La huérfana de Negro

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- ¡Al menos, quiero que me sepa a algo!

Ella le pasó un adobo latino, que sí contiene sal, cuyo sabor me gustó en mi ensalada. Pero él se lo arrojó a su cara, derramando su contenido a través del kimono, y se incorporó gritándole insultos que no voy a repetir. Ella levantó por fin su voz y le recriminó:

- ¡Así mataste a mi madre, a tu propia esposa! No con tus manos, ni con un arma, sino con tu menosprecio, con tu desamor, tus infidelidades y tratos sucios para ganar más dinero. Ahora, me quieres hacer lo mismo, ni siquiera me dejas salir a trabajar.

- ¡Pero si tú no sirves para nada! Tus amigos de la escuela ya son profesionales y tú sólo puedes ser una secretaria pendeja. ¡No dejaré que mi propia hija sea la prostituta de un ejecutivo asqueroso!

- ¡Como tú mismo! ¡Sí, tú mismo me enseñaste lo que hombres borrachos de riqueza son capaces de hacer!

Esa insinuación me quemó el corazón, y así entendí por qué una joven con el mundo a sus pies tuvo que buscar el amor en un hombre desconocido, ¡prácticamente sobornándome con sexo! Quise golpearlo con todas mis fuerzas pero él fue más rápido, desquitándose su rencor contra Angie, quien tras recibir algunos golpes, resbaló hacia el suelo. Lo empujé para alejarlo y así poder recogerla, y ella me pidió que la ayudara a escapar. Al salir hacia el automóvil, vi que los portones se cerraron, y deduje que el hombre activó todas las defensas de su castillo. Ella me dijo:

- Ven pronto, escondámonos en el jardín.

Dejó atrás las sandalias y me llevó por el brazo para esconderse conmigo entre arbustos hasta que a su padre se le pasara el enojo, pero él corría tras nosotros, con muy malas intenciones. Lo esquivamos tan bien como pudimos, pero algunas veces, nos alcanzó para golpearnos. Quise pelear con él cuerpo a cuerpo, pero ella me suplicó:

- ¡Déjalo, no se hagan daño!

Entonces reformulé mi estrategia. Lo empujaría para que no nos pudiese seguir tan de cerca, y a ella se le ocurrió que cruzáramos por pasadizos secretos en muros y arbustos. Pero el padre también los conocía y nos salía al paso. Si nuestros ánimos no estuviesen tan caldeados, parecería una comedia de persecuciones. Angie trató de subir a un árbol, pero no le quedaba tanto vigor y se resbalaba, hasta dejar el kimono enredado entre las ramas. Tuvo que seguir huyendo desnuda. Ya esto fue patético, y enojó más a su padre, quien le reprochó:

- ¿Ves como eres puta? ¡Ya ni vergüenza te da el correr desnuda por ahí con ese aprovechado!

Pero no le prestamos atención, sino que seguimos buscando dónde guarecernos de sus agresiones. Ya sentíamos el efecto del cansancio, pero al mirar a ver si nos alcanzaría, ya no estaba. Ella viró en redondo, y yo quise detenerla, pero dijo algo como:

- ¡Ya se fue!

Caminamos, tratando de recobrar el aliento, pero yo miraba a todos lados, y observé a través de los huecos y rincones por donde aquel bruto podía acecharnos. Pronto lo vimos apoyándose sobre una pared, y al llegar a él, se derrumbó al suelo. Yo sospeché una treta pero ella se preocupó más por su salud, y me ordenó:

- ¡Andy, ayúdame, por favor! ¡Mi padre se ha puesto muy mal!

Ella entró en acción y me preguntó:

- ¿Conoces la Resucitación Cardio-Pulmonar?

- No tanto, pero podría dar respiración boca a boca.

Pensé: ¡Oh, qué asco! Pero su mirada suplicante, llena de genuino amor por ambos, me compelió a ayudarles. Giré su cabeza hacia atrás, pellizqué su nariz, y cubriéndole sus labios, le di los soplos que ella iba indicando. Pero ella no lograba la suficiente presión sobre su pecho, así que le sugerí que nos alternáramos. Ella pronto se cansó y entonces se desesperó. Pensaba que si no seguía tratando, lo estaría asesinando. Le dije que fuese a llamar al 911, porque ella podría dar su dirección más claramente. Corrió a una barra junto a la piscina donde hay uno inalámbrico, e hizo la llamada, llegando hasta nosotros con el aparato. El padre estaba muy débil, pero al menos, respiraba. Por fin, los paramédicos llamaron a la puerta, y ella fue a abrir, pero yo la detuve:

- ¡Angie, espera! Al menos, ponte tu batita.

