Frustración

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Mi mujer no me deja llegar al orgasmo.
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Iván estaba frustrado. Era de noche y estaba desnudo acostado al lado de su mujer, Inés, quien dormía en pijamas, o más bien hacía como si dormía. Iván no había llegado a un orgasmo en más de tres semanas. No porque no quisiera, sino porque no le estaba permitido. Podría haber tomado la solución en sus propias manos, pero masturbarse tampoco estaba permitido. El problema era que él era un participante activo de esta decisión, era su fetiche, llegar al orgasmo sólo cuando su mujer lo permitiera. Le encantaba el estado de excitación semipermanente en que la negación del orgasmo lo dejaba, que podía ser una pasión subyacente pero que siempre afloraba cuando estaba con ella. También le encantaba sentir el poder que ella podía ejercer sobre él a través de su sexualidad, al ser ella la que tenía la llave para el acceso a su propio cuerpo. En el fondo, su fetiche era la sumisión, sentir que era dominado por ella.

Nunca había pasado tanto tiempo sin un orgasmo y había momentos en que sentía ganas de llorar por la frustración, de daba vuelta y se acostaba estomago hacia abajo para sentir presión y placer en sus genitales. No podía estar en posición "cucharita" con su mujer porque sentía su cuerpo contra el suyo, y la deseaba con intensidad, era consciente de sus tetas, su estómago plano, su trasero, sus piernas, se imaginaba su sexo coronando por una tira rebajada de pelos púbicos negros e inmediatamente empezaba a temblar, tenía una erección y se restregaba contra ella.

--Ya pues, amor, déjame dormir. Estoy cansada. Otro día. -- le decía ella.

--Bueno. -- Respondía él con mal humor.

Si ella se daba vuelta y lo enfrentaba podía haber una oportunidad, se empezaban a besar y muchas veces terminaban teniendo sexo. Pero a veces era sólo para despedirse.

--Buenas noches, amor. -- Le decía ella después de unos pocos besos.

--Pero déjame lamerte la zorra al menos. -- Le respondía él. --no tienes que hacer nada, sólo abre la piernas, déjate estar y siente el placer, yo soy el que va a hacer todo el trabajo ahí abajo.

--Esta noche no. -- le respondía ella con cierta determinación en su tono.

--Bueno al menos deja que te bese las tetas.

--Está bien, pero sólo un poco. -- le contestaba ella.

Iván seguía frustrado porque el cunnilingus era su acto sexual favorito. El llevarla al orgasmo con su lengua le provocaba un placer intenso y aunque él no lograba el orgasmo, si sentía un grado de satisfacción suficiente para conciliar el sueño y tener una noche descansada. Pero esta noche no sería así.

Le abrió la camisa del pijama y comenzó a tocar sus tetas, pasando su lengua sobre sus pezones y metiéndolos a su boca, chupando para que se irguieran, alternando entre una y otra pechuga. Se sentía emocionado de poder acceder aunque sólo fuera a una parte de su cuerpo. Después de un rato, instantes para él, Inés le dijo:

-- ¡Suficiente, ahora vamos a dormir! -- y se dio vuelta para su lado, dándole la espalda.

Sabiendo que ya no habría más placer para él, y más excitado aún porque ella había vuelto a demostrar su dominancia, se dio vuelta y mientras el corazón le latía fuerte y sentía su erección que no bajaba, se quedó pensando.

Recordó otras épocas, en que la relación no era tan asimétrica, en que el deseo sexual de ambos era parecido, y les bastaba con tener sexo una o dos veces por semana, no como ahora en que él la deseaba todas las noches y todo el día. Y si no había sexo y él lo necesitaba simplemente se masturbaba a su lado. Recordaba cuándo al momento de acostarse él se sentía excitado, la miraba fijamente mientras se desvestía y ponía su pijama, y eso era suficiente comunicación para que ella supiera lo que él quería. Él sentía cierto poder, algo imaginario, en la relación y pensaba para sí "para que te vistes si en un rato te voy a desvestir y culear" y pensar eso lo excitaba porque estar casado en parte era eso, acceso fácil al sexo. Y esas noches se acercaba a ella en la noche y la besaba y ella respondía y la desvestía y se lo metía por la vagina o a veces la daba vuelta y lo hacía por el culo y realmente no le preguntaba si quería o no. Y no preguntarle era parte del placer. Mientras tenían sexo se decía a sí mismo "te estoy culeando, estoy dentro de ti" y decirse eso a sí mismo, silenciosamente, era magnífico. La verdad es que entendía que era consensual, pero le gustaba imaginar que no lo era.

