Corrompiendo a Mamá// Cap. 01

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¿Será que hay otro hombre aparte de papá? No, eso no. Eso nunca. No lo creo. Ella no es de esas.

Continué caminando, asustado, impresionado, y tanteando que mi hermana llegara primero a casa, antes que yo, después de sus clases de inglés, como solía hacer. Agarré aire. Me faltaba el oxígeno. Me faltaba aire puro. Vi la hora y confirmé que ya había pasado un tiempo prudencial.

Luego, sin mucho dudarlo, me aparecí en mi domicilio.

Una casita modesta de INFONAVIT, esas que compras con dinero que te presta el gobierno, supuestamente con subsidios del estado pero que terminas pagando cuando llegas a la tercera edad... a la cuarta o hasta la quinta, si corres con suerte, para que después sean otros los que las disfruten.

Es de dos pisos, pero pequeña. 7 metros de frente y 20 de fondo. Paredes grises, aunque por las aguas del verano, que ésta vez comenzaron desde mayo --ahora estamos a principios de junio-- ha descolorido varias partes de la fachada.

Tenemos estacionamiento, pero el único auto que tenemos, un Yaris rojo 2015, se queda afuera. Papá acondicionó la cochera para que sirviera de un pequeñísimo local de repostería donde mamá se entretiene. En realidad mamá sólo hace postres bajo pedido, y cuando no pasan por ellos o hace de más, abre el local y los vende.

Esta vez estaba cerrado. Ayer nos comimos los pastelillos de nata que sobraron del último pedido.

"Ya vine" dije con la boca seca cuando abrí la puerta.

Lucy estaba cenando ya unos huevos revueltos con chorizo, a juzgar por el aroma, y porque desde el vestíbulo, que en realidad es la sala de estar, se mira la cocina cuando entras, y desde allí vi a mi hermana sentada en un comedor de cuatro sillas, de espaldas a mí.

"Mi cielo, la cena está lista" me dijo mamá como si nada. Como si no la hubiera encontrado masturbándose.

Su voz dulce y maternal no coincide con los sonidos lujuriosos de hace rato.

"Me ducho y bajo, má" le dije nervioso.

"¿Huevitos con chorizo, mi bebé?" me preguntó.

Yo sigo siendo para ella su bebé. A mis 18 años sigo siendo su nene consentido. Me trata con mucho amor. Un cariño que desborda cuando me mira. Dice que tuvo precinclea, preeclampsia o precolumpio, ya no me acuerdo bien, y que le costó tenerme pegado en el vientre, que le subía la presión en exceso y que no podía con los calores. Que varias veces estuve a punto de salirme por el mismo sitio por donde ahora quería meterme... y que me dieron por muerto cuando nací, pero que al rato me oyó llorar y su felicidad fue inmensa.

A lo mejor por eso me quiere tanto, por lo mucho que batalló para tenerme. Mi hermana Lucy, que tiene dieciséis, dice que soy su consentido, y que me quiere más que a ella. Lucy es físicamente como mamá pero en versión insoportable y en miniatura. Mamá le dice lo que todas las madres "a los dos los quiero por igual" pero a veces pienso que sí me quiere más a mí. Noto su predilección. Aunque no sé, podría estar equivocado.

El caso es que nuestra relación es especial. Ella me abraza, acaricia mis mejillas y peina mi cabello con sus dedos con una devoción enternecedora. Yo suelo sobar sus bonitos pies, pues termina cansada después de tantas horas de estar de pie haciendo sus postres y, peor aún, por los días que le toca ir a las clases de zumba.

Incluso le he llegado a pintar sus uñitas, por lo que mi papá me ha llegado a insinuar que soy un "maricón". Él no entiende la devoción que siento por mi madre. Mucho menos lo entendería ahora si le digo cómo me siento después de lo que pasó.

Siempre me han gustado las formas tan delicadas y pequeñas de sus pies y sus pantorrillas. Por eso me gusta acariciarlas. Es que toda ella es hermosa. Una mujer preciosa y sensual.

