Bárbara

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En la posada le quité las pulseras para liberarle los brazos. Pensé que era demasiado y le podrían lastimar.

Ella me agradeció con una sonrisa. La hice sentar en la cama. Quise quitarle las demás cadenas. Pero ella me paró con una mirada.

-"Una esclava tiene que llevar cadenas puestas, mi amo".

-"Bárbara... no quiero que te lastimen. No son necesarias... yo te quiero"-

Acordé con ella dejarle solo el collar. Las demás cadenas serían para el viaje.

-"Afuera puedes llamarme amo y señor, pero aquí soy Francisco, para ti..."-.

-"Gracias am... gracias Fran"- Se levantó y me abrazó con sus poderosos brazos ahora libres de las cadenas. Nos abrazamos y besamos y caímos en la cama. Fue fácil quitarle la falda. El collar lo amarré al cabezal de la cama, era suficientemente largo para permitirle moverse con comodidad. Hicimos de nuevo el amor con pasión desenfrenada. Luego, nos dormimos como niños.

El día después desperté con su mirada de amor, nos besamos tiernamente. Solté su cadena. Había dormido bien con el collar, no le molestaba mucho. Me dijo que se acostumbraría. Me preguntó si podía llevarla a hacer pipí.

-"Ve al baño Bárbara..."-

-"Mi amo... perdón, Fran, no es adecuado que una esclava haga pipí donde lo hace su amo. Llévame aquí atrás, en el traspatio..."-

Tuve que acceder a su deseo. Tomé la cadena y la jalé con suavidad hacia el traspatio. No había nadie, solo un perro dormido, amarrado a unos diez metros, que no se molestó en ladrar. Ella buscó un rincón cerca del muro de atrás, se acuclilló y comenzó a orinar, formando un pequeño charco entre la grava y la yerba del suelo y salpicándome un pie. Pedorreó un par de veces. Yo seguía de pie, teniendo en una mano la cadena que estaba atada a su collar. Cruzamos nuestras miradas y sonreímos. Luego bajó sus ojos y vi que sus nalgas se contraían temblando ligeramente. Comenzó a defecar sin moverse, echando una mirada hacia atrás para cuidar de no ensuciar en el lugar equivocado. Me sentí un poco incómodo, parecía que estaba llevando un perro a hacer popó. Pero ella no daba señales de que estuviera haciendo algo embarazoso, actuaba como si fuera la cosa más natural del mundo. En verdad yo la quería. Era tierna y deliciosamente sensual aun cagando.

Terminó de aliviarse, se echó un pedo más, luego arrancó una hoja grande de un arbusto cercano y se limpió el ano. Echó con un pie un poco de tierra sobre sus heces para cubrirlas y como si nada, me dijo que volviéramos al cuarto.

Yo no tenía palabras.

"Y bien, Fran, que pasa?"- Me preguntó con sorpresa sincera.

"Bárbara, te quiero. No se si está bien que te tenga como mi esclava..."-

"Yo quiero ser tu esclava. Me gusta. Porque te quiero mucho. No quiero perderte. Estaré contigo, aunque fuera como una bestia... una cabra, una vaca"-

Me quedé perplejo, sin saber como contestar. Pensé que en efecto, era la única forma de llevarla conmigo a mi casa, con la familia.

"No te preocupes. Me acostumbraré. Te serviré y serviré a tu esposa e hijos... Y te defenderé. Sé luchar. Quienquiera que se atreva a atacarte, se la verá conmigo"- Al decir esto, se puso con el pecho erguido y las manos sobre los flancos, como para mostrar la potencia de su físico. Aun desnuda podía ser sin duda atemorizante.

Agarrando con una mano la cadena que pendía de su collar dijo: "Y esta cadena la llevaré con orgullo. Porque tu me la pusiste"-

-"Está bien Bárbara, está bien... te quiero demasiado"-

-"Quiero ser una buena esclava para ti, Fran. Me esforzaré. Y si no me porto bien, quiero que me castigues"-

-"Pero..."-

-"Si, una esclava desobediente o descuidada merece un castigo"-

-"Si, pero cómo..."-

Sin decir más salió de nuevo al patio y regresó con un viejo látigo para caballos, que había visto antes colgado de la pared.

-"Me lo merezco, por desear estar en el lugar de tu esposa, ser como ella. Solamente soy una esclava..."-

Me dio en la mano el látigo. No supe que hacer. Ella se adelantó a mis dudas y se dobló con las manos sobre la cama, exponiendo la espalda y las nalgas para que fuera castigada.

