Álgebra 03

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Amanda aprende.
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Parte 3 de la serie de 3 partes

Actualizado 06/07/2023
Creado 05/28/2015
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Álgebra III -- Amanda.

Cuando María me leyó el mensaje que acababa de recibir esa mañana, supe que mi vida estaba por dar un vuelco.

"La segunda lección, para acabar de resolver dudas, puede ser hoy, en esta dirección ..." ponía el e-mail del profe de álgebra, a quien María admiraba tanto, y quien la había desvirgado en su oficina la tarde anterior. No era precisamente la circunstancia que habría esperado yo para descubrir el funcionamiento de mi propia vagina, pero tenía la ventaja de poder ver a mi amiga en acción antes, para entender la mecánica del asunto, y bueno, luego estar acompañada en el proceso. Pocas mujeres cuentan con una aliada a la mano al momento de descubrir el funcionamiento de su sexualidad.

María subió los ojos a mi cara. "Quieres intentarlo de una vez?"

Descubrí un nudo en mi garganta, que me impedía pasar saliva. Tras carraspear, con voz ronca logré contestar "Me lo compartes?"

María asintió muda.

Tras responder y hacer cita nos pusimos en camino.

Al abrir la puerta Santiago, el profesor de álgebra, acusó desconcierto. La aparición inesperada de una mulata acompañando a su nueva conquista le hizo dudar. Pero María rompió el bloqueo al pararse sobre las puntas de los pies y besar a Santiago en la boca. "Amanda también quiere ponerse al corriente", dijo en voz baja, "luego de que le conté sobre la lección de ayer".

Santiago, visiblemente sacudido, se retiró un paso y nos dejó entrar.

Yo había tomado un curso con él el año anterior, había tenido trato cortés, pero reservado. Ahora que María estaba ofreciéndome a él, sentí una revoltura de miedo, ligera angustia, y hormigas en el cuerpo. Noté una oleada de calor subirme por el vientre, cosquilleando, haciendo que mis pezones se endureciesen. Mi cuerpo reaccionaba ante la posibilidad del encuentro.

"Primero Amanda quiere ver una clase, para saber si le viene", María dijo tras cruzar el umbral. "Luego ella decide."

Santiago cerró la puerta tras nosotros y nos hizo pasar a la sala. Sentí la mirada del profe revisarme de arriba a abajo, recorriendo mis piernas, apreciando mis caderas anchas, deteniéndose en mis senos abundantes, notando los pezones erectos bajo la tela.

Nerviosa, movía yo mi peso de un pié a otro, frotando las manos sudorosas en mis muslos.

María sacó sus papeles, e, increíblemente, quiso retomar la lección justo donde la había dejado la tarde anterior, antes de tirar la goma y mostrarle el mensaje escrito en medio de sus muslos abiertos a Santiago.

La confusión evidente en Santiago me hizo soltar la risa, y con esto se rompió la tensión que endurecía el aire como un cristal. Santiago tuvo que reírse también. Tomando el asunto al vuelo, se sentó junto a María y con un descomunal esfuerzo logró enfocar su atención en los papeles de María.

Les tomó unos buenos veinte minutos, sentados ante la mesa de la sala, cubrir el material que María quería revisar. Yo, nerviosa, ocupé el tiempo para mirar el lugar y tratar de evaluar cómo iría a pasar el asunto. Santiago había logrado responder con coherencia, pero empezaba a sudar y las manos casi le temblaban.

Finalmente María cerró su libro de golpe, dando por terminada la introducción a la clase. Se levantó, pero sólo para volverse a sentar en las piernas de Santiago, montándolo de frente.

Empezó a besarle el cuello.

Una hora más tarde tenía yo una idea bien clara sobre lo que me esperaba cuando me llegara el turno de enfrentar al hombre. El momento se aproximaba rápidamente.

Terminado el encuentro María habia quedado echada de espaldas en la cama de Santiago, entre las sábanas revueltas y mojadas, adormilada, con las piernas abiertas, la vulva escurriendo un grueso hilo de semen que corría entre las nalgas, formando una gran mancha de humedad en la cama. Santiago se había sentado en un sillón junto a la cama, aun jadeante, desnudo y sudoroso, con el miembro mojado perdiendo la hinchazón en ligeros pulsos. Volteó a verme, expectante.