Mamá y yo nos tenemos confianza, creo. Ella conversa mucho conmigo. Me cuenta sus problemas y yo a veces los míos. Claro que ni ella, ni papá --mucho menos la chismosa de mi hermana Lucy-- supieron sobre lo que pasó con mi exnovia. Me daría mucha vergüenza decirles lo gilipollas que soy. De hecho ellos ni siquiera saben que he tenido ya tres novias, pues prefiero evitar sermones y mejor presentarles a la chica con la que crea que sí voy a prosperar. Aunque bueno, el instinto de los hombres no es tan sabio como el de las mujeres. Por poco cometo la estupidez de presentarles a Liliana.

Mamá me defiende de los constantes regaños y sermones que me da mi padre --cuya consentida, como todo equilibrio, es Lucy--, y además ella suele consentirme con todo, incluso cocinando mis comidas favoritas.

De vez en cuando la encuentro echada en el sofá de la sala y recuesto mi cabeza en su regazo y ella a veces acuesta la suya sobre mis piernas y se queda dormida.

Pero nunca tuve problema con ello: nunca antes tuve pensamientos raros sobre nada de lo que he descrito. Para mí todo era normal. Genuino. Sano. Un amor filial sano madre e hijo.

Pero ahora todo cambió. Ahora ya no sé qué pasará y me asusta que nada sea como antes. No después de haberla visto desnuda, en esa tina, con los senos de fuera, hermosos, brillantes, y con el mango en la mano, masturbándose bajo las aguas.

"Joder."

Entiendo que no puedo verla como mujer... porque ella es mi madre y yo su hijo. Pero ya no sé cómo enfrentarme a esto que se ha encendido de pronto en mi cabeza. Estoy como enloquecido.

"¿Entonces, mi bebé, huevitos revueltos con chorizo o con jamón?" insistió mi madre.

"Mejor con jamón, má"

"No te entretengas tanto, mi niño, que estarán pronto en la mesa"

"Vale"

Corrí directo a mi cuarto. No quería que ni Luciana ni mamá vieran la mancha de mi bragueta. Saqué un nuevo bóxer, mi toalla con estampado de Harry Potter y fui al mismo baño donde había encontrado a mi madre de forma tan obscena. Sólo entrar, ver la bañera donde aun debían estar impregnados los flujos de su corrida, se me volvió a poner muy dura.

Allí me masturbé otra vez, mirando uno de los videos de sus tetas al aire que apenas duraba 13 segundos. Y no me pude controlar. Eran sus jadeos tan candentes, sus movimientos tan eróticos. Su carita hermosa convertida en una lascivia absoluta, y sus pechos grandotes flotando en las aguas, como si alguien se los hubiera inflado, lo que me hizo enloquecer.

"¿Cómo puedes estar tan buena, mami, y ser eso... mi mami?"

Lo que habría dado por haberle visto su vagina, aunque supuse que también era rosa como sus pezones y su boca.

Me corrí a borbotones, hasta casi quedar seco, agarré mucho aire y me volví a enjuagar. Lavé mi bóxer sucio en el lavamanos para que mi madre no se encontrara con el semen seco cuando los lavara, me sequé, me vestí y por fin me presenté en la cocina.

Papá solía llegar los martes hasta las diez de la noche, pues se juntaba con sus amigos en el billar del barrio.

Allí en la cocina encontré a mamá de espaldas, mientras cortaba trozos de bolillos para acompañarlos con mi cena. Y mis ojos casi explotaron. Mamá estaba enfundada en unas mallas blancas de lycra que le marcaban sus desmesuradas nalgas. ¿Cómo era posible que en tantos años nunca me hubiera percatado de ello, aun cuando mis amigos me decían lo "buenaza" que estaba? ¿Por qué tuve que mirarla desnuda y en una situación tan comprometedora para que el diablo se me hubiera metido y ahora todo en ella me pareciera tan lujurioso, prosaico y obsceno?

Encima las putas mallas le quedaban como guante, y si tan solo hubiesen sido color carne habría sido como haberla visto encuerada. Para empeorarlo todo, en cada movimiento durante los cortes del pan, las vibraciones de sus impulsos le llegaban a las caderas, y de las caderas se pasaban a sus nalgas, y las nalgas oscilaban en círculos. Y el pene se me volvió a endurecer.

Lo más monstruoso fue cuando miré que se le transparentaban unas bragas negras, cero combinación con el tono de las mallas, y que por el color tan fuerte traslucían hacia afuera.

"Mierda, mamá."