Y fui al árbol y salté hasta desenganchar la prenda de la rama. Increíblemente, la tela resistió, y pronto recordé que, siendo seda genuina, es muy resistente. Hasta las huestes de mongoles en la edad media, con camisas de seda, podían resistir algunos flechazos que traspasarían armaduras de hierro. Angie se vistió para abrir los portones con los controles remotos y los paramédicos lo estabilizaron mejor a su padre, ya que vinieron equipados con medicamentos. Pero al llegar al hospital, éste tuvo una recaída convulsiva y murió. El médico de guardia llamó al primario de la familia y dictaminaron la causa de muerte como un choque anafiláctico. Yo opiné que eso sería por una alergia severa, pero ellos me contradijeron:

- No, fue una sobredosis.

Yo palidecí y Angie se desmayó, pero se repuso pronto. El médico de la familia nos explicó que él se hizo adicto, pero sólo podrían saber a qué droga al hacerle un análisis toxicológico. Llamaron a la policía, pero nos permitieron regresar a la mansión. Allí ella se bañó y se cambió, y tuvo que prestarme alguna ropa de su padre que no le servía ya, porque él había aumentado de peso, y así pude bañarme otra vez.

La herencia se le pudo haber concedido el mismo lunes, siendo ella la única heredera, pero había una investigación criminal que pesaba sobre nosotros. Fui a trabajar, como todos los días, pero mi jefe me autorizó a tomarme algunos días hasta que el caso se aclarara. Los pasé en su mansión, para que las autoridades me localizaran allí mismo. Ella apenas comía, y lloraba mucho. A veces, balbuceaba incoherencias, tratando de explicar cómo tuvo que hacerse cargo del hogar, asumiendo el papel de la madre. La palabra "incesto" cruzó por mi mente, y ella lo admitió con sólo un gesto, y ambos sentimos que nos moríamos.

Un día, el detective llegó, tras esperar por el abogado de ella, pero no fue para interrogarnos, sino para informarnos que su intervención era solamente por rutina, ya que el padre sí murió por una droga ilegal: "éxtasis". Nos aseguró que no éramos sospechosos, porque averiguaron que él consiguió el "material" la noche anterior en una discoteca a la cual fue para buscar mujeres con las cuales bailar y tener sexo. También había ingerido Viagra y mucho alcohol, y así fue cómo el detective decidió exonerarnos de cualquier responsabilidad.

Con el caso criminal cerrado, Angie se movió a reclamar su herencia. Aunque la fortuna era cuantiosa, el señor había acumulado deudas y dictámenes judiciales en su contra que él no había terminado de saldar, y nos tomó meses desenmarañar qué tenía y cuánto debía. Ella vendió un apartamento, algunos automóviles y objetos de lujo para satisfacer a los acreedores más rápidamente, y mi jefe y yo nos ofrecimos a asesorarla porque no era justo que la hija pagara por los errores de su padre. A veces, hubo que contratar empleados para la limpieza y otros quehaceres, pero solamente dos o tres veces al mes, ya que preferimos estar solos en esa casa, para hallar paz.

Ella tardó más de un mes en abrirse para mí de nuevo, pero al menos, quiso que yo me mudara a su mansión. El médico la refirió a psicoterapia, pero ella mejoraba más empezando a conversar conmigo, porque con el psiquiatra, se sentía bajo juicio. Aún así, asistimos para que yo aprendiese a trabajar mejor con su trauma sin que yo me perturbara demasiado. También nos animamos a ir al teatro y a conciertos, porque eso le alegró mucho el espíritu, y me abrió los ojos a la otra belleza que ella posee.

Los primeros días, solamente conversábamos, para sondear cuán libres nos sentíamos de los malos recuerdos. Luego, comenzó a buscar mis besos y abrazos. Una vez, yo me apasioné y traté de quitarle su vestido para excitarla, pero ella me apartó bruscamente. Yo la comprendí y no persistí más, pero a los pocos segundos, se disculpó:

- Por favor, Andy, perdóname. No me dejes.

- sabes que nunca de dejaré.

- Pero vuelve a tratar. Esta vez, no te rechazaré.