El encuentro me habia parecido un poco indignante, ligeramente brutal. Santiago se había apoderado del cuerpo de María y lo habia usado para su absoluto deleite y beneficio, dejando que su amiga obtuviese el placer que pudiera en el proceso. María, contenta con dejarse llevar, había cedido las riendas temprano en el encuentro, otorgando a Santiago permiso absoluto sobre su cuerpo y atributos. De inicio había sido suave y excitante, Santiago empezó desnudando el pecho a María y chupando goloso los pezones rosados, luego la hizo levantarse para poder bajarle la falda y los calzones, y tras llevarla y acostarla en la cama le separó los muslos y fue directo a beber el néctar de la flor escondida, que pronto abrió sus pétalos rosados y produjo abundante sustento. Luego se detuvo para examinar a detalle los labios menores y el clítoris prominente, y separando un poco las nalgas, revisar la entrada de la vagina. El efecto de la lengua en la vulva arrancó a María los primeros acordes de placer.

Santiago se desnudó sin parsimonia, mostrando una erección dura y palpitante e hizo a María subir las rodillas al pecho y abrir los muslos. Sosteniéndose en vilo sobre ella para darme un buen cuadro, guió su miembro con la mano, deslizando el glande a lo largo de la vulva de María hasta dar con la entrada. Yo, sentada en una silla al pie de la cama, vi azorada como el ancho glande de Santiago se abrió paso ensanchando los pliegues de la vulva y desapareció dentro de María, arrancándole el en proceso un fuerte gemido de gozo.

Santiago se mantuvo quieto por un momento, y luego empezó a dar empujones cortos, sacando el glande del todo, y haciéndolo entrar apenas entre los labios. Tras unos instantes María soltó un gemido frustrado, agarrando las nalgas de Santiago, y dijo "ya, mételo ya!". Santiago se separó de María para volver a lamerle la vulva, ahora hinchada y lubricando abundantemente, retomó la postura sobre ella, encontró la entrada y esta vez empujo lentamente dejando caer su peso. Atónita vi el enorme falo desaparecer por completo en mi amiga.

María pareció no resentir la invasión de aquel instrumento, cuan largo y ancho era. Al contrario, echando la cabeza para atrás y cerrando los ojos soltó un largo suspiro acusando placer y alivio.

Ese fue el punto en el cual perdí el aire romántico del acto, la clara imagen ante mí me obligó a enfocarme en el aspecto técnico de la cobertura de una hembra receptiva y dócil por un macho de la especie humana en plena potencia.

Santiago empezó a mover las caderas, entrando y saliendo de Flor en cada empuje. Inició con cadencia lenta, pero pronto fue acelerando el ritmo, hasta que cada embiste empujaba a María haciendo temblar la cama.

Los suspiros de María, siguiendo la cadencia del pene que la empujaba, fueron haciéndose más fuertes, cambiando a gemidos, y estallaron de pronto en una media risa gozosa.

El efecto al oír correrse a mi amiga liberó una corriente de excitación en mi cuerpo que me hizo sofocar. Note mi entrepierna mojada, mis senos tensos y mis rodillas temblorosas. Mi propia respiración se había vuelto jadeante y hallé mi mano inconscientemente frotando mi monte de venus.

Santiago redujo un poco el ritmo al sentir el orgasmo de María, y cuando amainó se separó, para hacerla girar y quedar de rodillas en la cama. La hizo agacharse hasta que sus pechos tocaron la sábana frente a ella, y su trasero quedó alzado al aire, accesible. Santiago se arrodilló tras ella, y separó las nalgas con las manos, exponiendo la vulva hinchada. levantando una pierna me permitió ver por debajo como volvía a introducirse en ella y empezaba a bombear, sus testículos golpeteando sobre el pubis de mi amiga en cada empuje.

