La huérfana de Negro

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Joven profesional recibe sorpresa de extraña hermosa.
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Soy un joven corredor de bolsa y llevo pocos meses en una nueva casa de corretaje. El trabajo es muy rutinario, y en el último año, he notado el mercado casi en continua baja, esto hace que este trabajo sea muy estresante, el evitar que los clientes pierdan demasiado dinero. Aún así, pagan bien, siendo yo un principiante. Al no tener muchos amigos en la gran ciudad, y mucho menos, en el distrito financiero, voy solamente del apartamento al trabajo, temprano en las mañanas, y de regreso al atardecer. Como el tiempo en que los mercados hacen transacciones es muy limitado, no son muy tantas las horas extras, excepto cuando tomo órdenes para transacciones en bolsas extranjeras, y algunas veces, el procedimiento es más extraño: regreso a mi casa a la hora acostumbrada, pero tengo que despertar en medio de la noche para ir a la oficina y trabajar frente a las computadoras durante la madrugada.

Al caminar por las calles de la ciudad, veo toda clase de gente, y no les presto mucha atención, pero poco a poco, me voy acostumbrando a algunos rostros y vestimentas, pero como nada tengo en común con ellos, dejo que se pierdan en el mar de gente.

Un martes por la mañana, y a pocas cuadras de mi oficina, veo pasar a una joven muy bonita, rubia y de piel muy blanca, vestida como ejecutiva pero con influencia de alta costura, en la cual el negro predomina, como si llevara luto. Parecía una supermodelo, aunque no es tan alta. Se sonríe al pasar cerca de mí, y yo no me hago ilusiones de que sea para mí esa sonrisa. Pero al otro día, nos cruzamos y me la obsequia otra vez. Ya eso es mucha coincidencia, pero nada más. Ya el jueves, no solamente la veo pasar como de costumbre, sino que durante la tarde, cuando la mayoría de los mercados han cerrado y solamente nos queda el dar seguimiento a los clientes antes de terminar por ese día, la he visto entrar a la casa de corretaje, y hasta entra en la oficina de un alto ejecutivo, de mediana edad. Estuvo allí durante escasos veinte minutos, y se marchó. Yo evito que me vea y ella pasa sin inmutarse; es mejor así. Otros empleados cuchichean incoherentemente, pero pronto ponen de nuevo su atención en el trabajo.

El viernes, no solamente me la encuentro al venir a trabajar, sino que la veo al salir, como haciendo la ruta a la inversa. Hasta me saluda:

- Hola.

¡Esta señorita debe estar loca! Me volteo, a ver si llama a alguien que se encuentre detrás de mí, pero se detiene justo frente a mí y me vuelve a hablar:

- Mi nombre es Angie, gusto en conocerte.

Debería sentirme halagado, pero lo que siento es todo lo contrario: incomodidad, desconfianza, miedo. En las grandes ciudades de todo el mundo, uno se imagina una trampa mortal acechando cuando alguien se le acerca a uno al alcance de un brazo. Ella preguntó con insistencia pero con delicadeza:

- ¿Cómo estás? Te veo pasar mucho por aquí...

- ¿Quién es usted? ¿Qué desea...?

- Ya te he dicho que mi nombre es Angie. ¿Cuál es el tuyo?

Quise desviarme de ella, pero me dirigió una mirada increíble: sonreía tímidamente, y a la vez, fruncía sus cejas, exquisitamente perfiladas y con el color levemente más oscuro que su cabello, el cual tenía mechones del color de las cejas. Su mirada era entre alegre y suplicante, hasta me inspiraba sinceridad. Decidí contestar, por cortesía:

- Soy Andrés.

Desbaratando la tensión entre nosotros, extendió una mano delicada para un suave apretón y contestó:

- ¡Mucho gusto! Ven, te invito a un café.

Fuimos a un delicatessen, y tras tomar una tacita, comenzó a hablar de temas sin importancia:

- ¿Llevas mucho tiempo en tu trabajo?

- Menos de un año. ¿Y tú?

- No, yo no tengo empleo. Mi padre es millonario y no tengo que trabajar. Pero como las cosas que me gustan ya las tengo, ya no voy de tiendas tanto, y prefiero caminar por la ciudad. ¿No te parece hermosa?

- Impresionante, diría yo. Creo que los museos y teatros están en otro barrio, ahí debería estar la belleza de esta ciudad...

