01 El Cumpleaños De Kayla

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Primera relación incestuosa entre mi hija y yo.
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Me llamo Chloe Muñoz Hidalgo. Chloe es un nombre griego, que significa joven brote verde. Nací el 8 de junio de 1988 en la mágica ciudad del antiguo califato, Córdoba. Así que en este momento tengo 33 años. Soy de etnia caucásica. Mido 1,65 metros no muy alta. Una figura de modelo, y no es ningún farol. Mis ojos son marrones con irisaciones del tono de la miel, cabello moreno no demasiado oscuro, pecho natural y mi profesión es de camarera y ocasionalmente hago trabajos como modelo para fotografía o moda. Tengo la piel bronceada íntegramente, ya que mis eventuales trabajos como modelo lo exigen, pero además es que me encanta mirarme al espejo y contemplar un moreno completo, sin marcas de bañador, con las aureolas marrón oscuro en mis senos y mi pubis completamente depilado.

Cuando contaba con tan sólo catorce años me quedé embarazada de un joven, que era el capitán del equipo de baloncesto de mi instituto. Un ejemplar perfecto de macho apuesto y atlético que, en cuanto se enteró del asunto, no quiso saber nada de mí y menos cuando le comuniqué mi decisión de seguir adelante con la gestación.

Fruto de aquel embarazo nació Kayla. Una preciosa niña que hoy, 28 de agosto de 2021 acaba de cumplir los 18 años. Su bello nombre, Kayla, significa la encargada de las llaves y pura, y creo que es uno de esos nombres que destila sensualidad. En verdad, mi hija Kayla es parecidísima a mí. No he conocido una hija que se asemeje más a su madre. Como aparenta una edad algo superior a la que tiene, y yo me conservo espectacularmente, modestia aparte, nos confunden a menudo como hermanas. Alguna vez incluso como gemelas (y no exagero) y lo cierto es que cuando andamos juntas por la calle los tíos se dan la vuelta y no saben que culo mirar.

Conocí a Sebastián, mi esposo hace cinco años. Recién divorciado. Su mujer le dejó para irse con un ricachón norteamericano abandonándole, no sólo a él, sino a su hijo. Mateo, que ahora tiene 22 años.

Sebas es mucho mayor que yo. En broma le decimos en casa "viejecito". Ya ha cumplido los 48 años, pero me enamoró su dulzura, su apabullante atractivo, y por qué no decirlo su más que holgada posición económica. Es la viva imagen de George Clooney y dirige una empresa de importación exportación de la que además es accionista mayoritario. Mi hijastro Mateo es otro ejemplar de joven atlético y bien formado, con 1,90 de estatura es todo un pastelito.

Sebas me aficionó desde el principio de nuestra relación a veranear y pasar nuestros días de ocio en destinos nudistas. No tardó mucho en convencerme de que el nudismo es socialmente beneficioso, ayuda a reducir las diferencias de género y contribuye a la aceptación del propio cuerpo. Realmente pienso que una persona que se desnuda acepta su cuerpo tal y como es, por tanto, el nudismo combate posibles problemas que se generan desde la juventud por la carencia de propia aceptación.

Además, disfrutar de un baño sin ropa de por medio -y sin temor a ser juzgado- puede resultar un auténtico placer. Como familia somos asiduos visitantes de la catedral del nudismo en España, el Playazo de Vera, en Almería, una fantástica playa que además suma una gran oferta hostelera y de urbanizaciones naturistas.

Tanto mi hijastro Mateo como mi hija Kayla aceptaron y participaron de esta filosofía con total naturalidad desde el principio, a pesar de que hace cinco años, cuando comenzamos a viajar a sitios nudistas, Mateo tenía tan solo 17 años y Kayla era una niña de 13 años en plena pubertad, una edad difícil para ese tipo de exhibiciones.

Son más de las doce cuando nos quedamos solas Kayla y yo. En el hotel naturista llevábamos ya tres días. La verdad es que están siendo unas vacaciones muy diferentes en un auténtico oasis como aquel. El hotel es una auténtica pasada. Es obligatorio ir desnudo en la zona de piscina durante todo el día. En el resto del hotel el llevar o no llevar ropa es de libre elección. Pero es obligatorio ir vestido en el restaurante y a partir de las 20:00h, en todo el establecimiento. Dentro de nuestra habitación doble, con dos baños y salón, toda la familia solemos estar desnudos también. Por higiene, usamos toallas de algodón blancas que cambiamos a diario para sentarnos sobre ellas en las sillas o tumbarnos en el sofá.