Y a mamá no le importaba no haber encontrado unas bragas blancas que hicieran juego con sus mallas: no le importaba que sus bragas se le miraran a la perfección por las transparencias de la tela, que el centro de ellas estuviesen siendo mordidas por la raya de su culo. No le importaba verse tan... provocativa porque para ella ese outfit no era provocativo.

Encima debía pensar que le valía un pepino cómo se vistiera si ahora estaba en su casa, y sabía que nadie la iba a criticar: ni siquiera Lucy, que era una criticona en potencia. Ella sabía que no tenía un hijo pervertido que de unas horas para acá no paraba de fantasear con ella y de ponerla en situaciones perversas donde ella era la protagonista.

Donde él era el que le metía su falo en lugar del mango del utensilio.

Apenas probé bocado, y mamá se preocupó. No quise mirarla demasiado. Me daba vergüenza. Creí que si miraba directamente a los ojos descubriría que la había espiado como un vil pajillero. Cuando les di las buenas noches a ella y a Lucy, me levanté y me fui. Mamá me alcanzó antes de subir las escaleras,

"¿Te vas sin darle el beso a mamá?"

Me detuve. Me volví a ella y le traté de sonreír.

"Perdón, má, en serio, perdón, no sé dónde traigo la cabeza."

Su voluptuosa figura se acercó a mí. Con sus dedos acarició mis mejillas y casi al instante mi falo respingó. De cerca me di cuenta que no traía sostén, que sus enormes pezones se le marcaban delante de la blusa blanca que traía, y que la luz directa de la lámpara del techo que colgaba justo arriba de nosotros era la causante de que se pudiera transparentar la sombra de su pezón y su areola.

"¿Estás bien, hijo?" me dijo ella preocupaba "Ni siquiera te terminaste el chocolate."

"Sugey, tampoco se comió el postre, regáñalo" me denunció mi hermana gritando desde la mesa.

Sí, Lucy llamaba a mamá por su nombre "Sugey."

"Tú dedícate a tus asuntos, niña, y por enésima vez te digo que no me llames Sugey, que todavía soy tu madre."

Mi hermana se puso a reír y yo tragué saliva, ante la imponente presencia de mi madre.

Ella me dedicó una mirada maternal, pero yo sólo podía recordar su gesto de zorra mientras se masturbaba. ¡Cómo podía tener una mente tan enferma y pensar eso de mi progenitora, por Dios!

Cómo podía cambiar tanto ella, de una situación a otra. La que tenía delante era la amorosa madre de siempre, pero entonces miraba sus tetas, sus pezones marcados, las mallas que comprimían sus piernas anchas y sus grandes nalgas y recordaba a la otra mujer obscena que había visto en la tina de baño.

"Sí, má" le dije nervioso, haciendo todo para que no me descubriera mirándole sus pesadas mamas "estoy bien."

"Te amo, mi bebé" me dijo.

"Yo también te amo, mamá."

No esperé que me abrazara esa noche, aun si siempre me abraza y me besa antes de irme a dormir, como si fuese "su bebé". Lo extraño y vergonzoso a la vez fue que se me parara la polla justo cuando sus grandes pechos se pegaron a mi cuerpo, al grado de sentir sus duros pezones quemándome la piel, ¿por qué estaban duros?, y encima el fresco aroma de su pelo filtrándose por mi nariz no me ayudó en nada.

Fue todo, una convergencia de sucesos: sus tetas estrujándose en mi pecho (mi madre era alta, medía 1:73 de altura, y yo apenas cuatro centímetros más, por eso estábamos casi al mismo vuelo), sus manos rodeándome por la espalda y acariciándomela con sus largas uñas.

Su boca húmeda pegada a mi cuello. Su pelo rubio cosquilleándome la nariz, mis manos posándose a la altura baja de su espalda, sabiendo que un movimiento más abajo y le tocaría las nalgas.

Y ella dijo un "Ups" cuando sintió mi polla endurecida rozando su entrepierna, seguido de un "Lo siento", de mi parte, muerto de pena, cuando intenté echarme hacia atrás y disculparme por mi erección.

Pero lo que me dejó más confundido fue su extraña sonrisa, su besito en mi mejilla y su respuesta final:

"Tranquilo... mi bebé, esto suele pasar."

CONTINUARÁ

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