Sabía, porque lo había leído en cientos de sitios webs dedicados al tema, que la mayoría de las personas preferían ser sumisas a dominantes, lo que se acentuaba aún más en las mujeres. Sabía o intuía que Inés hubiera preferido que él fuera el dominante. Recordaba los juegos de roles de violación que a ella le gustaban o cómo ella le había contado que había sido muy excitante cuando él la había forzado a hacerle sexo oral empujándole la cabeza hacia su pene. Iván creía que la mayoría de las mujeres en su fantasía querían ser tan deseadas por un hombre que éste no se podría contener y trataría de tener sexo por todos los medios necesarios. Pensó que ella tomaba un rol dominante por complacerlo a él pero que no estaba en su naturaleza ser así y que le desagradaba después de un tiempo.

Él ahora estaba en la posición contraria. Amaba a su mujer. Deseaba a su mujer. La deseaba más que nunca. Pero tenía miedo de hacer algo sin el permiso de ella. Cuando estaban teniendo sexo le preguntaba "puedo besarte la zorra" o "puedo penetrarte" y si ella decía no, era no. Muchas veces se quedaba besándola, acostado a su lado, acariciando su espalda y esperando a que ella lo invitara. Temblaba en su brazos deseando que ella le dijera "métemelo" o "chúpame la zorra" y no hacía nada más que temblar mientras esperaba su invitación. Ya nunca más había tenido el placer de metérselo por el culo, porque ella no lo dejaba, aunque si lo dejaba chupárselo y meterle la lengua, lo que remediaba la situación a medias.

Pensó en cuándo había cambiado de ser igualitario o a veces dominante a esta situación de sumisión y se dio cuenta que había sido un proceso gradual. Algunos rasgos venían desde siempre. Recordó una experiencia de sus 13 años, cuando aún no llegaba al desarrollo sexual, y le había mostrado su pene erecto y sin pelos a la madre de su amigo y vecino que lo había invitado de vacaciones al sur. Había sido excitante y aunque ella lo había ignorado lo había vuelto a hacer varias veces, siempre que su amigo estaba en el lago. Al final, la madre de su amigo lo había confrontado, lo había tomado de la mano y lo había empujado firmemente sobre sus piernas (era una mujer grande y fuerte pero atractiva) y mientras le golpeaba el trasero desnudo le decía que no lo quería ver más desnudo, que qué se creía exhibiéndose así a una mujer. Él había llorado de dolor, ya que fueron palmadas duras y largas, y también de humillación. Pero también había sentido el profundo erotismo de la situación, sentía su pene duro sobre las piernas de ella, y de ser dominado por una mujer fuerte.

Ahora leía cuentos sobre "spanking" erótico y disciplinario, y a veces se imaginaba un escenario en que estaban en algún lugar público y él decía algo desubicado, que la dejaba mal frente a los demás.

--Cuando lleguemos a la casa vamos a hablar de esto-- le decía Inés, con un tono severo. Nadie lo notaba pero él sí y se ponía inmediatamente nervioso porque sabía lo que vendría. Entrarían a la casa, ella lo tomaría de la mano firmemente y lo llevaría a una silla de espalda recta, al lado de la cual habría una paleta de tenis de mesa.

--¡Bájate los pantalones y los calzoncillos ahora mismo!-- le diría con un rictus en la cara, --y ponte sobre mis piernas. Terminaría golpeado y humillado hasta las lágrimas y prometiendo que nunca más haría o diría algo así, pero con una erección también. Obviamente esta no era una fantasía de ser abusado porque Iván era mucho más fuerte que Inés y ella no lo podría obligar, sería una fantasía de sumisión voluntaria.

También pensó en que desde adolescente lo que más había querido era probar con su boca el sexo de una mujer. Era una fantasía recurrente, sentir el sabor, el olor, el calor, la textura, la excitación de ella. Sus amigos siempre fantaseaban con un fellatio. Claro, para un hombre el cunnilingus tenía un componente psicológico más sumiso y el fellatio más dominante. Pasó mucho tiempo en que lo único que quería hacer con Inés era tener sexo oral: llegaba a soñar despierto con su sexo, peludo y rosado y jugoso.

