La Chica de la Guardería (05)

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Carlos se enamora de la chica de la guardería de su sobrina.
2k palabras
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78
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Parte 5 de la serie de 11 partes

Actualizado 04/05/2024
Creado 03/05/2024
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--¡Joder, Carlos...! --rezongó Lara sin levantar la voz--. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Qué tengo que decirte para que dejes de tocarme los ovarios? Además, ¿cómo has abierto la puerta, la has forzado?

--Ni hablar, Lara... --me defendí enfadado, aunque imitando sus susurros--. La puerta estaba abierta. Solo he tenido que girar el pomo para poder entrar.

--Serás capullo... --replicó y se me echó encima--. Anda, trae la guía y sal de aquí a toda leche...

Se me lanzó como una fiera y, mientras con una mano me quitaba el libro sin mucha delicadeza, con la otra me aferró de un brazo para tirar de mí hacia la salida. Gruñí por el dolor que su garra me había provocado.

La miré a los ojos para quejarme y vi que su expresión de desagrado al abrirme la puerta de la casa unos minutos antes se había multiplicado por mil. El collar de «perrito», sin embargo, seguía en una de mis manos, y lo sentí como un arma tentadora.

Y esta vez ocurrió algo que no se esperaba. El «bueno» de Carlos, en lugar de obedecer como un corderito, se revolvió contra ella. De un manotazo me solté de su garra y la cogí fuertemente de la muñeca retorciéndosela en la espalda. Después la empujé contra la pared y una vez allí la cogí fuertemente del cuello.

--Agggg... Carlos... --protestó con la cara contra la madera y mi cuerpo pegado a su espalda--. Me estás haciendo daño. ¿Se puede saber qué haces? ¿Te has vuelto loco?

Sin responder, hice memoria de lo que acababa de leer en la guía de iniciación y, la puse al cuello el collar que ella parecía no haber visto en mis manos. Entonces le di la vuelta de un tirón del pelo.

Lara comprendió lo que iba a ocurrir y sus protestas se multiplicaron.

--Joder, no... --se revolvía con manos y pies--. El collar no... No hagas eso, cabronazo...

Pero el collar ya apretaba su garganta y, tras pasarle el clip de seguridad, tiré de la correa con fuerza. Su cara quedó a un milímetro de la mía. Le pasé mi lengua por los labios ante su incredulidad y luego le dije las palabras mágicas que acababa de aprender.

--Quieta, perrita, quieta...

Lara me miró con ojos de terror, pero dejó de forcejear. Bajó la mirada y se quedó en silencio. Yo no hubiera apostado por que lo fuera a hacer, pero el manual de la sumisa me lo acababa de enseñar: «Cuando una sumisa tiene atada la correa al cuello por su amo, bajo ningún concepto puede desobedecerle».

--Abre la boca, zorrita... --le dije antes de que el silencio se cargara el momento.

--No, espera... --protestó parpadeando alucinada.

La agarré con una mano de la mandíbula y le introduje un pulgar entre los labios, mientras le apretaba los carrillos con el resto de los dedos.

--No hay espera que valga... --la espeté--. Abre la puta boca...

Apenas había abierto los labios me lancé con mi lengua y le penetré la boca al asalto. Al entrar en ella un latigazo me recorrió la entrepierna. Su boca era suave y húmeda. Sabía a fresa y a canela y, aunque había soñado mil veces con comérsela, ni en una vida entera habría adivinado lo que sentiría al hacerlo.

La resistencia de Lara se iba perdiendo con mi morreo, como si se fuera ablandando mientras con mi lengua recorría sus labios, sus dientes, sus encías, su lengua. Las babas compartidas chapoteaban en el silencio de la sala «roja».

Cuando me harté de besarla, volví a tirarle de la correa.

--Aaaahhh... me haces daño... --se quejó.

«El dolor purifica --recordé haber leído en la guía-- y la sumisa debe sentirlo para saber que lo que le espera es lo que desea. Hazle saber quién manda provocándola dolor».

--Si te hago daño, te jodes, putita...

Y enseguida pasé al siguiente acto. Me moría por comprobar si funcionaría lo que la guía afirmaba.

--Sit down, perrita, sit down... --le dije con firmeza y retuve la respiración para ver qué pasaba.

