Salobre (Primer día)

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Poco a poco los de mantenimiento nos iban sacando del pasillo de las comidas. Gateábamos unos tras de otros como ganado hasta llegar a diferente corrales. Los de collar marrón entraban en uno, y los de collar negro en otros. Samanta dio con migo y enganchó la cadena en mi collar.

- Vamos, que Patricia te reclama!

Me alegré oír esas palabras y por fin salimos de esa nave.

Fuera esperaba Patricia sola. La vi emocionado e hice el amago de jadear como un perro privado por salir, pero otra visión a su lado me sorprendió. Habían carruajes preparados con clientes montados en ellos, y como si esperaran una ruta o una excursión, estaban siendo atendidos por los trabajadores de la nave los cuales enganchaban a los esclavos equinos en ellos.

Cuando ya Patricia tuvo el mango, yo besé esas deportivas marrones como si mi vida dependiera de ello.

- ¿Como está Toy hoy?. Mi lindo... , al suelo!

Mi espalda al suelo tan pronto llegó la orden y ella se agachó a acariciar mi vientre.

- ¿Has comido?. Mmmm! Pero que tenemos por aquí?

Cogió mi pene en erección y los movió de un lado para otro como si fuera una palanca de cambios. Disfruté sintiendo su puño cerrado y jadeé con la misma intensidad que los esclavos internos que había conocido. Mi lengua casi de forma automática salía a un lado de mi mejilla y me recogía de caderas por todo el suelo. Tenía la misma imagen desesperada que cualquier mascota del club.

- Ay, que linda colita!

Luego sus dedos presionaron la base para sacudirme el pene con energía. Goterones de excitación chocaban por todas partes. Pronto me soltó, y en sus dedos quedó un hilo seminal unido a mi glande.

- Ahgg!

Se tuvo que limpiar en mi vientre para luego levantarse y dejarme con la desesperación de un orgasmo.

- Vamos!.

El tirón de de cadena me obligó a colocarme a gatas y seguirla.

Volvimos a dar la vuelta a los solares, solo que esa vez tropezamos con mas caminantes y carrozas tiradas por esclavos. Lo mas sorprendente fue que algunos socios o adiestradores cabalgaban sobre los lomos de algunos esclavos. Iban mas lento por el rastreo de sus rodillas, pero permitía a los jinetes charlar por el camino.

Patricia hizo caso omiso a los paseantes y siguió con la instrucciones a golpe de fusta. No paraba de recordarme lo importante que era mi andar, la limpieza con la que tendría que contar y las maneras. Hizo que mi atención sea solo los pasos de sus deportivas. A penas un despiste, y mi culo recibía otra marca de fusta.

Al terminar de dar la vuelta, Patricia terminaba su turno. Yo ya estaba el doble de sucio, cargado de sudor y exhausto, ya no podía gatear mas, me dolía cada extremidad del cuerpo. Patricia me entregó a Samanta y esta me llevó de nuevo a la nave de los esclavos.

Una vez dentro, no me dejó en la jaula. Al final compartí hueco en un corral con otros esclavos mascotas que jugueteaban excitados a cada presencia del personal. Samanta me quitó el plug para que pudiera hacer alguna necesidad. Los demás esclavos ya no tenían plug en sus culos.

Volví a ver a la esclava de antes, y este me miró con los ojos abatidos antes de dar vueltas a mi alrededor. Supe que quería rozarse con migo y me quedé quieto a la espera de acontecimientos. La esclava tenía el pelo rapado como la mayoría de los esclavos. Estaba mas sucia que yo y su olor era insoportable. A veces cuando un trabajador del club pasaba por el pasillo exterior, los esclavos ladraban y jugueteaban dando piruetas para llamar su atención. Todos estaba muy excitados de vitaminas sexuales y la erección de los varones era una prueba mas. Sin embargo la esclava estaba oliéndome y no paraba de dar vueltas a mi alrededor. Yo también estaba excitado y decidí ver su trasero. A penas tenía tetillas pero su culo era digno de tocar con mi hocico. Unas nalgas que lucía un número gravado, el 235. Siete mascotas del corral tenía números diferentes, menos tres contando con migo. Me supuse que los que no teníamos números eran de propiedad, y con la misma están aquí recibiendo un curso avanzado para sus respectivos amos. Al final dejé que la esclava jugara con su lengua intentando atrapar mi erección. No podía usar sus manos enguatadas como las mías, pero disfruté quieto e inmóvil los lametones en mis genitales. Justo cuando parecía que iba tener un escape de orgasmo, un esclavo la apartó con ladridos de amenaza. Ella le enseñó los dientes, pero el esclavo fue a por mi. Me empujaba fuera de ella. Era como si fuera el jefe de la manada. No quiso que la esclava tomara mi sexo, y no me quedó mas remedio que parecer ausente ante los demás.

Me arrimé en una esquina mirando por los cuadros libres de la reja deseando salir. Y cuando pasaba una cuidadora ladraba y gemía en llantos, pero no me hacían caso alguno. Así la tarde fue cayendo hasta que el lugar se oscureció.

Me quedé allí hasta quedarme dormido.

Continuará...

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