Pasando Las Leyes

Historia Información
Joven lucha por hallar su lugar en oficina legal.
11k palabras
4
10.6k
00
Historia no tiene etiquetas
Compartir este Historia

Tamaño de fuente

Tamaño de Fuente Predeterminado

Espaciado de fuentes

Espaciado de Fuente Predeterminado

Cara de fuente

Cara de Fuente Predeterminada

Tema de Lectura

Tema Predeterminado (Blanco)
Necesitas Iniciar sesión o Registrarse para que su personalización se guarde en su perfil de Literotica.
BETA PÚBLICA

Nota: Puede cambiar el tamaño de la fuente, el tipo de fuente y activar el modo oscuro haciendo clic en la pestaña del ícono "A" en el Cuadro de información de la historia.

Puede volver temporalmente a una experiencia Classic Literotica® durante nuestras pruebas Beta públicas en curso. Considere dejar comentarios sobre los problemas que experimenta o sugerir mejoras.

Haga clic aquí

Argumentos iniciales:

Digamos que yo me llamo Alejandra. Soy una joven bonita, con rostro y pechos redondeados. Me han dicho que mi cuerpo serviría para calendarios en que las chicas salen en bikini o en menos ropa. Pero mis padres insistieron en que mi hermano mayor y yo estudiáramos alguna carrera prestigiosa, o más bien, lucrativa, así que sigo los pasos de mi padre y soy abogada. Mi madre fue una típica dama de sociedad, elegante y orgullosa; tras haberse iniciado en el modelaje de pasarela, se retiró para criarnos. Hasta nos inscribió a ambos hijos en clases de modelaje, pero no para que nosotros hiciéramos una carrera de eso, sino para nuestro mejoramiento personal.

Mi hermano Edwin siempre fue un poco rebelde, pero no era por mala intención, sino solamente porque era un inadaptado. El era apuesto y fornido, capaz de atraer a cualquier muchacha, incluso a mí misma. Pero al no saber qué quería ser en la vida, no mantenía por mucho tiempo relaciones fuera del entorno familiar. A mitad de carrera, se empezó a notar una baja en su aprovechamiento y consideró el transferirse a una universidad comunal para ser mecánico automotriz, ya que sí tenía un talento para reparar desperfectos mecánicos a nuestra flota y a algunos de sus amigos, especialmente a amigas, inclusive quiso ser piloto de carreras. Me puse a conversar con él, y me dijo:

- Nuestro padre nunca aceptará que yo sea menos que abogado, ingeniero o médico. Pero yo no estoy hecho para esa vida.

Yo le contesté:

- Por mí, puedes ser lo que tú desees, mientras lo hagas bien y de todo corazón.

- Eso es precisamente mi problema: no tengo corazón para batallar tanto. No puedo complacer a tanta gente que espera más y más de mí. ¡Me van a volver loco!

Hasta me puse a planear cómo encubriría su cambio de profesión, al menos, hasta que él se estableciera. Pero mi padre resultó ser un gran investigador y nos descubrió. Hasta me recriminó el que yo no le advirtiese de los planes de Edwin. Pero nos impusimos a nuestros padres, a condición de que yo no abandonara mis estudios, y les aseguré que para mí, eso no iba a ser un problema. Pero nuestros padres se impacientaron y le hicieron la vida imposible, aun cuando completó su curso de diagnóstico por computadoras, y eso le indujo a emborracharse y trasnocharse en fiestas y discotecas.

Yo, por mi parte, me hospedaba en la universidad, pero mis padres solamente me permitían pernoctar allá para exámenes finales y largas sesiones de estudio y/o proyectos grandes. Una vez, muy tarde en la noche, me llamó al celular. Al menos, no despertó a mi compañera, ya que estaba para vibración. Sonaba muy raro y entrecortado. Al menos, pude entender que pasó esa noche bebiendo y corriendo su automóvil, uno viejo y destartalado en el cual invirtió su tiempo y talento especial, y bastante dinero de Papá, convirtiéndolo en un bólido impresionante.

- Voy hacia allá...