Se abrazó a mí, y yo la besé otra vez, y me dijo:

- Podemos empezar de nuevo.

- Angie, es obvio que no estás lista. Te hará daño.

Y solamente le di caricias inocentes. Una mañana, me ofreció mamar mi pene y yo temí que se traumatizaría, pero insistió en que quería hacérmelo. Lo acepté y lo comenzó con mucha delicadeza, y cierto jugueteo que me hizo con su lengua me llevó al orgasmo rápida e intensamente, síntoma de no haberlo podido hacer en mucho tiempo. Me maravillé de que ella sorbió mi semen totalmente, aunque con mucha calma. En la tarde, le recompensé con una mamada a sus pezones y a su clítoris, aprovechando para hallar su punto G y logré su primera eyaculación de muchas por venir. No me hizo falta penetrarla tan pronto, porque yo estaba satisfecho de hacerla sentir placer sin que ella se acompleje. Pronto Angie recobró su fortaleza interior, y en su semblante, vi la alegría serena de la cual me enamoré, y día tras día, reincorporamos a nuestro repertorio todos los besos, caricias, abrazos, mamadas y penetraciones que tanto disfrutábamos.

Ella tomó cursos gerenciales cortos para trabajar en algo mejor que como una simple secretaria, pero decidió comenzar en esa calidad, para adquirir experiencia y aprender a trabajar bien bajo presión. También su fortuna logró un repunte, ya que se decidió reinvertir en instrumentos que toleraban mejor los cambios en el clima económico que ocurrieron después de nuestra crisis personal. Ella nunca estuvo interesada en lujos, sino que ahorramos para que, al casarnos, pudiese yo ejercer como asesor financiero independiente y también proveer para los hijos que eventualmente nacerán. Ella volvería a la universidad para descubrir su verdadera vocación: enseñar. Se certificó para dar seminarios, adiestramientos profesionales, e incluso, charlas educativas en escuelas y centros comunales.

De vez en cuando, ella viste de negro, y también lleva un poco de luto por su padre, a quien ella perdonó, ya que, a su modo, él la amó, aunque no supo demostrarlo correctamente.

Como ejercicio final, caminamos por su jardín para que ambos lo pudiéramos apreciar sin la prisa ni el miedo con el que lo recorrimos aquella tarde fatídica. Y para probarnos que ya nada podía hacernos daño, anduvimos desnudos. Pronto tuve mi erección, pero la ignoramos mientras me mostraba flores, arbustos y veredas, y por momentos, mi pene bajaba, porque ya pasábamos a un plano de unión con la naturaleza.

Tras casi una hora de paseo, noté que sus muslos se humedecían, y en ellos, reconocí el brillo de sus jugos vaginales. Mi pene se endureció otra vez, y esta vez, nos reclamaba toda nuestra atención. Ella y yo nos miramos de arriba a abajo, para finalmente, mirarnos a los ojos y fundirnos en un beso francés. Hicimos la consabida esgrima de lenguas y solamente nos las desenredamos para besarnos mutuamente las tetillas; así nos fuimos moviendo a la posición 69. Comenzamos con besos y lengüetazos suaves antes de mamarnos en serio; y el que se rezagara, quedaba "planchado" contra el suelo, como en lucha greco-romana, para no perder contacto. Pronto comenzó a llover mientras nos revolcábamos en la hierba, y ese aroma impregnó nuestros cuerpos. Fue un momento mágico, lleno de romance. Nos pasamos a la posición misionera, a veces, yo sobre ella, y otras, ella sobre mí. También nos fuimos enfangando, pero ya no nos sentimos sucios, ni tampoco nos dio asco el hacer contacto con nuestras propias eyaculaciones en las bocas el uno del otro. Duramos casi tanto como la lluvia hasta que alcanzamos el orgasmo final, y nos pusimos de pie para tomar la ducha del mismo cielo. Corrimos, saltamos y hasta bailamos mientras llegábamos a la piscina, y allí nos terminamos de lavar. Al cesar la lluvia, tuvimos que entrar a la bañera y usar agua caliente para recobrar el calor corporal. Nos hubiera gustado seguir haciendo el amor, pero nuestros genitales ya estaban muy irritados, así que nos vestimos para cenar y seguir conversando acerca de más secretos del uno y del otro. En la noche, nos desnudamos para ir a la habitación principal, donde nos acostamos juntos a nuestras anchas, pero el sueño nos dominó y nos dormimos abrazados.

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