Premio de consolación

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En la sesión de sexo en la posición de la vaquera (en la que la mujer, o el hombre homosexual que está siendo penetrado, se sienta sobre el penetrador), Jorge fue bajando sus manos de mis axilas por mis costados, y durante un tiempo, me sujetó por la cintura. Después, bajó las manos por mis caderas, hasta alcanzar disimuladamente a mis nalgas, tomando control él mismo. Me usó como una "muñeca" con la cual se masturbaba. Las amasaba y hasta las apretaba, e incluso, estiró los dedos para acariciar mi ano mientras yo presionaba mi vulva contra su abdomen. Todo eso me hizo sentir muy deleitosamente sucia y "perra"; mi orgasmo se aceleró y él quedó libre para acabar a su gusto. Entonces decidí que esa tarde también recibiría su pene en mi ano. Así que además del condón, yo saqué un tubo de la crema K-Y, con la cual se lubricó el pene mientras untaba mi ano por afuera y empujaba un poco de crema hacia adentro y hasta esparció un poco sobre mis nalgas, en una actitud lujuriosa. Luego con un dedo y luego otro, me fue avellanando para poderse clavar en mí por atrás. Obviamente, su miembro entró muy fácilmente dentro de mi recto, y al contraer mis esfínteres contra él, hice más vívida la ilusión de que él fuese mayor. Cuando comenzó un vaivén lento, ejerció una presión con sus testículos contra mi perineo que es deliciosa, porque ahí parece que hay otro "punto G". Yo sollocé de placer y él trató de consolarme, creyendo erróneamente que me estaba causando dolor, pero también por su fascinación con mis mamas naturales, las buscaba para masajearlas y me las sostuvo por los bordes inferiores con las membranas que hay desde el nudillo del dedo índice hasta el pulgar, como ordeñándolas. Desde esa postura, trazó con caricias por mi espalda hacia mi cintura, mis nalgas; pasando por mis muslos, luego rozó las puntas de sus dedos por el dorso de mis rodillas, y espoleé sus muslos para que me acariciara los tobillos, los talones, y culminara sobando las plantas y los dedos de los pies. Esa mezcla de subyugación con adoración me hechizó, y yo, creyéndome toda una prostituta, le grité:

- ¡Dámelo todo, YA!

También gruñí:

- ¡Más duro!

Entonces me agarró por las caderas y me pistoneó bruscamente, buscando su propia satisfacción, aunque lejos de lastimarme, me intensificó el placer. Instintivamente, incliné mis hombros y dejé caer mi rostro en su almohada para cubrir mis gritos demenciales. No fue necesario tocar mi clítoris ni mi vagina, porque la sensación de "defecar hacia adentro" es de por sí muy placentera. Ese fue el mejor orgasmo que yo haya sentido, sin contar el de mi punto G.

Después de cenar, recordé que al siguiente día regresaríamos a la rutina diaria y nos tendríamos que ver las caras en la oficina. Yo aún estaba temerosa del "qué dirán", especialmente de que se descubriera este romance de oficina, y más aún, que caí ante un hombre tan falto de atractivo. Entonces comencé de nuevo a esquivar su mirada y repeler sus muestras de cariño. Me despedí fríamente, diciéndole en tono autoritario, para que no advirtiera cómo mi voz se quebraba:

- Nunca menciones lo que hemos hecho aquí. Mejor olvida que esto pasó. Es más, ni me mires ni me hables cuando estemos en la oficina. ¡No sé cómo pude dejar que siquiera me tocaras! ¡¡Me das lástima!!

Mis palabras se tornaron insultantes, y seguí hablando sin medir las consecuencias; estaba desquiciada. Odié a Jorge por aprovecharse de mí y sentí más asco por mí misma que por él. El trató de reclamarme, pero sólo tartamudeaba. Al ver él que iba quedando en ridículo ante mí, se calló, cabizbajo y herido. Me volteé y salí de su apartamento a toda prisa y di un rodeo para llegar al mío. Me volví a bañar, tratando de borrar su sensación en mi piel, y al estar desnuda otra vez, evoqué todo lo que vivimos y fue así como me di cuenta de que le traicioné cobardemente; alguien más que se burló de él y ahora lo desprecia, la historia de su vida. Lloré en la ducha, llena de odio hacia mí misma, sabiendo que él también lloraba por mí. Yo lo mataba de dolor y sentí cómo ese mal revertía hacia mí.