Yo estoy junto al brazo, en el sofá y mi hija viene y se tumba apoyando la cabeza en el otro brazo. Se estira y deja sus pies sobre mis muslos.

--Mamá --me dice muy seria --tengo que contarte algo muy importante. Quiero hablarlo contigo antes de que papá y Mateo lo sepan.

Apago la tele y tan sólo una luz cálida de una lámpara de esas que parecen una escultura ilumina discreta. Me encanta el aroma a mar que llega por la terraza. Las dos puertas de cristal están abiertas de par en par. Miro el cuerpazo increíble de mi hija y un escalofrío me recorre todo el cuerpo.

Kayla es abierta y desenvuelta. No suele adoptar ese tono de voz tan serio. Así que me preocupó por lo que tenga que decirme. La miro a los ojos. Su cuerpo bronceado, como el de una diosa, con los pies perfectos en mis muslos. Cojo uno ellos, dejo de mirarla a los ojos y le digo con tono tranquilizador:

--Dime Kayla. A ver qué es eso tan importante.

Amaso con mis dedos entre los dedos de sus pies y los hundo suavemente en la planta, recorro el tendón de Aquiles y juego a desentumecer el tobillo girándolo delicadamente.

--Mamá... esto... soy bisexual --me suelta de repente. --Llevo mucho tiempo, queriendo decíroslo a papá y a ti, pero no me he atrevido. Marcos ya lo sabe.

--Ya --respondo sin darle importancia, ni mostrar mi sorpresa en absoluto por su confesión. --Y hoy, que es el día de tu dieciocho cumpleaños te has animado ¿no?

La miro a los ojos de nuevo y le regalo la sonrisa más espectacular que tengo. Cuando miro a Kayla es como si me viese a mí misma con diez años menos. Su sexo cuidadosamente depilado es el coño más bonito que han visto mis ojos. Y he visto muchos en estos últimos años. Sus senos nuevos, tersos, con los pezones apuntando al techo, desafiantes.

Ella no responde a mi tontería sobre lo del cumpleaños. Y no quiero que piense que no me interesa o que no la tomo en serio.

--Hija, el que te atraiga tener relaciones sexuales con otra mujer no es nada malo o de lo que debas avergonzarte. Cierra los ojos --la invito dulcemente. --No te muevas --digo levantándome y apagando la luz.

El cielo negro sin luna, punteado de estrellas de Almería es lo más bello del mundo, impresionante. El mar no se ve por la oscuridad de la noche, pero merodea el aroma salino y se oye el rumor de un ligero oleaje. Vuelvo a sentarme en el sofá y a poner sobre mis muslos las piernas de Kayla, pero esta vez más cerca de sus rodillas, sentada casi en el medio del sofá.

-- ¿Qué pasa mamá?

Pongo la yema de mi dedo índice sobre sus labios.

--Caya Kayla, déjame hablarte. --digo recorriendo con las uñas de mi mano derecha la cara interior de sus muslos. -- ¿Sentir la caricia de las uñas de tu madre recorriendo tu piel... es algo malo, Kayla?

--Mm...N... no. Supongo que no. --Me responde mientras mi mano sigue arañando la piel tersa, subiendo por su vientre y llegando al seno duro y consistente.

--Sentir como tu pezón se endurece --digo pellizcando el botón del seno izquierdo de mi hija -- ¿Es algo malo?

Tras un respingo, la respiración de Kayla se torna más pesada. Sin duda no esperaba ese tipo de caricias de su madre.

--Mamá...mmm...ehhh... no creo que...

--Caya --ordeno a la vez con dureza y cariño en mi voz.

Ella aún no lo sabe, pero quiero demostrarle que el contacto entre dos mujeres, incluso el contacto más íntimo puede y debe estar presidido por el amor y la naturalidad. Y entonces pierde toda inmoralidad y depravación.

--Relájate Kayla. Concéntrate en sentir. ¿Estás a gusto o te sientes incómoda?

--Estoy a gusto mamá. ¡Ah! --y emite un quejido por un pellizco algo más fuerte de mi mano en su teta derecha. --Pero...

