Ladrón de Sexo

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Si las cosas parecían funcionar se dirigían hacia una especie de reservado con casi nada de iluminación donde los aguardaban una cincuentena de mullidos sillones lo suficientemente amplios para hacer algo más que conversar.

Contando con esos datos, Germán buscó la forma de poder estar más tiempo cerca de ella y terminó encontrando la excusa perfecta al inventar la historia de un escritor que necesitaba recabar datos para un futuro libro que describiría los mejores sitios de diversión de la ciudad, por supuesto la idea de la publicidad gratuita terminó de convencer al dueño del lugar que permitió el libre acceso de Germán mientras éste fingía trabajar de camarero.

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Gracias a su nueva ocupación el cerco de Germán sobre su nueva víctima comenzó a estrecharse.

Amparado en el anonimato de la multitud y en el de su uniforme de camarero llegó a conocer cuántos eran los tragos que podían consumir Lara antes de ponerse «alegre», o si cuando quería conocer a algún chico lo hacía sola o en compañía, y para su beneplácito comprobó que lo hacía sola.

A la medianoche del segundo viernes de observación a Germán le pareció notar que Lara se veía más locuaz que de costumbre y previendo su próximo movimiento se apresuró a quitarse la chaqueta de camarero para vestir su campera de cuero negro.

La correcta presunción de Germán le permitió encontrarse en el camino de la Lara achispada por el último trago, que sintiendo un agradable calorcillo en el bajo vientre caminaba lentamente entre los posibles candidatos buscando uno que la atrajera lo suficiente para pasar un rato a solas con él.

El gesto del desconocido la tomó por sorpresa y antes de que pudiera reaccionar se encontró devolviéndole el beso. Sin importar su preferencia acababa de hacer su elección. Mientras se dirigían hacia la zona del reservado Germán comenzó a acariciarla, y ella, azuzada por la calentura, dejó escapar una risita tonta mientras le respondía con sus caricias creyendo que se trataba de un viejo amigo con el que de vez en cuando trasgredían los límites sexuales de su amistad. Después de tres o cuatro detenciones en las que se besaron y acariciaron más a fondo llegaron al lugar elegido previamente por Germán, que sin saber exactamente qué era lo que estaba sucediendo comprendió que el destino estaba brindándole una oportunidad única que decidió aprovechar al máximo.

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Convencida de encontrarse compartiendo un momento de pasión controlada con su amigo Patricio, Lara no puso demasiado reparos cuando él la hizo sentar a horcajadas sobre sus muslos.

-Cuidado con lo que haces --le advirtió todavía en tono algo jocoso al sentir el contacto del pene desnudo contra la piel suave de la cara interior de sus muslos.

Patricio-Germán la hizo callar con un beso mientras la tomaba del trasero para marcarle el movimiento.

Dos semanas antes, en el último encuentro con el verdadero Patricio, las cosas no habían terminado del todo bien entre ellos porque él había intentado forzarla a que le chupara la pija, algo a lo que ella se había negado rotundamente, no porque le disgustara hacerlo, sino porque al igual que su progenitora, sentía que debía ser ella quien tuviera la última palabra en determinadas situaciones y esa era sin duda una de ellas.

Con la mente todavía algo turbada por el alcohol no tomó conciencia de las arteras manipulaciones de Patricio-Germán hasta que fue demasiado tarde.

-¡No, déjame, no quiero! --gemía mientras su pretendido amigo le hundía la pija hasta los huevos.

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Aunque hubiera dado el resto de mi vida por poder mirarla a los ojos mientras le daba a comer más verga de la que seguramente habría comido en toda su vida- algo me decía que no era una chica muy suelta de libido- más me hubiera gustado poder comunicarme mentalmente con ella para hacerle saber qué el que se la estaba cogiendo era el mismo que se había cogido a su madre cuando ella tenía más o menos su misma edad.

Pero todo lo que empieza también termina y superado el momento de ¿sorpresa? la naturaleza colaboró haciendo su parte y Lara no pudo permanecer ajena a tal circunstancia.

