La Deambulante

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Joven busca una nueva vida en las calles.
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Soy Ivonne. Mis padres se casaron cuando eran demasiado jóvenes y se divorciaron cuando yo llegué a la adolescencia. Mi madre se volvió a casar con un hombre de mal carácter, y ambos se convirtieron en alcohólicos. Al principio, no le simpaticé a mi padrastro, porque me regañaba sin razón. Cuando yo cumplí dieciséis años, su actitud cambió, tornándose él más cariñoso. Pero pronto salieron a relucir sus verdaderas intenciones. Si se lo contara a mi mamá, ella no me creería y le daría la razón a su compañero. Me di cuenta de que yo ya no tenía un hogar, así que sencillamente, desaparecí. Apenas tomé ropa para fugarme de mi casa.

Pasé algunos meses deambulando por la ciudad, pero allí vi drogas, prostitución e hipocresía por parte de las organizaciones de ayuda comunitaria; las mismas cosas por las que huí de mi casa. Por eso, nunca me quedé en un mismo sitio por mucho tiempo, sino que seguí caminando hasta salir de allí.

En los suburbios, apenas conseguí comida y la poca ropa que llevaba se me fue rasgando. Pronto pasé por un complejo residencial de clase media, y a través un pequeño bosque, me metí a las calles vecinales sin ser notada. Observé cómo ciertas familias vivían, y una en particular me llamó la atención. Era un padre solo, con dos hijos, una niña que comenzaba la adolescencia, y un varoncito. El señor se veía simpático, a pesar de que tenía dificultad para manejar a su prole; hasta parecía ser joven aún. La madre nunca apareció. Pronto mi hambre me obligó a tomar una acción desesperada, y aceché a esta familia por varios días, hasta que en un descuido, entré por la puerta trasera.

Al principio, solamente comí cereales secos y tomé un poco de agua de la nevera, pero esto no me satisfacía. Se me ocurrió cocinar, ya que veía toda clase de manjares en ese refrigerador sin atreverme a probarlos. Ya no resistí más. Pero no podía manejar alimentos estando tan sucia, tras meses, tal vez años, vagando por tantas calles de mi país, así que me fui a bañar. Tardé casi media hora en arrancarme tanta mugre, y al tomar lo que llevaba puesto, no me lo podía poner más. Lo metí a la lavadora con algo de la familia, pero al terminar, lo mío se desintegró y ya no tendría qué ponerme.

El hambre pudo más y me dije:

- Después resolveré lo de mi ropa.

Me puse un delantal, y guisé un pollo con papas hervidas, algunas en el caldo, y otras majadas. Cuando estuvo todo listo, serví la mesa y comencé a comer. Me sentí revitalizada, pero pronto oí el ruido de la camioneta del señor de la casa. Me llené de espanto, porque aquí yo soy una intrusa, y además, estoy desnuda. Traté de escabullirme hacia la parte trasera, y tropecé con cachivaches, hasta refugiarme en una esquina del patio trasero. Pensé por un momento que nadie me había oído, y olvidé que el olor de tanta comida los haría sospechar de mi presencia. Pronto el hombre llegó hasta donde me escondí, apuntándome con una pistola de las modernas, y ambos nos horrorizamos. Le supliqué:

- ¡Por favor, no me mate! ¡Perdóneme, yo me marcharé!

- No, ladrona. Lo que haré será entregarte a la policía.

- ¡No! ¡Eso no! ¡Mejor máteme, pero no quiero volver con mi padrastro!

Lloré y hasta me hice mis necesidades, y entonces, él bajó su arma, porque a él le llegó algo de mi dolor. Respondió:

- Está bien, no te denunciaré; al menos, no así.

Llamó hacia adentro a su hija:

- Illy, tráeme una de las batas de tu mamá.

Después de cinco minutos, la niña la trajo y él me la extendió para que me vistiera. Luego, mandó a sus hijos a asearse, luego a mí, y todos juntos nos sentamos. El hijo menor me dio el mismo plato que yo comencé a comer, ya recalentado en microondas. Comimos en silencio, aunque el niño preguntó a su padre:

- Papá, ¿es ella nuestra nueva mamá?

Todos nos sentimos incómodos, pero disimulamos. Al terminar de comer, los niños me comentaron:

- Cocinas muy rico, más que...

