Rita

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Una esposa cuenta su historia sexual e infidelidades.
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Rita
A mi marido le gustaría que yo tuviera sexo con otros hombres. Es una declaración fuerte y extraña. Es un tema que le obsesiona y muchas veces cuando está excitado me habla del tema. A mí me pasa que durante el sexo no quiero estar hablando de otros temas, otros lugares, otra gente, quiero estar en el presente: en el aquí y el ahora con él. Aunque suene algo cursi decirlo. Además, ya no me interesa tener sexo con otros hombres: ahora me gusta ser exclusiva para mi hombre. Y por lo demás no me siento tan atractiva como antes y no sé si me gustaría exponerme ante extraños y no ser deseada.
La verdad es que sí he tenido otros hombres en mi vida. No perdí mi virginidad con mi marido y no he debutado en nada con él. Si pienso en tener sexo como algo más amplio que “pene en vagina” estoy pensando también en masturbación, tocarse en las partes íntimas, sexo oral y anal.
En ese sentido mi vida sexual empezó temprano cuando comencé a masturbarme, con mucha culpa pero sin poder evitarlo por el placer que me generaba. Mucho tiempo después le hice sexo oral a un vecino para que dejara de insistir en bajarme los calzones. Por esa época con mi primer novio, tuve la experiencia de recibir sexo oral, sentir “la puntita” en mi vagina y tener una vez sexo anal. Siempre disfrutando mientras evitaba perder la virginidad.
Cuando entré a la universidad mi vida cambió. Podía vestirme cómo quisiera y me gustaba usar una mini corta, con una blusa con un botón desabrochado y que se viera un poco del encaje del sostén. Me sentaba en las gradas y sabía que alguien que estuviera justo al frente podía ver mis calzones, semitransparentes, bajo mi falda. A veces usaba una camiseta sin sostén y se podían ver mis tetas y mis pezones erguidos. Era atrevido y me gustaba ejercer el poder de la atracción sexual sobre los hombres, sentir cómo me miraban y deseaban.
En la universidad comencé un noviazgo con un chico de segundo y con él perdí la virginidad definitivamente, tanto vaginal como anal, porque ya estaba más adulta y preparada.
Entremedio de este novio y el siguiente, que terminó convirtiéndose en mi marido, tuve algunos amoríos, tanto de la universidad como una vez un encontrón de verano por unas horas. Estaba en la playa con una amiga y nos levantábamos a dos tipos en la discoteque que en realidad ni nos gustaban, lo hicimos por hacerlo, por sentir la libertad de levantarnos a unos tipos cuando quisiéramos. En fin, no fue una gran experiencia, se puso condón, me lo metió y se corrió.
Finalmente conocí a Alex, mi marido. Estaba en mi mismo curso y al poco tiempo de haberlo conocido me di cuenta que me gustaba. Tuvimos un pre noviazgo prolongado ya que él estaba de novio con otra chica. Ellos estaban juntos hacía varios años y él se complicaba porque yo también le gustaba. Yo tenía una ventaja sobre ella porque compartíamos la misma carrera universitaria, lo que nos permitía tener grandes conversaciones filosóficas sobre la vida, las relaciones humanas y el amor. Yo estaba determinada en conquistarlo y ni él ni su novia tuvieron oportunidad: mientras ella trabajaba lejos durante el día, yo estaba teniendo intensas conversaciones con él y muchas veces nos juntábamos en las noches y los fines de semana para estudiar. Estratégicamente me vestía en forma muy sexy, me tiraba sobre el sofá sabiendo que mi falda corta se subía por mis piernas, casi mostrando mis calzones. Además, hablábamos mucho de sexo, lo que era adecuado por las materias que veíamos en la universidad. Ahí supe que había perdido la virginidad con esa novia y que no había tenido más parejas sexuales. Conquistarlo fue más fácil que quitarle un dulce a un niño. Cuando finalmente se fue conmigo un fin de semana de vacaciones de invierno, la batalla ya estaba ganada. Me había propuesto el objetivo y lo había logrado. Ese fin de semana no tuvimos sexo porque yo estaba con la regla y a la vuelta del viaje fui a su casa, nos encerramos en su habitación pero el desenlace fue brutal: él no pudo tener una erección. Esa tarde me fui a mi casa pensando que todo había sido en vano, el hombre que me gustaba en realidad era impotente.
