E-Mail Entrante.

Historia Información
¿Estoy dispuesta a hacerlo?
5.3k palabras
5
255
0
Historia no tiene etiquetas
Compartir este Historia

Tamaño de fuente

Tamaño de Fuente Predeterminado

Espaciado de fuentes

Espaciado de Fuente Predeterminado

Cara de fuente

Cara de Fuente Predeterminada

Tema de Lectura

Tema Predeterminado (Blanco)
Necesitas Iniciar sesión o Registrarse para que su personalización se guarde en su perfil de Literotica.
BETA PÚBLICA

Nota: Puede cambiar el tamaño de la fuente, el tipo de fuente y activar el modo oscuro haciendo clic en la pestaña del ícono "A" en el Cuadro de información de la historia.

Puede volver temporalmente a una experiencia Classic Literotica® durante nuestras pruebas Beta públicas en curso. Considere dejar comentarios sobre los problemas que experimenta o sugerir mejoras.

Haga clic aquí

Consulto por décima vez la ruta que tendría que hacer para llegar al hotel, aunque ya me sé de memoria hasta la salida que tengo que coger una vez llegue a la parada de metro. 54 minutos, ruta recomendada. Salida a las 17:06.

¿De verdad voy a hacerlo?

Tengo la cabeza embotada y apenas siento el corazón desde que recibí el mensaje.

Ha sido un verano intenso y excesivamente caluroso, no precisamente por las altas temperaturas que hemos alcanzado, aunque también. No recuerdo ninguna otra ocasión anterior en la que la necesidad de sexo viniese a visitarme día, tarde y noche. Hace un par de años que me desintoxiqué de la necesidad de estar el 90% de mi tiempo con el móvil en la mano y cientos de redes sociales abiertas, pero últimamente dependo única y exclusivamente de una notificación.

¿Estás tan nervioso como lo estoy yo?

Siempre me he permitido el lujo de ponerte calificativos sin conocerte en persona, al menos todavía. Siempre te he visto más tranquilo, muy de fluir. ¿Significará tanto como lo será para mí? Mentiría si dijese que todo se justifica si nos centramos en que va a ser mi primera vez. Hay tanto detrás de eso, que ya son varias las veces que me he abrumado de la nada.

No debería hacerlo, no puedo. Voy a escribirte un mensaje disculpándome por todo e indicándote que no creo que sea buena idea ir. ¿Qué pensaría... no sé... cualquiera? Además, ¡no soy nada sensual! Estoy segura de que tienes un concepto de mí totalmente idealizado por cómo me defiendo con las palabras. No quiero decepcionarte.

Saludo al conductor del autobús, apoyo la espalda en uno de los cristales y suspiro tras convencerme a mí misma de que estoy haciendo lo correcto yéndome a casa. Vuelvo a abrir nuestro chat dispuesta a rechazar tu plan.

''... He reservado una habitación de hotel...''.

Joder. Podrías haberme invitado a tu casa o haberme propuesto vernos en alguna cafetería o parque de Madrid. Sabes que siento debilidad por los hoteles.

''... Sé que es una locura, y que probablemente no vayas a venir, pero tenía que hacerlo. Tenía que darnos la oportunidad...''.

Nunca he creído en la intuición, aunque sí que me he descubierto en situaciones en las que me replanteaba absolutamente esta no-creencia. Tu primer correo, aunque inconscientemente, fue una de ellas. La redacción, las palabras, la vibración; no sé.

No nos faltó mucho tiempo para empezar a subir el tono de cada email. Cada mensaje era una propuesta más indecente que la anterior, un gemido ahogado constante. Nunca me había insinuado de aquella manera. Me sorprendía el poder que tenía una simple sutileza para humedecerme y acalorarme sin apenas progresión. Aún lo consigues sin apenas pestañear.

¿Qué me has hecho?

Mierda. Ya se me ha pasado la parada. Presiono el botón para poder bajarme en la próxima y andar un poco más hasta casa. Sigue haciendo calor, pero por algún motivo siento un poco de aire fresco en la cara cuando bajo del autobús. No puedo negar que me lo haya imaginado.

Del correo electrónico pasamos a WhatsApp, no sin que antes retrasase el momento varias veces. Tú te habías atrevido a mandarme una foto tuya, pero yo seguía manteniendo mi aspecto físico totalmente oculto. Lo más lógico hubiese sido cambiar mi foto de perfil a alguna imagen neutral, pero ya sabes que desde que hablamos se me da un poco mal aquello de pensar.