-"Pero solo cuatro, no más..."-

-"Como tu deseas Fran..."- Me contestó dulcemente.

Tomé el látigo en el puño, era ligero, de los que usan para guiar a los caballos. Le dí cuatro golpes ligeros sobre las nalgas, que dejaron marcas rojas muy superficiales. Ella contrajo el culo bajo los golpes, pero no se lamentó.

Dejé caer el látigo y me acerqué para acariciar sus nalgas y asegurarme que no estaba lastimada.

Se dio vuelta y se puso erguida. Nos abrazamos. Nos salieron lágrimas, a ambos. Ella estaría conmigo y yo con ella, esto era lo importante.

Me preocupaba un poco que Bárbara fuera a la ciudad con tan poca ropa puesta. Es decir, estaba permitido llevar los esclavos medio desnudos en público, pero aun me preocupaba su dignidad. Además estaba sucia y olía fuertemente, aunque para mí su aroma era embriagador. Al parecer no se lavaba con frecuencia, tal vez por la escasez de agua en el pueblo. No pensé que pudiera ponerle unos zapatos, se veía demasiado acostumbrada a ir descalza. Tampoco la ropa interior. No la necesitaba. Era como tratar de vestir una vaca. Pero sus gruesos pechos desnudos que se movían en todas direcciones mientras caminaba llamaban bastante la atención. ¿Había que cubrirlos? A decir la verdad me encantaba verla así todo el tiempo. Quería chuparlos y acariciarlos sin cesar, eran irresistibles.

Concluí que era mejor que se pusiera una camisa ligera, que le cubriera los pechos. Ella estuvo de acuerdo, pero me dijo que, si tenía que ponerse una prenda, era justo quitarse la otra. Así que iría sin falda, cuando tuviera que ir con la camisa. Me quedé perplejo, tenía lógica pues se suponía que los esclavos no llevaban mucha ropa, especialmente en climas calientes. Ella se mantuvo firme. Una esclava --dijo convencida- no puede vestir como las mujeres libres, tenía que llevar sólo una prenda sencilla. No había remedio. Accedí.

Fui con la dueña de la posada. Le expliqué que necesitaba una camisa para mi esclava. Me regaló un viejo huipil suyo bastante gastado, de color blanco cremoso con un bordado descolorido rojo y amarillo alrededor del cuello. Se lo di a Bárbara para que lo probara. Le quedaba perfecto. Los senos hacían que se inflara por delante y subiera más de lo normal sobre la cintura. Llegaba hasta abajo del ombligo y le dejaba descubiertos los flancos y, naturalmente, no cubría el sexo y el culo. Los senos eran aun accesibles para acariciar y chupar, era suficiente levantar el huipil desde abajo.

Se veía un poco extraña sin nada debajo de la cintura, pero el huipil era lindo. Para llevarla a la ciudad le puse todas las cadenas. La llevé hacia mi automóvil y la senté atrás. Estaría cómoda recostada sobre el asiento trasero.

Prendí el motor y me puse en marcha.

En el viaje platicamos alegremente. Ella estaba de buen ánimo, a pesar de ir hacia su lugar de esclavitud perpetua. Nos paramos en un puesto de comida, le llevé una torta y un refresco y yo comí lo mismo. Más adelante nos paramos para orinar. La bajé del carro y la acompañé hacia unos arbustos. Ella se acuclilló y comenzó a orinar inmediatamente, salpicando sus cadenas. Yo hice lo mismo contra el arbusto. Era bonito hacer pipí juntos, lo disfrutábamos. Ella se acercó para limpiarme el pene con la boca. Con una mirada maliciosa comenzó a chupar, teniéndome las pelotas con una mano y agarrándome una pierna con la otra. Era delicioso. Vine en su boca con un enorme placer. Ella tragó todo como si fuera un néctar.

A la siguiente parada, un par de horas después, la llevé de nuevo hacia unos arbustos a lado de la carretera, cerca de un muro cubierto de hiedra. Esta vez necesitaba defecar. Lo hizo delante de mí, como el día anterior en el pueblo. No quería que hubiera ninguna intimidad que esconderme.

