaban de sus sensibles pechos, y sus dedos estrujaban sus pezones. Onduló sus caderas, y su pubis presionó la dureza de la excitación de Leonid, y él respondió, bajando sus fuertes y anchas manos, para apretar sus nalgas. Terese sintió que los músculos de sus brazos se tensaban, al inclinarse para hallar el equilibrio que requería para levantarse con ella, y finalmente se sintió alzada en el aire. Ella de inmediato, rodeó sus caderas con sus piernas y él, después de observar hacia un lado y otro, se dirigió por el pasillo hacia su dormitorio. Se sentía como una niña en sus brazos fuertes, mientras él se dirigía por el pasillo hacia su dormitorio. Pronto entraron en donde estaba su amplia cama, donde él la depositó y de pie frente a ella, comenzó rápidamente a desnudarse, mientras ella, acodada sobre la cama, lo observaba.

Pronto vio caer sus pantalones alrededor de sus tobillos, los que con el pie descartó hacia un lado, después siguió su camisa y de pronto lo vio: el bulto de su miembro marcaba una enorme carpa en su bóxer, que hablaba de las proporciones de su miembro. Terese contuvo el aliento, cuando Leonid, tomando del borde sus boxers, los estiró, para bajarlos por sus caderas, dejando ante sus ojos asombrados, el pico más hermoso que ella por primera vez, tenía a la vista: El glande, descubierto totalmente, no era de gran tamaño, semejaba una flecha, pero a partir de allí, el cuerpo de su verga se ensanchaba y se alargaba como un ariete. Terese, al ver su grosor, dudó de qué modo entraría en su pequeña y apretada vulva. Se estremeció de sólo pensarlo. Él se arrodilló en la cama y reptó hacia ella; parecía un animal en busca de su presa. Terese miró entre sus piernas, su verga apuntaba rígida y enorme directo hacia ella. Ella era su objetivo. Sintió que su vulva se humedecía aún más, como preparándose para aceptar ese enorme pico que se acercaba. Vio como de la punta, comenzaban a escurrir gotas perladas de su jugo pre seminal; y eso lo excitaba aún más, esperando anhelante. Abrió sus muslos para recibirlo y lo miró hacia arriba cuando él se colocó sobre ella, casi cubriéndola. Terese, soltó sus brazos y se dejó caer en la cama, mientras sentía las manos de él, afanadas con su calzoncito, el que fue deslizando hacia abajo descubriendo sus caderas y finalmente el montículo de su pubis, apenas cubierto con un pequeño triangulo de vello rubio que apuntaba a la entrada de su vulva. Ella, por supuesto lo ayudó, levantando sus caderas, y sus calzones bajaron por sus muslos, por sus piernas, por sus rodillas, hasta que pudo retirarlos totalmente.

En ese momento, la mano de ella trató de buscar su erección, pero él tenía otros planes. Su cara bajó y se dirigió entre sus pechos, metiéndose entre ellos, besando sus pezones, para continuar hacia abajo, hasta que su cara se hundió y su boca se apoderó de su sexo. Con ojos vidriados por la pasión que la consumía, Terese vio la cabeza de Leonid en el centro de su placer. Él, alargando su lengua, la dirigió hacia su sexo que ahora brillaba por la humedad que cubría los bordes de su hendidura apretada. Ella no pudo seguir mirando, y sólo atinó a exhalar su aliento, echando la cabeza hacia atrás, cuando Leonid se apoderó de los labios de su vagina. Terese gimió al sentir su boca allí, al sentir agitarse su lengua entre sus labios vaginales, y su pubis onduló buscando su boca, que recorría incesante el centro de su hendidura. Gimió y gimió mientras él la lamía, recorriendo los bordes de esa apretada hendidura, que apenas se abrían ante los embates de la punta de la lengua que trataba de entrar en ella. Fueron sus dedos diestros, los que lo lograron y al fin él pudo probar el sabor acerado de sus jugos, que ahora manaban libres de su vulva. Su lengua subió por todo el interior, mientras Terese enloquecida, ondulaba su pubis a contra su boca y asía su pelo, como queriendo retenerlo allí.