Y Lara, bajando la mirada, comenzó a doblarse sobre sí misma y en unos segundos se encontraba a cuatro patas. Miraba al suelo con los ojos bajos, asustada. Y hacía bien en estarlo, porque era evidente que se hallaba a mi merced.

Me incliné sobre ella y la tomé de la barbilla.

--Txé... txé... --la chisté con sonrisa triunfal--. La perrita es traviesa y no sabe obedecer. La perrita tiene que levantar la cabeza y mirar a los ojos del amo para comprender lo que el amo quiere.

Acompañé mis palabras con un tirón de la correa. Lara no tuvo más remedio que mirar hacia arriba y yo le acaricié la cabeza.

--Buena perrita...

La erección bajo mis pantalones era insoportable. Lara se había percatado de ella y, cuando no me miraba a los ojos, miraba a mi entrepierna con expresión de espanto.

Tiré de la correa y Lara me siguió a cuatro patas como una buena perrita mientras yo recorría con la mirada las fotografías de la pared. Una imagen se me había formado en la cabeza: tener a Lara a mis pies y no aprovechar la ocasión era como haber ido a Hiroshima y haberse dedicado a pescar cangrejos en vez de soltar la bomba.

Así que encontré el cuadro que buscaba y lo señalé con la mano.

--No... no... --dijo Lara intentando echarse atrás.

--Quieta, perrita... --le dije con un nuevo tirón de correa--. Como vuelvas a llevarme la contraria voy a probar contigo uno de esos de la estantería.

Le apuntaba a uno de los látigos que parecían más fieros y ella no pudo evitar poner una cara de terror aún más grave.

--Espera... no es eso... --se quejó--. Es que... mi marido está a punto de llegar para comer... no puedes...

--Basta ya de excusas... --solté cabreado--. Y empieza de una puta vez...

No tuve que hacer nada más para que Lara se pusiera en movimiento.

Con cierta prisa, desabrochó la correa de mi pantalón y tiró de él hacia abajo, junto con los bóxer. Extrajo toda la ropa por mis pies y me miró la polla sin decidirse a cogerla entre sus manos.

Le agarré de la raíz de la coleta y le tiré de ella. Un segundo después mi polla golpeaba el fondo de su garganta. Solté un bufido de satisfacción por el calor húmedo que recibió a mi rabo. Era como entrar en la gloria. Ella glugluteaba como un pavo intentando no ahogarse.

--Chupa, pedazo de puta... --la insté recordando las enseñanzas de la guía: «si la sumisa no muestra entusiasmo, debes forzar la situación con palabras obscenas para que obedezca a su amo».

Me senté en una cómoda butaca y volví a tirar de la correa. Lara anduvo a cuatro patas hacia mí y cuando conseguí acomodarme, se la volví a insertar hasta las amígdalas.

Entonces comenzó la verdadera mamada. Ella sabía cómo se hacía aquello, se notaba su experiencia, pero yo sabía lo que quería y no iba a dejarla llevar la iniciativa.

--Espera... --la contuve--. Empieza por succionar el capullo, haciendo palanca con la lengua. Usa mucha saliva. Así... zorrita... joder... así... Hija de puta, como la mamas...

Tras unos segundos, seguí pidiendo:

--Ahora baja los labios por el tronco depositando besitos aquí y allá. Ahora amasa mis huevos. Así... muy bien... ooohhh... sí... así... Ahora cómete los huevos uno por uno... así... con mucha saliva... Primero uno y luego el otro... Primero uno y luego el otro... así... así... que bien aprende mi perrita...

La dejé unos instantes a su aire, y luego le eché una flor, siguiendo los consejos de la guía:

--Joder, Lara, qué bien la chupas, zorrita... --le dije acariciando las tetas con las que tantas veces había fantaseado por debajo del escote de la blusa--. ¿Qué me decías esta mañana? ¿Qué era aquello de que no iba a tocar tu cuerpo en mi puta vida?

Solté una carcajada, pero la hembra que me estaba proporcionando una de las mejores mamadas de mi vida ni se inmutó y siguió segregando saliva sobre mi rabo.

--Pues que sepas que voy a follarte tan fuerte que vas a pensar que hasta ahora no te habían follado de verdad --amenacé e intenté desabrocharle la blusa para verle las tetas al tiempo que se las amasaba.

