La Chica de la Guardería (07)

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Carlos se enamora de la chica de la guardería de su sobrina.
1.4k palabras
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Parte 7 de la serie de 11 partes

Actualizado 04/05/2024
Creado 03/05/2024
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Tras oír la voz del cornudo, el pánico me encogió las tripas y me lancé a un lado de la puerta sin hacer ruido. Lara había hecho lo propio, aunque arrastrándose sobre el suelo. Luego, se incorporó sobre un codo y me puso una mano en la boca para que no osara ni respirar.

--Sí, cariño... --respondió dulzona, intentando disimular el calentón--. ¿Estás bien?

El musculitos bostezó antes de hablar.

--¿Podrías traerme un vaso de agua? --pidió sin un mero «por favor», el muy perro--. El jodido bacalao me ha dejado seco.

Lara no se hizo de rogar.

--Claro, cielo, ahora mismo te lo traigo.

La mujer se puso en pie, se estiró de la falda hacia abajo, aquella falda que llevaba un buen trajín durante todo el día, y me hizo un gesto con la mano. Se había sacado el collar con una facilidad pasmosa y me lo entregaba con un gesto que lo decía todo sin hablar: «escóndete en ese baño».

Le hice caso y entré en el aseo, aunque con la curiosidad que me embargaba no pude evitar asomar la cabeza mientras veía a Lara volver con un vaso de agua y una servilleta de papel. La mujer me hizo un gesto con la mirada para que volviera al escondite, pero, muy al contrario, me escabullí del baño y a través de la puerta semiabierta de su cuarto me dediqué a espiar lo que allí pasaba.

Miguel --el nombre de su marido me lo diría Lara más tarde--, se sentó sobre la cama y tomó el vaso de las manos de su mujer. Mientras bebía, ella se había quedado a su lado, solícita. Se la veía muy entregada a aquel hombre que no mediría menos de uno noventa.

El tipo bebía y miraba a su mujer de arriba abajo.

--¿No te has cambiado la ropa de la calle? --dijo el cornudo tras apurar el vaso.

--No, no he podido --respondido ella con dulzura--, el niño me ha dado una buena sesión antes de dormirse. ¿Quieres que me lo quite?

--No... no... tranquila... --respondió Miguel--. Mejor déjatelo puesto, lo prefiero para lo que estoy pensando...

Lara intuyó a lo que se refería su marido e intentó dar un paso atrás para zafarse. Demasiado lenta. El tipo la agarró por un brazo y la atrajo hacia sí.

--No... cielo... --intentó negarse ella--. Que no te va a dar tiempo a dormir la siesta...

--Que le den por saco a la siesta... --dijo él, agarrándola ahora de los dos brazos--. Deja el vaso y súbete a la cama.

--Jo... Miguel, no... --aún le dio tiempo a decir a Lara, aunque no la sirvió para nada.

Antes de que el vaso estuviera posado sobre la mesilla de noche, el hombretón ya había subido a su mujer sobre la cama y la había colocado en cuatro, con la cabeza contra la pared.

De un salto se situó tras ella, se bajó el pantalón del pijama lo justo para extraer la polla y de un empujón intentó clavársela.

--Espera... espera... --protestó ella--. Al menos ponte un condón, ¿no?

--Bueno, vale --aceptó el grandullón--, ¿tienes alguno a mano?

--Sí, en mi mesilla, deja que te lo busque.

Lara sacó un preservativo de un cajón y se lo entregó tras rasgar el envoltorio. Recordé en ese instante el momento vivido por la mujer y yo mismo unos minutos antes. La tenía empalada y ambos estábamos a punto de corrernos. Y en ningún momento se había quejado porque yo no llevara condón. Lo medité un instante, ¿sería la fuerza de la correa la que actuaba sobre ella?, ¿o es que estaba tan cachonda que le importaba todo una mierda?

Volví a la realidad y observé el final de aquella escena que duró tan solo un par de minutos.

Durante ese tiempo el hombre la culeó de forma enajenada hasta correrse con unos gruñidos de cerdo que daban espanto. «Va a despertar al niño», fue lo único que se me venía a la cabeza mientras observaba como la tiraba del pelo, la cacheteaba en el culo y le decía palabras obscenas. La cabeza de Lara golpeaba de forma repetitiva sobre el cabecero de la cama provocando un pom-pom-pom que podría haber despertado a un elefante. Pero al niño no se le oía llorar, debía de estar acostumbrado al forcejeo de sus padres en aquella habitación.