--Pero nada --le respondo. --El placer que no hace daño a otra persona nunca puede ser malo, mi niña. Chupa --le ordeno llegando con el dedo anular a su boca.

Kayla, tímidamente saca la lengua y lame mi dedo.

--Relájate. Disfruta niña --la dirijo mientras hago círculos en uno y otro pezón alternativamente.

--Mamá... no sé si...

--Calla --digo metiendo el dedo en su boca y moviéndolo dentro y fuera como un pequeño pene. Sus labios tiernos y jugosos abarcan mi dedo que sigue entrando y saliendo lentamente de su boquita. Con mi otra mano dibujo círculos en su vientre, alrededor del ombligo. --Desde niña te ha gustado que te acaricie --digo sacando el dedo de su boca y llevándolo al coñito tierno. Empujo entre los labios y encuentro el clítoris duro ya, receptivo.

Mateo en la habitación de los niños y mi esposo Sebas en la nuestra duermen desde hace un buen rato.

--Yo también soy bisexual Kayla. Nunca te lo había comentado. No lo creí necesario.

Mi hija se sorprende por mi confesión en medio de sus gemidos, quejidos sordos al notar mi dedo viajando entre los labios de su sexo, untando un generoso flujo de humedad placentera que brota del delicioso manantial.

--Abre bien las piernas --digo inclinándome sobre su boca y besando sus labios de princesa.

Nuestras lenguas se enredan jugando mientras mi niña baja una pierna al suelo y eleva la otra por encima de mi cabeza hasta apoyar el tobillo en el respaldo del sofá. Ya no disimula pudor. ¡Qué espectáculo!

-- ¡Oh mamá! --suspira mientras mi mano separa los labios del coñito y la penetro con dos dedos. --Y ¿lo has hecho con muchas mujeres? --me pregunta.

No le respondo inmediatamente, pellizco de nuevo sus pezones y luego los acaricio con mi mano derecha, mientras la izquierda se ha convertido en el tentáculo de un pulpo que la penetra, que busca el ano y lo humedece, que friega el botoncito hinchado de un clítoris duro, que parece querer reventar. La toalla debajo de mis nalgas comienza a recoger los néctares que mi propio sexo ha comenzado a destilar.

La belleza de Kayla sometida a mis cuidados, sus jadeos, la ondulación suave de sus caderas provocada por el placer, que sube y baja como las olas que se oyen más allá del hotel en la negra noche.

Decido comentarle mi primera vez con otra chica:

--Comencé de muy niña. En mi clase había una niña pelirroja a la que yo le gustaba. Yo me dejaba tocar por las manos blanquísimas de aquella pelirroja. Nos íbamos detrás de la tapia del patio, ocultas entre los viejos árboles que crecían fuera del colegio. Ella me bajaba las bragas hasta los tobillos y me hacia... --le digo metiendo un dedo en su ano y follándola con el resto de los dedos, unidos como si fueran una polla gorda y dura... --Me hacía esto.

-- ¡Ay mamá! --gime mi niña, arqueando su cuerpo, elevando la cadera. -- ¡Qué delicia, oh mami! --exhala mientras saco mi cuerpo del sofá, arrodillándome en la alfombra y me inclino sobre las piernas abiertas para hundir mi lengua en su rincón más secreto, suculento de hechizo.

--Me he comido muchas rajitas Kayla --susurro rozando con los labios de mi boca los de su sexo. --La de aquella pelirroja fue la primera. Y tú... ¿cuántas?

Y tras la pregunta mi lengua lame con fuerza desde el ano hasta el clítoris. El pecho de mi niña respira con dificultad, sus tetas bajan y suben con rapidez y su vientre tiembla mientras siento el bello del pubis en mi nariz, con los labios sorbiendo el lindo clítoris.

--Uno sólo --me responde con dificultad, sufriendo pequeñas contracciones en su columna vertebral. -- ¡Mamáaa! --gime mientras siente venir su orgasmo poderoso, en oleadas enfurecidas que le provocan pequeños terremotos en toda su epidermis bronceada.

Después de su orgasmo, me acuesto junto a ella, en el sofá. Kayla, de espaldas, acurruca su trasero contra mi sexo y siente mis tetas en su dorso.

Aparto el pelo de su cuello y le beso con infinito amor el lóbulo de la oreja y los ricitos de su nuca, que ponen la piel de su brazo de gallina.