Me palpo el pantalón intentando localizar las llaves. Bolsillo trasero derecho. Saludo al portero y llamo al ascensor. De repente, tu mano comienza a acariciarme el culo muy despacio hasta que se cuela por debajo del pantalón. Me cuesta horrores recuperar la compostura, meterme al ascensor y seleccionar el noveno piso. Trago saliva mientras entro en casa y vuelvo a desbloquear el móvil para encontrarme de lleno con nuestra conversación, de nuevo.

Empiezo a escribir, te mereces saberlo ya.

Al ir a seleccionar el botón de enviar, vuelvo a sentirlo. El calor me inunda los muslos y sube lentamente hasta mi intimidad. Tres segundos después, noto el tanga mojado. Diviso el margen inferior de una foto cortada en la parte superior de nuestro chat. Sin enviar aún el mensaje, deslizo la pantalla de forma que ahora puedo visualizar la foto al completo.

Joder, no me acordaba.

Anoche llegué a casa tras tomar algo con unas amigas y nada más avisarte, la recibí.

''¿Has pensado en mí? Yo te he tenido presente desde que llegué a casa''.

Hasta entonces sólo nos habíamos dado descripciones, y eso me había sobrado para masturbarme varias veces al día imaginándomela en diversas partes de mi anatomía. Cuando la vi ayer me sentí arder como nunca había hecho antes. Poco después nos sorprendimos haciendo una videollamada en la que los únicos protagonistas eran nuestros sexos. La tenías tan dura que soltaste una risa disimulada cuando viste lo mojada que me tenías ya por entonces. Fue la primera vez que me permití el lujo de gemir alto mientras me corría por cuarta vez. Soltaste un par de tacos antes de gruñir corriéndote como hacía mucho que no hacías. Siempre me lo dices. Siempre me provoca.

Me obligo a volver a la realidad y observo el mensaje que continúa en mi teclado.

Niego con la cabeza unas diez veces antes de bloquear el móvil y desvestirme para meterme en la ducha. Siento la tentación de ignorar mi propósito de higiene para volver a masturbarme, pero deshecho la idea rápidamente. Ya son las 17:30 y no te quiero hacer esperar más.

La cabeza vuelve a darme vueltas y siento que el corazón se me va a salir del pecho mientras me enjabono el pelo a una velocidad casi inhumana.

No sé por qué he perdido tanto tiempo en negarme a mí misma lo evidente. Ahora mismo me da igual la edad que nos podamos llevar, me da igual que sea una absoluta locura, y me da igual lo que pienses de mí cuando me veas.

Necesito verte en persona, necesito que me toques, necesito sentirte completamente dentro mientras me gruñes al oído.

Me aclaro el cuerpo y el pelo con rapidez para enrollarme en dos toallas unos minutos después. Me detengo en el espejo, observándome. Tengo la cara completamente roja y la respiración acelerada. Acabo de decidir que no me voy a maquillar.

Sigo sin escribirte nada. No quiero arriesgarme a enviarte un mensaje confirmando que voy para después arrepentirme.

Voy corriendo a la cómoda para revolver toda la ropa interior con impaciencia. Me decido por un conjunto lencero mientras me permito imaginar cómo vas a reaccionar. Vuelven a asaltarme las dudas. Elijo un tanga y un sujetador de encaje negro con transparencias. El sujetador no tiene ningún tipo de relleno y el encaje apenas tapa mis pezones. Cruzo los dedos. Mi propósito es volverte loco, y espero conseguirlo.

Tras lo que se me hace una eternidad, me decido por un vestido por encima de las rodillas. Es rojo con florecitas blancas y tiene vuelo. Para el calzado unas Converse, blancas también. Espero que no pienses que voy a ir elegante.

Vuelvo al baño para cepillarme el pelo y dejar que se seque al aire. Tras reunir todo lo que necesito en un bolso negro, salgo de casa como si llegase tarde a todo en la vida y paro a un taxi, no puedo esperar los 54 minutos. Saco el teléfono y vuelvo a abrir nuestra conversación.

''Lamento ir ahora, pero no he tenido claro si debía o no ir. Realmente sigo sin tenerlo claro. Espérame. Voy en taxi. Llego en unos diez minutos''.