Yo tenía ganas de orinar. Pero ella me dijo que esperara un momento. Terminó de cagar, se limpió con una hoja y se me acercó, arrodillándose. Me abrió los pantalones y sacó mi pene medio endurecido. Sin decir nada, se lo puso en la boca y me miró, asintiendo con la cabeza. Me esforcé de no pensar en nada y comencé a orinar en su boca. Ella logró tragar toda la pipi, sin que salpicara, luego lamió y chupó el pene hasta dejarlo limpio.

Me quedé aturdido. Acababa de orinarle en la boca! Pero ella sonreía, contenta.

-"Si tienes ganas, estoy para servirte..."- Me dijo sencillamente.

Llegamos a la ciudad en la noche. Fui rumbo a mi casa. Metí el coche en la cochera y bajé a Bárbara. Le dije que esperara un momento. Fui a ver quien estaba. Mis hijos se habían salido todos de vacaciones. Sólo estaba mi esposa. Le expliqué que había conseguido una esclava para los trabajos domésticos, que era una buena trabajadora y nos ayudaría. La llevé a la cochera para conocerla. Mónica --este era su nombre- se quedó perpleja delante de Bárbara. Mónica era más pequeña, aunque gordita, con rasgos finos, y bien vestida. Bárbara estaba allí con su mole imponente, encadenada y desnuda de la cintura para abajo, sucia y oliendo como una vaca.

-"Necesita una buena lavada..."- No supo más que decirme.

-"Mónica, una esclava es un poco como un animal, es normal que huela algo... mañana le daremos un baño"-

Mónica asintió. Se encargaría personalmente de lavar esta mujer maloliente.

-"Bueno... necesitábamos una sirvienta".

-"Puede dormir en la cochera, hay un petate y un cojín"- Dije.

Mónica asintió. Se acercó a Bárbara como a un caballo recién comprado. La observó detenidamente de los pies a la cabeza. La esclava era mucho más alta que ella. Manoseó sus piernas robustas y le dio una palmada en una nalga.

-"Bien, parece que mi marido hizo un buen negocio. Eres muy fuerte... cómo te llamas"-

-"Bárbara señora"- Dijo cabizbaja, en un tono muy humilde.

-"Ahora soy tu ama. Obedecerás a mis órdenes. Te aviso. Si no te portarás bien, te castigaré"-

-"Si señora. Me portaré bien"-

Las dos mujeres se midieron, sabiendo que compartirían el mismo hombre (era obvio que una esclava serviría sexualmente a su amo). Mónica se sintió más segura. Era la esposa y lo tenía todo, la casa, el amor de su marido, la educación, la clase y el poder de mandar. Su ropa fina y su acento de clase alta la distanciaban enormemente de la esclava de provincia que tenía delante. Bárbara por su lado estaba obscenamente desnuda, encadenada, despeinada, sucia y olía mal. Cabizbaja, miraba con el rabillo del ojo a su ama y escuchaba sus órdenes. Mirando al suelo vio sus pies descalzos encadenados, bronceados, sucios y descuidados delante de los pies más claros de su ama, con uñas bien cuidadas, calzando unas sandalias finas.

Pero sabía que Fran la quería, la amaba y la amaría siempre así como era. Había elegido ser su esclava y lo soportaría todo, con tal de quedarse con su hombre.

Bárbara ayudó a bajar las maletas, luego Mónica le preparó su "cama" en la cochera, a un costado del coche, y le llevó un poco de pan, queso y fruta como cena. No le quitaron las cadenas, dormiría con todas puestas. Mónica se encargó de amarrar la cadena del collar a un tubo, para la noche.

-"Duerme porque mañana trabajarás duro"-

-"Gracias, buenas noches señora"-

El día después Mónica le llevó las sobras del desayuno a Bárbara. La esclava comió del plato con avidez. Tenía hambre. Luego su ama le quitó las cadenas, menos el collar. Hizo que se quitara el huipil, quedando completamente desnuda. Luego la condujo hacia el traspatio, donde había colocado una gran tina llena de agua. Bárbara entró y tembló: el agua estaba fría. Mónica agarró una gran esponja, la enjabonó y comenzó a lavarla, como si se tratara de un coche. El agua se volvió rápidamente oscura por lo sucio que estaba la mujer.

-"Francisco me ha dicho que no acostumbras llevar más de una prenda puesta... así que te daré una vieja blusa de las mías. No llevarás sandalias, a menos que salgamos de compras. Nada más".

