Tarde de cine

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Un encuentro con un final inesperado pero posible
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Tarde de frío, lluvia finita pero tan helada que parece calarte hasta los huesos. Hacía más o menos una semana que mi marido había decidido cambiarme por un modelo más nuevo. Nuevo en años, pero seguramente no en kilometraje. En realidad todavía no sabía como sentirme: ¿deprimida?, ¿alegre?, ¿aliviada? o ¿apesadumbrada? La procesión todavía no había empezado y como estaban planteadas las cosas no quería pensar para nada en eso. El análisis profundo al que debía haberme sometido parecía esquivarme y sus razones tendría. En esas 168 horas de lo que consideraba una segunda oportunidad en mi vida no estaba dispuesta a perder el tiempo analizándolo.

Cuarenta y cinco con la apariencia de 38 --al menos eso era lo que me dicen mis amigas- alguna arruguita rebelde y unos pocos centímetros de más en mi cintura que me había prometido bajar con algunas sesiones de gimnasia que nunca me decidía a comenzar. Sin considerarme una mujer fatal puedo asegurar que mi vida se desarrolló dentro de los visos de normalidad para mi época, madre rígida en cuanto a las amistades masculinas y padre que se limitaba a asentir cada vez que mi vieja defenestraba a algún candidato con el que me veía más embalada que de costumbre. No era cuestión que la "nena" diera el mal paso y el honor de la familia quedara mancillado con un casamiento de apuro. Conociendo a mis tías y demás parientes, algunos lejanos, pero cercanos para ese tipo de acontecimientos, no me extrañaría en absoluto que se ufanaran en complicados cálculos trigonométricos para demostrar que la boda de la más chica de la familia obedeciera a razones "non sanctas". Quizás por eso cuando apareció Ricardo en mi vida --pariente lejano de uno de mis parientes lejanos- mi vieja suspiró satisfecha. Con su comprobable "pedigrí" la familia podía respirar tranquila y el cerco tendido a mi alrededor comenzó a aflojarse. Cuando dos años más tarde anunciamos el compromiso pareció que mi vida estaba encaminada, al menos eso creyeron todos, yo incluida.

La noche de bodas no resultó como lo esperaba, en realidad no sé que era lo que esperaba, pero seguramente no lo que sucedió. Ricardo, tan gentil y caballero --me abría la puerta de los taxis y me acercaba la silla cuando cenábamos afuera- pareció transformarse en una bestia apenas nos quedamos solos en el cuarto de hotel. Mi "limitada experiencia" quedó desbordada y no me quedó más que aceptar lo que sucedió a continuación. FRUSTRADA, NO PUDE EVITAR SENTIRME REALMENTE FRUSTRADA cuando "todo terminó" y se durmió sin siquiera darme las buenas noches. Aunque durante la luna de miel "mejoró un poco" nunca llegó a cubrir las expectativas románticas que mi mente había hecho germinar durante los últimos meses. Al mal tiempo buena cara solían decir, así que cuando regresamos y comenzamos nuestra vida en común traté de convencerme de que las cosas tenían que ser de esa manera y acepté mi karma. Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses y Ricardito como le dice mi mamá continúa resultando para el entorno el solícito marido que se desvive por mí. En realidad no creo que actúe como actúa porque sea un mal tipo, supongo que debe ser una cuestión genética, ya que es una réplica casi exacta de su padre, el tipo más bestia que llegué a conocer en toda mi vida.

Hijos no tuvimos, y nunca pude saber si la cuestión pasaba por él o por mí, porque ante la menor sugerencia de realizar un estudio de fertilidad su machismo innato y mal entendido afloraba como un volcán en erupción y como no quería llevar las cosas a mayores terminé por olvidarme del tema, para siempre.

Fueron 25 años de algún tipo de indiferencia que todavía no puedo definir, tardes de domingo de fútbol y salidas con amigos a los que nunca pude conocer. Horas extras que lo agotaban a tal punto que cuando llegaba a casa se duchaba, cenaba y se acostaba a dormir como si no existiera otra cosa en el mundo para una "feliz pareja". Hasta que un día todo se terminó.

-Esto no va más, yo no puedo vivir de esta manera, bla, bla, bla, bla...

Lo miré como si en realidad estuviera hablando con otra persona, porque lo único que podía inferir de su parrafada --más palabras de las que había intercambiado conmigo durante un cuarto de siglo- era que TODA LA RESPONSABILIDAD DEL FRACASO era absolutamente mía y nada más.

La lluvia se estaba convirtiendo en algo realmente molesto cuando distinguí el brillo de las luces de neón a menos de cien metros de distancia.

¿Por qué no? --me dije mientras enfilaba hacia ellas. Sin siquiera molestarme en mirar la cartelera saqué mi entrada y diez pasos más adelante ingresé al mundo de los sueños.

Sentada más a menos en la mitad de la sala me permití relajarme por primera vez en varios días. ¡Paz! --susurró mi mente llenándome de regocijo. Los avances de películas estaban terminando cuando lo vi entrar. Delgado, alto y aunque con sencillez, muy bien vestido. Rápidamente le calculé entre veinte y veinticinco años.