Volví a la carga al día siguiente y todo se arregló, el nerviosismo que él había sentido el día anterior ya no estaba y tuvo una buena erección: tenía el pico más grande que hubiera sentido lo que me daba mucha satisfacción. Hicimos el amor y todo estuvo bien.
Alex se complicó con dejar a su novia y durante un tiempo tuvimos una relación paralela, él se acostaba con ella y conmigo, y me lo decía abiertamente. Yo no estaba contenta con esta situación, me sentía insegura en la relación. Ese verano él se fue con unos amigos de viaje fuera del país sin que nada estuviera claro entre nosotros.
Yo me fui con mis papás a un lago del sur de Chile y ahí me encontré con un chico de la universidad, Pedro, un verdadero hallazgo súper atractivo. Tenía una historia de haberse metido con las chicas más estupendas de la U. Una tarde nos quedamos conversando a orillas del lago y a medida que oscurecía y la gente se iba nos empezamos a besar y tocar. Más tarde fui a la casa donde nos quedábamos con mis papás y les conté que me habían invitado a una fiesta y que volvía tarde. Me fui a la casa donde alojaba Pedro y que compartía con unos amigos y nos fuimos a su cuarto a tener sexo. Fue una experiencia alucinante, me hizo cosas que nadie me había hecho, me masturbó con la mano y con la boca, me metió el puño entero dentro de la vagina y también una botella de cerveza, me dio vuelta y me lo metió por el culo. Estuvimos toda la noche y tanto él como yo tuvimos muchos orgasmos. Sexualmente era mucho más potente que Alex, quien podía tener sólo un orgasmo y luego tenía un período refractario muy largo en que se le inhibía el deseo sexual y las erecciones, suficientemente largo como para que ya no estuviéramos en ánimo sexual. Esa noche con Pedro fue sólo una calentura de verano. Nunca me pidió que fuéramos una pareja pero creo que si me lo hubiera pedido me habría ido con él porque era demasiado atractivo: físicamente e intelectualmente y además muy seguro de sí mismo. Quizás su único pero, era su marcado egocentrismo.
A la vuelta del verano Alex llegó cambiado. Había tenido muchas aventuras en sus vacaciones, había tenido sexo con dos chicas distintas y decidió terminar definitivamente con su novia antigua. Yo le conté de mi aventura con Pedro y él me preguntó todos los detalles. Lo único que no le dije es que lo habría dejado por Pedro si se hubiera dado la ocasión. Yo ya estaba harta y le dije que no quería seguir con él. Eso lo hizo darse cuenta de que realmente sí quería estar conmigo, terminó definitivamente con su novia, se acercó mucho más a mí y comenzamos una nueva etapa de nuestra relación, la que duró muchos años más. El sexo en ocasiones fue memorable, recuerdo sobre todo una vez en que lo acompañé a la casa del lago de sus padres, estábamos solos, y me subió desnuda a la mesa del comedor; yo de espaldas mientras él estaba parado frente a mis piernas abiertas, me lo metía muy fuerte y yo estaba totalmente entregada y sentía que estaba siendo poseída.
Dos años después, me empezó la comezón de nuevo. Era joven, curvilínea y llena de vida y nuestra relación de pareja estaba algo aburrida. Nos habíamos dicho que el viejo refrán “ojos que no ven, corazón que no siente” era pertinente para nuestra relación y decidí aplicarlo. Había otro chico de la universidad que era muy amigo de David y mío y que me gustaba. Jesús era uno de los tipos deseados por las chicas: atractivo, con desplante, tocaba la guitarra y cantaba muy bien. Habíamos empezado a ir a clases de danza africana y antes de eso habíamos ido juntos a clases de salsa. Me gustaba mirarlo a los ojos y mostrarle lo bien que bailaba, lo deseable que era mi cuerpo, sin que Alex se diera cuenta. Alex no bailaba tan bien, sobre todo cuando era el ritmo sincopado de la salsa, por lo que se frustraba y dejaba de bailar. Yo aprovechaba de bailar con Jesús y ejercer todo mi atractivo con él. Una vez me invitó a salir y le dije que sí, nos fuimos a un motel parejero y lo pasé muy bien. A veces era un poco recatada porque no quería mostrarme tan caliente, me importaba lo que él y los demás pensaban de mí, pero de verdad tras mi fachada sentía el deseo de abrirme de piernas todo lo que pudiera y decirle “métemelo fuerte, hazme gozar”.