No tenía intención de un doble sentido, pero así me salió.

- A esos lugares, ya he ido de vez en cuando. Sí voy al teatro; especialmente, me gusta el ballet... Mira, tengo hambre, así que mejor ordenemos. Yo pago.

- No deberías, ap...

- Insisto.

Le acepté un emparedado de pavo con ensalada y una gaseosa. Ella pidió lo mismo, pero con agua embotellada, como dándome una lección de naturismo. Mencionó que tiene veinte años y yo le dije que veinticinco. Tras terminar, preguntó:

- ¿Dónde vives?

Esto ya parecía demasiado, pero el ir acompañado de una beldad como ella me convenció y la dejé acompañarme. Mientras caminábamos, fui recordado y me pareció haberla visto el lunes también, tal vez antes, pero no fue hasta el martes que noté un patrón en su reaparición por estas calles. No me atreví a tomarla de la mano, pero no la dejé extraviarse de mi lado en momento alguno, celoso de mi "conquista". Le hice la pregunta tonta:

- ¿Por qué vistes tanto de negro, acaso llevas luto?

- Sí. Es que mi madre murió hace apenas un año...

Me sentí muy avergonzado, así que aminoré mi marcha y bajé mi rostro. Ella notó mi rezago y se volvió hacia mí, y me dijo:

- No hay problema. No me ofendes con tu pregunta.

- Pero fui un necio.

No era como para llorar, pero me sentí muy mal. Pero ella me dirigió esa mirada tan expresiva y me animó a continuar. Pero antes, me desvió para buscar su automóvil, uno deportivo moderadamente lujoso, y le fui diciendo dónde virar hasta que me trajo a mi edificio. Tengo asignado un espacio de estacionamiento, pero no poseo automóvil, así que la invité a ocuparlo.

Al subir a mi apartamento, dejó su chaqueta y cartera en el sofá y fue un momento al baño. Al terminar, yo le dije:

- Necesito tomar un baño.

- Está bien. Aquí te espero.

Fui a la habitación para traer mi ropa y tomé mi ducha rápidamente. Ella me esperaba en el sofá, y al salir yo, se levantó y me siguió hasta la entrada de la habitación. Ella preguntó:

- ¿Puedo pasar?

Yo titubeé, pero por no desairarla, le dije que sí. Yo quedé al pie de mi cama y ella me preguntó:

- ¿Tenías planes para esta noche?

- No.

- Bien.

Se me acercó, y esta vez, el perfume que ella llevaba lo percibí más fuerte que antes. Colocó sus manos sobre mis hombros y sentí una caricia seductora. Besó mi barbilla y haló un poco mi mandíbula para hacerme bajar el rostro y así alcanzar mis mejillas, y al pasar de un lado a otro, súbitamente se detuvo sobre mis labios. Los suyos no llevaban un color rojo vulgar, sino un tono rosado con brillo, que armonizaba con su tono de piel. Los extendió un poco y besó mi labio inferior y aquello fue hipnótico. Menos mal que al inclinarme así, ella no podía sentir que mi pene se ponía firme, y aún con mi ropa holgada, me incomodaba. Preguntó:

- ¿Te gustaría besarme?

Entonces sentí un escalofrío y me sonrojé intensamente. Ella tiró de mis hombros insistentemente, pero no con mucha fuerza, sólo ejercía una tensión que yo no podía ignorar. No tuve más remedio que abrir mis labios y dejar que me diera el beso. Mis labios ardían por una mezcla de emociones nuevas para mí, y ella me empujó gentilmente para que me sentara sobre la cama, y así, se montó sobre mis muslos y devoró mis labios y lengua, dejándonos a ambos sin aliento. Rodeó mi cuello con sus manos delicadas y sus pulgares estiraban mis mejillas acariciantemente. Sus labios se posaron sobre mi frente y me pidió que la abrazara, así que coloqué mis manos en sus costados, dejándome inflamar por el contacto. Giró su mejilla contra mi frente para murmurar:

- Hazlo.

Pasé mis manos sobre su pecho e incrusté mis labios contra su garganta. Me imagino que abrió los ojos muy grandes al sentir un placer súbito, y exclamó, apenas en un susurro:

- Tómame ahora.