Terese, nunca había recibido un tratamiento así, y sentía que su cuerpo se deshacía cuando él se apoderaba de su clítoris, el que presionaba con sus dientes superiores contra su lengua, mordisqueaba y la hacía estremecerse de placer. Leonid se tomó todo el tiempo del mundo, llevándola a un estado de excitación tal, que se dio cuenta que no podría mantener por mucho tiempo más; su cuerpo enardecido, estaba generando tal presión, que se sentía como un volcán a punto de estallar. Un calor que comenzó al fondo de su caderas, había comenzado a inundar su vientre, mientras sentía palpitar el interior de su vulva, y su cuerpo comenzaba lenta, pero, inexorablemente, a construir un orgasmo que nunca creyó posible, sólo hasta el instante mismo en que se desató como un sismo, que violentó su cuerpo de tal manera, dejándola allí, desmadejada, pegada a la cama como un feto y sólo atinó a tomar la mano de él, para indicarle que estaba bien. Estaba complacida por la ternura que demostró él después, cuando acercándose, hizo que se acurrucara esta vez, entre sus brazos, mientras acariciaba y besaba su cabeza.

Colocado detrás de ella, a los pocos minutos, sintió su miembro incrustado entre sus nalgas, y ella se giró para buscar su boca y besarlo. Sus bocas comenzaron nuevamente el diálogo abandonado minutos antes, mientras sentía que él había tomado su miembro y acariciaba la entrada de su vagina con la punta. Levantó una pierna y apoyó su pie sobre el muslo de él, para darle mejor acceso, y esta vez, sí sintió como esa verga enorme iniciaba su camino hacia las profundidades de su vulva. Su boca siguió pegada a él, y le transmitió así, cada gemido, cada exhalación de placer a medida que lo sentía llenar inexorablemente las paredes de su vulva, que se soltaban y contraían alrededor de ese enorme intruso, acogiéndolo, mamándolo.

Para Leonid, fue un placer insuperable, el sentir pegado a su pubis, las pesadas nalgas de Terese, mientras al mismo tiempo su miembro se incrustaba en su vulva. Era una sensación increíble y lo fue aún más, cuando no pudiendo avanzar más en ella, comenzó a retroceder hasta sólo dejar el glande al borde de sus labios vaginales, para nuevamente empujar dentro de ella, llenándola con su gruesa y larga verga.

Si la boca de él, había dejado una huella imborrable en ella, su miembro, entrando y saliendo, estaba produciendo algo increíble, que hizo que abandonara su boca, para tirar su cabeza hacia atrás, gritando: "¡Ooooooohhhh, Aaaaahhhhh, hazlo, no te detengaaaaassssss. Por favor!" Mientras sentía sus manos amasando sus pechos, apretando la punta de sus pezones, mientras no cesaba de penetrarla. No supo cuánto duró esa sensación, antes de que nuevamente su cuerpo comenzara a crisparse en su segundo orgasmo, el que se intensificó, cuando sintió que la verga de Leonid, pareciendo crecer y endurecerse aún más, comenzaba a lanzar interminables chorros de semen dentro de su vulva.

Esta vez sí buscó su boca agradecida, y se lo quedó mirando como tratando de indagar que pasaba por esa cabeza. Se quedaron abrazados, con él adentro de ella. Terese estaba sorprendida, porque pasaron muchos minutos, antes de que su miembro perdiera su rigidez y los músculos de su vulva lo presionaran fuera de ella. Cuando eso ocurrió, ella se giró y lo besó, como dando una disculpa. Él se sonrió e hizo que girara totalmente hacia él, para abrazarla. Terese se acurrucó entre sus brazos y cerró los ojos.

No supieron cuánto duro el sueño de ambos, porque cuando Terese abrió sus ojos, se encontró con los de Leonid que la contemplaba con una expresión de tal serenidad, que la hizo sentir como nunca se había sentido antes. Nuevamente era como si lo hubiere conocido toda la vida.

"¿Vamos a la ducha?" Le preguntó él.

"Si prometes portarte bien" Contestó ella, incorporándose y soltándose de sus brazos.

"Depende de lo que tú consideres portarte bien" Dijo él.

"Que tengamos una ducha deportiva. Porque aún tenemos mucho que conversar" Dijo Terese. Mientras se dirigía hacia el baño.