--Eres mi niña y no voy a dejar que nada te haga daño Kayla, mi vida. Ni siquiera tú a ti misma.

(Paréntesis, no dejes de leer mi mensaje para ti en mi perfil)

Mi marido Sebastián duerme como un bendito. Yo he dejado a Kayla soñando en el sofá del saloncito de nuestra suite. Luego he salido a la gran terraza con vistas al mar. Me encanta la sensación de la brisa marina nocturna y fresca, abrazando mi desnudez. En la terraza contigua descubro la silueta de un hombre mayor, le calculo unos setenta años de edad. Una luz amarilla que proviene de su habitación dibuja su silueta naranja contra las tinieblas. Está bien conservado, con un físico en forma, sin michelines, aunque tiene la tripita cervecera típica de los hombres cuando pasan de cierta edad.

Tiene el pelo blanco, incluso en una noche sin luna como esta, la poca claridad se refleja en la melena nívea. Está fumando y me acerco hasta la barandilla que separa las dos terrazas.

Entre las piernas aún siento un ardor húmedo y confuso al recordar el cuerpo bronceado de mi hija, durmiendo un sueño tranquilo y reparador.

--Una noche preciosa --le digo.

--Hola, buenas noches --me responde. --Yo las prefiero con luna. Se ve increíble el reflejo de ese maravilloso astro en el Mediterráneo.

-- ¿No tendrás un cigarrillo? Le pido.

--Un segundo --dice antes de girarse y entrar en su apartamento. Sale un instante después con el paquete y el mechero. Según se acerca me fijo por primera vez en su sexo. Es pequeño, pero se adivina que puede dejar de serlo, camuflado entre la mata de canas que crecen largas en su pubis. Los testículos le cuelgan exageradamente, nada de extrañar en un hombre mayor.

Evidentemente él se ha fijado también en mi cuerpo. Mis caderas generosas y mi culo duro y bien formado se estrechan en una cintura sin grasa, gracias a mis perseverantes sesiones de gimnasio.

--Muchas gracias --le digo después de encender el cigarro rubio y devolverle paquete y mechero. --Me llamo Chloe.

--Tienes un nombre muy bonito Chloe, casi tan bonito como tú. Y perdona la familiaridad. Pero eres una mujer joven y preciosa, es un placer contemplarte. ¿Estás casada?

--Muchas gracias por el cumplido --le contesto. --Sí estoy casada, mi marido, mi hijo y mi hija duermen como lirones ahí dentro --le aclaro sonriendo.

--Lástima --si llegas a estar sola o con unas amigas, te tiro los tejos --dice en tono evidente de broma. Los dos reímos discretamente. No son horas de armar jaleo. Luego sobreviene un largo silencio en el que el rumor del oleaje acuna nuestros pensamientos.

--Yo me llamo Andrés--me dice después de tres o cuatro minutos de mudez agradable, nocturna y misteriosa. Estaré encantado de volver a charlar contigo. Pero tengo que dejarte. El sueño me vence, son ya casi las dos de la madrugada. Hasta otra.

--Adiós Andrés, y muchas gracias por el pitillo.

--Ya ves. Muchas veces preciosa --dice al irse. Observo sus nalgas flojas y su andar cadencioso. El viejo me ha caído muy bien. Tiene ese humor pausado y pacífico, esa visión filosófica de la vida que otorga el paso de los años.

Acabo mi cigarro tumbada en una de las dos hamacas que hay en la terraza. Una estrella fugaz me provoca una sonrisa. Al poco rato me recorre un escalofrío. Está refrescando. Me levanto, me lavo los dientes (mi marido odia el sabor a tabaco en mi boca) y me dirijo hacia mi cuarto. Pero antes me llego al sofá del saloncito. Kayla duerme desnuda. No hace frío, pero la noche refrescará sin duda. Voy hasta su cuarto y tomo la mantita fina que cubre su cama y la llevo al salón.

Cuando estoy tapando a mi niña ella se despierta y me mira.

--Déjalo mamá, me voy a la cama --allí estoy más cómoda --dice abriendo la boca en un delicioso bostezo.

--Mejor --le digo dándole la manta. Ella se levanta.

De pie, desnudas y descalzas ambas tenemos la mismísima estatura, casi los mismo senos y nuestros rostros serían idénticos si al mío no le hubiese cincelado la inexorable mano del tiempo en los años que nos separan.