-"Si señora, como usted mande..."-

-"Además para tus necesidades usarás ese rincón"- Indicó una caja con delante una barra de madera para acuclillarse, a plena vista de los ocupantes de la casa. La caja estaba llena de aserrín. --"Las heces servirán como abono en el jardín"-

Bárbara estaba más limpia ahora, aunque su piel, especialmente las piernas y los pies, seguían curtidos y oscuros por el sol y el suelo duro. La piel de las rodillas hacia arriba en contraste se veía más clara, no había tenido tiempo aun de oscurecerse.

Se secó con una toalla y se puso la blusa que le dio Mónica. Era una vieja blusa de algodón amarillento, con botones rotos delante, que llegaba hasta la cintura. No llevaría falda, así que se tendría que acostumbrar a que su ama le viera en todo momento el culo y el sexo. Mónica le ató de nuevo el collar y la condujo en la casa tirándola por la cadena. No le puso las demás cadenas, que estarían allí para cuando "se portara mal".

Bajé del cuarto de arriba y vi a las dos mujeres. Le di un beso en la boca a mi esposa y otro a Bárbara en la mejilla. A ambas las abracé y le di palmadas en las nalgas. Noté que Bárbara había sido lavada. Ya no olía tanto como antes pero aun emanaba un aroma intenso. La vieja blusa que tenía puesta se veía bien.

-"Estaré unos tres días fuera de la ciudad. Espero que se lleven bien... y tu Bárbara, pórtate bien, haz bien las tareas. Mónica te enseñará..."-

-"Si amo Francisco, como tu quieras"- Me contestó sonriendo, con un dejo de melancolía.

Agarré mi maleta y me fui.

Lo que ocurrió en los siguientes tres días lo supe de los relatos de Mónica y de Bárbara. Ambas fueron bastante detalladas, preocupadas de que yo estuviera en desacuerdo con algo.

Bárbara comenzó sus tareas domésticas. Limpiar, ayudar en la cocina, mover muebles... Mónica le estuvo enseñando toda la mañana cómo hacer las cosas. En dos ocasiones le dio un latigazo en las nalgas, para que la esclava se apurara a entender y cumplir sus deberes. Al final del día se sentó en un sillón para ver la tele, y ordenó a Mónica arrodillarse delante de ella. Se quitó las sandalias (en la casa siempre llevaba sandalias de cuero) y cruzando una pierna sobre la otra, acercó un pie a la cara de Bárbara.

"Lame mis pies... que queden bien limpios"-. Le ordenó perentoriamente.

Bárbara sin protestar sacó la lengua y comenzó a lamer el pie de su ama. No estaba muy sucio, solo sudado. Lo limpió cuidadosamente, aun entre los dedos, luego pasó al otro, que Mónica había levantado, mientras veía programas en la tele.

Bárbara soportó todo con humildad, pensando en mí. Quería ser una buena esclava en la casa. De todas maneras, era una vida mejor que en ese pueblo miserable.

Mónica aprovechó mi ausencia para comenzar a entrenar a su esclava.

Le enseñó a limpiarse bien el culo y la vagina con papel después de orinar y defecar. La siguió durante sus tareas de limpieza y la puso a prueba con cargas pesadas. Bárbara era fuerte como un toro, no había duda. Sus gruesas nalgas desnudas bajo el esfuerzo parecían el trasero de un rinoceronte.

A Mónica se le ocurrió que Bárbara tendría que llevar alguna marca de posesión en su cuerpo, un tatuaje, anillos... Pensó en diversas cosas, finalmente resolvió esperar mi regreso para el tatuaje, pero quiso ponerle ya uno o dos anillos. Hizo venir a la casa una amiga, Cristina, que hacía perforaciones. Le presentó la esclava y le dijo que quería que llevara un anillo en la nariz "como los de los toros".

Bárbara se asustó un poco.

Cristina comentó que era una buena idea.

"Los esclavos con anillos en la nariz son más obedientes y mansos... está comprobado, sean machos o hembras"- Comentó con aire de seguridad. --"Puede también atarse a una cadena ligera y así se puede conducir el esclavo o dejarlo atado en algún lugar"- agregó. Y dirigiéndose a Bárbara, viendo su cara preocupada, le dijo que no le dolería, sería rápido.

Se sentó delante de la esclava puesta de rodillas y sacó de una bolsa sus herramientas para perforaciones. Mónica quedó atrás, apretando con las manos la cabeza de Bárbara.

"No te muevas"- Dijo a su esclava.