Me pareció oír, pero estaba apenas en el radio de cobertura del proveedor. Una llamada a cierto servicio de triangulación radiofónica que mi padre usa para localizarnos apenas me indicó que venía por cierta carretera rural bastante tortuosa. Yo me puse ansiosa y llamé a algunos de los compañeros de mi hermano. Casi todos me contestaron con evasivas, pero uno en particular, Samuel, con quien tuve un breve noviazgo y hasta alguna experiencia sexual, aunque seguía siendo técnicamente virgen, me informó que realmente compitieron en carreras clandestinas, pero se separaron tras una falsa alarma de una redada. Pero la pista improvisada que usan queda en la misma ruta hacia mi universidad, porque sé que algunos estudiantes de aquí también corren en ella. Me desesperé y me monté en mi pequeño automóvil, a ver si lo alcanzaba. Después de aproximadamente diez minutos de travesía, noté huellas de llantas en la carretera y éstas daban a un precipicio, pero primero había que atravesar algunos árboles y peñones antes de caer. Miré cuidadosamente, porque esa caída me daba vértigo, y alcancé a ver algo que se quemaba. Hasta creí oír una voz, pero el ruido del fuego no me dejó escucharla bien. Pronto se apagó esa voz y el fuego también y llamé al número de mi hermano, pero ahora salía que su unidad no estaba activada. Ahora lo que sentí fue pánico mezclado con incertidumbre y llamé a la policía y a la ambulancia. Los bomberos también vinieron, pero sólo quedaban cenizas qué apagar. El cuerpo calcinado era irreconocible y fueron necesarias pruebas de ADN para que solamente pudiésemos determinar que se trataba de un pariente nuestro. Pero aún así, no hubo duda: fue mi hermano quien murió en ese accidente, cuyas causas nunca conoceremos a ciencia cierta.

El incidente nos marcó profundamente, y obviamente afectó más a mi madre, y en menor grado, a mi padre, quien maldijo por irresponsable a su propio hijo. El efecto en mí fue solamente psicológico, ya que éramos cómplices mutuos. Mi madre enfermó de cáncer por el sufrimiento, pero mi padre fingió ser fuerte y se limitó a culpar a Edwin y hasta le exigió a mi madre que se imaginara que nunca tuvo un hijo varón para que se sobrepusiera y que el tratamiento fuese más efectivo. Pero ella no resistió y murió en menos de un año. Mi padre se retiró de su profesión, y hasta comenzó a beber y salir con mujeres, muchas fueron modelos casi tan jóvenes como yo, y otras fueron damas viudas y/o divorciadas, amigas de mi madre, que le ofrecieron consuelo mediante el sexo. Pero ese estilo de vida tuvo un alto costo para mi padre, y murió de un infarto pocos días antes de que yo me graduase.

Me encontré sola, con una herencia cuantiosa, aunque con ciertas deudas que las circunstancias nos habían obligado a postergar, y sobre todo, una carrera prometedora. Un abogado mayor, amigo de mi padre, especialista en derecho de herencia y tributario, me ayudó a saldar todas las cuentas sin que mi crédito ni nuestro buen nombre se perjudicara, y al revalidar, me contrató como practicante. Tal vez, yo no necesitaba un empleo para vivir, pero yo tenía un compromiso de honor para adquirir experiencia en mi nueva profesión, y es que yo tampoco habría resistido el volverme una dama de sociedad ociosa. Uno de los ajustes draconianos que tuve que hacer fue despedir a la servidumbre, y como yo no abusé de privilegios de niña rica en mis años de estudiante, sé cómo mantener un hogar en orden, incluso una mansión imponente como la que heredé. También entré en posesión de un apartamento de azotea en el centro de la ciudad, desde donde me resulta más conveniente salir a trabajar. Aquí mi padre, en su viudez, y anteriormente, mi hermano, llevaban a sus respectivas conquistas, y hasta yo tuve un encuentro furtivo con mi amigo. Casi todo fue sexo oral, pero ambos nos excitamos demasiado, y aunque teníamos condones, yo no quise perder mi himen, así que no nos quedó más remedio que hacerlo por mi ano. Al principio, me dolió un poco, pero su pene no era tan grande y me pude acostumbrar, ya que el condón era extralubicado. Comenzó lentamente, pero a medida que su orgasmo se acercaba, bombeó con más fuerza. Logré el orgasmo porque Samuel fue lo suficientemente considerado y me acarició el clítoris para alejar mi atención de mi dolor anal. Sangré un poco y él me consoló, diciendo:

- No te preocupes, Sandrita, que esa virginidad regresa.

No me hizo gracia y le ordené que se marchara para que yo pudiese lavar y aliviar mi culo adolorido. Creo que así rompimos nuestra relación, pero seguí dependiendo de él para que vigilara a mi hermano cuando éste se metía en problemas. Era un chantaje amistoso.

