El Masajista 5a. Parte

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Un nuevo encuentro con su madrastra.
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Parte 5 de la serie de 8 partes

Actualizado 03/18/2021
Creado 11/27/2014
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El masajista, 5ª. Parte

Un nuevo encuentro con su madrastra

La verdad pocas veces es pura y nunca simple

Oscar Wilde

Josefa estuvo todo el día preocupada por la salida de Esteban. Más bien se sentía como la novia abandonada. Claro, se daba cuenta de que él también tenía una vida propia. El hecho de estar estudiando, implicaba que siempre habría toda clase de amigos y amigas con los que él seguiría saliendo. ¿Amigas? El sólo pensamiento la irritaba, era algo que estaba más allá de lo que estaba dispuesta a aceptar. Su cabeza daba vueltas y se llenaba de demonios que hacían las veces de jueces. Uno de ellos le preguntaba: ¿Y qué hay de la actividad que ejerces? ¿Acaso Esteban no podría hacerse la misma pregunta? ¿Es que eres un robot, que no se involucra sentimentalmente con los clientes que atiendes? ¿Acaso no sientes placer cuando culeas en esas ocasiones?

Se tomó la cara acongojada ante tales preguntas. Se dio cuenta que su relación con Esteban parecía una criba, llena de agujeros difíciles de llenar. Y en el evento de que esa relación siguiera avanzando, ¿hasta dónde los llevaría? Ella estaba casada aún. Carlos, su marido fugado del país, podría aparecer en el horizonte y entonces, ¿qué pasaría con esta relación entre ella y Esteban?

Trató de serenarse y al mismo tiempo ordenar sus pensamientos, no permitiendo que esos jueces mentales la abrumaran. Debía pensar en el ahora; en los acontecimientos que regían su vida hoy, en los sentimientos que regían su existencia, en el amor que sentía por su hija, en el amor que sentía por Esteban y que ciertamente había tomado una nueva dimensión.

Debía conversar de esto con Esteban; necesitaba saber qué pensaba. Decidió esperarlo. Se acomodó en el sofá del living; miró la hora, eran las 10 de la noche. Decidió leer mientras lo esperaba. La novela la tuvo entretenida y despierta poco después de las 11 de la noche; pronto sintió una laxitud, sus manos cayeron en su regazo junto con el libro y acomodó su cabeza en el respaldo del sofá.

Así la encontró Esteban cuando entro a la casa. Miró arrobado los finos rasgos de su rostro dormido. Se acercó, se sentó al lado y acarició su barbilla, sus labios. Fue ese momento en que Josefa despertó al sentir el cosquilleo de sus dedos.

"Oh, Esteban, no sé en qué momento me dormí", le dijo soñolienta.

"¿Pero, por qué no te acostaste?" le preguntó él.

"Es que decidí esperarte. Necesitaba conversar contigo" contesto ella.

"¿Pero, no podríamos hacerlo mañana, es tan importante. Dime qué pasa?" A medida de que le iba haciendo las preguntas, Esteban empezó a sentirse inquieto.

"No te preocupes, no pasa nada. Es decir, pasan muchas cosas sobre las que quiero conversar contigo y necesitaba hacerlo a esta hora en que estamos solos", le explico ella.

"Bueno, si es así, conversemos. ¿Quieres que te traiga alguna bebida?"

"Si. Prepárame algo fuerte"

Esteban se dirigió hacia la cocina y preparó un trago para Josefa y un jugo para él. Volvió y le pasó la bebida sentándose a su lado.

"Ahora, cuéntame qué es lo que te preocupa" le dijo el muchacho, mientras la miraba intensamente.

Ella comenzó hablándole de sus temores; de los pequeños celos que sentía cuando no estaba con ella; de cómo sentía que las cosas se habían precipitado entre ellos, de una manera que si bien esperaba, no imaginó que pudieran tomar el ritmo que habían tomado. En fin, del futuro de sus relaciones.

"Pero, Josefa, tu sabes lo que siento por ti. Es cierto lo que tú dices; pero, este era necesariamente el curso que debían tomar las cosas entre nosotros." Y agregó con una madurez que asombró y al mismo tiempo encantó a Josefa: "Yo nunca me podría involucrarme con nadie que no seas tú. Y las cosas deberemos enfrentarlas en el momento en que ellas ocurran. Debemos confiar en nuestro amor."

"Si, está bien. Pero quiero que te des cuenta también, que si queremos que esto continúe entre nosotros, tendrá que mantenerse en reserva. Está tu pequeña hermana a la que no podremos nunca involucrar de ninguna manera. ¿Me comprendes?" Le dijo Josefa con un tono casi plañidero.

"Si, tienes razón. Te prometo que lo tendré siempre presente." Contestó él, bajando la cabeza, sintiéndose de alguna manera culpable de las consecuencias que todo ello podría acarrear.