Le desabotoné la blusa gris, que combinaba con el resto de su ropa negra, y descubrí que no llevaba sostén, ya que sus tetitas eran apenas de copa A. Los acaricié, buscando hasta donde pude un poco de carne, y luego pasé mis yemas sobre sus areolas y pezones. Ella se estremeció y fue aún mayor su excitación cuando tomé un pezón, especialmente largo, entre mis labios. Lo chupé y ella gimió, y hasta sentí cómo su entrepiernas irradiaba calor. Lo oprimí con mucha delicadeza entre mis dientes y tembló, temiendo que la mordiera duro, pero al darse cuenta de que yo no la iba a lastimar, me estimuló a que la atormentara así. Dejé ese pezón y ella me dio una mirada de desilusión que pronto cambió al sentir la misma atención por el otro lado, entonces el gemido fue más como si llorara, con su boca muy abierta. Terminé de quitarle la blusa y se alzó para que le quitara su falda y tanguita, ambas negras, tras dejar sus zapatos en el suelo. También me desvistió y me besó las tetillas casi como yo lo hice, y al encontrarse con mi pene erecto, lo envolvió aprisa con su condón y me ofreció su vientre para que yo le prodigara más besos. Pasé un dedo por sus labios vulvares y ella se puso un poco rígida, pero no me apartó mi mano, como acostumbrándose a una caricia tan atrevida. El calor que de ella manaba me reclamaba más dedos, y eventualmente, mis labios sobre su clítoris, y sus rodillas colapsaron. Yo la hice girar para que yaciera boca arriba y así darle la succión, y al hacer contacto mis labios, alzó su pelvis, exigiendo más. Yo agarré sus muslos torneados, envueltos en medias negras largas pero sin liguero ni pantimedia, y al pasar mi lengua por toda su vulva, ella se estremecía con violencia apenas contenida. Jadeando, me invitó a penetrarla y no sé cuál de nosotros disfrutó más esa sensación intensa. Se lo metí pronto y traté de llegarle muy hondo, mientras ella me abrazaba muy fuerte. Me soltó un poco y me miró con dulzura pero con deseo, y detuve mi vaivén un poco para besar sus labios y sus mejillas. Buscó mi lengua y el entrelazarlas nos hizo sentir en el paraíso. Recomencé el movimiento en nuestros genitales y ella gritó entre dientes mientras yo sentía su orgasmo como mío. Mi eyaculación me quemaba y yo también grité. Cuando me fui fatigando, comencé a besarla otra vez y ella me correspondió desesperada. Lágrimas brotaban de sus ojos y yo me conmoví, y por primera vez en mi vida, comprendí el amor verdadero. Cuando ya no alcanzaba mis labios por el cansancio, se empeñó en mantenerse abrazada a mí, y suplicaba:

- ¡No te vayas! ¡No me dejes!

Junté mi frente con la suya y la miré directamente a los ojos y le aseguré:

- Estoy aquí contigo.

Sus ojos, entre azules y verdes, me incitaron a llorar y ella sostuvo mi cabeza, porque su llanto ya estaba a punto de cesar. Tras varios minutos, me dio sueño, pero no quería dejarla ir, así que le sugerí que se lavara y se quitó sus medias a medio muslo y pasó a la ducha, y al terminar, se acurrucó aún desnuda contra mi espalda, y entre caricias, nos quedamos dormidos.

Al día siguiente, la sentí junto a mí en la misma posición, pero se levantó rápidamente, y en su expresión había alegría, y a la misma vez, ansiedad; ésta se la atribuí a que se avergonzaba de haber pasado la noche con un extraño. Se lavó un poco y se vistió de nuevo, y al recordar que había venido sin sostén, se dio cuenta de que no había marcha atrás a lo que llegó a experimentar conmigo. Me anunció nerviosamente:

- Me tengo que ir.

No respondí con palabras, pero no pude disimular una mirada de desilusión y ella se enterneció y dijo:

- Si quieres, puedes venir conmigo. ¡Oye, sí! Quiero que veas mi casa, hasta te cocinaré algo especial.

Mi corazón se aceleró un poco, ilusionado con compartir más tiempo con mi nueva amiga, pero me avergoncé un poco, porque después de todo, no puede ser solamente una amiga alguien con quien he tenido un sexo tan apasionado. Y eso me llevó a mi otro sentimiento en conflicto: ¿qué me faltaría para amarla? Yo mismo me contesté: no la conozco lo suficiente. Entonces, ¿por qué me aproveché de ella? Porque tengo que ser un degenerado...