Desrerré esos recuerdos de mi mente para dedicarme de lleno a mi adultez.
Exhibit A:

En el bufete, había cinco empleados: El jefe, ex-compañero de Papá, un par de jóvenes abogados, una secretaria y paralegal, cuyo rostro me era peculiar, y finalmente, una servidora. La mayoría de nuestros casos no parecían de importancia, a pesar del esfuerzo requerido en preparación e investigación, ya que solamente tenían que ver con propiedades o permisos gubernamentales y no eran criminales ni demandas de vida o muerte. Pero Carlos, el más apuesto de los dos varones, anhelaba hacer de éste un gran bufete, y el jefe comenzó a asignarle casos con mayor riesgo y remuneración. Su ambición parecía ir a la par con su gran atractivo y me enamoré de él, porque lo admiraba mucho. Fue lo que mi padre y mi hermano, a su modo, siempre fueron: valiente ante las pruebas que la vida nos pone en nuestro camino. Así que me le insinué, tras un día en que nos aliviamos un poco de carga de trabajo. El, naturalmente, se sintió halagado y me preguntó:

- ¿Qué harás esta noche?

- No mucho. Tal vez, me sumerja en mi jacuzzi y tome una copita de vino para relajarme...

No respondió con palabras, pero noté que un bulto se formó dentro de sus pantalones y me di cuenta de que su pene ha de ser grande, por lo menos, nueve pulgadas (22 centímetros). Me daba miedo, pero mis pezones se erizaban, como animándome a tomarlo, al menos, en mi boca, y la humedad que empecé a sentir en mi vagina me obligó a decidirme: ahora o nunca. Al descender por el ascensor, me volví hacia él. Nada le dije, pero el calor que emanaba de ambos cuerpos me hipnotizó y me acerqué, queriendo abrazarle. El tomó la iniciativa e hizo contacto conmigo. Yo soy un poco alta, con 5 pies 7 pulgadas, o 1.7 metros, pero él mide más de seis pies, casi dos metros. Me abrazó y por poco me besa, hasta que se abrió la puerta en la planta baja. Lo hice montar en mi automóvil favorito, un deportivo europeo que, aunque mi hermano no lo consideraba gran cosa, siempre respetó su rendimiento. Si yo no hubiese sido capaz de atraerlo con mi cuerpo escultural, el carro lo tuvo comiendo de mi mano. Llevamos comida oriental, más como entremeses que como alimento, y él echó en su portafolios una bolsita que compró en una tienda de la gasolinera donde yo me detuve a reabastecer a este monstruo de la carretera.

Al llegar a mi apartamento, sí comenzamos a besarnos, metiéndonos las lenguas sin más preámbulo. Probamos la comida y yo fui a preparar el jacuzzi. El comió bastante, pero dejó algo para que yo pudiese terminar y preguntó:

- ¿Dónde está ese vino del que hablabas?

- No tengo. Esta bien: mentí. Es que no me gusta beber...

- Haces bien. Tomemos cualquier otra cosa para celebrar.

Yo le pregunté pícaramente:

- ¿Qué celebramos?

- No sé. Por nosotros, o mejor, por el alivio de nuestras responsabilidades en la oficina. Por cierto, ¿también mentiste acerca del jacuzzi?

- ¡No, mi amor! Ven hasta el fondo y lo verás...

Yo ya estaba desnuda, así que me metí al pequeño estanque y los chorros burbujeantes y tibios se encargaron de disimular mis partes íntimas. El se tuvo que desnudar ante mi vista antes de saltar adentro. Su pene era enorme y sobrecogedor, y tartamudeando, le pregunté:

- ¿Cuánto mide?

- Relajado, casi ocho pulgadas (20 cms.), y erecto, mas de diez y media (hagan ustedes los cálculos)...

- ¡Oh, Dios, en qué lío me he metido!

Así pensaba yo, no lo llegué a pronunciar. Pero él no me dio tiempo para que me arrepintiese, porque me besó fogosamente en mi boca, obligando a mi lengua a participar. Luego bajó por mi cuello y agarró mi teta izquierda, clavándose mi pezón en la palma de su mano. Debí sacársela de mi pecho, pero yo ya estaba loca por el deseo y solamente atiné a reclamar su rostro de nuevo para otro beso francés, y así gemir en su propia boca. El me levantó un poco para que mis pechos quedaran al descubierto. Entonces, él me preguntó:

- Y las tuyas, ¿Cuánto miden?

¡Touché! Pero lo justo es justo y le respondí:

- Mis medidas son las clásicas 36-24-36, o 90-60-90 en métrico; bueno, en realidad, 34 o 35 de busto, pero a veces B o C, dependiendo del día del mes.

