Rosa en la Playa

BETA PÚBLICA

Nota: Puede cambiar el tamaño de la fuente, el tipo de fuente y activar el modo oscuro haciendo clic en la pestaña del ícono "A" en el Cuadro de información de la historia.

Puede volver temporalmente a una experiencia Classic Literotica® durante nuestras pruebas Beta públicas en curso. Considere dejar comentarios sobre los problemas que experimenta o sugerir mejoras.

Haga clic aquí

Yo, siempre caballeroso, accedí a su petición, y mantuve precario control, empujando solo la punta, abriéndola un poquitín más cada vez, dejándola acostumbrarse a la sensación. El efecto de su vagina apretada en mi glande hacía el control cada vez más difícil, pero contuve las ganas de romper el sello.

Rosa empezó a gemir de nueva cuenta. "Eso. Sigue así. Me gusta." indicó entre jadeos. Mis empujes habían dilatado la entrada lo suficiente para permitirme meter el glande entero, y sentir de nueva cuenta la barrera de su virginidad. El sentir la membrana contra mi glande me hizo pasar el umbral de no retorno y a duras penas logré mantener la postura al desencadenarse mi primer orgasmo. Empecé a eyacular. Rosa me observo sorprendida mientras oleada tras oleada me hacían jadear, y a cada espasmo soltaba un chorro de semen en el umbral de su canal estrecho.

Cuando acabé de correrme me recosté sobre su pecho, intentando recuperar el aliento a bocanadas. Ella me abrazó y relajó las piernas, bajando las rodillas, haciéndome abandonar el templo ante cuyo portal aún cerrado acababa de entregar mi primera ofrenda.

Luego de un minuto de reposo me incorporé primero en mis codos y luego en mis rodillas, para poder evaluar el resultado del encuentro. Esperaba encontrar la vulva y las nalgas empapadas con mi semilla, puesto que la penetración había sido sólo superficial, pero al separar sus muslos y asomarme entre ellos me sorprendió ver solo un delgada línea de semen escurriendo entre sus nalgas. No podía ser eso todo el producto de mi corrida, había yo soltado al menos una docena de chorros.

Al parecer la excitación y la postura habían facilitado que al correrme inyectase la semilla en ella, en lugar de hacerla escurrir por los bordes. Quizá hubiese yo hallado una apertura en su himen justo alineada con la punta de mi instrumento. En fin, ya veríamos cuánta de mi corrida había logrado entrar dentro de aquella flor, aun sin ser abierta.

Curioso impregnar a una mujer sin desvirgarla. Tal vez fue así como dios padre se encargó del asunto de María...

En fin. Bienvenidas nuevas experiencias.

Por otro lado el semen contiene, además de espermatozoides y nutrientes, un complejo cóctel de hormonas y proteínas que funcionan como señales reguladoras en el cuerpo de la hembra, tranquilizando y relajando el cuerpo. Una mujer en contacto regular con el semen se halla con las emociones más estables que otra a la que le falte. Es fácil notarlo. Así que Rosa podría ya sacar beneficio de su primer contacto con la semilla del hombre, sin haber pasado aún por el pequeño trauma de la primera penetración. Aún.

Rosa empezó a incorporarse. "Ya pasó?" Preguntó, "No me ha dolido! Yo pensaba que iba a ser más... Más..."

"No he entrado todo aún, mujer, esta vez ha sido para ti, para que sepas de qué se trata, antes de que me recibas por completo."

Rosa quedó por un instante desconcertada. Luego una chispa de comprensión le iluminó los ojos. Le temblaron los labios y los ojos se le llenaron de lágrimas. "Gracias" Sollozo. "Ya puedes entrar, si quieres, no me importa que duela."

"Paciencia, chiquilla, todo a su momento." La rodeé con mis brazos y la atraje hacia mi pecho acariciándole el cabello. Ella me abrazó de regreso y me besó el cuello. Luego se separó de golpe.

"Dios santo, que me mojo!" Parándose, un poco temblorosa, dió un paso atrás y se arremangó la falda abriendo las piernas. De su vagina fluyó un grueso chorro de semen, salpicando la arena.

"Que cantidad!", dijo, luego volteo a mirarme con una sonrisa picarona. "Te has corrido en mí! Sin lastimarme!"

"Cierto de toda verdad."