Pensó en que siempre le habían atraído mucho más las mujeres fuertes, deportistas, con musculatura definida y pensó en los bíceps de Inés. Sólo pensar en ellos podía gatillarle una erección.

Pensó en que la vida sexual de Inés era un campo fértil para su fantasía, en que se sentía orgulloso y fascinado de que ella hubiera tenido más parejas sexuales que él y que hubiera tenido sexo más temprano que él. Pensó en lo excitante que era para él imaginarla en los brazos de otro hombre. También en que ella fuera su única pareja con la que él había experimentado sexo anal en cambio ella lo había hecho con al menos cinco hombres distintos. Le encantaba su superioridad sexual.

Se acordó de aquella vez en Inés y él estaban comiendo en un restaurante y él le dijo que no tendría problemas si ella se acostaba con un antiguo amante. Después de decirlo se había sentido tan excitado que habían tenido sexo en el auto estacionado en la calle. De nuevo, era una posición de sumisión para él, que ella tuviera amantes y que él no.

También había sido excitante cuando estaban con un amigo de Iván y se bañaban desnudos en la piscina y luego ella se acostaba a tomar sol frente a su amigo, no con las piernas abiertas, pero exhibiéndose igual. Otras veces habían estado en el sauna los tres: su amigo, Inés y Iván. En ambas ocasiones Iván había deseado que ella hubiera separado ligeramente las piernas, no algo exagerado, pero si suficiente como para expresar un deseo y quizás mostrar algo de su sexo mojado por la lubricación.

Otra vez había buscado la palabra "corneador" en Google y había aparecido el siguiente anuncio titulado "Corneador de Santiago busca hembra y cornudo" y el texto "¿Quieres que me culee a tu esposa y mirarnos mientras ella goza y gime? ¿Te gustaría que ella te mirara mientras me lo está chupando?". Después de sólo leer eso había corrido al baño a masturbarse.

Una vez se probó los calzones de ella y esa feminización lo excitó también. Era parte de la sumisión, tomar un rol tradicionalmente femenino. También comenzó a pasar más tiempo desnudo y ella vestida. El estar desnudo lo ponía en una posición desventajosa.

A medida que él le fue contando lo que le pasaba, ella a veces accedía a jugar este juego con él. Le contaba de sus aventuras pasadas, le decía que se imaginaba acostándose con otros hombres. Un día le compró un par de calzones de su tamaño, de encaje, algo transparentes, para que él se los pusiera. Otra vez compraron un dildo, un pene de silicona, para que ella se lo metiera a él y ella lo había hecho, con él de estómago hacia la cama y trasero hacia arriba y luego de espaldas. En esa ocasión mientras él tenía las rodillas flectadas y tomadas con las manos para abrirse más hacia ella le había dicho "culéame rico, culéame el potito". Habían cambiado roles: ahora ella se lo metía a él por el culo y él ya no se lo hacía a ella.

Otra vez, en que él tenía los calzones puestos, ella lo puso sobre sus piernas y le dio palmadas en el trasero, algo suaves, cumpliendo así en parte con la fantasía de Iván. Otras veces Inés se sentaba sobre su cara y pasaba su sexo y su culo sobre su cara, boca y lengua, hasta que ella llegaba al orgasmo.

Hasta hace un tiempo, lo más erótico para él había sido cuando Inés le había dicho que le chupara la zorra, pero ella estaba parada y lo había hecho ponerse de rodillas y había sentido la sumisión de estar en esa posición, sintiendo con satisfacción el dolor en sus rodillas.