--No, espera... --dijo echándose hacia atrás--. Te he dicho la verdad. Es la hora de mi marido... Si me desnudas del todo no me va a dar tiempo a vestirme cuando entre en casa... Déjame la ropa, por favor...

Quise hacerla creer que me tragaba aquella gilipollez, ya la metería en vereda después, ahora estaba notando mi polla a punto de explotar y no quería discutir.

--Está bien, pero tú a lo tuyo... chupa, zorra... --acepté--. Por cierto, ¿dónde lo quieres? En la cara o en la boca.

Me miró asustada.

--No, joder, en la cara no... Si llega mi marido no me va a dar tiempo a lavarme...

--Pues te lo tragas hasta la última gota...

--No, por favor... --se quejó--. ¿No podrías echarlo sobre el suelo?, ya lo limpiaré luego...

Me sentó mal que me llevara la contraria todo el tiempo. La guía recomendaba qué hacer si esto sucedía y no me contuve. La bofetada que la propiné solo fue contenida por el pelo que le caía sobre la cara, aunque ella hizo una mueca de sorpresa y dolor.

--Te la vas a tragar toda, zorra... o te pringo la melena para que tu maridito vea lo puta que eres...

--Está bien, Carlos, me la trago... pero no te enfades... --replicó obediente antes de volver a mamar.

Unos segundos atrás se me había pasado por la imaginación que Lara nunca hablaría mientras me la pasaba por la piedra. O que diría solamente cosas como «sí, amo», «no, amo», «lo que quieras, amo». Pero que me llamara por mi nombre me emocionó. Porque si lo hacía así, significaba que allí no estábamos una perrita y su dueño, sino Lara y Carlos, dos personas de carne y hueso que iban a echar un buen polvo para celebrar una amistad recién iniciada.

--Venga, venga... que ya me queda poco... --repetía yo como una letanía.

--¿Te vas a correr...? --preguntaba ella cada vez que yo gruñía--. ¿Quieres que haga algo especial?

--No sé... joder... --dije sin respiración--. Ahora mismo lo que me apetece es dejarte hacer. Ya se ve que eres muy puta... seguro que sabes elegir mejor que yo. ¡Joder como mamas, Lara! Aunque ya me lo imaginaba con esa carita de guarra que me ponías en el despacho de tu jefa.

Y seguía mamando con un ronroneo.

--¿Te gusta mi polla, Lara? --me atreví a preguntar.

--No sé... no está mal...

Tiré de la correa con fuerza.

--No está mal, no me vale, perra... ¿Cómo dirías que es?

--¿Ma... magnifica...? --susurró con la boca llena de rabo y mirándome acojonada.

--¿Magnífica? --aquella forma de hablar sonaba muy «cayetana».

--Sí, magnífica... --se reafirmó con ojos de susto--. Es... larga.... y gorda... aunque un poco blanquita...

--¿Cómo la de tu marido?

Me lamía la punta con una lengua golosa que hacía mis delicias.

--¿Y tú... que sabes como la tiene.... mi marido?

--No sé... me la imagino así como la describes: larga y gorda, aunque negra como un tizón.

--La polla de mi marido... no te interesa... --dijo con cautela, quizá esperando un nuevo tirón de la correa--. Por favor... córrete rápido... y no gruñas muy alto para que no se despierte el niño....

Calló y se dedicó a succionarme el capullo con una fuerza inusitada, y el calor comenzó a subirme por los huevos.

--¿Ya te viene...? --preguntó con ojos de espanto. No parecía que comerse mi leche le fuera a gustar demasiado, aunque se la veía resignada.

--Joder, qué bien conoces a los tíos, zorrita...

--Venga, córrete, por dios... que mi marido debe estar entrando en el garaje...

De pronto el calor se hizo insoportable y el volcán amenazó con erupcionar de inmediato.

--Me voy... me voy... --gruñí frenético--. Trágatela toda, so puta... trágatela...

Y Lara se la metió hasta la garganta, a la espera de que mis disparos comenzaran a llenársela.

Entonces el móvil de Lara comenzó a sonar desaforado y mi corrida se fue a la mierda.

Continuará...

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