Leonid no respondió de inmediato. Ver el suave contorno de su espalda, su estrecha cintura que se abría en esas amplias caderas, y observarla caminar desnuda, con sus nalgas moviéndose de arriba abajo, era algo demasiado excitante. Su miembro se puso rígido de inmediato y, cuando se levantó para seguirla, su pene se bamboleaba de lado a lado al caminar. Cuando Teresa corrió la puerta de la ducha y se giró, se encontró con su propio espectáculo: la verga hinchada apuntaba una vez más hacia ella. Se llevó una mano a la boca y dijo:

"A eso me refería cuando dije lo de portarse bien. Tu bebé definitivamente está sordo" Dijo ella.

"Pero, no está ciego" Contestó Leonid, cuando cerró la mampara tras de él.

"¿Qué significa eso?" Dijo Terese, mientras giraba el mando de la ducha.

"Que te vio caminando de espalda. Y no se pudo contener" Dijo él, como si hablara de alguien ajeno.

"Definitivamente ambos estamos en un problema" Dijo Terese mientras tomaba el gel y comenzaba a pasarlo por su cuerpo.

"Porque la pequeña también es una mirona, y le gusta lo que ve" Dijo ella, mientras llevaba su mano abajo, y lavaba su entrepierna.

"Humm. Parece que los estamos malcriando" Dijo Leonid, mientras jabonaba la espalda de Terese, y su pene le golpeaba el vientre.

"¿Estaremos usando las pautas modernas de educación?" Preguntó Terese, mientras echaba gel en sus manos y comenzaba a jabonar el torso de Leonid.

"¿Cómo es eso?" Preguntó Leonid, jabonando los pechos de Terese, y su pene presionaba su ombligo.

"He leído que se les da alimento cuanto lo piden. No hay que negarles nada. Porque podrían adquirir fobias" Dijo ella, mientras sus manos se deslizaban ahora a todo lo largo de su erección, cubierta de jabón.

"¿Entonces tú crees que debemos evitar eso?" Dijo Leonid, mientras le tomaba un muslo, lo alzaba para que ella rodeara su cintura con su pierna.

"¡Síiii. Estoy seguríiisima!" Dijo ella, mientras inclinaba el glande y lo guiaba hacia la entrada de su vulva. Esta vez, la vagina lubricada se abrió a la presión de las caderas de él, y la gruesa y larga verga, entró hasta el fondo.

"¡Aaahhh, todo sea por la pequeña y el bebé!" Gimió Terese, cuando sintió a Leonid totalmente dentro de ella.

Durante varios minutos, sólo se sintieron los gemidos y el golpe de las nalgas de Terese contra la cerámica de la ducha, unida al chapoteo del agua que caía sobre ellos, mientras hacían el amor. Durante todo el tiempo, se besaron y sus lenguas imitaron lo que se estaba produciendo entre sus sexos, chupando y empujando la lengua en la boca del otro. Cuando acabaron, tuvieron que ducharse nuevamente.

Mientras se secaban, Leonid preguntó:

"¿Tu pequeña quedó satisfecha?" Lo hizo, acariciando la protuberancia que formaban los labios hinchados de su vagina.

"Tanto como tu bebé, o más" Dijo Terese, recorriendo su dedos a lo largo de su miembro, que caía lacio entre las piernas de Leonid.

"Bueno, ahora podremos conversar de estrategias" Dijo Leonid.

"¿Ahora sólo estábamos en las técnicas que utilizas para hacer tus reclutamientos?" Dijo Terese con picardía.

"Sólo con las candidatas que tengan buen curriculum" Le contestó él, sonriéndole a su vez.

"¿Algo como esto?" Dijo ella, girándose y quebrando su cintura, para mostrarle su redondo y duro trasero.

"¡No me provoques!" Le dijo él, fingiendo estar disgustado.

****

2

Decidieron vestirse y se fueron al living, esta vez para conversar. Conversaron latamente sobre el significado del trabajo que hacía el departamento que dirigía Leonid y lo que Terese podría aportar con su conocimiento de los mercados financieros. Le explicó cuál era el foco de toda la cuestión: había dificultad para rastrear a los verdaderos dueños de las operaciones de compra de deuda externa. Necesitaban identificarlos, ya que eso podría permitir que el gobierno pudiera implementar políticas adecuadas, dirigiendo mejor la ayuda financiera a los países del tercer mundo.

"Será necesario trabajar con las personas visibles" Dijo Terese.

"Sí. Estamos de acuerdo. Pero, ¿cómo?" Dijo Leonid.

"Por de pronto, creo que habrá que hacer un trabajo a lo Matahari" Dijo ella, mirándolo directamente a los ojos.

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