Bárbara hizo una mueca cuando la pistola de perforación le abrió instantáneamente un pequeño agujero en el septo nasal. Allí Cristina hizo pasar un anillo de metal plateado, bastante grueso, que llegaba hasta el labio superior.

No le dolió, pero la sensación del anillo era extraña. Mónica le llevó un espejo y pudo verse. Sus narices estaban ensanchadas por el anillo. Sí. Parecía un aro de nariz de toro. Acentuaba su aspecto fiero y rústico de esclava de provincia.

Cuando llegué Mónica vino a recibirme. Me abrazó y comenzó a relatarme lo que había ocurrido en estos días que yo estaba ausente. Bárbara se había portado bien, no fue necesario castigarla, sólo unos pocos latigazos en las nalgas para que aprendiera. Por el resto todo normal. Fuimos a ver a Bárbara. Estaba limpiando el piso en la cocina, de rodillas con el culo por fuera. Me acerqué sin que me viera. Le acaricié y le apreté las nalgas. Ella tuvo un sobresalto, se puso de pie, dio un grito de felicidad y me abrazó. Nos quedamos atados con los brazos por un minuto. Noté con estupor el anillo en la nariz. Fue Mónica que me explicó. Me quedé perplejo. El anillo le daba a Bárbara un aspecto casi de animal, pero se veía agraciado en su cara. Le pregunté si le molestaba. Me dijo que no, que estaba bien, lucía lindo. Las narices se adaptarían con el tiempo.

Quise dar un paseo con ella. No había mucha gente a esa hora, me fui por la avenida hasta un parque. Caminamos abrazados, como tiernos amantes. Los transeúntes nos miraban extrañados. Yo bien vestido y ella con una cadena al cuello, un aro en la nariz y desnuda de la cintura para abajo, moviendo sus grandes nalgas al ritmo de la caminata. Nos paramos varias veces a besarnos, yo le contaba más de mi vida, del barrio, de la ciudad. Ella escuchaba con interés todo lo que decía y reía por todo lo que encontraba simpático en mi narración.

Llegamos al parque, nos sentamos en una banca y seguimos acariciándonos y besándonos. De repente, un joven salió detrás de un arbusto y apuntándome un cuchillo me pidió la cartera con malas palabras. Bárbara se levantó, vi como se le hinchó la nariz por la furia, parecía un toro preparando el ataque. Clavó una mirada feroz en el asaltante y con la velocidad de un rayo le dio una patada en el estómago que habría tumbado a un caballo. El joven cayó al suelo, dejando caer su cuchillo. Bárbara le puso un pie en el cuello para inmovilizarlo. Yo me acerqué, aun respiraba y temblaba de miedo. Si lograba llegar al hospital, le pasarían las ganas de asaltar a la gente, pensé. Gruñó al asaltante que no se moviera o lo mataría. Se acuclilló acomodando su vagina sobre la cara del joven y orinó abundantemente. Luego alzó ligeramente el culo, se movió un poco para adelante y pedorreó obscenamente en la cara del pobre asaltante. Ella se alzó y le dijo en son de burla que tenía suerte, pues no tenía ganas de cagar. Le dije que mejor fuéramos a la casa, la lección había sido suficiente. Paulatinamente se calmó, volvió a su tono manso y dulce. Volvimos a abrazarnos, salimos del parque y regresamos, sin pensar más en el incidente.

En la tarde Mónica salió. Me quedé solo con Bárbara. La llevé a la cama, nos desnudamos y comenzamos a hacer el amor con furia. Ella se montó encima de mí y me cabalgó salvajemente. Gritamos de placer cuando alcanzamos el orgasmo. Luego nos quedamos recostados en la cama para apapacharnos, mimarnos y susurrar dulces palabras en el oído. Volvimos a explorar nuestros cuerpos, sobre todo las partes más íntimas. Noté que ella estaba más limpia que antes, por la lavada del primer día. La piel de su culo todavía se veía un poco más clara, pero al tenerlo descubierto todo el día, se había bronceado bastante y casi era del color oscuro de las piernas y los pies. Pensé que sería conveniente que llevara una falda, en lugar de una camisa. En la casa, podría estar con los pechos desnudos sin problemas. Tomé su anillo con mis dedos, era de metal plateado, tal vez una aleación de níquel y plata. Jugueteé con el aro, era bastante grueso, me pregunté si no le dificultaba respirar. Llegaba hasta el labio superior, de hecho Bárbara podía tocarlo con la punta de su lengua.