Se quedaron un momento en silencio, meditando ambos lo que habían dejado en claro. Era evidente ahora, que ellos deberían actuar como amantes casi furtivos, no como enamorados, que era lo que siempre Esteban esperó de esta relación. Para él, con su juventud, la situación iba por un camino distinto del que visualizaba Josefa. Sería algo con lo que tendrían que convivir, si querían que esto prosperara.

En ese momento ella tomándole las manos le dijo: "Una sola cosa quiero que tengas en claro, cariño, mi amor por ti no tiene ninguna restricción. No podría amarte de otra manera. Y haré todo lo que sea posible para que tú también lo sientas así,"

Esteban llevó sus manos a su boca y las besó diciéndole "Y yo te juro que haré todo para que nada dañe nuestra relación. Yo también te amo."

Ella se levantó del sofá al mismo tiempo que lo hacía el muchacho y abrazándolo, se despidió con un beso en la boca. "Que duermas bien, cariño" y enseguida subió hacia su dormitorio en el segundo piso.

Esteban se sentó nuevamente en el sofá, un tanto confundido, ya que pensó que dormirían juntos. Se terminó su bebida y se quedó unos momentos meditando lo conversado con Josefa y también, hizo un recuento de todos los acontecimientos de la semana. Se dio cuenta que su vida estaba tomando un giro casi vertiginoso; pero, ¿hacia dónde?, no lo tenía claro aún.

Se levantó y se fue a su dormitorio. Después de lavarse los dientes se acostó. En unos minutos estaba profundamente dormido.

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Allí estaba él, sentado en un sillón, mientras veía a Josefa acostada en la cama vestida sólo con sus calzoncitos celestes. Su padre los había tomado por la pequeña pretina y lentamente se los bajaba. Josefa, con sus rodillas flexionadas, apoyó sus pies en la cama y levantó sus caderas para que el pudiera deslizarlos por sus piernas. En todo momento ella no dejaba de mirar a Esteban con esos ojos claros, en los que él se había visto reflejado no hacía mucho. Una leve sonrisa apareció en el rostro de ella, cuando finalmente su padre logró bajar la pequeña prenda y tomándola por las nalgas bajó su cara hasta su vulva para sorberla como si tuviera frente a su boca un cáliz de cristal. Allí suavemente hurgó con su lengua la hendidura, lamiendo los suaves labios ahora mojados con su saliva. Bebió en la hendidura los jugos que habían comenzado a surtir como una fuente. Josefa en ese momento dejó caer su cabeza sobre la almohada, con su boca abierta jadeante de placer, mientras su padre continuaba pasando la lengua por cada uno de los bordes de la hendidura, que ahora se abría palpitante, y sus dedos se deslizaban entre sus nalgas para jugar con la pequeña hendidura estriada de su ano.

Esteban, con su verga hinchada de excitación, miraba desesperado la escena. De pronto ésta desapareció como si una neblina hubiera cubierto el dormitorio; al mismo tiempo sintió que su miembro, que le dolía por la fuerza de la erección, era asida por una suave mano que comenzaba a recorrerla a todo lo largo con sus dedos.

Se estremeció ante la caricia y fue tan fuerte la sensación, que lentamente comenzó a despertar. La luz del amanecer entraba por los visillos de la ventana de su dormitorio, lo que le hizo abrir más los ojos y lo que primero vio, fue el rostro sonriente de Josefa.

"¡Amor, te vine a buscar para que subas a mi dormitorio. Es temprano y Lucía duerme hasta tarde los domingos. No sabes cuánto te he echado de menos" y con una mirada pícara agregó mientras le daba un apretón a su endurecida verga: "¡Y también a este bebé!" y diciendo eso, se levanto de la cama de un salto y salió corriendo del dormitorio de Esteban. Alcanzó a ver que iba desnuda, vestida sólo con un delgado camisón que le llegaba apenas más abajo de la cintura, dejando su redondo y desnudo trasero al aire.

Ya a esta altura, Esteban estaba completamente despierto y se levantó, acomodó la pretina de sus bóxers tratando de cubrir parte de su abultada y enorme erección que le había dejado Josefa.