El padre mandó a los niños a sus cuartos para poder interrogarme. Le expliqué mi historia y agregué:

- Mi nombre es Ivonne. Me escapé de mi casa porque mi padrastro comenzó a abusar de mí. No le diré más. No uso drogas y solamente tomé de sus cereales hasta que me hizo falta comida caliente, hecha en casa. Traté de no hacer desorden. Mi ropa se deshizo en la lavadora, así que no tengo cómo salir de aquí.

El hombre se enterneció y me preguntó:

- ¿Sabe alguien que estás aquí?

- No. Nadie me ha visto llegar.

- Está bien. Te diré lo que haremos. Te quedarás por algún tiempo pero no puedo pagarte con dinero. Tendrás comida y hasta te compraré ropa, pero pronto necesitaré que te vayas.

Aunque no me daba mucha esperanza, acepté. Mientras el padre observaba, la niña tomó mis medidas, y los tres salieron al centro comercial. Yo recogí la mesa, lavé toda la vajilla, y me senté a esperar. Pronto llegaron, con ropa nueva, incluyendo ropa interior. También me dio una toalla y cepillo dental. Me tocó dormir en el sofá, mucho más cómodo y mullido que donde he tenido que dormir todo este tiempo. Al otro día, oí el ruido y las voces de la familia al despertar y prepararse para ir al trabajo y la escuela. Me levanté, me puse la bata y cociné un desayuno ligero para todos. Se maravillaron al ver comida preparada con esmero otra vez, aunque comieron aprisa. El señor me miró con una mezcla de emociones, pero se viró para llevarse a los hijos. Terminé de comer y recoger, para lavarme y luego hacer el aseo de la casa. Solamente barrí la sala, limpié la cocina de manchas viejas de comida derramada y otras áreas comunes, evitando las habitaciones de los dueños. Pensé en huir otra vez, pero tuve miedo, y en mi indecisión, vi que pronto llegarían, así que cociné otra cosa. Poco a poco, fui cayendo en una rutina, y las personas me fueron tomando confianza. Ya aprendí sus nombres: el padre se llama Felipe, y es capataz de la construcción, la hija de doce años se llama Ileana y el de ocho, Manuel. A veces, los acompañé a actividades de los niños, y él me presentó como un ama de llaves. A través de comentarios, me enteré de que su esposa lo dejó por otro trabajador, antes de que obtuviera su ascenso, y ahora, ellos tienen dificultades económicas porque el tipo le resultó irresponsable. Ya ni siquiera viven en este pueblo.

Los niños se encariñaron conmigo y hasta la mayor me pedía que me convirtiera en su nueva madre, y yo me sentí halagada, pero no creí que estuviese preparada para la responsabilidad. Un día, miré el calendario y calculé que cumplí mis dieciocho años en algún punto de mi vagar, antes de llegar hasta esta familia. Ya soy libre, siendo yo mayor de edad. Le pedí ayuda a Felipe para que me inscribiera en la escuela nocturna, y hasta fui a buscar mi expediente en mi vieja escuela superior, para saber cuántos cursos me faltaban para un equivalente de cuarto año. Solamente me reconoció el personal de la escuela, pero al yo tener la mayoría de edad, tuvieron que respetar mis condiciones de no notificar a mis padres, y me marché otra vez.

Al matricularme, noté que era la única que no estaba embarazada o con hijos, sin contar los que me adoptaron. El otro caso diferente era una joven impedida, con edad mental menor que su cronológica. Cierta noche, mientras yo estudiaba para una clase un poco difícil, el señor se puso a conversar conmigo:

- Te agradezco todo lo que haces por mi familia.

- Yo también te agradezco que me hayas dejado quedarme.

- Hasta admiro lo que haces por recuperar tu vida.

- Gracias.

- Está bien. Ahora te dejo; sigue estudiando.

Estuve una hora más, hasta que me venció el cansancio, así que guardé los libros y me fui a dormir. Me desperté durante la madrugada para ir al baño, y el niño también salió. Esperé a que él terminara, pero el padre me dijo:

- Ven, pasa al de mi habitación.

Acepté aliviada, y al terminar, le di las gracias. El murmuró un "de nada" y prosiguió:

- Si te hiciera falta otra vez, estará disponible...

