Álgebra 03

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"Yo te la pongo, Mandi," dijo ella.

Sentí las manos de María acariciar mis nalgas, deslizarse entre ellas y acunar mi pubis. Me sorprendió cuando empezó a frotar la vulva con movimientos circulares. Solté un suspiro, disfrutando la caricia, pero no se extendió mucho. Pronto se detuvo y sentí el miembro duro de Santiago buscando el acceso entre mis labios menores. El glande halló pronto la entrada y con un empuje corto lo sentí dilatarme y entrar, aún sin forzar el himen.

"Ya entró la cabeza," me hizo saber María, atenta.

Santiago empezó a moverse en mí, pero sin atacar el himen que le impedía el acceso, ensanchando el vestíbulo de mi vagina con empujes cortos. Pronto me acostumbré a la sensación de ser ensanchada, y comencé a hallar placer en el asunto. "Vaya," dije entre jadeos, "finalmente me gusta."

Santiago mantuvo el ritmo, dejando que mis sensaciones aumentaran y el impulso del pene me hizo alcanzar una meseta orgásmica larga, de baja intensidad, mi vagina empezó a pulsar rítmicamente.

"Ya!" dije entre jadeos, "Ahora!"

"Tome aire," aconsejó Santiago, y yo tomé un gran aliento y lo retuve un instante.

Santiago, agarrándome con firmeza por las caderas, dio una brutal arremetida contra mi vagina cerrada. Sentí el pene entrar tensando y estirando la membrana, pero sin lograr romperla, causándome una fuerte punzada de dolor. No pude evitar soltar un aullido ante la invasión. Santiago se retiró un poco y arremetió de nuevo con todo su peso. Esta vez logró abrirse paso, lo sentí atravesar la barrera, desgarrandola y haciéndome sentir un dolor aún más agudo. Yo grité de nuevo al sentirlo introducirse a fondo en mi vientre, llenando por completo mi canal estrecho, obligándome a hacer caber su erección completa. Ya victorioso luego del ataque se detuvo, jadeando, agarrándome con fuerza por las caderas, aplastando su pubis contra mis nalgas, sin moverse, sin sacar el miembro con el que me laceraba el vientre.

"Duele, duele!" Logré gemir.

Santiago se retiró abruptamente, empujando mis nalgas y sacando el pene. Yo me colapsé en la cama, y el dolor ardiente en mi vagina me hizo soltar el llanto.

María, preocupada, de inmediato vino a abrazarme. "Ya pasó, Mandi, es solo la primera vez que duele," dijo mientras me rodeaba con sus brazos. "Ya está, Mandi, yo lo vi entrar completo," agregó.

Los brazos de mi amiga me hicieron sentir un poco mejor, y tras un minuto dejé de sollozar.

"Bueno," dije incorporándome y recuperando el aliento, "vamos a examinar el daño."

Sentándome en la cama abrí los muslos para inspeccionar mi pubis. Tenía la vulva y las caras internas de los muslos manchadas con una considerable cantidad de sangre.

"Dios santo, con razón me ha dolido!"

Santiago se había retirado un paso, un poco sombrío al ver el efecto de su ataque, pero no había perdido la erección, ahora manchada con la sangre de su victoria sobre mi himen.

Mirándolo pedí, "quisiera limpiarme."

Él de inmediato desapareció en el baño, y regresó con una toalla húmeda, que descubrí tibia cuando empezó a frotar mis muslos, y luego, con delicadeza, los labios de mi sexo.

Una vez limpia abrí aún más las piernas. "Fíjate a ver como se ve ahora," pedí a María.

María se arrodilló frente a mí, y Santiago se acercó para examinar el resultado junto con ella. Separando los labios de mi vulva con las manos, María me examinó atenta.

"El sello está roto," anunció. "Antes tenías la membrana cerrada. Había dos huecos como almendras, ahora sólo quedan jirones."

"Y mucho que me ha costado!" exclamé. "Bueno, espero que ahora venga la parte buena, que si no, esto del sexo es un engaño."