Sus roncos jadeos resonaban en mis oídos confundiéndose con los insultos que me prodigó sin restricciones cuando le coloqué las piernas sobre mis hombros para clavársela hasta el fondo.

-¡Me vas a reventar la concha! --se quejó mientras colocaba sus manos contra mi pecho como si con eso pudiera detener mis embestidas.

Un rato más tarde cuando terminé con ella tenía la apariencia de una desmadejada muñeca de trapo.

Después de limpiarme la verga en su preciosa minifalda le cerré las piernas y me alejé de ella tan silenciosamente como me le había acercado.

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Con el correr de los días descubrí muchas más cosas sobre Lara, pero sin dudarlo la más importante fue la de enterarme que Denise Müller, la hija del presidente de la empresa donde me desempeño como jefe de seguridad era su amiga más íntima

Algunos meses antes me había ocupado de supervisar la instalación de un nuevo sistema de alarmas en la casona donde vive con sus padres y ello me había dado la oportunidad de conocer- aunque fuera por fotografías- a esa jovencita rubia con cara de inocente y tetas chiquitas que acostumbraba a pasar sus vacaciones en la costa azul. Ahora las pasa conmigo.

Aunque mis reglas establecían que no debía involucrar con mi segunda profesión a personas cercanas a la primera, incluí a Denise Müller en mi «lista de espera preferencial», y el que posteriormente llegara a descubrir que mantenía una estrecha relación con Lara Rosales no hacía más que confirmar lo acertado de mi decisión.

En algunas semanas mi jefe y su esposa emprenderían su habitual gira anual por la filiales europeas y sabía que Denise no iba a participar del periplo, y quizás Lara se mudara por un tiempo con ella para hacerle compañía y entonces...

De sólo pensarlo siento escalofríos, pero son como los que provoca la fiebre descontrolada.

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Para evitar suspicacias me mantuve alejado de la discoteca durante los dos siguientes fines de semana, pero sí forcé un nuevo encuentro con Lara, esa vez a la salida de la escuela.

El que en principio me desconociera me tranquilizó porque eso significaba que nunca me relacionaría con los sucesos --la terrible cogida que le había dado- de la discoteca.

-¿Café o té? --pregunté sonriéndole de esa manera que sé que le gusta a las mujeres sin importar cual sea su edad.

-Prefiero el té, y sé que te conozco pero no consigo recordar de dónde --respondió sin parecer molesta. ¿Por qué estarlo?

Dos frases --no precisamente esas en las que piensas- bastaron para hacerle recordar quien era yo y después de un diálogo amistoso y con la promesa de encontrarnos otro día nos separamos cuando las primeras sombras le daban la bienvenida a una fresca noche de otoño en la que decidí retomar el «trabajo de investigación» para mi libro.

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El regreso a la discoteca marcó una nueva etapa en mi supuesta carrera delictiva, digo supuesta porque jamás le he causado daño a persona alguna, es más, estoy convencido de haberlas ayudado a conseguir algo que jamás podrían haber conseguido de no haberme conocido.

Aprovechando la poca concurrencia de esa noche decidí poner a prueba una especie de teoría que me había planteado hacía bastante tiempo y la afortunada en experimentarla por primera vez fue una morenita muy risueña con la que me crucé cuando ella se empeñaba en llegar al toilette con sus pasos algo vacilantes por la ingesta de alguna copa de más.

La niña estaba tan borrachita que cuando le toqué las tetas se echó a reír como si le hubiera contado el mejor de los chistes. Totalmente desinhibida por el alcohol no mostró prurito alguno en echarle mano a mi paquete en lo que supongo que consideró una retribución justa a mis avances.

Después de una nueva ronda de caricias y apretones le susurré al oído que tenía el remedio para su mareo. Carolina me miró como si supiera que estaba engañándola pero sin terminar de convencerse de que así era en realidad.

-No te creo --me dijo dejando escapar un hipido seguido a continuación por esa risita tonta que provoca el alcohol.

