Yo soy Betty, la fea (I)

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Las chicas de Ecomoda empiezan a conocerse mejor.
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- ¿Dónde me llevan, muchachas?

- Ya verá como le fascina, Aura María.

- Sandra tiene razón, mi hija. Ya verá como le va a gustar.

Mariana y Sandra llevaban por los pasillos de Ecomoda, una de cada brazo, a la intrigadísima Aura María. ¿Cual sería el secreto que sus amigas se disponían a contarle? ¿Tendría algo que ver con el gran bolso que Sandra acababa de coger de debajo de la mesa de Mariana?

Esta misma tarde le habían dicho que se quedara después que todos se fueran, pues iban a darle una sorpresa. Ahora ya había pasado la hora de cierre, y las luces estaban apagadas. Llegaron a la sala de juntas, abrieron la puerta, entraron y volvieron a cerrarla. La oscuridad era ahora total, pues en la sala de juntas no había las luces de emergencia que iluminaban tenuemente los corredores.

- Enciendan la luz, no veo nada.

- Espere un poco, mi hija, que ahora es cuando viene la sorpresa.

Aura María le oyó reirse por lo bajo, y también un ruido como de ropa. “Querrán mostrarme unos vestidos nuevos, eso es lo que llevaban en el bolso”, pensó.

- Ya estuvo, mi hija, ya puede prender la luz.

Aura María se dirigió al interruptor y lo accionó. Pero la sonrisa que se dibujaba en sus labios se heló cuando, al girarse, vio a Sandra y Mariana completamente desnudas frente a ella. Se quedó quieta, con los ojos muy abiertos, al tiempo que el corazón se le disparaba. Pensó por un momento en marcharse, pero algo en su interior la impulsaba a permanecer allí. Algo, lo mismo que le impedía apartar la mirada de los hermosos cuerpos de sus amigas. Al principio le sorprendió comprobar que los pechos de Sandra eran casi tan grandes como los suyos, pero enseguida cayó en la cuenta de a Sandra no le gustaba exhibirse y por eso iba siempre mucho más tapada que ella. Los de Mariana eran más pequeños, casi de niña, pero con unos pezones tan erectos que su sola visión provocó en Aura María un súbito endurecimiento de los suyos bajo el tenue vestido, al tiempo que una gotita empezaba a humedecerle las bragas. Por eso, cuando Sandra y Mariana avanzaron hacia ella y la tomaron cada una de un seno, Aura María no se resistió.

Pronto sintió en sus labios los labios de Sandra. Primero la besó suavemente, y fue aumentando poco a poco la presión y la pasión hasta que Aura María entreabrió por fin sus labios y dejo entrar en su ansiosa boca la lengua de su amiga. Mariana, entretanto, la iba desnudando, y cuando la dejó sólo con las bragas se puso a chuparle los pechos. Se metía en la boca todo lo que podía (era imposible meterse entera la tremenda ubre de Aura María) y succionaba, luego iba estirando hasta que se casi toda la teta se le salía de la boca y le quedaba sólo el pezón, que entonces apretaba entre sus labios y acariciaba fuertemente, de un lado a otro, con la punta de la lengua. ¡Qué placer! Primero un pecho, después el otro, y vuelta a empezar. Aura María se dejó llevar por la situación, tan nueva y tan extraña para ella, y apenas se dio cuenta de que la subían a la mesa de juntas y le hacían recostarse de espaldas. Instintivamente, levantó las caderas para que le quitaran las bragas, pero de repente quedó paralizada al ver que Sandra se subía a la mesa y se ponía de pié sobre ella, con una pierna a cada lado.

- ¡Ay mamita, qué quiere hacer! ¡Yo no sé hacer eso, nunca lo hice!

Sandra no dijo nada. Simplemente se agachó, mirándola a los ojos, y se sentó sobre su cara, apoyando las rodillas a ambos lados de su cabeza. La boca de Aura María quedó aplastada bajo el sexo caliente y humedo de su amiga, y un olor embriagador a hembra salvaje inundó sus sentidos. Ni siquiera pensó en cómo habría que amar a otra mujer, en cómo le gustaría a ella que le dieran placer. Su lengua pareció cobrar vida propia y se puso a descubrir, al principio timidamente, como probando con la puntita, y después entrando hasta el fondo, a cada rincón hasta donde podía llegar, este maravilloso regalo que su amiga le hacía.

Pronto tuvo ayuda. Un estremecimiento que partió de su propio sexo y recorrió su cuerpo de punta a punta le hizo tomar conciencia de que Mariana también le había quitado las bragas y ahora estaba allí, abajo, entre sus piernas, chupándoselo, comiéndoselo, metiéndole la lengua. Era ella, sí, era su amiga Mariana la que estaba pasando y repasando por los pliegues de su sexo, abriendo zonas que nadie había descubierto todavía. Era ella, Mariana, la que tocaba con la punta de lengua su clítoris henchido y lo acariciaba tiernamente de un lado a otro hasta hacerla enloquecer. Era ella, su mismísima amiga, la que le metía la lengua tan adentro, la que le estaba dando tantísimo gusto.

Aura María intentaba copiar en Sandra lo que Mariana le iba haciendo a ella, y resultó ser muy buena alumna: la larguirucha empezó a gemir apagadamente y a moverse rítmicamente sobre su boca, adelante y atrás, adelante y atrás, y enseguida buscó las manos de Aura María y se las trajo a sus propios senos, estrujándoselos y amasándoselos a través de las manos de su amiga. Los jugos de Sandra se derramaron en la boca de Aura María, que disfrutó por primera vez de esta nueva golosina, al tiempo que la amazona aceleraba el ritmo de su galope y gritaba cada vez más fuerte, cada vez más fuerte, cada vez más fuerte, hasta estallar.

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