En la oficina, él y yo guardamos las apariencias, refugiándonos en nuestro trabajo. Surgieron pequeños problemas con los pedidos, y entonces, la operación cambió de ventas a apoyo a los clientes; esto nos daba algo nuevo qué hacer, aparte de ver cómo la computadora hacía dinero para nosotros. Yo estaba en mi elemento, pero él se sentía como pez fuera del agua. El equipo hizo ajustes para atender los casos especiales, y ya para el fin de semana, ya éramos más que ganadores. Pero Jorge y yo todavía teníamos cuentas pendientes...

Mi remordimiento fue creciendo durante esa semana, lo que me impedía saborear el triunfo profesional y el fin de semana de sexo que tuve con el mejor de todos mis amantes. Lo esquivaba más de lo acostumbrado, aún en las horas extras, pero los demás empleados solamente imaginaban que él me resultaba más feo cada día. Y esto era una ironía cruel contra la persona que más hizo para que nuestro sitio de ventas por Internet fuese un éxito, sin mencionar que también reavivó mi líbido.

El siguiente viernes, ya mi arrepentimiento era inaguantable, llegando a considerar seriamente el subirme a la azotea para saltar y acabar con esa agonía antes de acercarme a mi distanciado amigo, hasta que, cerca de la hora de cierre, ya era inevitable el enfrentarle. Cuando los demás empleados se marcharon, caí de rodillas ante Jorge, abatida por mi culpa, y le supliqué que me perdonara. Lo tomé de su cintura, pegué mi rostro a su entrepierna y traté de abrirle el pantalón para mamarle el pene en señal de sumisión, pero él me levantó, por temor a que algún empleado regresara y nos viera. Entonces acarició mis mejillas para secar mis lágrimas. Su gesto de ternura me puso más histérica y tardé demasiado en calmarme. Cuando por fin me repuse, lo invité a cenar a mi apartamento y allí repetimos la sesión de sexo, incluyendo el pasar desnudos todo el fin de semana. Hicimos todo aquello y algo más, dando rienda suelta a nuestra depravación, pero siempre, él aprovechaba para prodigarme caricias tiernas, celebrando que yo lo aceptase de nuevo en mi vida. El domingo, antes de que regresara a su lugar de residencia, le expliqué que todavía me avergonzaba de nuestra relación, además de que los demás empleados no conocen de mi vida sexual, porque en mi cargo, yo doy un aire de decencia y autoridad. Pero le aseguré que nos seguiríamos viendo, y él me aseguró que sería muy discreto para que nadie se diera cuenta de nuestro amorío.

En lo sucesivo, me volví mucho más cordial hacia Jorge, y los demás compañeros solamente se imaginaron que yo le hacía el merecido reconocimiento a su labor abnegada y también aprendieron a verlo con mejores ojos y darle el respeto que la vida le había negado hasta ese momento. Dejé de extrañar mis anteriores francachelas, pero los empleados nos invitábamos unos a otros a celebrar alegres reuniones sociales y familiares, donde todos conocimos a los cónyuges, parientes y demás personas significativas en nuestras vidas, compartiendo sanamente entre nuestros hogares y restaurantes y otros lugares públicos aparte de la oficina. Así nos convertimos en una familia feliz que sentó pauta en la industria informática, tanto en lo profesional como en lo afectivo.

Epílogo:

Mi deseo hacia Jorge creció y creció, porque su autocontrol ya iba mejorando, manteniéndome en éxtasis por más tiempo, dentro y fuera de la alcoba. El también adquirió confianza e iniciaba algunos encuentros, ya que él es suficientemente imaginativo para aportar a nuestro mutuo disfrute. Tal vez, él no se vería mejor en su físico, pero su mera presencia me enciende a niveles insospechados y yo no me conformaba con sólo los fines de semana, sino que me iba a su apartamento o yo lo llevaba al mío entre semanas. Un día, recibimos a la alta directiva para demostrarles nuestro excelente desempeño, logrando unas bonificaciones que asegurarían un mejor futuro para todos los empleados. Todos nos sentimos eufóricos, y mi sentimiento hacia mi "patito feo" maduró hasta convertirse en amor, no sé si fue desde este momento o era algo que venía desarrollándose desde que mi héroe reparó mi computadora, o en los días de desenfreno desesperado.

Se convocó una reunión para reconocer los logros del equipo y Jorge se presentó, pero dio un mensaje demasiado conciso, solamente para contestar dudas acerca de cómo se integraban los componentes electrónicos, dejando que los demás reclamaran sus "granitos de arena" en la presentación. Sabíamos que su enorme complejo de inferioridad le paralizaba, aún en éste, su momento de triunfo. Pero yo, borracha de alegría por todo lo que estaba ocurriendo, le seguí hasta su cubículo y le dije, mientras picoteaba sus labios y mejillas con besitos:

- ¡Lo logramos!

El contestó, con humilde satisfacción:

- Todos lo hicimos.

- Te lo debo todo a ti.

- Pero los demás colaboraron mucho. Y especialmente, tú misma, señorita Raquel, porque tienes ese toque especial con los clientes que derrite la frialdad del comercio electrónico. Eres capaz de echarte a la gente en un bolsillo, por lo maravillosa que eres. Eso te hace una líder natural.

A su manera, me declaró lo mucho que él me ama. Se me salieron las lágrimas y le dije escuetamente:

- ¡Te amo!

Sin pensar en dónde nos encontrábamos, me monté sobre su cuerpo sentado, para abrazarlo y besarlo. Ya había desabotonado mi blusa, invitándole a sobar y besar mis pechos. El se notaba sorprendido, aunque su instinto por mí se estaba despertando. Ya cuando casi le sacaba el órgano sexual para aprisionarlo en mi carne ardiente, percibí ruidos de movimiento, además de murmullos y risitas nerviosas. El murmuró:

- La gente nos observa.

Renuentemente, me levanté y miré a mi alrededor y me quedé sin aliento, además, mi corazón dio un vuelco. Todos nos miraban atónitos, incluso un alto ejecutivo que todavía estaba en la oficina. Entonces me di cuenta de la magnitud de mi locura, porque mi ropa interior quedó expuesta y mi maquillaje quedó hecho un desastre. Hasta mi vista se nubló por el vértigo, así que me agarré impulsivamente de Jorge, tratando desesperada y muy torpemente de cubrirnos a él y a mí. Al inclinar mi vista hacia mi cómplice involuntario, sentí una inesperada fortaleza interior, gracias a mi vínculo especial con el alma de mi amado, y vencí mi vergüenza, así que me erguí y enfrenté a cada uno de los que nos rodearon, exclamando:

- ¡Sí! Es lo que creen. Estuve a punto de violarlo aquí mismo. ¿Y saben por qué? Porque lo amo. ¡Lo amo! Yo, al igual que todos ustedes, veíamos a Jorge como un "nerd", y por guardar las apariencias, no lo soportábamos. ¡Hasta se murmuraba que fuese "gay"! Estoy segura que le han dedicado tantos insultos como ése durante toda su vida. Pero él tuvo que quedarse trabajando durante tantas horas y llegó a rendir el doble de resultados para esta compañía que todos nosotros, para probarse a sí mismo ante nosotros y nuestros clientes. ¡Todo un héroe anónimo! Se ganó nuestro respeto y mi cariño. Nosotros teníamos nuestras vidas y nuestros prejuicios, pero él solamente nos tiene a nosotros, o solamente a mí...

Y cuando ya yo divagaba acerca de la gran huella que Jorge dejó en el ciberespacio, el vicepresidente me interrumpió, en tono acusador:

- Todos nos percatamos de que él estaba muy tranquilo hasta ahora. Pero la conducta de usted es inexcusable, señora gerente.

Estuve entre creer que se burlaba de mí o me ofrecía ese título como reconocimiento formal, y aún eso lo puse en peligro con mi desenfreno.

- Señor VP, tiene toda la razón. Si quiere despedirme, adelante...

- No puedo hacerlo. No hay que desbandar a un equipo ganador.

El jefe puso cara de derrota, y hasta sonrió disimuladamente. Todos los empleados nos aplaudieron y hasta vitorearon. Me incliné a besar a mi Jorge, y así, disimuladamente, enderezar nuestras ropas. El amor, en todas sus manifestaciones, triunfó.

No se tomaron represalias, aun cuando ya ni él ni yo nos cohibimos más para demostrarnos nuestro afecto, total, ya nadie allí se ha vuelto a escandalizar por nuestra pasión. Con un ingreso seguro, la carga de trabajo se suavizó, y a veces, algunos hasta podíamos atender nuestros asuntos desde nuestros hogares, por control remoto a través de la Internet. Y entonces "todos vivimos felices para siempre."

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