Su cabeza se volvió hacia donde estaba yo y sin vacilación comenzó a caminar en mi dirección. No puedo negar que el corazón me dio un vuelco y mi imaginación --sobre todo la parte romántica, aunque también algo del resto- se disparó como un cohete rumbo al espacio. Pero cuando en lugar de detenerse continuó caminando mi ánimo se fue a pique. La desilusión me duró apenas unos segundos. Yo estaba en ese lugar para ver una película no para jugar a las escondidas con un muchachito que por su edad bien podría ser mi hijo, ¡PERO NO LO ERA! --racionalizó mi sentido común sumiéndome en un estado de confusión momentáneo que deseché con un movimiento de cabeza. ¡FIN DE LA HISTORIA! --me dijo volcando toda mi atención en la pantalla.

Juro que no lo oí acercarse y cuando me habló casi ni me di cuenta.

-¿Perdón? --pregunté con un hilo de voz.

-¿Está ocupada? -- respondió señalando la butaca junto a la mía.

-No, no --dije retirando mi cartera.

-Muchas gracias --suspiró ocupándola con una gracia que me sorprendió.

Respondí a su sonrisa con otra sonrisa y me dispuse a ver el comienzo de la película cuando una vaharada del más espectacular perfume masculino invadió mis fosas nasales despertando ciertas fibras íntimas de mi ser que hacía mucho tiempo estaban adormecidas. Algo parecido a un sofocón subió por mi garganta y casi me ahogo al tratar de tragar lo que parecían ríos de saliva. Reprimiendo el impulso de volverme hacia él traté de mantener toda mi atención en la película, pero con el correr de los minutos y no pudiéndome mantenerme ajena a la presión que ejercía su muslo contra el mío claudiqué y le devolví la caricia.

Regocijo, excitación, en realidad no podría definir lo que pasó por mi mente, lo más importante es que sentí que volvía a estar viva. Mis ojos se encontraron con los suyos. Si digo que parecían invitarme al beso no miento en absoluto y cuando me lancé a recorrer la escasa distancia que nos separaba mi cartera cayó al piso.

Ambos nos inclinamos para recogerla y nuestros dedos se tocaron. Experimenté lo mismo que aquella vez que quise arreglar un enchufe y por error toqué el cable con corriente: Un sacudón y un hormigueo que se extendió rápidamente por mi cuerpo. Cuando nos levantamos nuestras cabezas quedaron muy cerca, demasiado. El perfume me llegó con una intensidad abrumadora y su aliento con sabor a menta y tabaco rubio pareció llenarme la boca. La boca que se me había secado como aquella vez que di mi primer beso. "Ahora o nunca"- me dije cerrando los ojos y adelantando la cabeza. Un dedo, fresco y delicado me detuvo a mitad de camino. Abrí los ojos y lo miré.

Una carcajada suave como el vuelo de las mariposas alcanzó lo más recóndito de mi cerebro y creí morir de vergüenza por segunda vez en pocos minutos.

-Todavía no --susurró acercando sus labios a mi oreja derecha.

No sabiendo que hacer con mis manos busqué en la cartera y saqué un paquete de caramelos. En ese instante su mano se cerró sobre la mía y creí morir. Atontada, emocionada y quizás vaya uno a saber que más sentí en esos momentos lo observé quitándole el envoltorio a uno de ellos y llevarlo luego a mi boca. Después de cuarenta y cinco años de vida acaba de descubrir el significado de la palabra éxtasis.

-¡Estoy enamorada! --me dije. Toda mi vida anterior había perdido significado y sin poder contenerme más lo besé.

El resto de la película quedó en el olvido mientras encontraba refugio en los brazos de mi tierno amante. Cuando salimos del cine la lluvia había parado y caminamos en silencio. Las calles desiertas fueron testigo de nuestra acalorada pasión y no me avergüenzo de ello. Cada portal se convertía en refugio temporal de nuestros cuerpos ardientes y enfebrecidos, hasta que... le pregunté su nombre.

-¿Para qué quieres saberlo? --dijo con voz algo ronca, como si estuviese resfriado.

-Necesito saber con quien voy a casarme --respondí con toda naturalidad.

-¿Estás segura?

-Segurísima --susurré apretándome contra él.

-Marcela --respondió con un suspiro- Marcela Rodríguez --finalizó sin impostar la voz.

No me acuerdo si tomé un taxi, subí un colectivo o sólo corrí hasta mi casa.

Ya pasaron dos días y todavía no puedo apartarlo a "él" de mi mente. Un papelito que encontré en mi cartera tiene un número de teléfono escrito con la más pulcra caligrafía femenina. No me quedan dudas de a quién pertenece pero me siento tan confundida que me cuesta muchísimo tomar una decisión.

¿Tú que harías?

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  • COMENTARIOS
Anonymous
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1 Comentarios
AnonymousAnónimohace alrededor de 16 años
Una historia muy bien llevada

Tal como te dije me sorprenden tus cambios de temática en forma tan eficiente -esa es una muy buena manera de definir lo que haces.

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