Pronto volvió a acelerar el paso, dejando impresa en mis retinas la imagen del macho beneficiándose sin reserva alguna del cuerpo de mi amiguita. Empezó a sudar, le escurrieron líneas de humedad de la frente y del cuello. Sin alterar el ritmo frenético, le dio de pronto a María una sonora nalgada, dejando una marca roja de alto contraste en el trasero pálido. Luego se inclinó para alcanzar los senos colgantes, y acunándolos con las manos los uso de soporte mientras continuaba estimulando los rincones más recónditos de la vagina que habia conquistado. María alcanzó entonces su segunda cúspide. Todo su cuerpo se estremeció y temblando sus nalgas empezaron a contraerse rítmicamente, al tiempo que soltaba su media risa. Los espasmos del clímax de mi amiguita debieron de gustarle a Santiago, porque amainó un poco el empuje mientras María se dejaba correr a todo volumen.

Retirándose del trasero de María, Santiago abandonó la vagina con un ligero ruido de succión. Luego, girando un poco el cuerpo, separó las nalgas de María con las manos, descubriendo la vagina dilatada y abierta que acababa de desocupar. Los labios hinchados de la vulva de María y el vello que podía ver estaban impregnados con un fluido lechoso, que adiviné sería de su propia fuente, ya que Santiago aun no se habia corrido, pues seguía totalmente enhiesto. Santiago volteó a mirarme y me dedicó una sonrisa cómplice.

Empujando a María hacia un lado la hizo tenderse sobre su espalda, le volvió a subir las rodillas hacia los hombros, y la montó de nueva cuenta. Al penetrarla la vagina de María dejó escapar una ligera ventosidad, que me hizo soltar la risa. María al oírme, dijo con voz ronca "ya te vere, Mandi, cuando te toque..."

El ímpetu de Santiago le hizo imposible decir más, y el siguiente empuje la hizo gemir y rodear el torso de Santiago con sus piernas. Santiago arqueando la espalda y bajando la cabeza consiguió alcanzar un rosado pezón con la boca, y chupo goloso sin dejar de empujar. Luego chupo el otro seno, y estando en eso llegó a su propio punto de no retorno. Con un fuerte empuje y un gruñido sordo se introdujo del todo en María, y entre espasmos y ligeras sacudidas empezó a eyacular. Vi los testículos contraerse hacia su cuerpo, y el canal en la base del pene hincharse con cada oleada de la corrida de Santiago.

Cumplido el mandato biológico de impregnar a la hembra, Santiago perdió la fuerza y se dejó colapsar sobre el pecho de María, aún profundamente insertado en ella, recuperando el aliento a bocanadas. Tras un minuto se incorporó, sacando el pene un poco reblandecido y goteante, y se sentó en el sillón, a un lado mio, jadeante, examinando con aire satisfecho a la mujer que acababa de cubrir.

Ahora me tocaba decidir.

"Quiero", dije con firmeza, "pero a mi ritmo, y solo cuando y como yo diga. Puedes?"

"Puedo." Asintió Santiago.

Luego del tremendo encuentro que acababa de presenciar, y con María aun medio desmayada en la cama, supuse que el hombre habría quedado dócil, por el momento, luego de quitarse lo bravo y dejar a mi amiga hecha una piltrafa con el bizcocho rebosante. Pero algún jugo habría de quedarle al profe algebrista, ya que acusaba aún buen color y energía en la mirada. Sobre todo cuando alzando los brazos me saqué la playera, descubriendo mi sostén rosa, que a duras penas contenía mis senos, con los pezones turgentes marcando la seda. Luego me bajé el short, dejando la tanga de encaje rosa haciendo juego con el sostén y de un paso me paré frente a Santiago.

Seguro que habría forma de hacerle recuperar el buen ánimo.

Me arrodille frente a él, y lentamente acerque mi cara hacia su pubis, oliendo el aroma de su sexo mezclado con las secreciones de María. Levantando el miembro exhausto de Santiago, me lo metí en la boca, sin succionar, cuidando no tocarlo con los dientes. Yo era aún virgen, en lo que refiere a mi vagina, pero habia dado ya mamadas a un par de suertudos y conocía el sabor del semen, pero el sabor mezclado del semen de Santiago y los fluidos de María me resultó novedoso.

Tras unos segundos de tener el pene en la boca lo sentí pulsar y empezó a recuperar la firmeza. Moví la lengua frotando el frenillo bajo el glande, y Santiago dio un gemido ronco. En un momento recuperó la ereccion y lo senti palpitar contra mi paladar.