Un año más tarde ya había terminado la universidad y me reencontré con Pedro, mi amor de ese verano años atrás. Me invitó a trabajar con él en un proyecto en que también participaban otros dos ex compañeros de la U. Fue un tiempo intenso en que coqueteaba mucho con él y con los otros también, pero él era el más atractivo y la fuente de mi deseo. Yo me sentía la reina entre hombres y podía apreciar la rivalidad entre ellos por mí. Obviamente elegí a Pedro y volví a acostarme con él. Me calentaba mucho, a veces de sólo conversar con él se me mojaban los calzones. Una vez que Alex se sentía enfermo, me fui al cumpleaños de Pedro. Yo era muy sana y sentía cierto desprecio por las personas enfermas, no podía empatizar con Alex y para él, que era muy enfermizo, era terrible que lo abandonara. En el cumpleaños de Pedro había varias personas, casi todas mujeres, y en un momento entramos los dos a la cocina y le chupé el pico ahí mismo, corriendo el riesgo que alguien entrara y nos viera. En otra ocasión entró al baño mientras yo hacía pipí y me miró fijamente, fue extrañamente excitante soltar un chorro grueso mientras me miraba; después él se paró frente a mí y me orinó encima, sentí el calor y olor intenso. Casi llego al orgasmo por la sensación.
Finalmente decidí terminar con Alex ya que quería ver si podíamos tener algo de verdad con Pedro. Quería que Pedro fuera mi pareja, pero él nunca quiso. Esto generó tensión entre nosotros y en una de las veces que nos peleamos, no me quiso ir a dejar a la casa desde el trabajo por lo que terminó llevándome en su auto otro de mis compañeros de trabajo. Nos quedamos conversando en el auto estacionado fuera de mi casa, empezamos a hablar de sexo y finalmente, quizás por venganza contra Pedro (por mi despecho y por su rivalidad), empezamos a besarnos y terminé chupándole el pico en el auto; recuerdo que lo tenía rico y grueso y me sentí bien haciéndolo. Después nunca más pasó nada con él y nunca volvimos a hablar del tema, fue solo una calentura del momento.
Después de unos meses en que el experimento con Pedro falló, volví con Alex. Al poco tiempo nos casamos. No tuve más amoríos después de eso por un buen tiempo. Unos tres años después tuve tres amantes más.
Uno fue un compañero de un diplomado con el que un día, después de mucho coquetear nos miramos fijamente y decidimos irnos de clases, nos subimos a mi auto estacionado en la calle y nos besamos, nos bajamos la ropa interior y nos tocamos hasta que él llegó al orgasmo y luego yo me masturbé frente a él. Quedó impresionado porque nunca había visto a una mujer masturbarse.
Luego me acosté con mi profesor de danza brasilera. Me lo llevaba a nuestro departamento mientras Alex estaba trabajando, teníamos sexo y luego yo le cocinaba almuerzo. Me sentía una mujer deseada y me gustaba el sabor de la infidelidad, la excitación de estar en nuestro departamento, de hacerle la comida como si fuera mi pareja. Un día llamó Alex mientras estaba él ahí y hablé naturalmente sin una gota de culpa. Otro día tuve sexo con el brasilero en nuestra casa y esa misma noche con Alex. Me sentí increíblemente poderosa y malvada por acostarme con dos hombres el mismo día, mientras Alex se movía sobre mí yo pensaba para mis adentros “y pensar que hace unas horas estaba gozando con mi amante aquí mismo sintiendo su pene en vez del tuyo” y es pensamiento me desencadenó un intenso orgasmo. Una de las sesiones con el brasilero que más recuerdo fue muy ardiente porque con él era sexo sin nada más, en que no me importaba él, sólo la sensación de estar a cuatro patas, penetrada por el culo, sentir mis caderas tomadas por atrás y sentir la presión contra su cuerpo, sentir mi propio pelo moviéndose sobre mi cara al ritmo del sexo y sentirme gritando de placer.