Fastidiosa, arrugando la nariz, torció la falda, entorchándola en su cadera y la hizo nudo, dejando sus piernas y sus nalgas al descubierto. "No quiero que se moje." Dijo. Luego agregó, "Este lugar ya estuvo bueno, vamos a caminar un poco y hallar otro lugarcito y a ver si allí ya me haces tuya."

Me puse en pie, y decidí quedarme sin el short, para poder caminar igual que ella, con el culo al aire, si no ahora, cuándo? Enrollé manta y short y me acomodé todo bajo el brazo. Me incliné un poco por la cintura. "A sus ordenes, mi princesa".

Ella soltó la risa, recogió su camisa y bikini pero en lugar de ponérselos sólo se los enredó en la mano, me dio la otra mano y empezamos a andar hacia el mar, hasta llegar a la primera línea de espuma, y luego seguimos la costa, caminando lento. En el ambiente purísimo en que nos hallábamos, la mujer con el torso desnudo y las nalgas adornadas por la falda anudada a la cadera, con la luna brillando en la piel clara de su vientre, en los pezones oscuros, chispeando en sus ojos, me pareció de pronto una criatura mitológica, una diosa marina que se hubiera dignado a agraciar la playa con su belleza. Se me cortó el aliento en la garganta al verla caminar, orgullosa, libre, casi desnuda, siguiendo el contorno caprichoso que dejaba el mar al abandonar la arena, y luego volver.

Podía ver ante mis ojos el cambio precipitado por esta primer experiencia. La mujer florecía bajo la luna.

"Me has llenado cantidad," me hizo saber, "me sigue escurriendo por los muslos." Separó un poco las piernas y pude ver líneas de humedad corriéndole por la cara interna de los muslos.

"Enhorabuena!" Le contesté. "Todo parece indicar que funciona de la manera correcta."

Rosa solo me miró del lado con una sonrisilla. Luego fijó su atención en mi entrepierna.

"Así que éste es el que me tiene los muslos mojados," dijo. Deteniéndose frente a mí, se arrodilló y tocó mi pene, por el momento dormido y flácido. "No parece tan peligroso." Su mano acunó mis testículos. "Qué suaves son!" dijo. Luego levantó el pene entre los dedos y miró la punta. Tales atenciones pronto hicieron correr la sangre hacia el lugar en cuestión, y a pesar de recién haber descargado ambos reservorios, latido a latido empezó a alzarse mi instrumento. Al verlo adquirir grosor y longitud, Rosa abrió los ojos preocupada.

"Uy, que se pone grande!" Y luego de unos segundos, ya ante el miembro totalmente enhiesto, "Todo esto me vas a meter? No me vas a lastimar? Es normal?"

"Perfectamente normal," le aseguré. "Sólo que para entrar tiene que romper la membrana de tu virginidad."

Rosa pasó saliva, nerviosa.

"Sólo si quieres", dije, "Y es un momento, lo que toma pasar la barrera."

Alzándose, Rosa me echó los brazos al cuello. "Quiero." susurro en mi oreja. "Ven, creo que por acá es donde."

Nos alejamos un poco de la orilla del mar, hacia donde algunos arbustos coronaban dunas bajas. Rosa encontró una depresión entre dos dunas. Tres arbustos marcaban un área plana y relativamente protegida. Rosa me llevó al centro, miró alrededor, aprobando. "Extiende la manta" dijo.

Mientras yo extendía la manta Rosa se desanudó y quitó la falda de la cintura, y dejando caer la camisa que llevaba en la mano, quedó totalmente desnuda. Se acostó en la manta, mirando el cielo. La noche había despejado las pocas nubes, dejando ver miles de estrellas y la luna ya de bajada. "Es buen lugar, puedo ver el cielo, y esos arbustos parece que nos protegen."

Me acosté junto a ella, y miré a mi vez el cielo. Sabiéndola mía, de pronto no tenía yo prisa alguna en clamar mi victoria final en ese cuerpo perfecto que yacía junto a mí.

Rosa volteó hacia mí, recargándose en un codo para mirarme. Girando un poco hallé sus labios con los míos, dando inicio al encuentro final. De esta no sale con el himen intacto, pensé mientras introducía mi lengua en su boca, y empezaba a recorrer su talle con una mano.