Luego comenzaron con la negación del orgasmo y llegaron a otra cima en la experiencia de su sumisión. Porque la negación del orgasmo es la máxima expresión de control sobre la sexualidad de una persona. Aunque en realidad Inés controlaba cuando iban o no a tener sexo, más que decidir sobre su orgasmo. Iván decidió voluntariamente no tener un orgasmo si no tenían sexo y dejó de masturbarse. Habían pasado meses desde su última masturbación. La negación del sexo dejaba en evidencia el poder femenino, el poder y control que toda mujer ha sentido cuando ha dejado o no que su novio la toque en cierta parte, cuando ha decidido si tener o no tener sexo con un hombre. Para él, aparte de la calentura permanente que lo hacia sentirse esencialmente vivo, el no tener orgasmos lo afectaba psicológicamente en el sentido de amarla más, sentía un amor con una intensidad que no recordaba haber sentido jamás, la encontraba más bella y deseable que nunca y además lo hacía querer ser más servicial con ella, de ayudarla, apoyarla y hacer lo que ella quisiera. La dependencia respecto de ella lo hacía sentir que estaba para servirla. Curiosamente este efecto se extendía al resto del género, y aunque no sentía atracción sexual por las otras mujeres, sí sentía más ganas de hacer algo por otras mujeres también.

Le decía "te amo" innumerables veces al día y ella le sonreía y le decía "qué rico que me ames" pero nunca le respondía con un "te amo" de su parte. Él se sentía muy inseguro y recordó como al principio de la relación se daba justo lo contrario, en que ella era la que esperaba ansiosa que él le dijera que la amaba.

Inés le había dicho que no quería un tipo sumiso que le pidiera permiso para todo y que la estuviera siguiendo como perro faldero. Quería un hombre en la casa. Él le había asegurado que era un juego y que se remitía sólo a lo sexual. Iván alguna vez trató de llevar la sumisión a otros planos de su relación, para probar los límites, pero chocó con la pared de su mujer y rápidamente volvió a remitirlo sólo a la cama. No tenía intenciones de hacer fracasar su relación de pareja y familiar por algo que no le interesaba realmente y que sólo había intentado por su deseo de experimentar y ver hasta dónde podía llegar.

Ella también le había confesado que a veces la hacía sentir bien ejercer ese dominio. Que incluso una vez, después de negarle el sexo, había esperado a que él se durmiera y luego se había masturbado silenciosamente a su lado. Cuándo Iván le preguntó por qué lo había hecho, Inés le dijo que era porque era excitante sentir ese poder. Él sintió una gran agitación cuando ella le contó; era parte de su fantasía que ella se masturbara a su lado sin que él pudiera hacer algo.

Ahora, mientras estaba acostado de noche pensando a su lado, sintió que Inés se agitaba ligeramente y creyó que ella lo suponía durmiendo y que se estaba masturbando a su lado sin que él supiera. Sin embargo, ella lo sorprendió.

--¿Estás despierto?-- le preguntó ella.

--Sí-- le respondió Iván.

--Qué bueno, porque me estoy masturbando y quiero que me sientas tener un orgasmo a tu lado.

Cuándo él trató de tocarla, ella lo rechazó.

--No tienes permiso de tocarme y tú no te toques tampoco-- le dijo ella.

Él comenzó a desesperarse, estaba excitadísimo y no podía hacer nada, sólo escucharla y sentirla a su lado. A medida que ella seguía suavemente, a ritmo pausado, masturbándose, se escuchaban ruidos mojados de sus dedos tocando su vagina y suaves suspiros y gemidos salían de su boca.

--Por favor-- le pidió -- déjame al menos besarte la boca.

--No-- le respondió ella.

--Las tetitas como hace un rato-- volvió a insistir.

--Nada-- confirmó ella.

Iván ya estaba deshecho, temblaba de ardor y sentía ganas de llorar, quería suplicar de rodillas que le permitiera tocarla.

--Se me ocurre algo-- le dijo ella con un tono burlón.

--Qué-- le preguntó él, esperanzado.

--Arrodíllate al pie de la cama y bésame los pies-- le contestó ella, ejerciendo en ese comando todo su poder.

Iván hizo lo que le ordenaron y mientras le besaba los pies y metía cada uno de sus dedos en su boca, sintió como ella se tensó, sus pies se estiraron, y llegó a uno de los orgasmos más fuertes que había tenido.

Él también había llegado a una nueva cima de excitación.

--El sábado en la noche te voy a dar permiso para que me lo metas-- le dijo ella después de un rato, cuando había llegado nuevamente a la calma.

El sintió una sensación de alivio, no alcanzaría el mes sin sexo, algo que lo tenía preocupado.

--Pero con el dildo azul-- continuó ella.

--FIN--

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