Finalmente, la última persona con la que tuve sexo extramarital fue un venezolano. En realidad el sexo con él no era tan bueno, tenía un pene algo chico y no era muy enérgico, pero me gustaba su personalidad y su mente brillante, conversábamos mucho y me terminé enamorando de él. Si las cosas hubieran sido diferentes y lo hubiera conocido antes de Alex quizás me habría ido con él a formar una pareja.
En resumen, estas son las personas con las que he tenido sexo, han pasado casi veinte años desde esas infidelidades, y ya no me interesa tener sexo con otras personas para el beneficio de mi marido.
Hablando de mi marido, su obsesión ha venido creciendo en el tiempo. Creo que en parte se inició cuando, en un momento de necesidad de transparentar las cosas, le conté de mis amantes. Él quedó impresionado ya que no se los imaginaba, pero además me contó de sus propias aventuras, algunas de las cuales fueron muy chocantes para mí porque se trataba de mujeres cercanas a mí. Lo que lo obsesionó es que mi número de parejas sexuales era más alto que el suyo; me interrogó con lujo de detalles y además de asombrado se sintió excitado. Yo en cambio no quise saber ningún detalle de sus infidelidades. Al poco tiempo me dijo que si quería acostarme con Pedro, con el que yo seguía siendo muy amiga, él no tendría objeciones. Me estaba dando permiso para ser infiel. Cuando me lo dijo se excitó mucho y terminamos teniendo sexo al poco rato.
Yo con Pedro mantenía una relación de amistad pero habíamos dejado atrás las calenturas, él tenía sus parejas que iban rotando, yo tenía mi marido y no nos necesitábamos en ese plano. Además, el permiso de mi marido no me agregaba nada. Al fin de cuentas uno hace lo que quiere hacer y sólo cuenta lo que quiere contar y nadie sabe lo que pasa realmente dentro de uno.
La obsesión de Alex no desapareció nunca y muchas veces me hablaba del tema, sobre todo cuando estaba caliente, y me pedía que algún día tuviera sexo con otro, se imaginaba que él era un desconocido y se imaginaba que me veía con los ojos de esa persona. A mí no me gustaba la fantasía y al final le pedí que no siguiera con el tema ya que solo me enfriaba. Pude ver su decepción y dejó de mencionarme el tema, pero a veces podía ver cómo estaba en su mente, lejos de mí, seguramente imaginándome con otro.
También me interrogaba sobre mi historia sexual, buscando si aparecían nuevas anécdotas, nuevos personajes, pero se me iban acabando y no quería inventar experiencias inexistentes sólo para excitarlo.
Así pasó el tiempo, a veces me imaginaba con otros cuando hacía el amor con Alex o cuando me masturbaba, pero eran parte de mi intimidad, seres inventados por mi mente prolífica, sólo para mi consumo. Mis hijos fueron creciendo, nos fuimos envejeciendo, me empecé a acercar peligrosamente a la menopausia, mi cuerpo se fue haciendo ligeramente más grueso y cada día me sentía menos atractiva. Mi esposo me adoraba y me decía que lo volvía loco de deseo, pero habíamos estado juntos por más de 25 años y esas palabras, aunque lindas, no me provocaban mucho en términos de mejorar mi autoestima corporal. Cada vez hacíamos menos el amor y yo iba perdiendo el deseo. Alex sentía que debía pedirme por favor ya que había una clara asimetría de ganas y yo era la que le daba la pasada o no. Alex me decía que otra razón que tenía para que yo tuviera sexo con otro era porque ser deseada por un tercero iba a encender mi libido nuevamente y él se iba a beneficiar. Pero ser deseada por un tercero era algo muy remoto, de mi pasado lejano.