Rosa suspiró sin separarse de mi boca. Sentí su cuerpo plegarse al mío, sus senos firmes apoyar en mi costado, uno de sus muslos subir sobre el mío. Si así le parecía correcto, por mi perfecto. La hice montar sobre mi torso. Ella subió las rodillas para poder incorporarse sobre mí, apoyando las manos en mi pecho, y movió las caderas hasta atrapar mi erección entre los pliegues de su sexo, apresándola contra mi vientre.

Levanté mi cabeza para poder chupar uno de los pezones morenos que tenía ante mi rostro, y mientras chupaba empuje un poco, frotando mi erección entre los labios de su vulva. Rosa jadeó, y quiso emular mi movimiento, buscando hacer que el estímulo de mi erección alcanzase su clítoris. Soltó el primer gemido.

Dejé el pezón que chupaba para apoderarme del otro, y la agarre por las nalgas para dar soporte a mis empujes. Pronto sentí la excitación de Rosa correr, lubricando abundante el órgano que habría de recibir. La jalé un poco hacia mi, hasta sentir con el glande el umbral de su vagina. Con una mano corregí el ángulo de ataque para dirigir mi glande hacia el anillo apretado. Rosa perdió el aliento en un jadeo al sentirme empujar en ella, y se acostó sobre mi pecho, facilitándome el acceso a su vientre. Volví a empujar. Esta vez la entrada que ya había yo estimulado antes se dilató pronto, y mi glande entró del todo. Rosa empujó con los brazos en mi pecho y se levantó, hasta quedar erecta sobre mi torso, con mi pene alojado en su entrada. Lentamente dejó caer su peso sobre mi erección. Sentí mi pene entrar en ella hasta dar con el himen. Rosa sintió también el bloqueo, pues con un gesto de dolor se detuvo, se levantó un poco y quiso volver a bajar. Sentí el himen tensarse contra mi glande, pero aun sin ceder.

Rosa volvió a gemir, frustrada. Luego subió otra vez, desalojándome de su vagina, y desmontó de mi cadera, hincándose junto a mi.

"Duele," dijo, "no me cabe."

Me incorporé y la hice acostarse sobre su espalda, le subí las rodillas a los hombros y le abrí los muslos lo más posible, exponiendo su sexo, facilitando la apertura de sus labios menores. Antes de montarla me incliné entre sus piernas y le di a toda la vulva un par de largas lamidas, saboreando el flujo salino, rodeando el clítoris erecto con la punta de mi lengua. Rosa suspiró gozosa, y ante la insistencia de mi lengua en su clítoris empezó a dar suaves gemidos.

Incorporándome me acomodé entre sus piernas. Con una mano dirigí mi falo hacia la entrada, deslizándolo en la ranura hasta sentir mi glande dar con el lugar correcto. Empujé un poco, entrando en el vestíbulo hasta dar con la barrera. Hay que calentarla un poco más, pensé, y empecé a estimular una vez más los pocos centímetros que había logrado ocupar, sin forzar el himen. Sentí las manos de Flor en mis nalgas, urgiéndome a entrar más en ella.

"Toma aire," le dije.

Rosa inhalo profundo y cuando la sentí llena, ataqué la barrera con una arremetida firme, empujando mi pelvis con todo el peso de mi cuerpo. Sentí la membrana tensarse contra mi glande y finalmente desgarrarse, y logre hacer entrar un par de centimetros más, además del glande. Rosa gritó al sentir la invasión, y su cuerpo se tensó por un momento.

"Duele! Duele!" sollozó cuando pudo jalar aire.

La vagina se cerraba apretada en torno a mi pene como un puño, de forma casi dolorosa. "Respira, respira, ya pasa" le murmure en la oreja. Rosa inhalo temblorosa y yo aproveche el momento para empujar otra vez. Con el segundo empuje logre hacer entrar un par de centímetros más. Rosa volvió a gritar de dolor. "Duele! Espera!" Lágrimas le corrían por ambas mejillas.

"Ya esta, ya esta." Susurré. Me retiré, lentamente sacando mi pene hasta quedar solo con el glande en la entrada, y luego di un nuevo empellón, esta vez logrando introducirme en ella por completo. Rosa soltó un tercer aullido ante la nueva invasión.

Habiendola conquistado, me mantuve en ella sin moverme, insertado profundamente en la vagina recién abierta. Rosa gemía suavemente, negando con la cabeza. Aguardé unos segundos para dejar pasar el dolor inicial, dejarla acostumbrarse a la nueva sensación de tenerme adentro.