"Quieres tratar otra vez?" Preguntó María sonriendo.

"Quiero, pero no me dejes tan sola, mujer."

María me hizo acostarme y abriendo sus piernas montó en mi cadera, recostando su vientre sobre el mío, posando sus senos sobre los míos, alineando su monte de venus con el mío.

"Así de cerca está bien?" Susurró en mi oreja.

Debimos de hacer un buen cuadro para Santiago, pues él pronto se arrodilló entre mis piernas, y sentí su lengua recorrer toda mi vulva y luego seguir con la de María, quien gimió gozosa. Con buena maña Santiago halló la forma de lamernos a las dos, lengueteando ahora en mi sexo y ahora el de María, haciéndonos subir a la par hacia una nueva cúspide. La nueva excitación mitigó el dolor sordo que me quedaba tras la ruptura de mi himen. Nuestros jadeos se coordinaron bajo el impulso de la lengua de Santiago y se hicieron más fuertes. María empezó a correrse sólo un instante antes que yo.

Sentí al correrme no solo mi propio orgasmo, sino también el de ella, vibrando en contacto directo con mi cuerpo. Las oleadas de placer fluyeron resonando entre nosotras, amplificando las sensaciones.

Santiago nos dejó correr juntas, y luego se levantó, acomodándose entre mis piernas. Sentí su erección recorrer mi vulva y no pude evitar un momento de nerviosismo, pero Santiago solo se deslizó a lo largo y pronto fué a dar en María, quien inhaló de golpe cuando Santiago empujó en ella. Yo pude sentir los testículos de Santiago golpeteando contra mi vulva cuando él, habiéndose introducido en mi amiga, empezó a moverse haciéndola sacudirse sobre mí.

Los embates duraron cosa de un minuto. María, jadeante, me miraba sonriente. Podía ver yo el gozo en sus ojos brillantes.

Luego Santiago se retiró de ella, y sentí el glande, ahora caliente y mojado, deslizarse entre los labios de mi vulva. Sintiéndose en la entrada, empujó con lentitud. Me causó al inicio un ardor ligero, pero pronto lo olvidé, ante la nueva sensación del pene ensanchando mi vagina y entrando cada vez más profundo. Esta vez la invasión me produjo, junto con un dejo de dolor, un gozo placentero. Cuando finalmente entró del todo, la sensación fué una de plenitud. Me sentía llena, un poco tensa ahí donde el pene ensanchaba mi canal recién abierto, pero completa, satisfecha, orgullosa de poder recibir al hombre. Luego Santiago empezó a moverse y las oleadas de placer que desencadenó en mi vientre fueron totalmente nuevas, una delicia para mi cuerpo. Finalmente descubrí el placer de hacer el amor.

Gemí feliz recibiendo los empujes de Santiago, disfrutando el estímulo a lo largo de toda mi vagina que se abría y ensanchaba para acomodarlo, sintiendo el glande alcanzar los lugares más recónditos de mi vientre.

"Ahora si te gusta, eh Mandi?" María susurró con una risilla.

Santiago aumentó el ritmo, ahogando mis respuesta. A cada empuje hacía temblar la cama entera. El profundo estímulo me hizo alcanzar mi primer orgasmo con él adentro, y él, al oírme correr, bombeó frenético abandonando todo resquicio de control, haciendo que mi orgasmo se extendiese y aumentara hasta dejarme jadeando semiinconsciente, transportada a un plano en donde todo mi cuerpo vibraba en oleadas de placer. Sentí de pronto el pene detenerse dentro de mí, hincharse y soltar un chorro caliente en el fondo de mi vientre, otro, y otro más. Santiago se retiró de golpe, y logró al vuelo entrar en María. Lo escuché soltar ligeros gruñidos mientras acababa de vaciarse en ella.

"Se ha corrido en nosotras," murmuré con voz ronca. "Ahora somos hermanas de semen para siempre."

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