Hasta que apareció Diego. Era padre separado de uno de mis pacientes y una vez lo cité a mi consulta para hablar de su hijo; ya había hablado con la madre y me faltaba él. Lo encontré encantador, súper dispuesto a colaborar (muy distinto a la madre) y abierto a nuevas formas de relacionarse con su hijo. Tenía unos 45 años, algo moreno de tez, de ojos verdes, no tan alto como Alex pero se notaba que tenía un muy buen estado físico, era definitivamente alguien que uno describiría como muy atractivo. Hablamos mucho, nos perdimos en la conversación y no alcancé a terminar la sesión. Me pareció de una mente ágil pero también honesto respecto a lo que no sabía y me dieron muchas ganas de seguir hablando con él, no sobre su hijo, sino que saber más de quien era y qué pensaba. Ya era mi última cita y le propuse que continuáramos otro día y me dijo que por que no seguíamos en un café. Cuando me dijo eso, sentí una breve contracción vaginal y sentí cómo se me humedecían los calzones. Me latió rápido el corazón y le dije que sí. Yo estaba vestida con una falda hasta la rodilla, una blusa y un chaleco, nada sexy pero tampoco parecía profesora de escuela primaria.
Lo seguí en mi auto y llegamos al café pero estaba cerrado, ya que eran pasadas las 9 pm. Decidimos ir al bar más cercano y desde el auto llamé a Alex para decirle que me había salido una reunión del equipo y que nos íbamos al bar a conversar. No sé por qué no le dije la verdad. Estuvimos varias horas conversando, primero terminamos lo de su hijo y después sobre la vida en general, sobre su vida, sobre la mía. Me di cuenta que no se inmutó cuando le dije que estaba casada. Bueno, había visto la argolla en mi dedo. Tomamos un par de copas de vino y comimos una tabla para picar. Sentía su rodilla tocando la mía bajo la mesa. Había música y algunas parejas empezaron a bailar. Las mirábamos y comentábamos los pasos y estilos de baile. Me preguntó si me gustaba bailar, le dije que mucho y me tomó de la mano y llevó a la pista. Bailamos música pop y nos reímos con nuestros pasos. Me saqué el chaleco y quedé con mi blusa blanca que tenía una ligera transparencia bajo la cual se veía un sostén de encaje blanco y me desabotoné un botón más porque hacía calor. Seguimos bailando y me pude dar cuenta que me miraba apreciativamente, luego llegó un lento; hice como que me volvía a la mesa pero me tomó de la mano nuevamente y me dijo que bailara con él. Nos abrazamos en la pista, puse mi cara sobre su pecho y comenzamos a bailar. Sentía que mi corazón iba a explotar. Él me tomó de la cintura y lo sentí muy íntimo. Me apretó contra sí y pude sentir la dureza de su pene contra mi estómago y temblé de anticipación. No podía sacarme de la cabeza la sensación de su pene contra mí, trataba de adivinar su tamaño y sentía como mis calzones habían pasado de húmedos a completamente mojados. Apreté mis pelvis contra uno de sus muslos y me mecí lentamente, sintiendo una sensación de placer sobre mi sexo. Podía sentir mis pezones erectos contra la parte baja de su pecho y me preguntaba si él los sentiría también y yo deseaba que sí.
Terminó la canción y cuando caminábamos de vuelta a la mesa, todavía de la mano, sentía mis piernas de lana. Nos sentamos, esta vez más cerca, con mi pierna derecha completamente en contacto con la suya. Seguimos hablando y me daba cuenta que él miraba mi escote cada cierto rato. Me miré y pude ver que se me había abierto otro botón y se me veía la parte superior de mis tetas y el sostén. Se veían lindas y decidí dejarlas así.
Me empezó a interrogar sobre mi matrimonio y le conté que era feliz. Se quedó callado un rato y me confesó que le gustaban las mujeres casadas. Que había tenido varias aventuras con mujeres casadas y que le gustaba el hecho de que estuvieran casadas y que él estuviera con ellas en vez de sus maridos. Le gustaba lo prohibido del asunto, de que era una competencia y que él salía triunfante. Supe que en la universidad había sido el rey de los que le levantaban las pololas a los compañeros, que era bueno en la cama y tenía mucha potencia sexual y que las amigas se pasaban el dato por lo que no le costaba seducirlas. Que una vez incluso se había acostado con una chica durante su luna de miel, la había conocido en la piscina de un resort y mientras el flamante marido dormía siesta, él se la estaba tirando en su habitación. Me contó todo esto y no supe qué pensar.

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