Finalmente, el cornudo se corrió, se salió de ella, y tiró del condón de manera impúdica antes de arrojarlo sobre el suelo. Se notó que al tal Miguel le traía sin cuidado el placer que pudiera obtener su mujer. Ella no se debía ni de haber enterado. Menudo hijo de su madre...

Lara se puso en pie y se bajó de la cama. El tipo se subió el pijama y se quedó tumbado boca arriba, regodeándose de la corrida que le había proporcionado su mujer. Se rascaba las pelotas de forma impúdica mientras ella se dirigía hacia la salida de la habitación tirando para abajo de la falda --la pobre falda.

Cuando Lara salió de la habitación y me encontró espiando en el pasillo se agarró un globo de mil demonios. Estaba a punto de decirme algo, cuando una sombra se acercó a ella por la espalda. Era el puñetero Miguel que salía del cuarto, todavía rascándose las pelotas.

Con el susto no tuve tiempo de pensar y, sin dudarlo, me volví al baño a toda prisa. Lara corrió detrás de mí, pero solo me atrapó cuando ya estaba dentro.

--Joder, aquí ahora no... --dijo en un susurro con varios puntos de pánico--. ¡Que viene para acá, so gilipollas!

¿Pero cómo podía saberlo yo? La miré con ojos de terror y ella giró la cabeza hacia todos lados. El baño no era pequeño, pero tampoco inmenso. No había muchos sitios donde esconderse. Solo uno, aunque muy poco seguro. Y Lara me empujó hacia él.

--Métete en la bañera --siseó--. Corre un poco la cortina y ponte tras ella agachado.

Así lo hice justo a tiempo de que el hombretón entrara en el aseo sin descubrirme, bostezando y rascándose, para variar.

Lara se había levantado la falda, se había sentado en el bidé de un salto y había abierto el grifo. Fingía mear y lavarse, todo a una. Su marido se arrimó al inodoro, se bajó el pijama y comenzó a mear con chorro grueso y disperso.

Caí en la cuenta de que aún no le había visto la polla a aquel tiarrón. Ni siquiera mientras se follaba a su mujer la había dejado asomar ni un pelo más de lo necesario. Lo mismo ocurría ahora que, de espaldas a mí, podía imaginarla, pero no verla. Debía tener un pedazo de mazo aquel tipo que sería de flipar.

La amante esposa sonreía con «dulzura de esposa» viendo a su hombre mear y, cuando éste terminó, le tiró un besito arrugando los labios.

El tipo la miró largamente, parecía estar maquinando algo. Finalmente, se bajó los pantalones del pijama de un tirón y los arrojó a un lado. Luego se encaró a su mujer y acercó la cadera a su cara.

--¿Pero qué haces, amor...? --protestó ella--. ¿No ves lo tarde que se te ha hecho...?

--Es solo un par de minutos, ya lo verás.

La cara de la mujer mostraba desagrado mientras Miguel intentaba clavársela en la boca a pesar de tenerla fláccida y colgona.

--Joder, cariño, que acabas de mear... y antes te has corrido... --casi gimió Lara, lastimera.

--Si te va a gustar, bobita... --replicó el muy cerdo--. Tan rica que te va a saber...

Y sin más preámbulos se la insertó en la boca y comenzó a culear para que el rabo volviera a la vida. Cuando esto ocurrió, me faltó muy poco para soltar una carcajada.

La picha que aún no había visto se dejó ver ahora. Entraba y salía de la boca de Lara desde la punta hasta las pelotas, pero ni de coña era como la había imaginado. Larga sí que era, es cierto, pero también... ¡tan fina como un puñetero lápiz!

Me tuve que sujetar las tripas para no partirme de la risa. Asomaba la cabeza por la cortina y Lara me miraba con malas pulgas. «¿Qué pasa? --decían sus ojos mientras mamaba con cara de asco--. ¿Nunca has visto una polla delgada?».

Joder, ¡pues claro que no! Viendo porno he visto multitud de pichas, pero como aquella no había visto ninguna en mi vida. La pobre Lara no debía ni notarla cuando la tuviera dentro de aquel inmenso chochazo que se gastaba. Apretado, vale, pero inmenso. Una lástima para ella, qué se le iba a hacer.

Los minutos posteriores el tipo se dedicó a entrar y salir de la garganta de Lara. De cuando en cuando le taponaba la nariz para evitar que respirara y solo la liberaba cuando su esposa se ponía casi morada y empezaba a dar arcadas. El muy perro sabía cómo hacer sufrir a la putilla.

Continuará...

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