Kayla deja la manta en el sofá y me abraza con infinito cariño, posando sus manitas en las esferas de mis nalgas. Luego me besa en la boca como se besa a un novio. Me sorprende y me reconcilia conmigo misma lo pronto que su "problema de identidad sexual" ha pasado a la historia.

--Gracias por lo de antes mamá. No sabes el bien que me has hecho. Y no me refiero sólo al orgasmo --me dice antes de volver a coger la manta y perderse, balanceando las impresionantes nalgas y la melena en la espalda, camino de su habitación. ¡Qué guapísima es la condenada!

Sebas tiene encendido el ventilador de techo. Lo apago. Ya no hace calor. Duerme profundamente.

En la cena, celebrando el cumpleaños de Kayla, se ha bebido la botella de vino casi él solito y después ha pedido un ron reserva en copa de balón caliente. Demasiado alcohol para sus cuarenta y ocho primaveras.

Es la primera vez que he tenido un encuentro de carácter sexual con mi hija y no voy a dejarle seguir durmiendo sin contárselo, no sea que mañana me arrepienta y pase a ser un secreto. No quiero ese tipo de secretos entre Sebas y yo. No los ha habido hasta ahora y no los va a haber.

Me meto en la cama y compruebo que mi marido duerme desnudo también. Cómo no. De lado, en la parte izquierda del colchón, girado hacia afuera, casi en el borde, como acostumbra. A veces no sé como coño no se cae de la cama más de una noche.

Le pego las tetas a la espalda y hecho el brazo sobre su cadera hasta agarrarle el paquete. Él emite un susurro. Algo parecido a un "déjame" pero le agarro de los huevos y le susurro cerca de la oreja.

--Tenemos que hablar.

Nuestra habitación también tiene terraza y vistas al mar. Me doy cuenta de que lo que yo creía que era una noche sin luna no lo es tal. Una uña blanca ha comenzado a asomar por el horizonte y el reflejo, como me dijo hace unos minutos Andrés, es espectacular.

-- ¿Ahora? --protesta Sebas. -- ¿No podemos hablar mañana por la mañana?

--No --niego taxativa. --Es algo importante. Tiene que ser ahora. Además mira que luna está saliendo por el mar. Sebas ni la mira.

-- ¿Te preparo algo? Vamos a la terraza --le digo sin dar opciones.

-- Cógeme una botella de agua del frigo, por favor. Tengo la cabeza cargada --me pide resignado ante la idea de tener que levantarse.

--Si no bebieses esos copones de ron. Pero... como nunca me haces caso pues... --le regaño en plan pepito grillo.

Cuando vuelvo con la botellita de agua mineral helada, mi marido ya está asomado a la terraza de la habitación, en la cuarta planta de las cinco que tiene el hotel. La luna asoma ya un poco más y el reflejo ha crecido como si estuviesen sembrando el mar de plata.

Se la bebe de un trago, casi entera.

-- ¡Está muy fría! --vuelvo a regañarle. --Haz el favor de no beber tan deprisa.

Me cuelo entre su cuerpo y la barandilla, hasta sentir su polla oscilando entre mis nalgas. Me encanta tener a Sebas detrás. Él me besa los hombros.

--Bueno, dispara. ¿Qué es eso tan importante que tienes que contarme?

--No sé muy bien cómo empezar. Es la niña.

-- ¿Kayla?

--Sí --contesto, sin encontrar las palabras. Pero al fin me decido. --Hace un rato me ha confesado que es bisexual.

-- ¡No jodas! ¡Qué calladito se lo tenía!

--Claro --le protesto. --Como que tú te crees que es muy fácil para una niña de su edad descubrirle a sus padres algo así.

--Perdona tienes razón.

Luego le voy contando a Sebas el encuentro sexual que he protagonizado con Kayla, como le acaricié sus tetas y el coñito. Según voy pormenorizando detalles y sensaciones, Sebas empieza a encajar la morcilla creciente entre mis glúteos.

-- ¿Le has comido el...? -- ¿el coño? termino la frase, restregándome disimuladamente contra su polla, ya dura en mi glúteo. Subo y bajo imperceptiblemente la cadera provocando que el pellejo del glande haga lo mismo.

-- ¿A la niña?

--Si a mi hija. No te olvides que es mía, igual que Mateo es tuyo.

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