Manteniéndolo en mi boca me abrí el sostén y descubrí mis pechos. Le gustaron a Santiago , pues me empujó suavemente hasta hacerme soltar el pene, y examinó con deleite mis areolas anchas color chocolate y mis pezones gordezuelos, ahora enhiestos, alzándose como pequeños faros guiando sin falla a buen puerto al nuevo viajero que exploraba mi geografía. Me hizo levantarme y se apoderó de un seno, que empezó a chupar con evidente gusto, mientras hacía girar el pezón del otro entre sus dedos. Luego cambió de pecho, mamando el segundo y jugando el primero. Indeciso, volvió a chupar el primero. Soltó el pezón que chupaba y se retiró un poco para examinar ambos senos. Abriendo las manos trató en vano de abarcarlos juntos.

"Le gustan mis tetas, profe?" le dije con una sonrisa pícara.

Él, sin contestar, volvió a chupar primero uno y luego el otro pezón, succionando con más fuerza esta vez, haciéndome jadear cuando la sensación llegó al borde en el que el gozo da con el dolor.

"Suave," dije, empujando su cabeza y obligándolo a soltar el pezón.

Su cara bajó a mi vientre y sentí la punta de su lengua explorando mi ombligo. Bajó aún más para aspirar profundamente insinuando su nariz en mi pubis, frotando mi monte de venus por encima de la tela con sus labios. Sus manos rodearon mis caderas y se adueñaron de mis nalgas, jalándome para poder frotarse contra mi pubis. Hora de perder la tanga, pensé, y me retiré un paso para poder bajarla con mis pulgares.

Me senté en la cama, junto a María, quien se incorporó y recargándose en un codo, miró con interés los nuevos procedimientos. Alzando las rodillas abrí del todo mis piernas, exponiendo mi vulva mojada a sus ojos, mirando su semblante tornarse hambriento.

"Hágame correr primero con la boca." Dije, mientras separaba un poco los labios de mi sexo con mis dedos, descubriendo mi clítoris.

Santiago se arrodilló ante mí, cual debe, y acercó el rostro a mi entrepierna, deteniéndose un momento para aspirar profundamente la fragancia de mi vulva excitada. Aprobando el aroma, sentí sus manos colocarse en las caras internas de mis muslos, y abrir aún más mi sexo. Examinó con cuidado todo lo expuesto, y María, curiosa, se levantó para asomarse también, acercándose examinó con gran detalle mi labios menores abiertos. Volteando hacia mi, me dio una gran sonrisa.

"Es usted virgen." Dijo Santiago, mirándome a los ojos.

"Espero que no le de mucho problema, profe." regresé yo.

Por toda respuesta Santiago se inclinó y me dio una larga lamida recorriendo mi vulva de abajo a arriba, acabando en mi botoncillo y haciéndome dar un respingo y soltar un gemido involuntario.

Luego empezó a lengüetear con rapidez, apenas tocando la punta del clítoris. Una ola de gozo absoluto me surgió del vientre y subió por mi pecho, haciéndome jadear. Finalmente había yo llegado al momento soñado de tener una lengua sabia acariciándome el clítoris. El placer me corrió por los miembros, aumentando, y sentí mi vagina contraerse y producir abundante lubricación. Note un hilo de humedad correr entre mis nalgas.

Con un largo suspiro cerré los ojos y me solté, dejándome encender por el fuego impetuoso que la lengua de Santiago atizaba en mi vientre. Santiago mantuvo el ritmo sin flaquear por largos momentos. Luego bajo a explorar con la lengua la entrada de mi vagina, haciendo entrar la punta y lamiendo mis fluidos abundantes. Su boca me abandonó de pronto, dejándome temblorosa y pulsante, sintiendo un extraño vacío, sin haber culminado. Sentí un instrumento duro y grueso deslizarse a lo largo de mis labios expuestos, hasta frotar el clítoris, y luego bajar y al dar con mi entrada, acomodarse en ella, dilatandome, aún sin empujar.

Abrí los ojos, y me incorpore. "Aun no." logre articular con voz entrecortada. Santiago, jalando aire, frustrado, se retiró un poco.

"Acuéstese," le dije levantándome. Cuando el estuvo junto a María de espaldas en la cama, monté sobre sus rodillas, y me incliné para poder tomar el duro miembro en la boca. Le di un par de chupadas, y miré a María de nueva cuenta.