Miro por la ventana mientras juego con una de las cremalleras de mi bolso. El taxista no deja de hablarme de no sé qué del centro, el tráfico y de hace 8 años. No soy capaz de prestarle atención, estoy intentando encontrar la manera de relajarme o lo único que verás será cómo me desmayo. Maldita sea, es imposible relajarse en 10 minutos. O menos. O más. No sé.

Estoy al borde del ataque de pánico. Todos los pensamientos que no han aparecido mientras me decidía a venir, me asaltan de golpe y me están ahogando.

No me has dicho con qué fin has reservado la habitación, ¿y si simplemente me has citado para decirme que esto no puede seguir así? Me habrías propuesto quedar en cualquier otro sitio, ¿verdad? Espero no estar metiéndome en la boca del lobo. ¿Has traído condones? Yo no, ¡pero tenemos que tener condones! Igual me estoy haciendo ilusiones yo sola. ¿Y si te dejo a medias porque me da miedo? Ay madre, no quiero encontrarme una pareja liberal en la habitación que ha conseguido engañarme para pensar que únicamente serías tú. A lo mejor sólo quieres hablar de música. No tengo ni puñetera idea de música, esto va a salir fatal. Espero que no seas un fetichista de pies.

‒Chica, era aquí, ¿verdad? ‒sacudo la cabeza y veo el cuerpo del conductor completamente girado hacia mí. Tiene el pelo gris y unas gafas de sol demasiado grandes en comparación con su cabeza. El aliento le apesta a tabaco y tamborilea impaciente los dedos contra el volante.

‒Sí, disculpe. Muchas gracias ‒hace una mueca imitando a una sonrisa‒ y que tenga buen día.

Bajo torpemente del taxi y me quedo mirando el edificio desde la acera. Me da vergüenza pensar que me estés viendo a través de una de las múltiples ventanas que tiene el hotel, así que me apresuro a entrar.

El suelo es de mármol blanco, aunque lo cubre, en su gran mayoría, una alfombra azul oscuro. Las paredes están cubiertas por una especie de panelado casi negro, incluido el mostrador. En el extremo derecho reposan unas orquídeas azules perfectamente colocadas.

Me pongo detrás de un hombre que revuelve un montón de papeles con impaciencia y va diciendo palabras en un idioma que no conozco. A los pocos minutos avanza hacia uno de los recepcionistas, que ahora intenta entender qué son los papeles que el hombre le acaba de arrojar sobre la mesa.

La recepcionista de su izquierda entrega dos tarjetas a un matrimonio y saluda a la niña, que tapa su cara inmediatamente con la pierna de su madre. Después de darle una piruleta y hacerle un par de carantoñas, la familia se aleja. Ahora es a mí a quien saluda cordialmente.

‒Buenas tardes ‒sonrío nerviosa‒. Tenía una reserva, pero no me han indicado la habitación.

‒¿Me permite algún documento de identificación?

Saco el DNI de la cartera y lo arrastro a través del mostrador. La chica lo recoge con sumo cuidado para devolvérmelo unos segundos después. Tras teclear algo en el ordenador, vuelve a mirarme a los ojos y sonríe como si fuese a soltar una risita en cualquier momento. No puedo evitar sonrojarme.

‒Habitación 644. El ascensor se encuentra justo detrás suya. El desayuno empieza a las siete y termina a las once y media. En esta tarjeta aparece el número de recepción y la clave del wifi. Que disfrute de su estancia.

Me entrega una tarjeta azul marino con líneas abstractas de color blanco, junto con una pequeña tarjeta en la que aparecen los datos del hotel y todo lo que me ha indicado.

Avanzo hacia el ascensor con la sensación de que el hotel entero ha leído todos nuestros mensajes y saben lo que va a pasar en unos minutos. Pulso el botón de la sexta planta y me miro al espejo. Intento peinarme el pelo con la fingida tranquilidad de alguien que hace esto a diario. El calor me invade nada más pisar la moqueta negra de la sexta planta.

Camino con cautela, intentando que mis pisadas no se noten, como si estuviese jugando al escondite y me fuesen a pillar en cualquier momento. Apenas me fijo en la decoración de la planta, sólo escucho los latidos de mi corazón, que está a punto de salírseme del pecho. Después de tener que dar la vuelta porque me he confundido de pasillo, veo la puerta entreabierta de la que parece ser nuestra habitación.

Doy dos golpes en la puerta, tan suave que temo que no los hayas escuchado y tenga que hacerlo de nuevo. Esto no empieza bien.