Para terminar de ¿convencerla? le propuse un desafío y hasta nos estrechamos las manos para darle la seriedad que la ocasión merecía.

Una vez en el reservado la hice sentarse y abriéndome la bragueta coloqué mi verga frente a sus labios.

-¿Estás seguro de que si te la chupo se me va a ir el mareo?

-¿Vas a dudar de mí? --le pregunté con tono de ofendido.

-No, no, sólo preguntaba --dijo abriendo su boquita para devorarse mi pija.

Carolina resultó ser una chupadora nata y llegado el momento de la ingesta del gel antimareo se tragó toda la dosis sin rechistar.

Al rato la volví a encontrar totalmente respuesta y cuando me miró de esa forma que miran a veces las mujeres creí saber las palabras exactas que iba a pronunciar.

-Tenías razón --dijo sonriendo.

7

Un viernes por la noche de tres semanas después fui tras Denise y Lara hasta la discoteca del amor y esperé a verlas entrar antes de hacerlo yo por la puerta de servicio.

La escasa concurrencia --todavía era temprano- me obligó a mantener una distancia prudencial pero con la paciencia casi infinita que tenemos aquellos que trabajamos en seguridad permanecí al acecho hasta que vi a Denise Müller ponerse de pie. Una vez que tuve la seguridad de que se dirigía hacia la doble fila de posibles candidatos para pasar un rato de diversión anónima ocupé mi lugar entre ellos.

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A la rubiecita con cara de ángel y tetas chiquitas le pareció divertido que le propusiera una disquisición filosófica en un sitio menos ruidoso, pero me observó en forma minuciosa antes de responderme.

-No sé si pueda estar a la altura de tus conocimientos --respondió en lo que parecía un rechazo.

-Si cambias de idea voy a estar esperándote allí --le respondí señalándole el rincón más próximo.

Diez minutos más tarde cuando ya pensaba que la niña rubia de tetas chiquitas no acudiría a la cita la vi detenerse frente a mi con su pequeña cartera colgada del hombro y una expresión de ¿intriga? en el rostro.

Su mano pareció perderse dentro de la mía mientras la conducía a la parte más oscura del reservado.

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-¿Podemos descansar un poco? --preguntó Denise Müller diez minutos más tarde mientras intentaba subirse la remera de tirantes que ella misma se había ocupado de bajar para que yo pudiera chupar sus preciosas y dulces tetitas.

-Podemos --le respondí tomándole las manos para impedírselo. Todo a nuestro alrededor era oscuridad y el corazón del reservado parecía un mundo aparte del resto de la discoteca, aunque la música llegaba hasta nosotros como un eco lejano que nos recordaba exactamente dónde nos encontrábamos. Denise continuaba aturdida por la velocidad de mis avances pero aún seguía a mi lado -buen indicio- aunque sentada casi en el borde del sillón, como si me temiera, y antes de que pudiera pensarlo mucho le dí una razón más.

-¿Qué haces? --preguntó alarmada al oír abrirse el cierre.

-El pantalón me aprieta un poco ¿por?

-Por nada --respondió tratando de mostrar una indiferencia que seguramente no sentía, porque después de ese rato de "intercambio" con ella había encontrado demasiados indicios que me hacían pensar que no era la joven sexualmente experimentada con la que había creído encontrarme.

Las cosas me estaban saliendo mejor de lo planeado, pero tenía que aplicarle el golpe de gracia y sabía como hacerlo.

-Ven --dije pasando mi brazo por sobre sus hombros.

-¿No estaremos yendo demasiado rápido? --preguntó cuando mi mano presionó sobre su nuca.

-Creo que no - respondí alzando las caderas para poner la punta de mi pija al alcance de sus labios.

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Las luces de la discoteca comenzaron a encenderse haciéndonos saber que se acercaba la hora de cierre.

Aquellas/os que habían aprovechado hasta el último minuto de intimidad con su compañero/ra se apresuraban a poner su vestimenta en orden.

Denise se había quedado dormida con el "biberón" entre los labios después de lo que sin dudas debe de haber sido la noche más caliente de su vida.

Apenas pueda se lo voy preguntar, pero no sé si me va a responder, porque todavía le avergüenza tratar ciertos temas en forma abierta. ¿Qué cosa no?

Ella no tenía por que ser diferente al resto de las maravillosas mujeres que pueblan más de la mitad del mundo y sentir como sienten todas ellas. Creo que el secreto de hacerle perder la cabeza y la bombacha a una mujer es hacer las cosas como tienen que ser hechas, sin prisas pero tampoco sin pausas, sin cuartel y sin respiro, sin dolor y con placer.

Después de aplicarle el especial de la casa -no confundan experiencia con pedantería, aunque a veces soy pedante, pero les juro que este no es el caso- Denise estaba en ese punto de maduración en el que todo es permitido y sólo hay que apretar el botón correcto para conectarse.

Durante lo que algunos de los destacados miembros de la hipócrita sociedad actual podría definir como una vida delictiva, había conseguido satisfacer casi todas mis fantasías, -pero recién ahora comenzaba a darme cuenta de que todo lo que en su momento me había parecido algo realmente insuperable no era otra cosa que hacer lo que yo creía que hacía cuando en realidad eran ellas las que me lo hacían creer así, pero las había llevado a cabo con mujeres hechas y derechas, posiblemente tanto o más perversas que yo, no lo digo con ánimo de ofender, es sólo para destacar esa predisposición especial para cierto tipo de sexo, pero nunca había tenido la oportunidad de oficiar de instructor de alguien como Denise y/o Lara, y que por esos giros del destino se me brindara la posibilidad de hacerlo, desataba en mí una fiebre de orgullo --léase me volvía loco de la calentura- capaz de cubrir las necesidades físicas, psíquicas y emocionales de por lo menos mis tres próximas vidas.

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Después de su ¿no estaremos yendo demasiado rápido? y ante lo gráfico de mi respuesta al bajarle la cabeza hasta mi verga, hecho que por supuesto no pareció disgustarle, pudimos pasar directamente al siguiente estadío --como dicen los psicopedagogos, ¿o acaso yo no estaba estimulando su inteligencia para obtener un mayor rendimiento de su parte cognitiva?, me parece que sí- donde ya sí pudimos dedicarnos más de lleno a lo «nuestro». Porque si Denise había confiado en mí no podía defraudarla.

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Lo limitado de su experiencia sexual se ha convertido sin dudas en el mayor premio que yo pueda haber obtenido después de tantos años de robar sexo para satisfacer mis ¿ansias, deseos, etc.? algo que muchos miles de dólares gastados en terapias todavía no me han ayudado a descubrir, pero esa es una cuestión que nada tiene que ver con la maravillosa relación que comenzaba con Denise Müller y con el maravilloso trabajo que hacen los terapeutas.

Volviendo a ella es bueno aclarar que su falta de experiencia se relaciona mayormente con la falta de sazón- no sé si este es el término que mejor describa lo que quiero hacer entender, pero creo que es el que más se le aproxima a todo lo que tenga que ver con el sexo.

¿Cómo se entiende esto?

Así de fácil. Veamos si estoy en lo cierto, porque en el afán de proteger una virginidad que no siempre es tal como quieren hacernos creer a novios, padres, madres, tíos, etc., las jóvenes de la actualidad no tiene pruritos en realizar lo que sin dudas terminan resultando verdaderos actos de sabotaje sexual, y lo digo con fundamento, porque parecen no tomarse las cosas con la seriedad que deberían. Según mi punto de vista, una paja --masculina o femenina, da igual- es para disfrutarla y no solamente para aliviarle las pelotas a tu amiguito de turno o los ovarios --realmente nunca supe qué es lo que se le alivia a las mujeres cuando las masturbamos- a tu amiguita, amigovia, novia, prima, tía o lo que fuere. Una chupada, -sea de lo que fuere-, tiene que ser hecha con verdadero sentimiento --no del que te hace llorar por supuesto- porque los actos mecánicos, reflejos o pavlovianos -si te gusta más definirlo de esa manera-, no gratifican el espíritu, sólo el envoltorio del alma, verdadera identidad del ser.

Si tu espíritu no es gratificado, entonces tu cuerpo no sirve para mucho, recuerda que sólo es un envoltorio, algo así como un papel de regalo, de mejor o peor calidad, pero que nunca te va a revelar lo que hay dentro de él, entonces... perdón por la digresión, volvamos a la historia con Denise.

Esa falta de sazón que muestran las jovencitas en lo relacionado con el sexo -acabo de consultar el diccionario y creo que es el término más adecuado para definir lo que quiero definir- es algo así como un mal endémico al que voy a intentar erradicar dedicándoles mi tiempo en exclusiva a Denise y Lara, pero no sólo porque son jóvenes y bonitas, sino porque encuentro en ellas indicios de que pueden llegar a convertirse en las mejores alumnas que maestro alguna pueda pretender en una materia tan difícil como la de llevar adelante una vida sexual sin --estúpidos- sentimientos de culpa ni --arcaicos- remordimientos.

Por supuesto que «mis niñas» conocen las técnicas --tan rudimentarias como las de cualquier jovencita de entre 18 y 22 años- para satisfacer a un hombre ¿y por qué no a una mujer? o a muchos hombres y/o a muchas mujeres. Eso todavía está por verse, porque es un aspecto en el que todavía no tuve tiempo de profundizar, pero seguramente ya lo haré, y luego se los contaré porque no soy muy bueno guardando secretos, sobre todo porque pienso que los tengan que ver con el sexo hay que compartirlos.

Nunca sabremos a cuántos espíritus gratificaremos con nuestras pequeñas infidencias. ¡JA!

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Como no podía ser de otra manera, a Denise le sucedió lo que le sucede a todas las mujeres ya sean muy jóvenes, jóvenes, medianamente jóvenes, jóvenes maduras, medianamente maduras, maduras, etc., cuando alguien como yo --no lo digo por jactarme, ya les expliqué que solamente es una cuestión de experiencia- les alimenta el espíritu logrando que su envoltura corpórea se sienta etérea ¡Se sienten enamoradas! Cuando abandonamos la discoteca del amor, el gris del amanecer tiñó nuestra salida con una pátina de irrealidad que hizo revivir en nuestros cuerpos el fuego de la pasión compartida -¿suena poético verdad?- revelándole a todos aquellos que supieran identificar las señales, que la inflamación de los labios de Denise no era otra cosa que el resultado de que la damisela en cuestión había estado chupándome la pija durante horas, aún después de haber deglutido con verdaderas ansias hasta el último residuo de leche sin lactosa.

8

Tal como lo había imaginado, cuando Herr Müller partió para realizar su gira europea junto con su esposa, que a su vez era gerente financiero del grupo económico, Lara se mudó a casa de Denise para acompañarla.

Mis visitas a la discoteca en busca de datos para mi libro «Los lugares más divertidos y seguros» -al dueño del lugar le encantó el nombre- se prolongaron durante tres semanas más, tiempo durante el cual tuve la oportunidad de instruir a siete niñas, que aunque algo achispadas por la ingesta de alcohol terminaron por aprender la forma correcta de chupar una pija sin derramar nada.

Con respecto a mis próximas víctimas potenciales no volví a relacionarme con ellas mientras estrechaba aún más el cerco, pero siempre desde las sombras. Incluso corté todo contacto con Miss Lila, porque quería evitar cualquier suspicacia que pudiera relacionarme con lo que tenía planeado hacer.

EPÍLOGO

Los sistemas de escucha que había colocado la semana anterior me hicieron conocer sus planes por anticipado.

Una vez dentro de la casa me refugié en uno de los cuartos para huéspedes donde cambié las ropas de calle por las de «trabajo».

Todavía contaba con tiempo suficiente para comprobar que los otros dispositivos continuaban en el mismo sitio donde los había dejado y estaban en condiciones de cumplir con su cometido.