Su hermosa voz cristalina me sacó de mi debate mental.

- ¿Qué dices, te animas? Ven, la pasaremos bien.

Al oír estas últimas palabras, mi cabeza fálica, no la encefálica, tomó la decisión por mí y accedí. Me vestí, porque yo no me había tomado la molestia de hacerlo al despertar, después de todo, ya nos hemos visto desnudos, pero si la viese así otra vez, no la dejaría salir...

Me lavé rápidamente y me vestí "casual", para comodidad, pero con buen gusto, por si alguien de su familia o sus amigos ricos me viese. Bajamos a recoger su automóvil, y mientras ella conducía, le pregunté:

- ¿Cómo es que conoces a mi jefe? ¿Acaso tienes inversiones en nuestra firma?

- Mi padre las tiene en muchas, y además, nos tratamos con todo el mundo.

Esto significa el mercado de valores y la clase pudiente en general.

- ¿Cómo es tu familia, digo, si se puede saber? Es que no quisiera hacer el ridículo al conocerlos.

- Está bien. Vivo sola con mi padre; soy hija única. El es un "adicto al trabajo", porque para tener tantos millones, hay que trabajar mucho.

Hubo esa pausa que incomoda, y ella tuvo que proseguir.

- El ha hecho su fortuna honradamente y con mucho esfuerzo. Lo que pasa es que se ha "diversificado", y no hace lo mismo por mucho tiempo. Pero sabe bien lo que hace, y por eso, ha tenido mucho éxito.

- ¿Y tu madre, de qué murió? Y perdona de antemano...

- Ya sé, para que no se te zafe un comentario desacertado. No me molesta. Es que mi padre la ignoraba un poco, lo de siempre: se desvive para darnos todo lo material, tal vez en exceso, pero en lo afectivo, no ha sabido proveer... Digamos que murió de tristeza, porque fue un ataque cardíaco repentino. Nos dolió mucho, y cada uno de los dos cree que su muerte le afecta más.

Angie hablaba con mucha soltura y lo expliqué por tres razones: ella es mujer, le hacía falta tener a alguien con quién sincerarse y la que más me preocupaba: se estaba encariñando mucho conmigo, invitándome a formar parte de su vida. Otra vez la duda, si podré con su carga emocional o la responsabilidad de mantener a una niña mimada, acostumbrada a lujos y una vida de alta sociedad en la que yo nunca podré encajar.

Viajábamos a una velocidad moderada porque parecería que ella deseaba tomarse el tiempo para advertirme o sencillamente para desahogarse. Pero por fin, llegamos a una mansión impresionante, y en mi negocio, he visto algunas. Había bastante automatización, más allá de la seguridad en las entradas, y noté algo fuera de lo común: no había empleados domésticos ni nadie que nos recibiera. Anticipándose a mi pregunta, ella explicó:

- El servicio renunció o era despedido, por problemas, pero te aseguro que no fue por falta de presupuesto. Debo reconocer que ambos patrones fuimos muy difíciles de complacer en tiempos recientes.

Aún así, la casa se veía en buen orden. Me dio un breve recorrido y luego pasamos a la cocina, casi como la de un restaurante. Allí ella comenzó un desayuno casi almuerzo, ya que pasaban de las diez de la mañana, con muchas frutas y otros manjares vegetarianos, pero me frió un par de huevos, por si acaso. Mientras comíamos, por fin le conté un poco acerca de mi vida: que soy de los suburbios, que mis mejores calificaciones fueron en matemáticas, computación e historia, y así fue que me interesó el campo de las finanzas, porque así puedo satisfacer mi inquietud científica mientras ejerzo una profesión lucrativa, esto último todavía no lo he logrado. Ella me miraba en silencio, solamente con movimientos de cabeza, sonrisas, o simplemente, una mirada especial me indicaba que escuchaba con atención. Tras comer, ella apartó una porción para su padre, quien parece haberse quedado en asuntos de su trabajo hasta el otro día, casi como nosotros.