‒Adelante.

Siento que me fallan las piernas y el calor se me sube a las mejillas, entre otras partes. Entro con cautela y, como no podía ser de otra forma, cierro torpemente la puerta tras desenganchar lo que sea del bolso que se ha enganchado en el pomo. Me recuesto sobre la puerta tratando de buscar toda la compostura y estabilidad con las que apenas cuento en este momento.

Intento acostumbrarme a la oscuridad de la habitación mientras diviso tu silueta avanzando hacia mí con seguridad. La tensión sexual que despende la habitación me abruma y se me escapa una risa nerviosa mientras siento que tus ojos me recorren de arriba abajo, como si sólo con eso ya me hubieses desnudado por completo.

En un impulso completamente impropio de mí, aprovecho tu cercanía para tirar de tus manos hacia mi cuerpo. Noto la calidez del tuyo completamente pegado al mío y me deshago por dentro. Tu mano asciende hacia mi cuello mientras acercas tu boca a la mía, reclino la cabeza y, sin apenas darme cuenta, me veo enfrascada en saborear tus labios sin prisa. Tu otra mano recorre mi cadera y mi cintura incansablemente, arriba y abajo. Sabes a una mezcla entre café y menta. Me permito un momento para descubrir que ya estoy mojada y vuelvo a notar el rubor en mis mejillas.

Tu mano cambia de rumbo posándose en mi muslo derecho mientras asciendes lentamente hacia mi culo por debajo del vestido. Aprietas una de mis nalgas mientras acallo un gemido e incremento la velocidad de nuestros besos, tu lengua juega con la mía sin descanso y me permito pasar ambas manos por tu cuello hasta acabar en tu cabeza. Tienes el pelo mojado y frío, un contraste perfecto para todo el calor que llevamos acumulando desde hace rato. La mano que mantenías ahora en mi nuca, se cuela por debajo del vuelo de mi vestido y tus dedos acarician todo mi contorno hasta posarse en mi cintura. Quiero decirte que quiero más, mucho más, que tu simple tacto me tiene a tu absoluta merced, aunque creo que eso ya lo sabes.

Voy desabrochando los botones de tu camisa mientras tus manos se acercan peligrosamente hasta mi sujetador. Separas tu boca de la mía lentamente, como si te costase despegarte de mis labios y resistir la tentación de seguir comiéndome. Agarras el final de mi vestido mientras me miras fijamente a los ojos y comienzas a deslizarlo hacia arriba, dejando mi cuerpo cubierto únicamente por el conjunto lencero que he escogido. Una vez te has deshecho del vestido, lo lanzas a alguna parte de la habitación que no me atrevo a mirar. Retrocedes unos cuantos pasos y te quedas mirándome un buen rato. Me repasas con la mirada de arriba abajo, constantemente, mientras yo no puedo evitar morderme el labio inferior. Tu mirada se para en mi sexo, después en mis pechos, y finalmente en mi boca.

Te sonrío, nerviosa. No me gusta no saber qué es lo que estás pensando. Me desespero por la impaciencia de que vuelvas a tocarme. De que te deshagas de todas mis prendas. De que me cubras de ti y únicamente de ti. Jadeo. Me sonríes mientras vuelves a pegarte a mí y diriges tu boca hacia mi oído.

‒Me alegro de que hayas venido. Eres preciosa.

Tus manos vuelven a recorrer todo mi cuerpo, centímetro a centímetro, mientras me besas el cuello y lo recorres con tu lengua. Consigo deshacerme de tu camisa y, tras acariciar tu pecho, redirijo mis manos a tu pantalón. La sensación me abruma mientras una de tus manos repasa el contorno de mi tanga, y la mía lucha por ganarle la batalla a unos botones que no parecen estar por la labor. Me basta desabrochar dos de ellos para comprobar, satisfecha, que estás igual de caliente que yo.

De repente, me coges en vilo y me apoyas contra la pared. Muevo disimuladamente el culo para intentar sentir tu erección a través de mi tanga. Tu pecho se pega al mío, provocando el endurecimiento de mis pezones, que estoy segura de que sientes a pesar de la tela que separa por completo el piel con piel.

‒No quiero que esto acabe nunca. ‒acaricias mi lóbulo con tus labios mientras comienzas a moverte hacia la cama. Mis talones se clavan en tu coxis, manteniéndome en mi postura ahora que siento parte de ti.

‒Bésame ‒te imploro sin saber cómo ni por qué.