"Trata de una vez, María. Aprende pronto lo poco que puedo enseñarte."

María se acercó, y dudó un momento frente al erecto miembro, luego, lentamente aproximó la cara y abriendo la boca tomó en ella el glande. Santiago aprobó el cambio de boca con un fuerte jadeo.

"Ahora sube y baja," dije, "sostenlo por la base para que te quede en buen ángulo."

Obediente María empezó a subir y bajar, haciendo entrar el glande entero y un par de centímetros más.

"Si relajas la garganta, y controlas la náusea, puedes tomarlo más," dije. "mira."

Haciéndola soltar a Santiago, tomé su lugar, respiré profundo y me agaché sobre la erección, abriendo bien la boca para dejarlo entrar, y forzandome a controlar el reflejo del arqueo. Pude hacer entrar tal vez dos tercios de la erección, y mantenerla unos segundos adentro, antes de subir de golpe para jalar aire. Mire a María, pero ella, con una sonrisa pícara negó con la cabeza.

"Cobardina," le dije. "Bueno, probemos que tal me viene este instrumento."

Subiendo hasta montar en las caderas de Santiago, me senté en su torso haciendo que mi vulva abrazara el tallo del miembro atrapándolo contra su vientre. Viendo asomar el glande bajo mi pubis empecé a mover las caderas, deslizándome a todo lo largo. Al echar mi pubis hacia adelante sentía el glande apoyar en mi entrada, pero al ir atrás el falo entero se deslizaba hasta frotar mi clítoris. Santiago gruñó, acusando frustración al no encontrar el momento de penetrarme. Me gustó la sensación de control, y enfocando mi movimiento para recibir mayor fricción en mi boton sensible, bajé un poco el pecho, poniendo mis senos al alcance de Santiago, quien de inmediato capturó uno con la boca y chupo con gusto evidente. Aceleré un poco el ritmo haciendo coincidir su glande con mi clítoris en cada empuje, dejando aumentar la sensación de gozo en mi vientre. El estímulo directo sobre mi clítoris pronto me hizo perder el aliento y sentí desencadenarse mi primer clímax. Nunca me había corrido de tal forma, mis gemidos durante el orgasmo se convirtieron en gritos. Nunca me hubiera permitido tal ruido al mansturbarme.

Luego de gozar me dejé caer sobre el pecho de Santiago, jadeante y exhausta. Mientras recuperaba el aliento sentí las manos de María separar mis nalgas, alzándolas un poco, y luego el glande de Santiago apoyar en mi entrada, abriéndome. Santiago agarrando mis nalgas dio un ligero empuje, y yo sentí el glande abrirse camino hasta dar con la barrera de mi virginidad. cuando quiso entrar más, sentí una punzada de dolor que me hizo gemir. Me retiré hacia adelante. "No va." Dije.

Me levanté sobre las caderas de Santiago hasta estar bien derecha sobre él. "A ver, Mari, pónmelo de nuevo."

María levantó la erección con la mano haciéndola apuntar hacia arriba, y yo baje un poco hasta sentirla separar mis labios y embonar otra vez en mi entrada aún cerrada. Dejé caer un poco mi peso, sintiendo el instrumento entrar más, hasta volver a dar con el bloqueo. Subí y bajé un par de veces, sin forzar, luego me deje caer un poco más, y otra vez una punzada de dolor en el vientre me hizo detenerme.

Alzándome volteé frustrada hacia María. "No entra este asunto. Duele."

"Vas a tener que dejar que te empuje." Dijo María. "Duele, pero pasa rapido."

Maldición. Hubiera querido ser yo quien lo hiciera entrar, pero bueno, cuando toca, hay que ceder. Me detuve un momento repasando mis opciones y finalmente me decidí por una.

Hice a Santiago levantarse y tomé su lugar, poniéndome a gatas en la cama. Volteando sobre mi hombro le dije "Venga pues." Santiago no pudo evitar sonreír, se acercó a mi trasero, me hizo abrir las rodillas lo más posible y bajar el pecho hasta que mis senos tocaron la cama. "Mira que lo haga bien, María," pedí a mi amiga, quien atenta se acercó junto a Santiago.

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