Cuando entró a su dormitorio, Josefa estaba arropada hasta el cuello y lo miró sonriendo cuando Esteban abriendo los cobertores de la cama se metió junto a ella. Josefa le echó los brazos al cuello pegando su tibio cuerpo al de él. Al hacerlo, sintió contra su vientre el bulto de su erección, bajó su mano y buscando el borde de sus bóxers los tiro hacia abajo. Esteban levantando sus caderas logró zafarlos hasta quedar desnudo contra ella. Josefa se apretó nuevamente y esta vez buscó su boca y lo besó largamente. Esteban le devolvió el beso, para bajar hasta su cuello, después hasta sus pechos siempre cubriendo cada centímetro de su cuerpo a medida de que bajaba. Josefa lo miraba fascinada cómo la acariciaba y besaba sus pequeños pechos. Pronto la boca de él encontró su ombligo, en donde metió su lengua; su boca recorrió el comienzo de su ingle, mientras Josefa temblaba de anticipación. La boca de Esteban ahora estaba en el centro de su triángulo hasta que se encontró con el inicio de la hendidura de su vulva. Suavemente, con los dedos de ambas manos, entreabrió los labios vaginales y con la punta de su lengua acarició los bordes, bajando y subiendo hasta encontrarse con el pequeño clítoris que asomaba su pequeña cabeza. Lo lamió, lo sorbió sintiendo, al hacerlo, los gemidos de Josefa. Pero ésta no esperaba lo que vino a continuación: él con un movimiento de sus fuertes brazos, la tomó de sus piernas la giró como si fuera una muñeca, quedando con su trasero apuntado la cara de él. Ahora fue todo el ancho de la lengua de Esteban la que comenzó a lamer desde el borde de su concha hasta su pequeño agujero estriado que comenzó a palpitar abriendo y cerrándose. Fue el momento en que insertó la punta de su lengua en su ano, que la excitación fue más fuerte que el control que ella quería mantener, su cuerpo se tensó como golpeada por un rayo y dando un grito que no pudo ahogar, acabó en espasmos que duraron lo que para ella fue una eternidad.

Lentamente Josefa se recobró y tomándole el rostro, lo instó a subir hacia ella. "¡Asesino!" le dijo con ojos acuosos. "¡No puedes hacerme eso! ¡No es justo! ¡Me hiciste acabar!". De pronto sus ojos se fijaron más en él y miró su boca. "¡No es posible! ¿Todo ese jugo es mío?" Y entre risas comenzó a besarlo y a lamerlo como una gata hace su aseo matutino, para después chuparle sus mejillas, su barbilla y volver a besarlo. Después de un largo rato, se detuvo y acomodó su cabeza en su pecho, mientras Esteban acariciaba su rostro.

Con su mano apoyada en su pecho, ella experimentaba ahora esa sensación de protección que toda mujer desea por momentos y que se intensifica más después del orgasmo. Era un instante de laxitud, de paz, que tan pocas veces experimentaba y que junto a Esteban cobraba un significado tan inexplicablemente bello que, como una paradoja, iba más allá de la razón.

Su mano bajó acariciando su cuerpo, hasta que el dorso de su mano chocó la cabeza de su miembro erguido; sus dedos se engarzaron en él y notó lo mojada que se encontraba. Inclinó su rostro y vio su rabiosa erección. Levantó su cara, buscó sus labios, y lo besó largamente mientras sus dedos jugaban con su verga, cubriéndola con sus líquidos que habían comenzado a manar a medida de que la excitación de Esteban se incrementaba.

Dejó la boca del muchacho y poniéndose de rodillas acercó sus labios a la punta del pico y comenzó a lamerlo de la misma forma en que él había lamido su concha. Con sus dos manos agarrando ese poste de carne, lamió la cabeza, chupó los jugos que seguían escurriendo desde la pequeña hendidura hasta que, abriendo ampliamente su boca, comenzó a introducir poco a poco su verga hasta sentir que tocaba su garganta; después lo succionaba hasta sacarla de su boca mientras lo miraba con sus ojos brillantes de lujuria.

En el silencio de la madrugada, se sentía restallar los sonidos de la succión que ejecutaba Josefa en el pico de Esteban cuando salía rauda de su boca enloquecida. Perdieron ambos nuevamente la noción de tiempo, hasta que Josefa, en un momento de lucidez al ver que la claridad de mañana comenzaba a iluminar sus cuerpos en la cama, con sus manos asiendo el tronco del pico de Esteban, subió sus dedos para rodear la cabeza y comenzó a succionarla sin detenerse ni un instante. Sintió como todo el pico comenzaba a hincharse entre sus manos hasta que chorros de semen inundaron su boca. Esteban gimiendo, levantó sus caderas desde la cama mientras Josefa, con todo el pico en su boca, tragó todo lo que pudo contener su boca. Cuando cesaron los espasmos del muchacho. Josefa feliz, con su boca y barbillas chorreantes de semen, reptó sobre su cuerpo hasta colocar su cara frente a él, diciéndole: "¡Ahora que te comí el pico como tú me comiste mi concha, bésame!"

Y Esteban, un tanto confundido en un primer momento porque para él era una experiencia nueva, la besó y hurgó con su lengua su boca, de la misma manera en que Josefa le succionaba la suya, como si sus vidas dependieran de ese acto.

Se quedaron abrazados mientras el sonido de los pájaros en el jardín, anunciaban el comienzo del día.

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