"Ya pasó," dije besando sus lágrimas, "Ya estoy adentro."

Rosa dejó de gemir tras un momento, y bajó la mano al lugar de nuestra unión, para sentir con los dedos en dónde mi pubis apoyaba en el suyo, tocando la base de mi pene y los labios de su vulva que dilatados rodeaban su vagina llena.

Soltó un gran suspiro, y logró invocar una pequeña sonrisa. "Pero que friega me he llevado", comentó. "Te gusta?" dijo mirándome a los ojos.

Por toda respuesta le di yo un pequeño empujón, estimulando las partes más internas de su vientre.

"Uff," soltó ella con un jadeo. "Me siento llena a reventar."

Me empecé a retirar sacando lentamente mi instrumento de su apretado canal.

"No te vayas!", dijo," deja que me acostumbre, ya me esta empezando a gustar..."

Complaciente, volví a entrar en ella, arrancándole un gemido, aún más dolor que placer.

Cuando di con el fondo, empuje aún un poco más, haciendo presión con mi pubis sobre el de ella, para activar el tejido elástico de su vagina. Comencé a moverme con un ligero vaivén, sin salir, solo empujando su pubis con el mio y retirándome a penas. Rosa buscó entonces acomodarme de la mejor manera, moviendo su cadera, subiendo las rodillas aún más hacia sus hombros. Me retiré de ella casi por completo, hasta quedar solo con el glande entre los labios de su flor ya abierta, y lentamente volví a penetrarla. Esta vez el gemido que dio fue más gozoso, y sentí su vagina pulsar un par de veces. Repetí el movimiento.

"Si!" dijo con una nota de triunfo,"Te siento en mi!"

El siguiente empuje fue un poco más fuerte, y en vista de que no reportó queja, aumenté paulatinamente el ritmo, haciendo movimientos largos, recorriendo toda la longitud de su canal, empezando con el glande apenas en su entrada, y siguiendo hasta hacer que mis testículos dieran con sus nalgas.

"Uff," dijo de nueva cuenta, "Ya entiendo. Ya soy tuya. Te gusta?"

"Me encanta!" Con este último juicio di rienda suelta a mi deseo y abrazándola contra mi pecho aumenté el ritmo. En un momento estaba ya bombeando mi pene entero en ella sin reserva alguna.

Flor quiso rodear mi cintura con sus piernas, pero el movimiento de mi cadera empujando en ella no le permitió mantener la postura. El movimiento hizo que gimiera de gozo, sus gemidos se tornaron más fuertes, hasta que con un gorjeo mezclando risa y jadeos de placer empezó a correrse.

Su vagina pulso con las contracciones del orgasmo y su cuerpo abandonó todo ápice de control, declarando a viva voz la culminación alcanzada bajo el estímulo enloquecedor, manteniéndome profundamente insertado en ella, cubriendo su cuerpo, alcanzando los rincones más internos de su vientre.

Frene un poco para dejarla navegar su orgasmo, alentándola con movimientos largos a mantener lo más posible el estado de gracia. Cuando sus temblores y risas empezaron a amainar, me separé de ella, sacando mi herramienta de su canal empapado y caliente. Estaba un poco adolorido luego de abrir el estrecho canal, pero el ejercicio me había ido acercando al punto de mi segunda corrida. No habría de cejar en el empeño sino hasta llenarla con lo que quedaba aún en mis nobles depósitos de esperma.

Al sentirme abandonarla, Rosa bajo las piernas y las estiro, con una mueca de dolor. Tomándola por la cadera la hice voltearse sobre la panza, y luego alzar las nalgas hasta quedar apoyada en las rodillas, con el pecho en la manta. Le acaricié las nalgas un momento, separando sus muslos lo más posible, haciéndola levantar más el trasero. Colocándome tras ella, me guié con la mano para volver a penetrarla. Seguía estrecha y firme, pero había lubricado tanto que un par de empujones me permitieron reconquistar el fondo de su vientre. Tomándola por la cintura le di una nueva arremetida empujando sus nalgas. Ya estaba yo cerca de mi propio clímax, así que abandonando toda reserva enfoqué mi esfuerzo en la carrera final. Rosa, acostumbrándose pronto a contenerme en ella, acomodó su cabeza entre sus brazos, jadeando con suavidad, dejándome hacerme dueño y señor de todos sus atributos. Aumenté el ritmo, admirando la curva deliciosa de su cintura y sus nalgas, sintiéndome entrar profundamente en cada empuje, expandiendo su vagina estrecha. Cuando sentí mi orgasmo desencadenarse desde mi vientre, empujé con fuerza aplastando sus nalgas con mi pubis para mantenerme bien adentro al momento de empezar a eyacular. Sentí oleada tras oleada contraer mi pelvis y mis nalgas, soltando con cada una un chorro de semen en el vientre aterciopelado y tibio de Rosa, quien correspondía a mis empujes con ligeras contracciones dándole absoluta plenitud a mi orgasmo.