- Gracias otra vez.

No respondió, así que supuse que se quedó dormido. Pero algo se apoderó de mí y no quise salir de su habitación. Lo observé dormir en la penumbra, en una cama tan grande, y entendí que era que estaba incompleta. Me moví hacia el lado que debería ocupar su mujer, y me dio un poco de miedo, después de todo, tuve un recuerdo de mi horrible padrastro. Pero me dije:

- Este hombre no puede ser tan malo como aquel. De hecho, lo amo.

Así que moví la sábana y me acosté junto a él, como por impulso. El reaccionó sorprendido, y me preguntó:

- ¿Qué haces?

Como única respuesta, rodeé sus mejillas con mis manos, para hallar su boca y poder besarla. Quiso preguntar de nuevo:

- ¿Po-por qué haces esto?

Pero ya mi lengua penetró hasta enredarse con la suya, y no se pudo resistir más. Me fui levantando sobre su rostro, invitándolo a que lamiera mis pezones, y luego, él me volteó para que yo quedara acostada, mientras él siguió recorriendo mi cuerpo. Sentí el primer orgasmo poco antes de que me penetrara, y luego, oí cómo abría una gaveta y rompía un sobrecito. Supe que era un condón. Me explicó:

- Guardaba esto para una ocasión especial, y por fin, se dio.

- También es especial para mí.

Se lo ajustó y comenzó a buscar mi vagina con el glande. Estaba yo tan resbalosa, que con un corto movimiento, su pene entró fácilmente hasta el fondo. Instintivamente, yo lo apreté con mis músculos vaginales, y él me elogió:

- Estás deliciosamente apretadita. No voy a resistir mucho.

- Estoy preparada.

Y se movió un poco hacia afuera, y luego me lo metió de nuevo. Aflojé un poco para que él hallara un ritmo agradable, pero pronto me invadió el éxtasis otra vez, y apreté un poco más, y él aceleró hasta que logró su orgasmo. Yo sentí otro mucho más fuerte, ¿habrá sido el punto G? Ambos quedamos extenuados, y apenas tuvimos fuerzas para darnos un beso antes de quedarnos dormidos.

Felipe se despertó primero, al reconocer el sonido de su despertador, y de pronto, se sorprendió un poco. Luego sintió la presión del condón en su miembro y se lo quitó. Entonces, lo recordó todo. Me vino a despertar con besos y caricias, diciendo:

- Levántate, mi amor. No quiero que los niños nos descubran así.

- ¿Qué?

Desperté yo sobresaltada, y en instantes, yo también recordé la pasión que compartimos en la madrugada. Busqué mi bata, me la puse, pero al salir, los hijos se cruzaron con nosotros y se descubrió todo, y ellos comenzaron a canturrear:

- ¡Ivonne y Papá son novios! ¡Ya tenemos mamá!

Con exasperación risueña, les pregunte:

- ¡Ya basta! ¿Cómo se dieron cuenta?

Manuelito ofreció la respuesta:

- Al ver que ya no venías al baño del pasillo, supuse que estarías en el de Papá...

- ¡Vengan acá!

Y los perseguí para abrazarlos. Ellos se escabulleron por un corto trecho, para dejarse alcanzar y reciprocarme con sus besos. Preguntaron, siempre con la típica curiosidad infantil:

- ¿Significa esto que te casarás con Papá?

- No sé...

Pero "Papá" tropezó conmigo por la espalda, y me rodeó con sus brazos para tocar a los niños. Sentí su erección contra mis nalgas, e impulsivamente, dije que sí. De algún modo, volvimos a la realidad y nos preparamos para el día que comenzaba, ahora con el optimismo de que sí tengo un hogar, y una familia que amo y que me ama.

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  • COMENTARIOS
Anonymous
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3 Comentarios
AnonymousAnónimohace más de 14 años
Muy tierno y con sensualidad

No hace falta detallar con palabras vulgares las historias, esta me parecio excelente, muy tierna y erotica sin necesidad de morbo

AnonymousAnónimohace más de 17 años
Lindo!!

Me parece super tierno... como un sueño hecho realidad...

AnonymousAnónimohace alrededor de 18 años
poco original

SEMI EROTICO, POCO IMAGINATIVO, UNA MAS.

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