El dijo, en tono de halago:

- No tienen que ser 38 (95 cms.), así como lo mío no hace falta que llegue a las 12 (30 para los amigos de otras partes del mundo). ¡Son bellas!

- ¡Tú también eres bello!

- ¡No, tú eres la más bella!

Y bajó su rostro a mis pezones y se turnó entre ellos, intensificando en mi genitalía una vibración que me causaban los chorros que lanzaba mi jacuzzi. Me acarició abajo mientras me tenía entretenida acá arriba. Luego trató de zambullirse para lamer mi vulva pero el movimiento del agua no le permitió aguantar la respiración, así que me levantó como si yo fuese una muñeca de papel y me recostó al borde del jacuzzi para poder mamar mi clítoris a sus anchas. Cuando yo ya casi alcanzaba mi orgasmo, salió del agua y sacó de su bolsita un condón que parecía hecho para caballos y se lo puso. ¡Oh, oh! Me va a taladrar con esa cosa. Pero ya yo estaba dispuesta a todo y lo animé:

- ¡Ven y méteme tu pene hasta adentro!

Y así lo hizo. A medida que él se metía lentamente en mi vagina, me acomodó mis piernas para que pudiese llegar muy profundamente sin lastimarme. Yo me sorprendí de ser tan elástica, porque no sentí dolor, sino solamente mucho placer. Ni siquiera sentí a mi himen quebrarse. El orgasmo regresó como por arte de magia, pero él apenas comenzaba. Al principio, iba lento, como temiendo por mi bienestar, pero yo le aseguré que estaba pasándola muy bien, diciendo:

- Sigue, dame más. Sumérgete en esta vagina desvergonzada.

Hasta sentí que atravesó mi cuello uterino. A veces dolía, pero otras, aumentaba mi placer. Entonces, en lo profundo de mi ser, despertó el legendario punto G y tuve el super-orgasmo con chorros más potentes que los de mi tina de agua a presión. Tanta conmoción excitó a mi novio, quien apresuró sus embestidas hasta que infló ese condón con su propio semen abundante y caliente. Al quitarse la goma profiláctica, sentí curiosidad morbosa y le pedí saborear el residuo en él y un poco de su pene directamente. El mamarle no le permitió perder la erección y me dijo:

- ¿Sabes qué? Lo quiero hacer de nuevo.

- ¡Qué bueno! Yo también.

- Pero ahora te quiero por atrás.

Me asusté mucho, pensando en el ardor que Sammy me causó anteriormente, y le grité suplicantemente:

- ¡Oh, no! ¡La tienes demasiado grande; me vas a matar!

- Por favor...

Pero yo no cedía. Le dije con firmeza:

- Mira, la acabamos de pasar muy bien, pero apenas empezamos a conocernos. Permíteme saborear este momento, ya que mañana hay que ir a trabajar y necesitaré poderme sentar en mi escritorio.

Desistió y respondió:

- Está bien, no te quiero forzar si no quieres...

- Te prometo que el próximo fin de semana, que no tenemos que venir a la oficina, lo trataremos.

Nos duchamos y él me depositó en mi gran cama, y hasta fue a traerme lo que sobró de comida china, diciéndome:

- Toma, para que repongas tus fuerzas. No es poca cosa que me hayas tenido completo dentro de ti...

Pero antes de que me comparase con las otras chicas que él debió haber tenido, lo callé con un beso, y hasta le impulsé un bocado de comida con mi lengua hacia su garganta para atragantarlo. Logró escupirlo sobre mi cuerpo, y le regañé juguetonamente:

- Mira el reguero que me has dejado. ¡Ahora, me lo tienes que limpiar! No quiero que se caiga a la cama y me manche las sábanas.

Lo recogió con solamente su boca, y hasta lo masticó contra mi piel, dándome un pequeño escalofrío, y al tragar, lavó el área de impacto con sus labios y lengua, comentándome:

- ¡Quedaste muy bien condimentada!

Pero él se tuvo que ir a su apartamento esa misma madrugada, para ir al trabajo vistiendo ropa limpia.

Llegó el viernes, y tras corroborar con el jefe que no quedaba trabajo pendiente, decidí que lo haríamos en mi mansión. Allí nos aseamos, nos acariciamos y hasta lo tuve por el frente para excitarme un poco. Pero llegó la hora cero. Me tensé un poco, pero él me animó, diciendo:

- Está bien, sé que duele un poco al principio. Pero yo tengo con qué hacértelo más llevadero.