Finalmente acabé de vaciarme, y para no colapsarme sobre ella, la hice tenderse de costado, junto conmigo, aun sin separarnos. Quedamos de lado, como dos cucharas, recuperando el aliento, sintiendo las últimas contracciones de su vagina mientras iba yo perdiendo la firmeza, hasta que un apretón me saco del todo.

Me volteé para quedar sobre mi espalda, y Rosa giró para acurrucarse en mi hombro. Pasó un buen rato mientras nuestra respiración regresaba a su ritmo natural. Antes de que me venciera la modorra, me incorporé, y Rosa se levantó conmigo. Nos miramos un momento, y luego la abracé y la besé en la boca. Ella, con rodillas temblorosas, se colgó de mi cuello mientras me correspondía el beso.

Se separó de pronto. "Espera..." Dio un paso atrás y abriendo las piernas, separo con sus dedos los labios de la vulva, dejando escurrir varias gotas de fluido lechoso.

"Quisiera secarme..." dijo.

Yo usé mi playera para secar la humedad que le corría por los muslos y apoyé suavemente en su vulva mojada. Al retirar la tela pude notar una ligera huella oscura de sangre. Ella me dió una sonrisa a cambio del servicio.

"Puedes caminar?" pregunté.

"Duele un poco. Si me ayudas, voy."

Recogí la manta y rodeándole el talle con mi brazo caminamos lento de regreso a que nuestros pies tocaran el mar.

"Cuando te corriste esta segunda vez, pude sentir como... Eyaculabas. Estabas bien, bien adentro de mí, y sentí cada chorro, cada impulso." comentó.

"Fue una delicia llenarte." Contesté, "tienes un cuerpo delicioso."

Caminamos de regreso en silencio, escuchando el ruido de las olas. La luna se puso y la noche negra apenas se dejaba iluminar por las estrellas. Las crestas fosforescentes de la espuma en la arena dibujaban pálidos arcos frente a nuestros pies.

Nos habíamos alejado bastante, y tardamos un rato en regresar a las palapas. Todo estaba tranquilo, no quedaba nadie a la vista. Nos besamos largamente antes de separarnos, y volver cada cual a su respectivo grupo.

Le di la siguiente noche para recuperarse. Caminamos juntos, pero ella reportó incomodidad, así que dejando claro que no íbamos a copular, pude gozar de su cuerpo fresco con mi boca y mis manos, y logré hacerla correrse un par de veces en el proceso.

Me gustó poder hacerla perder la cabeza y gozar sin inhibirse, me dio buenos puntos poder satisfacerla aún sin penetrarla. A la noche siguiente quiso volver a dejarse montar, apenas nos hubimos alejado a prudente distancia del poblado.

Tardé cosa de tres días en ensancharla lo suficiente para poder introducirme en ella a mi gusto. Hallamos el acuerdo tácito de permanecer un poco separados durante el día, y juntarnos solo de noche, lejos de los otros.

Pude observar el ajuste de su cuerpo al ejercicio del sexo. Sus pechos, entrando de pronto a dar servicio cada noche, pronto perdieron la dureza inicial tomando forma más esférica, relajándose y suavizándose al ser chupados y ejercitados durante la cópula a lo largo de esos días.

Cambió su postura, su cuerpo halló un nuevo balance. Cambió su pisada y sus caderas acusaron un nuevo vaivén. La experiencia le alargó la sonrisa y adquirió esa mirada plena de la mujer que frecuenta el orgasmo.

Al tercer día hubo movimiento en su grupo y recibió en préstamo una tienda de campaña de alguien que se iba. Le ayudé a montarla, y ya bien entrada la noche, me invitó a hacer uso del nuevo espacio.

Insistió en desnudarme con sus propias manos, un poco torpemente, y luego quiso por vez primera chupar mi pene, con más entusiasmo que buena maña.