Siguió mostrándome otras partes de la casa que me faltaba por conocer, y en una oficina, reconocí el tipo de terminal desde el cual yo monitoreaba transacciones de bolsa. Pasamos por las habitaciones, no todas, porque haría falta casi una semana para tantas. Abrió el dormitorio principal, y hasta llamó a ver si su padre había llegado y estuviese dormido, pero no estaba, ahí había el mayor desorden. Finalmente, llegó a la de ella misma y allí se desnudó sin inmutarse por mi presencia. Pasó a una mesita de noche y sacó más condones y una crema. Entonces, me besó otra vez, ya con más intimidad y lujuria. Usó más su lengua y hasta me besó mi cuello, asumiendo un papel más agresivo. No resistí la invitación y manoseé sus pezones desvergonzadamente, y eso la excitó más. Oprimió su cuerpito desesperadamente contra el mío, buscando el contacto con mi pene ardiente, y hasta me desabrochó los pantalones. Se recostó sobre su cama y me atrajo para que mamara sus pezones. Ahora, mi técnica consistió en abarcar cada mama con mis labios, dientes y lengua. Me invitó a que los mordiera y sentí cómo su piel se erizaba cuando le complací su capricho morboso. Al bajar a sus genitales, aproveché y le pasé mis dientes dentro de sus muslos y su vagina soltó un chorro de humedad: tuvo todo un orgasmo, pero ansiaba sentir más. Cuando quise estimular su clítoris, me sacudió y me dijo:

- Por ahí no, ahora quiero por atrás.

Y giró, presentándome sus nalgas, quedando arrodillada boca abajo al borde de su cama. Me arrodillé detrás de ella y se las besé y mordí con frenesí, pero sin lastimarla. Ella gemía y tragaba fuerte, como buscando su aliento. Me pasó la crema, y me pidió que la preparara, así que me la unté en mis propios dedos y se los fui introduciendo en su ano para dilatarla. Una vez allí, exclamó con voz un poco ronca:

- ¡Dame más, más, dame más, por ahí...!

Y yo la complací. Le seguí explorando los esfínteres, y ella respiró profundo para contener un grito de dolor. Pero pronto logró relajarse y dijo:

- ¡Métemelo ahora, Andy!

Aquello era enloquecedor. Me envainé el pene y lo alineé a su ano, y al principio, sentí un poco de resistencia, así que presioné lentamente. De momento, su esfínter se abrió y me sorprendí de que entrara casi tan fácilmente como anoche en su vagina, solo que su mayor estrechez alrededor de mi miembro me produjo un calorcito placentero. Comencé el bombeo, y a veces, ella se contorsionó para que yo la besara con mi lengua o le pellizcara un pezón. Cuando iba sintiendo llegar mi orgasmo, ella lo presentía, y apretaba o aflojaba sus esfínteres para alargar la sensación. Al no tenerme de frente para besarme de lleno, desarrolló este control para que el placer le durara lo suficiente. Finalmente, tuvo contracciones involuntarias y gritó mientras se agarraba de las sábanas, empujándome definitivamente hacia el límite, y mientras yo eyaculaba, ella también mojó sus sábanas. Mi semen brotó hacia ese condón como nunca antes me había brotado. Yo me puse a gritar mientras ella pasó a solamente gruñir y ronronear. Apenas tuve fuerzas para sacar mi inflamado pene de su recto, para postrarme de rodillas sobre esa cama. Giré mi rostro hacia ella y extendimos los labios para darnos un besito tierno en marcado contraste con la furia animal que desatamos hace apenas unos instantes. Nos pusimos de pie con un poco de tambaleo y ella me dejó ducharme primero mientras se evacuaba, y al terminar yo, ella se duchó también. Yo recogí mi ropa y me vestí, no queriendo ser descubierto en una facha tan comprometedora, pero ella solamente se puso una batita de baño azul añil estilo "kimono" para regresar a la cocina a preparar la mesa para su padre. Finalmente, el señor llegó. Ella lo saludó con un abrazo y un beso en su mejilla, en la cual noté que le había crecido barba de todo un día, un poco más que la mía.

- ¡Buenos días, papá! ¿Has estado muy ocupado? Ven, te tengo listo tu almuerzo.

El tenía una mirada perdida, como si hubiera bebido mucho la noche anterior. El murmuró acerca de papeleo mientras comía, pero cuando llevaba su plato por la mitad, comenzó a protestar porque le aburre la comida vegetariana. Ella le respondió que su médico se la recomendaba mucho, pero él seguía rebelde. Ella daba una apariencia sumisa, pero era obvio que se sintió incómoda y avergonzada, porque este drama se desató en presencia de quien ella consideraba un buen amigo. El gritó:

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