Nos pusimos batas de baño y pasamos al área de la alberca, y allí preparamos el jacuzzi, algo mayor y al aire libre, pero fuera del alcance de la mayoría de los mirones, solamente "paparazzi" en helicóptero o con cámaras ocultas verían la acción. Nos desnudamos con una mezcla de timidez y exhibicionismo, y entramos al agua. Una vez adentro, me acomodé para dirigir algunos chorros a mi vulva y ano, y hasta le mamé su pene para que mantuviera una erección, porque yo me iba sintiendo como una estrella porno. Lo solté pronto para que él no gastara su vigor antes de tiempo y me apoyé en el borde, asomando mi trasero por encima del agua para que hiciera de mí lo que él deseara. El sacó un tubo de lubricante para el ano y fue dilatándome con los dedos y hasta usó su glande para que me acostumbrara a la sensación. Esparció más crema entre ambos, y mientras yo respiré profundo, él fue entrando muy despacio, mientras me preguntaba:

- ¿Estás bien?

- ¿Yo? ¡Sí, muy bien!

El dolor era fuerte, pero delicioso, como si estuviese aguantando unas ganas tremendas de defecar. El me explicó:

- ¡Eso es! Puja para defecar, así será más fácil y placentero.

Al hacer lo que me indicó, me distendí bastante y él entró un poco más. Expertamente, supo controlar su profundidad y no me desgarró, pero oprimió persistentemente para poderse alojar en mi recto cómodamente. Cuando se detuvo, le comenté:

- ¡Qué rico, casi tanto como al frente, o tal vez, más! ¿Cuanto te queda afuera?

- ¡Nada! ¡Lo tienes todo adentro!

No lo creí, hasta que la sensación de sus testículos sobre mi vulva me corroboraron la hazaña. El ya quería sensaciones y comenzó nuevamente con su ritmo lento y condescendiente, pero un contagioso orgasmo le hizo acelerar. Gruñó:

- ¡Toma, ramera! ¡Nunca creí que pudiese encontrar tan buena hembra!

Yo enloquecí y le riposté con más obscenidades mientras montábamos una ola de orgasmos tras otra. Cuando ya no dábamos para más, callamos y Carlos se relajó mucho y logré expulsar su miembro, ya flácido, y él por poco se desploma en mi piscinita hasta ahogarse, porque a mí no me quedarían fuerzas para rescatar su cuerpo tan musculoso. El se logró arrastrar a mi lado y se arrancó el condón, mientras jadeaba:

- ¡Sandra, eres maravillosa!

Yo extendí mi brazo sobre su vientre, y sentí que la punta de su pene rozaba mi antebrazo, y le contesté:

- ¡Tu también lo eres!

Esto auguraba que seríamos compatibles y muy felices.

Apagamos el jacuzzi y subimos dormir, sin volvernos a poner las batas, para dormir desnudos, como siempre quisimos pero nunca se daba la oportunidad. Al otro día, nos sobábamos y mamábamos mutuamente para excitarnos y luego él me penetró en posición misionera y nos dimos cuenta de que su falo era tan grande que me lo podía meter por el ano desde el frente, y eso nos inspiró tanta ilusión de hacer porno, que pasamos casi todo el fin de semana practicando el truco de sacarlo de mis cavidades para rociar mi cuerpo, "la toma del dinero"; al principio, ensayábamos con el condón puesto para protegerme si él no se salía a tiempo. Cuando lo logramos perfeccionar, no tuvimos que usar preservativo y hasta le dio tiempo de traerlo ante mi rostro para que yo me tragara su semen.

Carlos y yo seguimos viéndonos, es decir, él siguió visitándome para meterme su pene en mi vagina y en mi ano, tras mamar generosamente mis pezones y clítoris y tomando las consabidas precauciones, pero no convivimos. Algunas veces, él me invitó a su modesto apartamento de soltero y allí dábamos rienda suelta a nuestra vena exhibicionista.
Exhibit B:

Cierto día, tomamos un caso especial, que le haría justicia a una familia pobre que lograría identificar una fuente de ingresos muy sólida. Ambas partes argumentamos vigorosamente, porque demandábamos a una gran corporación que sería capaz de absorber al mundo entero. Desgraciadamente, el fallo nos fue adverso, y Carlos fue a radicar una apelación. Pero inesperadamente, el bufete de la otra parte nos citó a su oficina y nos propuso un trato: tres cuartos de millón de dólares ahora o unas acciones en cierta corporación subsidiaria que no lucía muy sólida, todo para no seguir apelando. Fue Carlos quien insistió en que aceptáramos lo seguro, el dinero, y nuestro jefe lo aceptó. Me quedé en shock. Pero ellos se empeñaron en matar mi idealismo, diciendo alternadamente: