Parte intimas del cuerpo

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Su marido estba ocupado pero ella sabía llamar su atención.
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Cansada ya de esperar a que terminase de trabajar me desnudé para irme a la cama. Yo sabía que traerse el trabajo a casa era su forma de decirme que estaba intentando pasar todo el tiempo posible conmigo, así que no estaba enfadada. Pero es que llevaba sentado en la mesa de su despacho, aporreando el teclado del ordenador desde después de comer y le echaba de menos... y quería que estuviese conmigo en la cama. Había estado coqueteando toda la noche con él, pero me había ignorado. Su fuerza de voluntad para eludir todas mis provocaciones sexuales es algo que me ha asombrado desde que le conocí. ¡No importaba lo cachondo que estuviese, siempre tenía la capacidad de rechazarme! A veces lo hacía a propósito para frustrarme, otras veces era porque TENÍA que hacer alguna cosa y ni siquiera uno "rápido" entraba en su agenda.

Pero aquella noche era aburridísima, el tiempo se consumía y mi mente se iba abotargando cada vez más. Así que me acerqué a su despacho, me senté en una silla y simplemente me quedé mirándole en silencio. Cuando entré me sonrió y unos minutos más tarde se levantó y me dio un fugaz beso. Sus ojitos de cachorro me decían que hablaba en serio al disculparse por tener tanto que hacer. Como yo esperaba, aceptó mi sugerencia de llevarse el ordenador portátil a la cama para acabar.

Para cuando llegó con su portátil yo ya había preparado la mesita de noche y había apilado sus almohadas para que estuviese más cómodo. Lo dejó sobre la mesita y empezó a desnudarse. Esparció algunos papeles por la colcha de la cama, se sentó apoyando la espalda contra las almohadas, se puso la bandeja que hace tiempo utilizábamos para tomar el desayuno en la cama sobre su regazo y encendió el ordenador para empezar a trabajar de nuevo, todo sin siquiera decirme una palabra. Acabé viendo mi programa favorito y después apagué la tele. Me arrimé a él y me sonrió. Pero cuando metí mi mano bajo las sábanas y suavemente envolví con la palma el suave y cálido paquete que yacía entre sus piernas, me la apartó juguetonamente con una palmada.

- ¡No te preocupes! -dije- Solo quiero tocarte. Ya sé que no tienes tiempo.

Acercó sus manos a mis pechos, le dio a uno un rápido apretón y me pellizcó el pezón.

- Tranquila cariño -dijo- Ten paciencia.

La sensación de tener su polla en mi mano y en mi boca era algo que me encantaba. Le costó muchísimo tiempo aceptar esto totalmente, especialmente porque ese deseo se prolongaba incluso hasta después de la relación sexual. Cuando acabábamos de hacer el amor, a menudo me iba a dormir con la mano metida entre sus piernas. Esperé unos minutos, deslizando mi cabeza por su cuerpo hasta que quedó apoyada en su cintura. Volví a meter la mano entre las sábanas y cogí con ella su suave y blando pene así como sus cálidos huevos. Esta vez cuando iba a apartar mi mano de allí, defendí mi posesión.

- Simplemente deja que tenga la mano ahí -le pedí- Te prometo que no empezaré a hacerte nada...

Mantuve mi mano firmemente apoyada sobre su paquete hasta que se convenció. Me sonrió y volvió a escribir. Cerré los ojos y permanecí inmóvil, sintiendo con total atención las ráfagas de calor sensual que fluían de mi mano. Mi dedo medio estaba curvado sobre el redondeado extremo de su polla, sintiendo así con la punta el pequeño agujero. Presioné ligeramente mi dedo sobre éste. Un leve, casi imperceptible estremecimiento me hizo saber que mi marido había notado mi intrusión. Mi mano seguía allí plantada. Sus pequeños y redondos huevos se agitaron en mi mano y pude sentirlos apretándose el uno contra el otro... También sentí pequeños movimientos contra la palma de mi mano al hincharse su polla. Mantuve cerrados los ojos para no perderme ninguna de aquellas intensas sensaciones que notaba al crecer su miembro. De nuevo intentó apartarme, pero yo no le estaba haciendo nada, nada aparte de abrazarle. Mi cabeza reposaba en él y contuve la respiración para evitar hacer cualquier movimiento que pudiese ponérsela dura, dejando mis dedos totalmente quietos.

Defendí mi territorio otra vez y al final aceptó que dejase allí la mano, volviendo al trabajo. Su cuerpo mostraba ligeras muestras de excitación, los huevos apuntaban hacia arriba y la polla, aún blanda pero un poco más larga, iba creciendo. Me quedé así durante unos largos minutos, sintiendo crecer un poco más la pequeña forma de vida, totalmente independiente de la voluntad de mi marido y, al parecer también sin su conocimiento. Había algo mágico en el hecho de tener su pene en mi mano de aquella forma, no era del todo sexual, sino como una especie de beso. Partes íntimas del cuerpo.

A medida que pasaba el tiempo y yo seguía sujetándole la polla en mi mano, me dio la impresión de que se iba acostumbrando a la idea de tenerme allí, empezando a aceptar que no iba a empezar a acarciársela para excitarle. Solo era un contacto suave, relajante. Me quedé así durante un largo rato, sin moverme, con mi respiración cada vez más profunda y lenta mientras mi mente y mi cuerpo se relajaban para la noche. Ya estaba en ese periodo de tinieblas que hay entre el sueño y la vigilia cuando de repente mi marido se agitó en la cama, estirando las piernas y arreglando las almohadas en las que estaba apoyado. Mientras volvía a colocar sus piernas en la misma posición de antes, logré deslizar mi cuerpo entre ellas y él, inconscientemente, me acarició la mejilla con el dorso de su mano. Apoyé mi cabeza en la cara interior de su muslo, con un brazo bajo mi cuerpo y el otro subiendo hacia su paquete para mecerlo.

Siguió trabajando, con la bandeja de desayuno apoyada tan alto sobre su regazo que cubría totalmente mi cara y mis labios que ahora rozaban su pene. Con sus huevos envueltos en la palma de mi mano, coloqué mi pulgar debajo de ellos, encontrando una dura redondez que era la parte oculta de su polla. Me mojé los labios pasándome la lengua por ellos, y al hacerlo encontré la suave cabeza de su verga. La humedecí lamiéndola levemente para que mis labios pudiesen deslizarse fácilmente por ella. Su miembro irradiaba calor y con un movimiento me lo metí completamente en la boca. Ahora lo tenía sobre mi lengua, con mis labios rozando sus bastos pelos. Aquello era extraño. Su polla siempre estaba demasiado grande y dura para poder tragarme la suficiente cantidad de ella como para que mis labios llegasen a su vello. El tener su miembro pequeño y blando en mi boca era una sensación especial que yo raramente había disfrutado.

Me aguanté las ganas de chupársela, mascando en silencio la cálida y cada vez más endurecida verga mientras masajeaba delicadamente sus huevos con mi mano. Cuando noté que empezaba a reaccionar me detuve, dejando mis labios, mi lengua y mis labios totalmente quietos hasta que se relajó y volvió al trabajo. Luego empecé de nuevo. Mi pulgar acarició lentamente la redondez de debajo de sus huevos. Froté y presioné los blandos pliegues de sus testículos trazando suaves círculos mientras mi lengua giraba lentamente alrededor de su polla al tiempo que esta crecía desapareciendo así poco a poco sus arrugas. Para aquel momento él ya había entendido que mis delicadas caricias no eran más que eso, delicadas. No estaba masturbándole vorazmente con la boca como normalmente lo hacía. Seguía tendida con la cabeza apoyada en su muslo. Cuando el último de sus pliegues desapareció de su cada vez más larga polla y esta llenó mi boca, me la saqué. Levanté sus casi tensos huevos para llevármelos a la boca y se los lamí, recorriendo con mi lengua la parte de abajo de ellos y trazando el camino con el pulgar. Teniendo la boca tan cerca fácilmente pude meterme uno de los huevos en la boca, masajeándolos con mi húmeda lengua y luego pasándome al otro. Me moví atrás y adelante entre su polla y sus huevos, dándole a cada uno de ellos un suave masaje con la lengua.

Seguí así durante una larga hora, pero sus dedos no dejaron de teclear en todo el rato. Habíamos alcanzado un estado de comodidad, con mis dedos y mi lengua lamiendo y masajeando lo suficiente como para que se sintiera bien ¡pero no demasiado bien! Seguía atento a su trabajo, aunque de vez en cuando me acariciaba la mejilla o apoyaba una mano sobre mi cabeza. Yo disfrutaba completamente de la ligera pero creciente excitación sexual que estaba manteniendo durante tanto tiempo. Aún no estaba demasiado húmeda entre las piernas, pero mis pezones estaban tensos y un poco hinchados. Mi lánguida lengua nos había adormecido a los dos. Su blanda pero alargada polla estaba en mi boca cuando me quedé dormida.

Me desperté lentamente, dándome cuenta de que me estaba corriendo por lo que notaba en mi estómago. El zumbido de las terminaciones nerviosas de entre mis piernas fue lo siguiente que sentí y para cuando me desperté del todo ya le estaba chupando la polla metida hasta lo más profundo de mi boca. Como un bebé mamando de un pecho, dirigí todo mi ser a aquel pene que rápidamente se estaba endureciendo dentro de mi boca. Ya no se oía ningún ruido del ordenador. Entonces me di cuenta de que la bandeja del desayuno ya no estaba sobre mi cabeza. La lámpara para leer aún estaba encendida pero el ordenador y la bandeja habían desaparecido.

Cuando alcé la vista, él aún estaba sentado contra las almohadas pero había apartado las sábanas hasta la altura de mis hombros y estaba viendo cómo se la chupaba. La mirada fija e intensamente sexual que había en sus ojos parecía la de un depredador y al verla sentí una primera aunque pequeña punzada de miedo. Sus manos me agarraron la cabeza, haciéndola descender sobre su ahora dura polla y al hacerlo me obligó a ponerme de rodillas. Me empujó la cabeza hacia abajo con tanta fuerza que su pene quedó hundido en mi garganta. ¡Casi sin darme cuenta mis delicadas caricias sexuales se habían convertido en salvajes y eróticas acometidas! ¡La tenía dura, increíblemente dura! Mi mente empezó a nublarse y de repente caí en una total sumisión. ¡Quería tragarme su polla! Era capaz de hacer cualquier cosa por él y él lo sabía. Habíamos olvidado las sábanas por completo. Me metí entre sus piernas y llené mis manos con sus huevos, masajeándolos con suavidad mientras mi boca seguía siendo follada por mi marido. Vi que la fuerza con la que me estaba sujetando la cabeza era necesaria cuando estalló con su primer orgasmo. Tragué y lamí todo lo que pude, acariciándole la espalda y limpiando el semen que había eyaculado.

Se detuvo un momento, pero a los pocos segundos descubrí que lo había hecho para recuperar fuerzas ya que ahora quería excitarme y jugar conmigo. Me ordenó que me tumbase, que abriese las piernas en dirección a él y que me masturbase.

Me tendí con la cabeza en los pies de la cama. Se sentó apoyando la espalda contra la cabecera de la cama y cuando separé las rodillas, él apartó las piernas para así poder ver mejor mi coño. Allí, con mi raja totalmente expuesta a su mirada, me sentía indefensa completamente abierta de piernas mientras él no me quitaba la vista de encima. Yo, por mi parte, no podía apartar los ojos de su polla, ahora dura como una roca, y comencé a ponerme celosa de su mano derecha que la había agarrado con firmeza y estaba empezando a menearla. Aquella era mi recompensa, pensé. En mi interior crecía una sensación casi dolorosa causada por el orgasmo que no había llegado a tener así que me llevé furiosamente las dos manos a mi entrepierna. Con una separé los labios vaginales, notando inmediatamente una viscosa humedad. Mis músculos se contrajeron y mientras me masturbaba, frotándome el clítoris entre dos dedos, empezó mi orgasmo... Con lo que más disfruta mi marido es siendo él el que lo controla todo, especialmente porque sabe que puede obligarme a hacer todo lo que él quiera. El poder puede llegar a intoxicar a la gente, pero mi marido lo usa eligiendo el momento oportuno. Toda mi atención estaba pendiente de él, mirándome allí sentado con su perfecta sonrisa. Mi corazón latía como un caballo desbocado y mis dedos se movían cada vez con más rapidez pero, justo cuando empezaba a notar la llegada de un nuevo orgasmo, se echó hacia adelante y ¡me apartó las manos del coño!

- Aún no -me dijo simplemente.

Tensé los músculos de mi interior intentando finalizar el orgasmo y acabar con aquella torturante tensión pero mis esfuerzos fueron inútiles. El orgasmo fue alejándose, lentamente, dejándome sin aliento y totalmente frustrada. Me cogió de las muñecas y tiró de ellas hasta hacer que me pusiese de rodillas entre sus piernas. Cuando empezaba a inclinarme hacia adelante para metérmela en la boca, me detuvo sujetando mi cabeza justo encima de su polla. Siguió con sus deliberadas caricias a su miembro hasta que el glande se le puso tan rojo e hinchado que perecía a punto de explotar. Me dejaba que le lamiese la punta después de cada movimiento descendente de su mano y al hacerlo noté el sabor de las claras y saladas gotas que denotaban la proximidad de su orgasmo. Mi boca estaba abierta y preparada cuando empezó a disparar caliente y cremoso semen en cortos pero firmes chorros que parecían que no iban a cesar nunca. Aún estaba sacudiéndose las últimas gotas cuando mis labios envolvieron toda su polla, resbalando la punta por mi paladar hasta introducirse en mi garganta. La dejé allí dentro hasta que mi marido se relajó, dejándose caer tumbado sobre la cama.

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