Devoras mi boca con impaciencia, como si alguien fuese a entrar por la puerta y me fuese a robar. Te sientas al borde de la cama, mi culo apoyado sobre tus piernas mientras tus manos acarician mi espalda y juguetean con el broche de mi sujetador. Sujeto tus manos, apartándolas de mi cuerpo, y me separo lentamente de tus labios con un mordisco. Me miras, expectante. No puedes evitar redirigir tu mirada nuevamente a mis pechos, para volver a mis ojos con la mirada completamente teñida de lujuria.

Me levanto situándome frente a ti para asegurarme de que me ves por completo. Acaricio mi vientre subiendo hacia mis pechos, para parar en el broche de mi sujetador. Lo desabrocho cuidadosamente y lo dejo caer al suelo mientras te observo tragar saliva. Acaricio mis pechos con mis dedos, dibujando pequeños círculos alrededor de mis pezones sin quitar la mirada de la tuya. Deslizo mis manos nuevamente por mi tripa y mi vientre hasta llegar a la tela de mi tanga. Jugueteo con la goma y voy deslizando uno de los bordes hacia abajo lentamente. Primero te muestro el inicio de mi monte de venus para acabar dejando visibles mis labios mayores. Dejo que el tanga baje por mis piernas y doy un paso al lado con el pie izquierdo para liberarlo de la tela. Para liberar mi pierna derecha, me agacho sensualmente para agarrar el tanga, levantar el pie y coger la prenda. Vuelvo a levantarme y, sin dejar de mirarte, separo los dedos que sujetan el tanga, haciendo que éste caiga al suelo.

Terminas de deshacerte de tus pantalones mientras vuelvo a acercarme a ti. Me fijo en la erección ya poco disimulada que se muestra a través de tu bóxers. En el momento en el que vuelvo a morderme los labios, extasiada, me coges de los brazos y me haces girar quedando de espaldas a ti.

‒Siéntate sobre mis rodillas ‒de ti emana una voz ronca que me vuelve loca.

Obedezco sin apenas cuestionar lo que estoy haciendo. Tus manos se posan sobre mi cuello, acariciándolo con movimientos suaves y demasiado sugerentes. Van bajando por mi clavícula hasta llegar a mis pechos. Dejo caer mi peso sobre tu cuerpo para facilitarte el trabajo mientras tus manos cubren mis senos. Resoplo al mismo tiempo que los masajeas y juegas con mis pezones antes de pellizcarlos suavemente. Siento palpitar tu erección sobre mis glúteos. Tus manos continúan el recorrido que te has propuesto, acariciando ahora mi ombligo para después ir descendiendo por mi vientre. Separo mis piernas dejándome totalmente a tu merced, no me siento con fuerzas ni claridad mental para negarte nada, y tampoco quiero. Mi espalda se arquea en el momento en el que tus manos suben desde la cara interna de mis muslos hasta mis labios mayores. Comienzas a mordisquearme el cuello a la vez que una de tus palmas recorre mi intimidad. Suspiras.

‒Estás muy mojada.

Asiento mientras apoyo mi cabeza en tu hombro y busco desesperadamente tu boca para perderme jugando con tu lengua. Separas mis labios mayores para acceder a la humedad que emano desde que empezamos a intercambiar mensajes, hoy más que nunca. Repartes mi lubricación por toda mi vagina, haciendo una visita turística de apenas unos segundos por toda ella. Tu dedo índice encuentra mi clítoris, hinchado por la excitación y las tremendas ganas que tengo de que te fundas ya dentro de mí. La mano que tienes libre comienza a juguetear nuevamente con mis pezones mientras comienzas a masajear mi clítoris en círculos, con una suavidad que me provoca un hormigueo por toda la columna. Respiro entrecortadamente cuando tu dedo corazón se introduce en mí, provocando que exagere aún más el arqueo de mi espalda. Combinas la estimulación constante de mi clítoris con la penetración del corazón y el anular por mi vagina, insistentemente, progresando en la velocidad de ambas estimulaciones. Gimo en tu boca mientras me masturbas sin cesar, notando cómo mis fluidos ahora se deslizan por tus piernas, y sintiendo que voy a explotar de placer en cualquier momento. Pellizcas mis pezones intermitentemente, esta vez un poco más fuerte, mientras separas tu boca de la mía y comienzas a lamerme el cuello y la parte trasera de mi lóbulo.

12